sábado, 29 de febrero de 2020

La verdad aún se lleva


     Desde luego, y vaya por delante, no estoy capacitado para contribuir en nada al tema de la ‘verdad’ que ha ocupado a grandes pensadores de todos los tiempos. Mi reflexión parte de la creencia ─particular, sin duda─ de que la verdad no es hoy un valor en alza, en estos tiempos de tanto posmodernismo parece que la verdad, o las verdades, quedan reducidas a meros convencionalismos.
     Estos predican que la verdad carece de sentido porque lo que existe realmente son lo que ellos denominan ‘constructos sociales’. Cierto es que tampoco veo muy claro esto del “constructo”. Dicen (los “entendidos”) que esto es una entidad que resulta de un sistema creado por los integrantes de una sociedad. Y que los inmersos en dicho ‘constructo’ se comportan como si tal ente existiera, asumiendo determinadas reglas convencionales; de ahí ha surgido el “constructivismo social” que se dedica analizar y estudiar los constructos sociales. O sea, la verdad no existe, pero hay una mayoría que acepta unas reglas y que se comporta como si la verdad tuviese existencia real, ¿voy bien así?
     Incluso algunos de estos posmodernos han llegado a afirmar que las ciencias no tienen por objeto buscar verdades, sino que los que los científicos hacen es conversar y negociar (¿enredar?) mediante lenguajes de símbolos. En mi humilde pensamiento, esta gente tiene una falta de coherencia que asusta. ¿Acaso ellos no van al médico si enferman? ¿No existe la enfermedad? ¿No existe el coronavirus? ¿El coronavirus es un “constructo social”?
     Yendo un poco más allá pienso que tampoco les valen los códigos éticos o morales, si no hay verdad, no hay verdad ética, ni de ninguna clase, como por ejemplo: “la mentira es mala” o el “engaño agrede a quien se engaña” o “la dignidad es necesaria”. ¿De verdad hay alguien que se considere bien de la cabeza y que piense así?
     Mario Bunge decía que la vida normal de hoy exige un rico muestrario de verdades de toda clase y tipo. Y añadía que los posmodernos, que niegan la verdad, sobreviven sólo porque hay otros que trabajan por ellos.
     Creo ─y afortunadamente aún somos muchos los que pensamos así─ que la VERDAD siempre es deseable y que es absolutamente necesaria en todos los aspectos de nuestra existencia, a pesar de modas pasajeras y elucubraciones de “progres” y asimilados.


miércoles, 26 de febrero de 2020

Ni sabe ni quiere saber...


     Se han escrito bastantes libros y artículos sobre los ‘pecados’ de los españoles, quizás uno de los más conocidos sea “El español y los siete pecados capitales” de Fernando Díaz-Plaja que, quizás, algunos de ustedes hayan leído. Pero hay otros, incluso uno que viene del siglo XVI, se trata del titulado: “Agonía del tránsito de la muerte con los avisos y consuelos que cerca de ella son provechosos”, (Toledo, 1537). Este libro lo escribió el castellano Alejo Venegas de Busto, que fue un escritor y humanista español del Renacimiento. En su libro definía los pecados específicos de los españoles de entonces. Es posible que nuestros yerros de hoy no sean exactamente los mismos que los de esa época aunque es muy probable que de ahí procedan.
     Venegas de Busto decía:
     «El primero [de los pecados] es el exceso de los trajes, cuales por exceder extraordinariamente al caudal ordinario de la renta o hacienda, engendran ordinarias trapazas y pleitos, por cuya causa están las ciudades afianzadas; y ese poco de la hacienda que había de andar como en rueda del mantenimiento de casa, se va en las audiencias.»
     Después añadía:
     «El segundo vicio es que en sola España se tiene por deshonra el oficio mecánico, por cuya causa hay abundancia de holgazanes y malas mujeres, demás de los vicios que a la ociosidad acompañan [...]. Los cuales si no tuviesen por deshonra el oficio de mecánico, allende que represarían el dinero en su tierra que para comprar las industrias de las otras naciones se saca, excusarían muchos pecados, que ordinariamente suelen nacer de la ociosidad.»
     El tercero lo expresaba así:
     «El tercer vicio nace de las alcurnias de los linajes, el cual, aunque parece común con las otras naciones, en esto es propio de España que se da por afrenta la novedad de familia [...].»
     Y luego:
     «El cuarto vicio es que la gente española ni sabe ni quiere saber [...].»

     Para el escritor toledano los cuatro anteriores eran ‘pecados’ específicos, propios de los españoles, a los que había que añadir todos aquellos que afectan al resto de la humanidad:
     «De estos cuatro vicios tienta el diablo al cristiano español, demás de los otros que son generales a todos los hombres.»
     Posiblemente sin tener noción clara de ello, Alejo Venegas caracterizó las actitudes mentales que seguro que contribuyeron a que España no participase en la revolución industrial: una tendencia al consumo desaforado, el prejuicio social basado en un origen sin mancha y el desdén hacia las actividades productivas, hacia la ciencia y la técnica.
     Indudablemente, y desde mi punto de vista, el cuarto “vicio” es el peor, el más relevante, porque la ignorancia y el desprecio del saber y de la ciencia, explicarían perfectamente como España se empezó a quedar atrás en todo a partir del siglo XVII y a separarse de la evolución de la Europa de entonces.
     Posiblemente de los tres primeros ‘pecados’ aún queden algunas secuelas, pero el que sigue siendo nuestro tormento es el cuarto: «El cuarto vicio es que la gente española ni sabe ni quiere saber [...].»

martes, 25 de febrero de 2020

El germen del diablo y un poco de sensatez


     Sorprende la cantidad de cosas que se están propagando respecto al coronavirus o 2019-nCoV. Algunas son de lo más insólito, hoy leía que se había difundido por ahí que la orina infantil podía proteger frente al coronavirus, aunque cualquiera ─medianamente informado─ sabe que la orina no elimina los virus ni las bacterias. E incluso, la orina, a veces contiene algunas cantidades de material vírico o bacteriano.
     Otro de los asombrosos rumores es el de que el frío y la nieve pueden matar al 2019-nCoV, cuando casi todo el mundo está enterado de que la temperatura del cuerpo se mantiene alrededor 36,5° y 37°, con independencia de la temperatura exterior o de las condiciones meteorológicas. Es evidente que, por lo tanto, no hay razón para creer que el frío pueda “espantar” al coronavirus. También algunos desaprensivos están extendiendo que la cocaína puede proteger —de alguna extraña manera— del virus. Otro de los engaños que han circulado es que el coronavirus puede llegar hasta casi diez metros de distancia de una persona que tose o estornuda, cuando la realidad es que las denominadas gotículas respiratorias llegan, como mucho, hasta un metro de distancia de un sujeto que estornuda o tose.
     Alguien me decía esta mañana que con seguridad plena lo más eficaz es rociar todo el cuerpo con alcohol o cloro. Está claro que aunque nos duchemos en alcohol eso no puede servir para terminar con los virus que ya hayan entrado en el organismo. Aunque no deja de ser cierto que el alcohol ─al igual que el cloro─ pueden ser de gran eficacia para desinfectar las superficies sobre las que se hayan podido asentar algún bicho de esos.
     Sin duda la mejor medida, aunque no es la única, es  limpiarse las manos a menudo con un gel especial desinfectante o con agua y jabón simplemente.
     Es cierto que existen aún muchas incógnitas, pero —no lo duden─ que se irán despejando los próximos días. Por ejemplo, todavía no hay datos claros sobre la población de riesgo; si bien es cierto que la mayoría de las muertes han sido de personas mayores de 65 años y que ya tenían alguna otra enfermedad o condición crónica.
     Tampoco se sabe procedente de qué animal saltó a los humanos.
     Por el momento parece que los datos confirman una tasa de mortalidad alrededor del 2% y esto quiere decir que por cada 100 casos confirmados, mueren dos personas, aunque realmente todavía es pronto para dar una cifra con absoluta seguridad. El peligro está en que esta tasa de mortalidad podría incrementarse si el virus muta a otra variedad, y eso sí que es una gran y peligrosa incógnita.
     En fin... introducir en la lucha contra este germen del diablo un poco de sensatez y raciocinio no nos vendrá nada mal...


domingo, 23 de febrero de 2020

El retorno cíclico de mi 'Padre Nuestro'


     Creo que lo escribí hace más de quince años, quizás entre quince y veinte. Recuerdo que se me ocurrió un día cuando ─casi al amanecer─ paseaba a mis perros Shambeh (eso quiere decir ‘sábado’ en idioma iraní) y Kussy por el parque. Caminaba cerca del borde del río y ya aparecían frente a mí, por el Este, las primeras claridades. De súbito se me ocurrió ese ‘Padre Nuestro’ al que luego, en casa, dí forma definitiva.
     Después lo lancé a volar por Internet; antes lo envíe a algunos amigos y también lo puse en algunos foros.
     Estuvo retenido en mi memoria durante algún tiempo y luego lo olvidé. Cuando pasaron unos años lo recibí en un e-mail, un amigo me lo enviaba sin tener la más leve sospecha de que yo era el autor de la oración que me remitía. Pasados dos o tres, años, otra vez lo volví a ver en Internet. Desde entonces lo he encontrado de diversas maneras varias veces. Ayer lo volví a recibir; parece que de forma cíclica regresa, como si no quisiese separarse de mí, ni ser olvidado.
     Hoy lo he releído, con mucho cariño ─ya por enésima vez─ y he decidido darlo a conocer, otra vez, desde aquí.
     Al fin y al cabo forma parte importante de “mis cosas”...  

Y la espada atada a la cintura

     Cada nueva generación no debe sólo absorber los resultados culturales y educacionales de la generación anterior, la de sus padres, sino que debe llevar esa cultura hacia nuevos horizontes, a los que las gentes de las anteriores generaciones no han podido, ni han tenido recursos, para llegar.
     Hace mucho tiempo que estoy totalmente convencido de que nuestro problema como país tiene dos soluciones únicas: la educación y la cultura.
     Lamentablemente nuestra apuesta ha sido siempre la misma, la del pobre hidalgo que con un harapo de camisa, destripa terrones con la azada en una pequeña porción de tierra, pero ─eso sí─ con la espada colgada y atada a la cintura con un cordón de cáñamo.

jueves, 20 de febrero de 2020

De lejos miraron la Alhambra...

(Pulse sobre la ilustración)

    En realidad se trata del declive de una civilización y el nacimiento de otra, u otras. Estamos en los prolegómenos de una nueva era o edad desconocida, de un nuevo mundo, que no tiene porque ser mejor ni peor; eso sí, será muy diferente. Posiblemente esta nueva "Edad" (pongámosle el nombre que queramos) aún tarde unos pocos de años en eclosionar, ¿digamos en el próximo siglo XXII? Pero, ahí está llegando, imparable. Y se nota en muchos y variados aspectos, es la ola de tiempo nuevo que ─como decía Alvin Toffler─ nos puede ahogar si no sabemos surfear sobre ella.
     Las religiones no están a salvo y ya, también, están sufriendo violentos embates.
     ¿Sabéis de qué me estoy acordando ahora? Pues me acuerdo de aquella historia del rey nazarí Boabdil cuando en el lugar que hoy se llama El Suspiro del Moro, que está camino de las Alpujarras, escuchó las palabras de Aixa, su madre, que le dijo: "Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre". De todas formas Boabdil supo contestarle a su madre de un modo certero: "Tampoco tú supiste defenderla, ni fuiste lo bastante hábil para cambiar ni tu destino ni el mío".
     Posiblemente ambos miraron a la lejanía reflexionando, desde allí ya podían divisar la colina sobre la que se aposenta la Alhambra...


miércoles, 19 de febrero de 2020

Necio que repite su necedad


     No estoy educado en la lectura regular de la Biblia y únicamente ─muy de vez en cuando─ miro algo en ella o consulto alguna cosa. Quizá debería leerla más, no hay que olvidar que es la base de nuestra, actualmente, maltrecha civilización occidental. Hoy me topé con este proverbio, el 26:11, ¿saben que fue lo primero que pensé?... Pues pensé en un pueblo necio que repite su necedad; es como un perro que vuelve a su vómito...
     Ahora recuerdo una especie de anécdota de un príncipe africano que visitó Inglaterra en viaje oficial y en la audiencia con su majestad la reina Victoria, el príncipe le hizo una pregunta muy significativa:
     ─¿Cuál es el secreto de la grandeza de Inglaterra?
     La reina mostró al príncipe una Biblia bellamente encuadernada, y le dijo:
     ─Éste es el secreto de la grandeza de Inglaterra.
     ¿Tendría razón la reina?

miércoles, 12 de febrero de 2020

El fastidio de la realimentación


     Con nuestros cerebros y con nuestros pensamientos sucede una cosa que si la dejamos ir y dominarnos puede volvernos completamente locos.  A ver si el párrafo que sigue os suena de algo, mirad:
     «Nos perturbamos y ponemos nerviosos por algo que sucede en un momento de nuestra vida. Los nervios nos agitan y nos paralizan a la vez. En ese instante nos preguntamos por qué estamos tan trastornados. Enseguida nos vamos poniendo más ansiosos y neuróticos por el hecho de estar nerviosos, existe una especie de proceso de realimentación ─un “feedback”─ en el nerviosismo. Nos ponemos doblemente nerviosos, histéricos, en este momento ya en la angustia total...
     ¿Qué hago? ¿Me doy un chocazo contra la pared? ¿Dónde está la maldita botella de whisky?...»
     Por esa razón es importante que haya cosas que nos importen un bledo, un rábano, un pimiento... ¡A la mierda!... Y eso es lo que salvará al mundo. Y lo salvará cuando aceptemos que el mundo está totalmente fastidiado, y está bien, porque siempre ha estado así y siempre será así, ¿o no?



domingo, 9 de febrero de 2020

Ceremonia y trato


     Portugal es un país que me agrada mucho, lo he visitado varias veces y siempre traigo recuerdos bonitos de una feliz estancia. Creo que es algo que no he dicho nunca, o quizás lo haya expresado de pasada en algún ámbito muy reducido, ¿no?
     El portugués suele ser una persona exquisitamente educada y cortés y, desde luego, espera que se le trate de la misma manera, algo que los españoles no siempre solemos hacer.
     Nuestros vecinos respetan mucho las formas en el trato y las fórmulas en el tratamiento y lo hacen con notable suavidad y delicadeza. Ellos tienen ─o me parece a mí─ tres niveles de tratamiento básicos: el «tuteo», que, afortunadamente, está mucho menos extendido que en España y que se usa apenas entre jóvenes o entre amigos íntimos.
     El término «você», es el punto de encuentro entre una confianza acotada y una cortesía debilitada por el trato cotidiano (entre compañeros de trabajo, por ejemplo), y, por último, el trato de mayor cortesía, usado con todo extraño, superior o persona de respeto, y cuya base es: «o senhor/a senhora» (el señor/la señora) poniendo el verbo en tercera persona. Quedaremos a la altura de las circunstancias si utilizamos esa forma, o bien, si nos resulta difícil, podemos siempre recurrir a nuestro pronombre de cortesía "usted", que todos los portugueses entienden y lo agradecen.
     Frecuentemente me asombro de lo cerca que está Portugal y de lo lejos que lo tenemos.
     Boa noite. Muito obrigado pela leitura.



sábado, 8 de febrero de 2020

El primero es conversar...


     Seguro que a menudo os habéis dado cuenta de que «la conversación» es el lazo que une a los seres humanos. Hoy es factible enviar e-mails, SMS, WhatsApp’s y mensajes de todo tipo y colores a todo el mundo, pero lo de comunicarnos en un sentido más profundo, sobre una base recíproca, de persona a persona, la «conversación» no tiene rival. Es la llave para abrir los portones que, de otra manera, separarían a la gente.
     Aunque estoy convencido de que hay mucha gente que no sabe muy bien qué es en realidad la «conversación”. «Conversar» se confunde habitualmente con “charlar” e incluso con “opinar” y “discutir” pero hay importantes diferencias y matices entre todos esos conceptos. Hoy se lleva mucho lo de “opinar”, pero “opinar” carece de varios elementos que sí tiene la conversación: relajación, calma, serenidad y conocimiento estricto. Normalmente, la “opinión” suele ser el preámbulo de una “discusión”.  
     ¿No os parece que hay diferencias reseñables entre el «conversador» y el «hablador»? Hay muchas personas que son excelentes «habladores» pero no son buenos «conversadores» ni de lejos. Incluso personas de gran brillantez intelectual pueden ser muy malos conversadores.
     Hay una anécdota, probablemente apócrifa, que os quiero contar hoy:
     «El ensayista británico Charles Lamb se encontró un día en la calle al celebre poeta inglés Samuel Coleridge. Coleridge era un hablador compulsivo y se mostró encantado de haber encontrado a Lamb, lo agarró por un botón de la chaqueta, cerró los ojos y se lanzó a contar una de las interminables historias por las cuales era famoso.
     Justo aquel día Lamb tenía bastante prisa, escuchó con impaciencia unos instantes, pero después sacó una navajita de uno de sus bolsillos y, acto seguido, cortó el botón por el que lo tenía sujeto Coleridge y escapó siguiendo su camino.  Volvió a pasar por allí a su regreso, una media hora después, y todavía Coleridge, con los ojos cerrados. ¡Peroraba y peroraba incansable!»
     Seguro que todos habéis estado retenidos alguna vez por un charlatán (o charlatana, claro) desaforado y que os habéis sentido cansados y con ganas de huir.  Y no es que en esa situación nos hallemos aburridos, es que el oponente no nos deja meter baza, y se trata de esa gente que hace monólogos interminables sin dejarnos tomar parte.
     Sin duda el hecho de hablar ocupa un lugar de la vida cotidiana muy importante y el hablar va desde el discurso público hasta decir: «¿Quieres el café con leche o solo?». Creo que hay que considerar la conversación como un instrumento; un instrumento que tiene muchos usos y debe ser dominado. Utilizado con habilidad nos permite establecer nuestra entidad, e identidad, como individuos.
     Aunque creamos ser buenos conversadores no estaría mal que nos hiciésemos la siguiente pregunta: ¿Tenemos facilidad para empezar una conversación?


viernes, 7 de febrero de 2020

Hablar del tiempo es intemporal

     Este artículo que traigo aquí hoy lo escribí en el 2018, ¡Dios mío, cómo pasa el tiempo!
     Publiqué en esos días varios artículos sobre asuntos meteorológicos y climáticos ─me dio por ahí una temporada─ y como hoy no está el día muy bueno y he echado un rato charlando del tiempo con varios amigos, lo pongo aquí de nuevo.

HABLAR DEL TIEMPO


     Llevamos una temporada en la que hablar del tiempo es una constante; no pasa un día sin que hayamos echado alguna parrafada con alguien respecto a cómo está el tiempo. Todos quisiéramos conocerlo anticipadamente, también culpamos al viento (el de Levante se lleva la palma) del dolor cabeza o en los inviernos más crudos nos quejamos del coste de la calefacción; el estado del tiempo es algo que se enmarca entre los supuestos principales de nuestra vida. El hombre ocupa una delgada capa de atmósfera y, no cabe duda, que nuestros estados físicos y psicológicos ─la vida─ están muy relacionados con el medio atmosférico que nos envuelve.
      Un amigo me comentó hace días:
      ─¿Por qué no escribes algo sobre el tiempo? Ahí siempre hay tema. Tú eres físico, algo debes de saber de todo eso.
      ─Sí claro. Lo que sé es lo mucho que ignoro sobre tantas, y tantas, cosas, y la meteorología no es de mis puntos fuertes ─le respondí con sinceridad.
      ─Pero todos hablamos del tiempo a diario, hacemos nuestras predicciones, nuestros comentarios. A veces, incluso, discrepamos de nuestros interlocutores y discutimos sobre el asunto ─insistió él.
      ─Pero ¿qué puedo decir? Todo el mundo sabe que la atmósfera rige la vida de muy diversas formas y proporciona los elementos que intervienen en los procesos biológicos. Y sabe, además, que es como una especie de defensa, un escudo, para muchos tipos de radiaciones, e incluso, de partículas que proceden del espacio exterior. De lo poco que estoy seguro es que los fenómenos del tiempo son entidades físicas que obedecen a leyes físicas y poco más. Te añadiré que me asombra mucho la adaptación de los humanos, y sus tareas, a su ámbito atmosférico de manera que únicamente puede soportar cambios muy pequeños sin sufrir trastornos.
      Creí que mi querido amigo ya no insistiría después de esta parrafada, pero me equivoqué, él volvió a preguntarme:
      ─¿Tú crees que el clima se puede cambiar?

      Me quedé un poco parado al escuchar el interrogante, quizás un tanto sorprendido. Realmente en los primeros instantes no supe que responder. Después de una corta pausa, pero muy meditativa, le dije:
      ─Probablemente sí podría hacerse, aunque pienso que aún nadie lo ha conseguido, ni tan siquiera cambiar el tiempo. Y desde luego no me gustaría que nadie pudiese hacerlo, ni que lo intentase; las consecuencias podrían ser devastadoras, ¿no te parece?
      Hizo caso omiso a mi pregunta y volvió al ataque:
      ─Has utilizado tres términos que me confunden un poco: tiempo, clima y meteorología ¿me los podrías aclarar, y diferenciar, un poco?
      Aquí encontré la puerta de escape y le contesté:
      ─Mira, lo tendré en cuenta, pronto escribiré algo sobre estas cosas que nos preocupan a todos y que son de nuestro día a día. Vale, tú ganas.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia