jueves, 25 de febrero de 2021

La guerra singular que padecemos

 

     Los temas se me acumulan, uno tras otro, pero no tengo demasiadas ganas de escribir; paso los días contemplando cómo pasan los días, valga la redundancia. Voy realizando tareas a tropezones y dando vueltas en la soledad del confinamiento. En realidad tampoco me importa mucho o, al menos, eso me agrada pensar. Este estado de guerra es tan singular que aún es pronto para contar toda su historia. Ahora pasaba un rato escuchando una música estupenda, agrupada y denominada como jazz relajante. Hace un día fresco y con un sol agradable; casi para dormir aquí sentado y viendo esas pompas de pensamientos que van pasando delante de mi frente. He escuchado un repique de campanas, parecen que suenan de otro modo ahora, su sonido es como el que oía cuando era pequeño; pienso que eso será por la menor afluencia de tráfico en las calles y por el poco ruido de la gente. ¿Existen los 'pensares' igual que los cantares?

     Me repantingué en el sillón, el jazz me obligaba. El mando de la televisión tonteaba en mi mano y dejé las imágenes solas, sin sonido. Unos señores ─unos sí lo eran y otros no─ hablaban por turnos y me llegaba únicamente su gesticulación. Apuesto que todos “trabajan para el pueblo”, ¿no? Aunque la realidad suele ser otra.

     Una vez leí, que ningún sistema político es bueno ni malo y que sólo son instrumentos de música política que deben estar siendo ─continuamente─ afinados y mejorados. ¿El mal está en los que gobiernan para sí mismos?

     Me encantaba esa idea de música política y de instrumentos que deben ser afinados continuamente.

     Unos periodistas pululaban tomando fotos, otros iban con un pequeño magnetófono en ristre. La democracia siempre termina en eso, en la manipulación de la prensa y los medios para llevar el fiel de la balanza al sitio que convenga.

     Creo que me quedé dormido...

miércoles, 10 de febrero de 2021

Vaciar la taza

 

     Hace un rato abrí "facebook" para ver qué había allí. Quizás ─pensé─ algún amigo ha dejado escrito algún comentario en alguna de las múltiples entradas que suelo poner.

     "Facebook" me asaltó de nuevo con su eterna e impertinente pregunta: ¿Qué estás pensando?

     En realidad, no estaba pensado en nada, sólo cruzaban mi mente algunas burbujas de esas que contienen pensamientos inmaduros, blandos, sutiles, que vienen y van a gran velocidad. Esas cosas que hay que detener para que se conviertan en verdaderos pensamientos.

     Estuve unos segundos, o minutos, contemplado esas burbujas y agarré una al azar. La rompí y en ella estaba la historia de Nam-în, que era un monje Zen japonés que vivió en la era Meiji bajo el mandato del emperador Mutsuhito entre 1852 y 1912. En aquella época Japón empezó a abrirse al mundo y experimentó una reestructuración de los sistemas político, económico y social, llevando el país a una modernización extremadamente rápida.

     Nam-în recibió a un profesor universitario americano que había viajado a Japón para estudiar qué era aquello del Zen y quería hacerle una serie de preguntas acerca de esa misteriosa forma del budismo.

     En el primer encuentro Nam-în le sirvió un té cortésmente. Y echó el líquido hasta llenar la taza del visitante y, no obstante, siguió vertiéndolo. El profesor contempló el té que se derramaba hasta que ya no pudo contenerse y exclamó:

      ─¡No cabe una gota más! ¡La taza está completamente llena!

      ─Al igual que esta taza ─le dijo Nam-în─, usted está lleno de sus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo puedo mostrarle qué es el Zen a menos que primero vacíe su taza?

     Noticieros, informaciones, incidencias de contagios, muertes, vacunas sí y no, elucubraciones, pronósticos, planes...

     Necesito vaciar mi taza...

lunes, 8 de febrero de 2021

Daruma y la compasión budista

 

     Ayer mi amigo Kimura tuvo a bien presentarme a una amiga suya a través de Internet, me dijo que se llamaba Daruma ─nombre que hace referencia a un famoso buda─ que era budista practicante, y que hablaba un español mucho más que aceptable. Instalé su número de teléfono como contacto en el móvil y rápidamente me pude comunicar con ella por WhatsApp.

     Iniciamos la conversación con las frases de cortesía habituales y hablamos de nuestra mutua amistad con Kimura. Dedicamos también unas palabras ─ya es cosa también normal─ al maligno virus que nos asola. De aquí pasamos a comentar sobre las actitudes mentales que debemos poner en marcha ante la pandemia.

     Nuestra charla fue muy larga y departimos de variados asuntos, sería difícil reducir todo a unas líneas aquí escritas. Pero voy a tratar de resumir algunos de los puntos que me parecieron de gran interés. Quizás el que más me llamó la atención fue el de la “compasión”. Daruma dijo:

     ─La esencia del budismo es la compasión hacia todos los seres sin diferenciación alguna y, sobre este pilar, no lastimar a nada ni a nadie. Buda afirmaba que «la mayor de las virtudes es la compasión».

     Respondí que mi concepto de compasión era ─posiblemente por ignorancia─ demasiado pobre, casi igual de aséptico que el del diccionario que únicamente dice así: «Sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien».

     El WhatsApp advertía que estaba escribiendo y pasaron algo más de dos minutos antes de salir a la pantalla su respuesta:

     ─Esa definición es, bajo nuestro punto de vista, incompleta y estática. Sin duda hay bondad y buen sentimiento cuando acompañamos el padecer de otro, pero hay ahí cierta pasividad. El concepto budista de la compasión es mucho más amplio. La compasión de la que nosotros hablamos va más allá de sentir pena o de llorar con el que llora o de sufrir con el que sufre. Y la compasión que nosotros entendemos no sólo se enfoca y dirige hacia el prójimo más inmediato si no que también se dirige hacia los enemigos. Nuestro sentido de la compasión no contempla excepciones, va hacia todos: amigos, enemigos y extraños.

     También tardé un poco en contestar lo siguiente:

     ─Sí, creo que fue San Pablo, el apóstol cristiano, el que dijo que la compasión es: «Reír con los que ríen y llorar con los que lloran», y creo que aquí se vincula su significado con la idea de “compartir”, ¿no lo ves así?

     ─Conozco esas palabras de Pablo de Tarso. Aunque si te fijas bien esas palabras parecen que tienen más que ver con la idea de empatía. Y sigue, de alguna manera, uniendo la compasión a un sentimiento estático y pasivo de lástima o pena ante el dolor o la desgracia de otro y nada más. Nosotros entendemos que al compartir un dolor, o la soledad o el sufrimiento de los demás también debemos llevar hacia ellos un consuelo real, una esperanza, un rumbo; debemos ofrecer alternativas al sufrimiento de esas personas y, en último término, a sublimar el padecimiento y a serenar su espíritu.

     Le comenté que me gustaría seguir hablando con ella de estas cosas, que me enriquecían y elevaban mi contrita moral en este maldito confinamiento.

     Nos reímos un poco cuando le dije que era la primera vez en mi vida que hablaba con una japonesa y que estaba encantado de leer su español tan perfecto y preciso. Las risas de ella aumentaron de tono cuando me confesó que no era japonesa.

     Y no me dijo cuál era su nacionalidad...