domingo, 30 de junio de 2019

Verdades como puños

     Dicen que vivimos en tiempos de un exacerbado relativismo, nos quieren convencer de que no hay nada absoluto y que todo depende del color del cristal con el que se mire la cuestión que sea, pero yo me resisto a pensar eso. Creo que hay verdades absolutas, o por lo menos tan absolutas como las leyes de Newton en la física de lo cotidiano (sin irnos hacia las sombras de la cuántica ni a las velocidades cercanas a la de la luz). Y existen verdades absolutas sin tener que irnos, tampoco, a los pedregosos terrenos de la metafísica. Mirad por ejemplo:


    Jamás he conocido a nadie que haya complacido a todos los que le han rodeado, jamás. Y también, si queremos, podemos echar un vistazo a la historia del mundo.




Una inmensa artimaña


    Esto de tener un 'blog' personal en el que vuelcas muchas reflexiones siempre nos genera un poco de ansiedad e incluso algo de adicción. Esta mañana me levantaba muy temprano ─demasiado para un jubilado que se puede levantar a la hora que le dé la gana─ dándole vueltas a la cuestión que traté en un 'post' anterior (Los "hechos" y las"opiniones", lo de siempre). Durante varios días he puesto especial atención en ver el revoltijo que nos hacemos ─todos─ entre la realidad y las opiniones que tenemos sobre esa realidad. Repito, todos lo hacemos en mayor o menor medida. Generamos un amasijo entre los hechos y un conjunto de idealizaciones, deseos, ensoñaciones, anhelos e, incluso, ambiciones que nos merman totalmente el buen juicio y la perfecta aplicación de la lógica. La consecuencia suele ser nefasta, al final no sabemos cuál es la realidad.

    Es frecuente ver que mucha gente se lamenta constantemente de las afrentas que recibe de los demás, de su mundo externo. Se quejan de los políticos y los empresarios, de los jefes, de los vecinos o de la ingratitud de la familia... Sufren y padecen, pero ¿hacen algún esfuerzo para impedirlo?
    Posiblemente estas personas no han entendido aún que casi todo (o todo) en nuestra vida participa de un juego de manipulación continuada ─así lo denominan algunos autores─  una inmensa artimaña, en la que cada uno es contrincante de otro. Sucede que o manipulamos o somos manipulados, es así. Aquel que no quiere reconocerlo tiene pocas probabilidades de llegar a alcanzar alguna porción de felicidad en su vida.

sábado, 29 de junio de 2019

Contenido y continente

    En el 'post' anterior hablaba de la insistencia, y me faltó decir que es uno de los principales componentes de la manipulación (o si queréis, de la automanipulación) pero hay otros que no es posible obviar, por ejemplo, todo aquello que se relaciona con el contenido y el envoltorio de nuestra personalidad, o de nuestra persona; no vamos a hacer ahora distingos en esto. Veamos...
    Posiblemente esto que voy a decir sea un poco duro para algunos castos oídos pero me consta que es verdad, al menos en un elevado tanto por ciento de casos que he visto a lo largo de mi vida. 
    Mira, tú puedes ser alguien muy inteligente y capacitado, tú puedes ser ─también─ un trabajador eficaz, leal y honrado, pero si no puedes convencer a los demás de estas cualidades que posees, el ser todas estas cosas te servirá de poco, de muy poco.
    Lamentablemente es así, la gente no juzga a los otros por lo que son o por lo que saben, lo juzgan por la apariencia; por lo que aparenta. Ya lo dijo el célebre Nicolás Maquiavelo que sabía mucho de estos asuntos:

    Indudablemente, las cosas son como son y no como debieran ser, o como nos agradaría que fuesen. Con cierta tristeza debo admitir que el contenido tan sólo vale lo que valga el envoltorio. Si uno no sabe "venderse" bien, de poco le valdrá su talento; es más, ese talento será utilizado por alguien que se pondrá todas las medallas.


    Lo miremos por donde lo miremos, es importante convencer a los demás de que poseemos buenas cualidades y tenemos que insistir hasta que nos crean. La sensación de ser estimado nos hará un millón de veces más feliz que sabernos ─creernos─ un genio anónimo e incomprendido.





viernes, 28 de junio de 2019

A fuerza de insistir


    

    Estamos hartos de saber que cuando se lanza al mercado un nuevo producto, la empresa lo anuncia hasta saturarnos a todos, lo difunde en vallas publicitarias y en la prensa, en la televisión, en Internet y en todos los medios a su alcance. Salen rostros de personajes famosos que nos dicen que ellos son fanáticos de ese producto y que no hay otro mejor. Y lo repiten, y repiten, incansablemente hasta conseguir que millones de personas lo adquieran. 
    Si una empresa puede hacer esto, ¿no podemos nosotros hacer algo parecido? ¿Por qué no somos capaces de repetirnos ─al modo publicitario─ que somos rotundamente buenos en algo?
    Me consta la existencia de personas estupendas, con grandes capacidades en algún campo, que no han conseguido alcanzar sus objetivos simplemente por no haberse repetido a sí mismas que son gente capaz y formidable. No han tenido la suficiente convicción para presionarse, han claudicado y han expresado cosas que hemos escuchado mil veces como: "No he tenido la oportunidad", "Nadie me ha comprendido" y otras similares.
     La realidad es que todo mensaje ─lo mismo que en la publicidad de un producto─ se convierte en verdad a fuerza de insistencia.


    Las fuerzas externas (las empresas, las instituciones, los políticos...) juegan a esto con nosotros y también, es lícito y razonable, que juguemos con nosotros mismos o con los demás. ¿Por qué no lo intentas? Podrás ver la potencia que tiene que te repitas diez, o quince, veces por la mañana: «Hoy seré feliz, suceda lo que suceda».




jueves, 27 de junio de 2019

Este proyecto:

    Ya voy aclarándome un poco con las líneas que pienso seguir en este proyecto. He escrito esta pequeña columna (que no se suele ver en los "smartphones" pero sí en los ordenadores y tabletas) para alumbrar un poco la trayectoria a la que intentaré ceñirme. En ese texto digo que la pregunta importante es: «¿Aprendemos a creer en nosotros mismos, para hacer posible lo que parece imposible?». Puede parecer un malabarismo verbal (o mental) pero no lo es. No obstante, haré (o me haré) antes otra pregunta: «¿Cuál es la diferencia entre creer y dudar?». Cuando uno dice de algo: «Lo lograré», se trata de algo con un firme propósito, se hace una profesión de fe, formulamos la creencia de que haremos algo. Pero cuando se dice: «Yo bien quisiera, pero me parece que no podré», reconoce que no cree en sus fuerzas. De aquí emerge otra pregunta importante: «¿Por qué unas personas creen en sí mismas y mueven montañas y otras vacilan, dudan y fracasan durante toda la vida?». Y otra más: «Por qué tanta gente cree en las cosas más diversas, incluso en grandes mentiras, antes que en sí misma?».

     Estimo que conozco la respuesta, la sé, la experiencia me lo ha ido dictando a lo largo de toda mi vida. El secreto de tener fe en uno mismo, de creer en uno mismo, está en dominar las tres componentes básicas de esta fe o creencia y que son:
  • Diseñar un objetivo y desarrollar nuestra imaginación al máximo.
  • Tener fe y confianza absoluta en nuestras posibilidades de alcanzar cualquier meta.
  • Defender ese fe con todas nuestras fuerzas y contra todas las dudas que puedan surgir en el proyecto.
    Os lo dejo ahí...



martes, 25 de junio de 2019

Un refugio, un centro de gravedad...


    Todos necesitamos un sitio tranquilo dentro de nuestra mente, un lugar de serenidad y paz. Este calmado espacio mental ─que nos debemos construir con nuestra propia imaginación─ funcionará como una cámara de liberación de las presiones mentales y emotivas. Nos liberará de las tensiones, las preocupaciones, las violencias y los esfuerzos, nos refrescará y capacitará para volver al trabajo cotidiano y para acoplarnos mejor al mundo.
    Cada persona ─y cada personalidad─ posee algún centro de gravedad dentro de ella misma, todos necesitamos hallar ese centro lleno de paz, que existe en nuestro interior, y poder refugiarnos en el mismo para descansar, recuperarnos y renovar nuestro vigor.
    También debemos amueblar esta “habitación” con cualquiera de los elementos que más puedan contribuir al descanso y a la recuperación: quizá unos hermosos paisajes, si nos gusta la pintura; o un volumen de poemas favoritos. Los colores de las paredes deben ser los que nos proporcionen mayor placer, los que contribuyan al logro del reposo. El lugar de retiro debe ser sencillo y estar amueblado simplemente y no existir en el mismo, elementos que nos distraigan. Todo debe estar muy limpio y ordenado. La simplicidad, la calma y la belleza constituyen las claves definitivas para el logro de lo que nos proponemos. A través de una pequeña ventana, podremos, por ejemplo, contemplar una hermosa playa o unas verdes montañas.
    Pongamos mucho cuidado en la construcción de este gabinete privado e imaginado y tratemos de mostrarnos profundamente vinculados con cada uno de los detalles que allí haya. Ese será nuestro fantástico centro de gravedad.

Marco Aurelio decía lo siguiente:



lunes, 24 de junio de 2019

Los "hechos" y las "opiniones", lo de siempre


    Juan vive a unos doscientos metros de mi casa (le llamo Juan no porque sea su nombre, sino porque hoy es el día de San Juan). Solemos vernos ─y tomar un café─ cuando tiene alguna trifulca con su mujer. Me llama y, enseguida que veo su nombre en el teléfono, sé que ha tenido alguna disensión hogareña. Paseamos conversando por el parque y la zona de la bajamar; el río siempre proporciona algo de serenidad. Las riñas con su esposa son muy conocidas por todo el mundo porque también se explayan en público, en realidad carecen de importancia, pienso que es una cuestión de carácter y que, al final, lo que les encanta es discutir.
    Rara vez me cuenta el motivo de su enfado, pero tengo mi teoría. A ellos les sucede algo muy corriente; concatenan “hechos” y “opiniones” con gran facilidad ─cuestión de personalidad─ y de ahí surgen las desavenencias. Basta, por ejemplo, que Juan fume un cigarrillo dentro de casa (hecho) para que su mujer salte diciendo que lo hace solo para molestarla y ensuciar la casa (opinión) y así mil cosas. Por supuesto que estas situaciones también se dan a la inversa, claro. Hoy se lo dije:
    ─Creo, y perdona que te lo diga, que vosotros tenéis esas broncas provocadas siempre por la confusión cuando mezcláis vuestra propia opinión con hechos habidos y llegáis, continuamente, a conclusiones equivocadas.
    Se quedó un poco parado:
    ─A ver... ¿Cómo es eso? ─respondió preguntando.
    Le expuse varios ejemplos y añadí:
    ─Es necesario distinguir un “hecho” de una “opinión” muy bien. Un hecho es algo es verdadero, tangible y, por supuesto, comprobable. En cambio, una opinión es la expresión de algo que se supone, se piensa o se siente y que no puede ser verificado. Vosotros, con inusitada frecuencia, hacéis un cóctel explosivo con los “hechos” y las “opiniones”.
    Di una patada a una bola de papel que fue a parar al río y terminé diciéndole:
    ─Claro, esto que te digo es sólo una... opinión.
Ignacio Pérez Blanquer






domingo, 23 de junio de 2019

Tú pintas lo que eres

    Sea para bien, o sea para mal, cada uno toca ese instrumento ─tan peculiar y extraordinario─ que es nuestra propia vida.


R. W. Emerson en un ensayo titulado la "Confianza en sí mismo" escribía: "Llega un momento en la educación de todo hombre en que se llega a la convicción de que la envidia es ignorancia; de que la imitación es un suicidio; de que el hombre debe tomarse a sí mismo, para bien o para mal, como a su parte; de que, aunque el vasto universo está lleno de riquezas, ningún grano nutritivo puede llegar hasta uno si no es a través del trabajo en la parcela de tierra que le ha sido asignada. El poder que reside en cada hombre es de naturaleza nueva y sólo él sabe lo que puede hacer y, por otra parte, sólo puede saberlo cuando lo haya intentado".

sábado, 22 de junio de 2019

El satélite artificial

    Aquella noche nos ofrecía una temperatura ideal. De vez en cuando soplaba una pequeña racha de viento de Poniente que nos ayudaba a respirar mejor. Un sillón cómodo en el jardín y una copa de buen brandy del nuestro.
    Miraba hacia el cielo, creía haber visto uno de esos satélites que se confunden con las estrellas hasta que fijas bien la vista y observas que es algo que se mueve navegando entre ellas.
    Jesús (me refiero a mi amigo Jesús Almendros) seguía mi mirada tratando también de ver aquel punto móvil. Pasaron algunos segundos y dijo:
    ─Probablemente una de las variadas formas de sentirse bien, a gusto y feliz sea la de proponerse estar tan contento y alegre como sea posible y en cualquier momento, incluso buscando en el firmamento un punto brillante que se mueve.
    Tomé un sorbo muy pequeño de la copa bola y sin saber muy bien si venía muy a cuento le contesté:
    ─Es una cosa excelente ignorar completamente, cerrar la mente, a todos esos “hechos” pesimistas y negativos que poder cambiarlos no está a nuestro alcance.
    Nuestras pausas eran grandes, a veces duraban dos sorbos.
    ─Creo que los humanos sonreímos poco, ¿sabes cuál será la media diaria? ─preguntó Jesús.
    ─Tres o cuatro, no sé, no se me había ocurrido preguntarme eso nunca. Pero sí, tienes razón sonreímos poco. Tú no, tú sonríes muy por encima del promedio.
    ─¿Sabes por qué?
    Puse cara interrogante y añadió:
    ─Es fácil. A diario trato de sentir y comportarme un poco más amistosamente con respecto al prójimo, con toda la gente. Intento ser un poco menos crítico y un poco más tolerante con respecto a las faltas, las equivocaciones y los errores de las otras personas. Trato de hacer la mejor interpretación posible de sus acciones, aunque no siempre lo logro, claro.
    ─Esa es una buena fórmula para ser más feliz ─le dije.
    Jesús prosiguió hablando:
    ─Creo que una cosa que también sirve es que, independientemente de lo que ocurra, hay que tratar de reaccionar en todo de la forma lo más calmada e inteligente que sea posible.
    En el firmamento, el satélite ya había desaparecido...
Ignacio Pérez Blanquer