jueves, 23 de julio de 2020

Abuelo, estoy seguro...


     Mi nieto de nueve años es un preguntón, siempre plantea interrogantes curiosos envueltos en una seductora sonrisa. Ayer me decía que hay personas que hablan con las plantas y que las plantas les hacen caso y crecen mejor, más rápido y echan flores más bonitas. Lo miré con ojos de asombro y le añadí:
     ─También hay gente que les pone música y dicen que reaccionan ante los sonidos.
     ─¿Tú qué crees abuelo? ─dijo fijando con fuerza sus ojos.
     Me paré un poco observando los cactus que había puesto sobre mi mesa y después le dije:
     ─Quizás las plantas sean capaces de percibir la actitud que nosotros tenemos ante ellas, no lo sé. Yo no he visto, o no he notado, nunca que alguna planta haya reaccionado ante mí. Sí sé que hay experimentos científicos sobre las percepciones de las plantas y sus reacciones y con resultados muy sorprendentes.
     ─¿Qué resultados? ─preguntó poniendo una tremenda cara de curiosidad.
     Sonreí haciendo una pausa para despertar más su interés.
     ─Alguna de esas experiencias han revelado que son capaces de reconocer a sus dueños o reaccionar, como te he dicho antes, ante la música. Y parece que hay plantas que les gusta ser mimadas y cuidadas.
     Entonces me soltó lo siguiente:
     ─Eso debe ser por la energía, ¿no abuelo?
     ─¿A qué te refieres con eso de la energía? ─le pregunté poniendo cara extraña.
     Muy rápido respondió:
     ─Es que a lo mejor tiene un campo de energía alrededor y por ahí lo nota todo.
     Le contesté diciéndole:
     ─Eso de un campo de energía es muy socorrido pero no es tan fácil de probar, aunque sirve, es verdad, para explicarnos muchas cosas raras y oscuras. Creo que los buenos jardineros deben saber algo de estos asuntos.
     ─Yo le voy a preguntar a la otra abuela que tiene muchas plantas y que papá dice que tiene muy “buena mano” para ellas.
     ─Es muy buena idea ─le contesté─. Pero hay un sencillo experimento que podemos hacer y que puede enseñarnos algo interesante.
     Rió diciéndome:
     ─¡Qué te gustan los experimentos! ¿Qué experimento?
     ─Pues uno muy sencillo, ¿por qué no ponemos dos plantas de interior, iguales en todo, en habitaciones separadas? A una la tratamos bien, con mimos y cariños, con música, pasamos tiempo con ella... A la otra la visitamos poco, no le damos mimos, ni le ponemos música, ni le hablamos...
     Asentía con su cabecita y doblaba el labio de una manera peculiar para señalar comprensión:
     Proseguí comentándole:
     ─Observaremos qué sucede al cabo de un cierto tiempo, probablemente extraeremos conclusiones interesantes.
     ─¿Y las regamos lo mismo a las dos?
     ─Sí, por supuesto, a las dos les echaremos el agua suficiente.
     ─Abuelo, ya estoy seguro de lo que va a salir...


miércoles, 15 de julio de 2020

Racionalidad técnica


     Publica un diario de difusión nacional que una empresa española trabaja en el desarrollo de terapias para el tratamiento de enfermedades neurológicas y neurodegenerativas. La metodología es muy novedosa y está basada en la interrelación entre dos disciplinas: la electro-estimulación cerebral y el machine learning. También vemos estos días que desde algunos estamentos se está difundiendo la idea de que los robots deben pagar impuestos. Es como si este artefacto fuese un invento tóxico, que viene a suplantar a miles de trabajadores. Nuestros políticos, tanto aquí como en Bruselas, en vez de preocuparse de cómo solucionar la pérdida de empleos, se agitan por algo fundamental para ellos: la disminución de los ingresos en las arcas públicas. Su pensamiento se circunscribe al hecho de que, si una persona deja de trabajar y es sustituida por un humanoide, se pierden los impuestos que paga y también su cotización a la seguridad social; que no es más que otro impuesto.
     Estas noticias, y muchas más de corte parecido, vuelven a poner sobre el tapete el planteamiento de cuestiones ─nos parece que poco debatidas─ sobre la interacción entre la sociedad actual y tecnología, así como de las fuerzas que controlan dicha interacción.
     La aplicación del conocimiento científico a través de la tecnología es fundamental para el avance de la civilización y para el bienestar de sus miembros, pero al mismo tiempo surgen dudas sobre la necesaria y continua intromisión (no sé si intromisión es la palabra correcta) en la naturaleza (o de lo entendido como "natural") por la tecnología y la ciencia. ¿Asegurará este camino la supervivencia a largo plazo y el bienestar de la especie humana? ¿Está controlado el uso de las tecnologías en la sociedad?, ¿debería estarlo en el futuro?
     Toda la sociedad moderna está vinculada a la “tecnología” de una u otra manera, aunque, por regla general, el individuo solo es consciente, en parte, de la correlación que existe entre la sociedad y la tecnología. No obstante, es cierto que la gente experimenta la mayor parte de los aspectos de esta conexión, pero no necesariamente es consciente de ella.
     Hasta hace poco más de cien años una gran parte de la humanidad se desarrollaba en un medio ambiente repleto de contenidos naturales, sin embargo, en esta época es muy difícil encontrarse en un ámbito “natural” que no haya sido transformado por la tecnología. Vivimos en un mundo que sólo parcialmente ha sido hecho por el hombre, y este medio ambiente forzosamente tiene que afectar a toda nuestra forma de pensar. Todo el sistema social y económico, cultural y político, está impregnado de tecnología. Es obvio también que los valores sociales derivan en cierta medida de nuestra dependencia ─y preocupación─ por la ciencia y la tecnología. Y no es solo un asunto de hardware o de sistemas físicos; también es asunto de ‘racionalidad técnica’ como forma de pensamiento.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia

martes, 14 de julio de 2020

La voz misteriosa del aire: Marconi


     Actualmente ─y no lo desconoce nadie─ vivimos sumergidos en una algarabía de ruidos. Ruidos, externos e internos. Ruidos en las calles y sitios públicos, de automóviles, de trenes y aviones, de máquinas desbocadas, ruidos en las playas y campos. También sonidos internos, allá dentro de nuestras agitadas mentes, sacudidas por las inquietudes y preocupaciones de la vida actual. Barahúnda por todas partes, estruendo que las ondas electromagnéticas que atraviesan el espacio transportan de un lugar a otro, sin cables ni postes que las conduzcan.
       Cada día es mayor nuestra dependencia de las ondas, y con frecuencia ni siquiera percibimos esta atadura. Sabemos, que además de las emisiones de radio y televisión, esas ondas se utilizan en teléfonos móviles, en las comunicaciones a través de satélites, en radares, en medicina, en los sistemas de navegación y en otras miles de aplicaciones. Si lanzamos una mirada hacia atrás ─a poco más de un siglo─ no había nada de esto. Aquellos teléfonos y telégrafos de entonces podían comunicarnos con puntos distantes pero únicamente cuando esos puntos estaban conectados por cables.
       Lamentablemente no nos paramos a pensar nunca a quiénes debemos todo esto. ¿No somos un poco ingratos al olvidar a los hombres que consiguieron que la humanidad haya avanzado más en los últimos cien años que en toda su larga historia? 
       Fueron muchos, y de distintas naciones, los que investigaron ─casi simultáneamente─ temas sobre la radio y la comunicación por ondas; fue un trabajo que implicó a muchas personas. De hecho varios países se adjudican la paternidad de la radio. Antes que Marconi y después de Hertz está documentado que el físico ruso A. Popov hizo una demostración en la que trasmitió por radio las palabras “Heinrich Hertz”. Entre los científicos de la radio debemos citar a Tesla, a Édouard Branly, a Carl F. Braun y, por supuesto, debemos destacar al español Julio Cervera. Estudios históricos actuales señalan que tuvo un papel relevante en la invención de la radio. Cervera trasmitió la voz humana ─y no señales─ sin cables desde Alicante a la isla de Ibiza en 1902.
       Pero todo esto no resta valor a la figura de Marconi que sí inventó la telegrafía sin hilos usando el código Morse, también la denominada antena Marconi y fue quien comercializó la radio. Hacia 1920, la radio daba la vuelta al mundo de la mano de Marconi y las primeras estaciones emitían sus programas al público. Para él todo había comenzado en una buhardilla de la casa de su padre, cerca de Bolonia, en Italia.
       Ahora, en 2016, se conmemora el centenario del descubrimiento por Marconi de las ondas cortas dirigidas; recordemos así a este genio infatigable que siempre tuvo muy presente la frase de Baudelaire: «La inspiración es el trabajo continuado».
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


domingo, 12 de julio de 2020

El niño que jugaba con la brújula


     Aún faltaban unos años para que terminase el siglo XIX. El pequeño había estado unos días en cama aquejado de una inflamación bronquial. Hermann, su padre, le dio una brújula de marinero para que jugase con ella, y se entretuviese en las largas tardes, imaginando ser un valeroso capitán que intentaba orientarse, con aquel dispositivo, navegando en un mar azotado por un temporal. El niño, Albert, no tenía demasiadas ganas de jugar pero se extasiaba ante la agitada aguja que siempre señalaba en la misma dirección. Su tío Jakob le explicó algo sobre campos magnéticos y sobre los polos de la Tierra pero las preguntas del niño se multiplicaban y el tío Jakob pronto quedó sin respuestas.
     En 1915, Albert Einstein, ese chico obsesionado con la persistencia de la brújula señalando al Norte, presentó uno de los constructos intelectuales más  importantes de toda la historia de la ciencia: la Teoría General de la Relatividad. 
     Diez años antes había demostrado que en objetos que se moviesen a velocidades extremadamente grandes ─cercanas a las de la luz─ se producirían efectos muy extraños. Un cuerpo desplazándose a esas velocidades se volvería más pesado y su longitud iría disminuyendo en la dirección de su movimiento. Además, la consideración del tiempo en ese objeto sería más lenta que la de un observador que se moviera a mucha menor velocidad, o sea el viajero veloz envejecería más lentamente que el observador lento. Se trataba de la denominada Teoría Especial de la Relatividad. En ella explicaba que el comportamiento anómalo de esas masas lanzadas a tremendas velocidades se debía a la imposibilidad de que hubiese algo que superase a la luz en velocidad, y ante ese escollo el tiempo y el espacio sufrían una distorsión para compensar, o para equilibrar de algún modo, la proximidad de alcance del límite universal de velocidad.



     Einstein edificó la relatividad especial a partir del intento de comprensión de las fuerzas electromagnéticas, a las que, quizás, le habían conducido sus tercos interrogantes de niño ante la brújula con la que jugaba. Sin embargo, otro tipo de fuerza de la naturaleza, la gravedadno tenía cabida dentro de la relatividad especial y la mecánica clásica ─en los casos límite─ era incompatible con ella. Era imprescindible, pues, desarrollar una teoría relativista de la gravitación. Este fue el colosal problema que abordó Einstein desde 1905 y que terminó cuando publicó la Teoría General de la Relatividad cuyo centenario celebramos este año.
     Esta teoría trastocaba nuestra visión del espacio, del tiempo y del sentido común postulando que espacio y tiempo son indisociables, que el espacio-tiempo es curvo y la gravedad es una manifestación de esa curvatura.
     Einstein fue mucho más allá que Newton y nos bajó el telón de un universo de lentes gravitacionales, estrellas de neutrones y agujeros negros en lo hondo del espacio.
Ignacio Pérez Blanquer


jueves, 9 de julio de 2020

El río de mi olvido


EL RÍO DE MI OLVIDO. Crisol T. www.portuenses.com (09.10.2008)
     Hoy quería dejar tranquilos a los políticos y a la política, deseaba escapar de ese campo de hastío. Aunque no se puede escapar del todo, ya saben ustedes aquella frase que dice que "la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos". Hay gente que me azuza con el asunto de la limpieza y me sugiere que escriba algo sobre eso tan prosaico. Me horroriza ese reduccionismo que lleva a pensar que la limpieza es lo único y lo exclusivo para enjuiciar la labor de un gobierno municipal. Además ya escribió sobre ello mi amiga Socorro de manera magistral en su artículo "El paradigma de la limpieza". Poco más se puede decir sobre eso.
     Aunque siempre hay temas para escribir, pues es inagotable el saco de noticias, asuntos, curiosidades... hay veces que una se encuentra como bloqueada y desidiosa y entonces el que salga alguna cuestión es un poco difícil. Para este artículo el trasunto salió de una manera sorpresiva e inesperada; una amiga me preguntó:
     —¿Por qué utilizas el nombre de Crisol T. como pseudónimo para tus escritos? Me quedé en silencio un ratito, con una sonrisa de complicidad conmigo misma, y con los ojos mirando hacia arriba y a la derecha, que dicen que es donde se mira cuando se intenta recordar algo.
     Mi voz salió suave recitando lentamente, saboreando cada palabra:
     Tú, pueblo mío, seguirás creciendo
     sobre mi tumba, hasta rascar los cielos,
     encaramándote en mis huesos.
     Entre tus lindes seguirán naciendo
     niñas con alas. Seguirá latiendo
     tremendo, el turbio amor.
     Seguirán yéndose agotando y muriendo...

     Creí que a mi amiga la daba un síncope o algo parecido, me miró con los ojos casi fuera de las órbitas. No la dejé decir nada y le expliqué:
     —Esos son unos versos del libro "Del río de mi olvido" de nuestro eximio poeta José Luís Tejada, de un bello poema que se titula El Puerto de qué futuro. Pareció que estas palabras la tranquilizaron un poco pero compuso una cara todavía interrogadora. Proseguí mi explicación:
     —La estrofa final de la poesía es:
     Crisol, al sol, de almas
     de muertos vivos y de muertos muertos
     que te alimentas de miradas, de palabras
     y de sombras sagradas y sangradas. Misterio
     voraz, que nutres tu no ser apenas
     con tantos seres verdaderos.

     —¿Ves? —ya parecía reaccionar—. Esos versos fueron los inspiradores para adoptar el pseudónimo: Crisol, al sol, de almas.
     Empezó muy pausadamente a mover la cabeza en señal de asentimiento y añadí:
     —Además crisol es una preciosa palabra, una metáfora en si misma, cuyo sentido figurado es el de un lugar donde interactúan y se unen distintas personas, ideas, culturas... engendrándose una síntesis de todas ellas.
     Aún me preguntó:
     —¿Y la 'T'? ¿Qué significa la "T"?
     —Muy simple. La 'T" es mi particular y sentido homenaje a José Luís Tejada de quien tomé la palabra crisol.
Crisol T.

Cuando el grajo vuela bajo


     Mi amigo llamó temprano, excesivamente, deseaba preguntarme sobre la veracidad de los refranes respecto al tiempo y el clima. Empezó citándome aquel famoso del grajo y su vuelo rastrero cuando hace mucho frío. Le contesté ─intentando acabar de despertar─ y tratando de hacerme con el tema. Continué comentándole que está comprobado que cuando llegan a una zona masas de aire frío, estas se pueden acumular en las llanuras y en las partes bajas de los valles, donde ejercen una presión hacia el suelo; esto se debe al fenómeno de “estabilidad atmosférica” consistente en la presencia de una gran resistencia a que se desarrollen movimientos verticales. Esta estabilidad atmosférica obliga a los pájaros a volar a pocos metros por encima del suelo en un airé frío con mayor densidad. Es un fenómeno que también ilustra otro refrán conocido: «Si la corneja va rasante, saca bufanda y guante».
     Quedamos en vernos para tomar café en media hora y seguí pensando que los refranes sobre el tiempo son muy abundantes, la mayoría están relacionados con una determinada zona y con una orografía particular; es decir, pueden ser relativamente válidos en un lugar y, por el contrario, no tener ningún valor de verdad en otro sitio, incluso, bastante próximo geográficamente.
     ─¿Conoces algún refrán que sea falso? ─preguntó en cuanto nos vimos.
     ─No soy experto en refranes, y supongo que habrá muchos de dudoso valor. Uno, que ahora recuerdo a bote pronto, es: «Cuando marzo mayea, mayo marcea», que alude a un pretendido intercambio de las características climáticas entre ambos meses. En realidad por cada refrán que asevera algo siempre hay otro que afirma lo contrario.
     ─¿Ese no vale? ─preguntó con algún asombro.
     ─Creo que no. Se trata de un aforismo que, a pesar de su popularidad, tiene poco fundamento científico. Ten en cuenta que no hay relación entre los patrones atmosféricos de los meses de marzo y mayo. La inversión climática a la que se refiere ese dicho no pasa de ser una simple coincidencia que puede, eso sí, producirse algún año que otro.
     ─Dime otro refrán poco fiable ─dijo insistiendo en el asunto.
     Tardé unos segundos en contestar:
     ─Tampoco me fío nada del que dice: «Por San Valentín, los almendros floridos». La floración de los almendros está en función de cómo sea el clima en las primeras semanas del año. Si hay masas de aire templado, se adelanta el proceso y entonces, incluso, a mediados de enero se pueden ver ya almendros en flor; pero en otros años, esos con un enero muy frío, la floración se puede retrasar hasta finales de febrero o hasta bien entrado el mes de marzo.
     Mi amigo es de esas personas que muestran un interés enorme por un determinado asunto y al cabo de un rato ─mediante no se sabe qué mecanismo mental─ cambia su enfoque y se manifiesta totalmente apasionado por otra cosa bien diferente a la inicial.
     ─Oye, ¿qué me dices de los incendios en Grecia? ¡Qué terrible! Cerca de cien personas muertas, centenares de heridos y una devastación considerable. Parece que ha habido una especie de guerra rápida que lo ha asolado todo.
     Le miré un poco extrañado por el repentino cambio de tema, pero le respondí:
     ─Es cierto lo que dices, algunos incendios de este tipo generan tanta energía como una bomba atómica, o varias. Claro que, sin radioactividad, ¡menos mal…! Pueden destruir muchísimas hectáreas de masa forestal a una velocidad increíble.
     ─¡Es que con estas temperaturas tan altas! ─exclamó.
     ─No creas, la temperatura por sí misma no es tan determinante como pueda parecernos. Una cosa realmente decisiva es la muy baja, humedad ambiental. Cuando está por debajo del 35% hay en el bosque un peligro potencial de incendio. Y hay que sumar a esto la llamada evotranspiración” que es la pérdida de agua de la masa vegetal como consecuencia de la alta temperatura y de la poca humedad.


     ─Aquí también puede intervenir la Meteorología, ¿no? ─intervino mi amigo con un atisbo de satisfacción.
     ─Sí, tienes razón; una red bien distribuida de estaciones en una zona forestal podría permitir algo así como una detección preventiva y una buena distribución y organización de los recursos de extinción. Debemos tener en cuenta, también, que un incendio genera su propia ‘atmósfera’ y tiene la capacidad de engendrar un viento de gran velocidad que acelera la expansión del fuego.
     Con cierta ironía en sus ojos me lanzó la siguiente pregunta:
     ─¿Falta de voluntad política?
     ─Posiblemente ─respondí─. Conocemos el origen, las causas, y el desarrollo, lo que falta es la voluntad política para tomar las medidas preventivas adecuadas. Hace años la explotación de un bosque era sostenible y eso, de alguna manera, era una garantía porque la disminución de su masa forestal estaba controlada y el bosque estaba poblado por gente que lo conocían bien y era su medio de vida. Lamentablemente, desde hace bastantes años, eso ya no es así. Ahora hay mucha cantidad de vegetación y ramajes a pie de suelo, también las copas de los árboles están demasiado cerca, hay mucho sotobosque y mucha cantidad de material seco. Como podrás comprender todo eso es fuente de mucho peligro.
     ─En esto todavía hay un largo camino por recorrer, ¿no?
     ─Sí, es verdad, hay una abundancia de uso de la naturaleza por parte de gente que no la conoce y la usa mal, abusando de ella sin respetarla lo más mínimo.
     ─¿Y de las nubes?, ¿cuándo me hablarás de las nubes?
     Me reí soltándole este refrán: «Por Santa Teresa, la lluvia trae agua a las presas».
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia

miércoles, 8 de julio de 2020

Centrándonos en "el tiempo"


     Intentaré primero reproducir lo que me comentó ─o criticó─ mi amigo respecto del artículo anterior en el que hablé algo, sólo una pincelada cultural, sobre los huracanes. Dijo, que sí, que estaba muy bien y que se había enterado de cosas interesantes, pero que a él lo que más le gustaba era predecir el tiempo y que lo que quería era saber qué tiempo íbamos a tener en los próximos días. Le miré un tanto perplejo.
     Desde luego, pensé, somos gente peculiar ─los españoles─. Queremos solucionar asuntos complejos con métodos de andar por casa, es decir, deseamos poder hacer pronósticos del tiempo sin tener las más mínimas bases de conocimiento de Meteorología y sin una idea medianamente clara de lo que es una borrasca, un anticiclón o una isóbara. Murmuré, bajito, un poco para mis adentros:
     ─Así nos pasa lo que nos pasa y así nos va.
    Él me oyó y aclaró:
     ─¡Algún truco habrá! ¿No? Siempre se ha dicho que los hombres del campo son los que más saben del ‘tiempo’, seguro que tendrán sus apaños.
     Sonreí con una punta de sarcasmo y le dije:
     ─Deja de decir sandeces e invítame a una cerveza, va haciendo calor, no tengo ganas de seguir oyendo tus continuas paridas mentales ─y añadí─ ¿No sería mejor que te dedicaras a “contemplar” las nubes? A lo mejor aprendes algo mirándolas.
      Ahora rió abiertamente.
      ─Sé de uno que aprendió economía en un par de horas y después se dedicó a contemplar nubes. Creo que no le ha ido mal, cobra un sueldo de por vida y viaja con frecuencia a Sudamérica.
      ─Sí, lo sé. Lo conocemos todos ─reí, también, con sorna.
      ─Anda, dime algún truquillo; de esos de los pájaros y las avispas.
      ─Bueno…, parece ser cierto que la conducta de algunos animales señala cambios en el tiempo en unas horas próximas. Los mecanismos del porqué de este comportamiento no se conocen, pero está bien constatado que ello sucede. Por ejemplo, la salida masiva de arañas y otros insectos indica la venida de mal tiempo; si tienes un patio o un jardín lo podrás observar seguramente. El vuelo rastrero de las golondrinas también es un indicador. He oído alguna vez que el canto de los gallos a deshora o cierta inquietud en el ganado pronostican mal tiempo.
      ─¿Y las gaviotas junto al mar? ─preguntó muy atento.
      ─Sí, es verdad, dicen también que el vuelo alto y hacia tierra firme de las gaviotas es señal de que viene mal tiempo. Y todo el mundo sabe que afecta a la sensibilidad de algunos enfermos. Los recién operados ven recrudecidos sus dolores al igual que les sucede a los reumáticos.
      ─¿Ves? Al final me das la razón, siempre hay trucos.
      Preferí callarme y no decirle la barbaridad que se me venía a la boca.
      Después de deleitarme con un buen sorbo de la cerveza fresca le señalé:
      ─¿Por qué no te compras un buen barómetro? Con su ayuda podrás hacer previsiones locales con ciertas garantías. O también puedes adquirir el higrómetro del fraile, ¿lo recuerdas? También te puede servir.



      ─¿Aún existe el higrómetro del fraile con su varita? Esa puede ser una excelente solución. Siempre me encantaba mirar al fraile con su capucha y su varita. ¿Lo venderán ahora?
      ─Busca en “Amazon”, seguro que lo encuentras. Pon en el buscador ‘higrómetro fraile’ ─le aclaré.
      Se quedó pensativo un rato y seguí terminando la cerveza.
     Después de su pausa, que no me pareció demasiado larga dijo:
     ─¿Me serviría también el «gallo portugués»?
     ─¡Claro! ─exclamé─. Seguro que te sería de gran utilidad. Entre el fraile y el gallo ya tendrías un centro avanzado de estudios meteorológicos equipado con la más alta tecnología.
     Sin hacer el más mínimo caso de mi burla preguntó de nuevo:
     ─¿Y con el barómetro que puedo hacer?



     ─Pues puedes hacer tres o cuatro cosas muy simples. Por ejemplo, si observas durante varios días una bajada lenta de la presión atmosférica te augura mal tiempo de larga duración. Si la bajada es rápida esto quiere decir que pasará una borrasca fuerte y breve. Así, también, una subida lenta de la presión promete buen tiempo.
     ─Estas cosas me gustan, son fáciles ─comentó mi amigo.
     ─Hay un refrán que dice: “Si el barómetro baja lentamente, gran viento presiente; cuando se eleva el viento se lleva”.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia

martes, 7 de julio de 2020

«Kolya»


     Ayer tuve ocasión de ver una película que me gustó bastante y me hizo pasar un buen rato, el film checo «Kolya», que venía con un buen currículum:
     1996: Oscar: Mejor película de habla no inglesa
     1996: Globo de Oro: Mejor película de habla no inglesa
     1996: Nominada Premios BAFTA: Mejor película de habla no inglesa
     1996: Festival de Venecia: Mención Honorífica (Jan Sverák)
     1996: Premios del Cine Europeo: Nominada a mejor película
     1996: Satellite Awards: Nominada a Mejor película de habla no inglesa.
     Se trata de la narración de un retazo importante de la vida de Franka Louka, personaje imaginario que es un violonchelista y profesor de cierto renombre en la Checoslovaquia arrasada por el comunismo soviético. Al perder empleo en la orquesta, no le queda más solución que tocar en los funerales para sobrevivir. Pero ha contraído muchas deudas y no puede saldarlas. Por eso, cuando el señor Broz, el sepulturero, le ofrece la posibilidad de resolver sus problemas económicos casándose con una rusa que desea conseguir la nacionalidad checa, acepta. Ella aprovecha la ocasión para emigrar a Alemania Occidental, dejando a su hijo de cinco años con su abuela. Pero cuando la abuela muere, Kolya deberá vivir con su padrastro y ahí está el meollo de la cuestión...
     La película es también un claro alegato anticomunista.