viernes, 17 de diciembre de 2021

La desinhibición elegante

 

      Todos tenemos palabras que nos gustan y satisfacen, aunque casi nunca nos paramos a pensar en ellas e, incluso, no tenemos idea de qué vocablos son. Los hay de todo tipo; adjetivos, verbos, adverbios,...

      Le daba vueltas a esto y llegué a la conclusión de que las palabras que más satisfacen son los verbos y, probablemente, gustan los verbos porque marcan acción de muchas maneras. Por ejemplo, uno de ellos es el verbo “inhibir”, o su contrario “desinhibir”, que se utiliza mucho más. Inhibir parece que se utiliza a menudo como término médico para indicar la suspensión por un tiempo determinado una función o actividad del organismo mediante la actuación de algún tipo de estímulo.

      Sin embargo, “desinhibir” es intentar que alguien pierda las inhibiciones y se comporte de una manera natural, sencilla y espontánea sin miedos ni vergüenzas. Esto me condujo a considerar que se podrían considerar dos tipos de desinhibición diferenciados: el de la vergüenza y el de los miedos. Aunque hemos de reconocer que entre vergüenzas y miedos hay intersecciones. Incluso se podría añadir que hay desinhibiciones elegantes y desinhibiciones zafias.

      No dudo que en todas estas consideraciones puede existir mucha subjetividad, lo admito, pero personalmente me agradan las que llamo desinhibiciones elegantes, que son aquellas que se llevan con donosura y gracia.

      Estábamos sentados en un bar disfrutando el agradable sol del mediodía en el invierno del sur. Bebíamos cervezas en vasos grandes y tapeábamos con unas exquisitas croquetas de diseño moderno. Conversábamos y reíamos informalmente.

      Pasado un rato, una de nuestras amigas se levantó con la inequívoca intención de ir al baño. Regresó al cabo de unos minutos y ─sin inmutarse─ nos dijo que un inoportuno golpe de tos le habían distendido los músculos del aparato urinario y que se había miccionado en los pantalones dejándolos con una larga y oscura ristra húmeda.

      Totalmente desinhibida y con serena solemnidad se volvió a sentar en su silla, habiéndola orientada antes hacia el sol, alargando sus piernas.

      Desinhibición elegante; nada le alteró, ni nadie se escandalizó.

      La temperatura, el sol, la charla y las risas harían el resto...

viernes, 10 de diciembre de 2021

La imagen de la civilización

      Esta mañana bien temprano en España hablaba con mi amigo japonés, ya saben ustedes, Takumi Kimura. Hacía bastantes semanas que no echaba una parrafada con él y se me apetecía mucho pues él es una persona que siempre te aporta algo interesante. Me he quedado con una sensación un tanto extraña, le he visto con pocas energías, no sé; él siempre tan dinámico, fuerte, juvenil. Hoy le he notado desanimado, bajo, sin ganas...

      Le pregunté por sus constantes viajes. Su respuesta fue seca, aunque educada como siempre.

      ─No volveré a viajar, me voy a quedar aquí, no deseo ir ya a ninguna parte. Estoy en un proceso de desilusión de todo.

      ─¿Cómo es eso? ─le dije perplejo─. Tú siempre has valorado mucho tus viajes, tus experiencias por el mundo, ¿qué te ocurre?

      Paró de hablar unos segundos y me dio la impresión de que tenía la mirada perdida en el vacío.

      ─Ante la absurda situación del mundo voy a pararme a pensar, a tratar de respirar y a nacer, en caso de que sea posible, por una segunda vez. Debo vaciarme de todo lo que no soy yo.

      ─¡Eso suena muy místico! ─exclamé.

      Le vi esbozar una ligerísima sonrisa y contestó:

      ─Deseo dejar de tener experiencias sean del tipo que sean, voy a limitarme a vivir, a dejar que la vida se exprese a través de mí de la forma que sea, y no colmarla con la artificialidad de viajes, lecturas, relaciones, búsquedas, frivolidades... ¿No te has fijado nunca en que nuestras experiencias compiten con la vida e, incluso, la consiguen marginar?

      Creo que le escuché atónito y no supe bien qué decirle. Él continuó hablando:

      ─¿Sabes que en mi país antiguamente para moler el trigo los hombres del campo utilizaban caballos para mover las ruedas de los molinos? Incansables, los caballos daban vueltas y vueltas durante todo el día impulsados por el deseo de coger una zanahoria que les colgaba por encima de los belfos. Llegada la noche, después del día agotador, se les permitía comer la zanahoria.

      ─¿Y qué? ─le pregunté.

      ─¡Pues que esa es exactamente la imagen de nuestra civilización hoy!

      Quedé un poco pensativo y le contesté que tenía razón.

      Miles de borregos, que no caballos, detrás de una zanahoria.

martes, 7 de diciembre de 2021

Navidad y entropía

      Una de las ideas de la Física que siempre me ha fascinado es la de la “entropía”, es un concepto que tiene miles de aristas y que se puede aplicar a muy distintas áreas del conocimiento. Siempre, de algún modo, vuelve a mi cabeza y ahí la tengo desde hace muchos años; a veces me parece que la entiendo bien y otras, muchas, se me escapa. Si mal no recuerdo, la palabra viene del griego, de la palabra ἐντροπία que quiere decir transformación y también evolución. Mi primer contacto con esta palabra fue cuando comencé a estudiar Termodinámica, recuerdo también que el profesor engolaba la voz cuando pronunciaba este misterioso término. Allí supe que la “entropía” era una magnitud física que representaba una clase de energía residual que no podía utilizarse para la producción de un trabajo. En un sentido más general se podía interpretar como una medida del desorden de un sistema, entendí también que estaba relacionada con la cantidad de energía que podía intercambiar el susodicho sistema con el medio externo.

      Esta mañana pensaba que la Navidad ─cada Navidad─ está conectada con la “entropía”, se me ocurría que al ser mayor la “entropía” de un sistema abierto (no se me pierdan, un sistema abierto es un sistema que tiene interacciones externas) menor es su disponibilidad de energía y mayor es el desorden del mismo. Quizás aún estaba dormido, no lo sé bien. Los conceptos de reversibilidad e irreversibilidad, equilibrio y no-equilibrio, azar y determinismo, caos y orden me generaban un extraño cóctel mental con la Navidad.

      Recordé que Sigmund Freud también había utilizado la “entropía” para tratar de explicar el porqué había neuróticos que, a pesar de presentar patologías muy similares, no podían ser tratados del mismo modo pues se obtenían resultados diferentes. Freud lo explicaba a través de procesos de conversión de energía psíquica y, para ello, hacía uso de la “entropía”.

      Una Navidad más, ahí está el dilema. ¿Han sentido ustedes algún tipo de desazón depresiva cuando llega la Navidad? A veces, irónicamente, la llegada de las fiestas nos viene acompañada de una sensación de estrés, incluso de frustración y soledad.

      Me levanté de la cama, la ropa la tenía toda en desorden sobre la silla, lo habitual. ¿Es la tendencia a la organización a partir de la desorganización lo que nos hace vivir?

      La otra tendencia va a la disipación de energía, hacia la máxima entropía. A un mayor desorden, a una mínima energía.

      ¡Feliz Navidad amigos!

martes, 2 de noviembre de 2021

Las neurociencias y la meditación

 

      Quiero relatar una extraña aventura que estoy corriendo ahora y en estas semanas anteriores. Siempre me han interesado las llamadas “neurociencias” que tratan de explicar cómo funciona el cerebro. Cada vez que algún escrito sobre ellas ha llegado a mis manos lo he leído con curiosidad y placer, también he leído libros y he dirigido también algún trabajo sobre determinados aspectos de la informática que tienen relación con las fascinantes “neurociencias”.

      Este verano me decidí a estudiar y escribir algo sobre estos temas. No se me ocurrió nada mejor que intentar ponerme en contacto con algún relevante científico extranjero. Unos amigos alemanes me consiguieron el c.e. del director del Centro de Investigación en Neurociencias del Hospital Universitario Charité de Berlín, Dietmar Schmitz. Le escribí en mi macarrónico alemán contándole mi historia y le pedí algo de auxilio para escribir mis artículos y aprender algo. Al cabo de una semana me respondió con suma amabilidad diciéndome que él no tenía tiempo para ello pero que me ponía en contactos con dos investigadores que trabajaban con él en la inmensa Charité de Berlin y que sabían algo de español, la Dra. Heike Lehner y el Dr. Dedrick Köhler. Rápidamente me puse en contacto con ellos vía e-mail y les relaté lo que deseaba hacer, también fueron amabilísimos y se pusieron a disposición mía encantados. Les dije que no tenía ningún plan, programa preestablecido, y que quería preguntar y hablar sobre las “neurociencias” como si estuviésemos en la barra de un bar, creo que se quedaron un poco perplejos pero aceptaron. Quedamos que una semana hablaría con uno y a la siguiente semana con el otro; conectaríamos por “Zoom”.

      La primera semana me tocó con Dedrick Köhler, un chico simpático, muy risueño y con ganas de ayudarme. Dijo que su español no era muy bueno, pero pronto noté que era mucho mejor que mi alemán, lo había aprendido en estancias en Colombia y México. Le repetí que no tenía ningún orden programado y me contestó que le preguntase lo que quisiera sobre “neurociencias”, que él trataría de responderme.

      Me quedé pensativo unos segundos y le espeté:

      ─¿La meditación ─o el “mindfulness”─ tienen que ver algo con los estudios que se realizan en la “neurociencia”?

      Lanzó una medio carcajada, quizás sorprendido por mi planteamiento inicial y asintió diciendo:

      ─Por supuesto, por supuesto ─repitió─. La meditación, básicamente, es un proceso cerebral consistente en ser lo más consciente posible de una cosa mínima. Cada día tenemos más evidencias que la meditación tiene profundos efectos en el pensamiento, las emociones y el cerebro. Lógicamente, entonces, es algo que cae muy dentro del ámbito de las “neurociencias”.

      ─¿Entonces la meditación es como un entrenamiento mental? ─le pregunté.

      ─No. Creemos tener bastantes evidencias de que se trata de procesos muy diferentes, pero coincidentes en algunos resultados. Por ejemplo, la meditación a largo plazo mejora una serie de tareas que están en relación con la atención, y también con la memoria de trabajo y los procesos espaciales; esto también es posible de conseguir con un entrenamiento mental apropiado.

      ─¿Ha sido posible detectar algún tipo de cambios anatómicos en los cerebros de los meditadores?

      Miró unos papeles que parecía tener delante y contesto:

      ─Estamos en ello. Se está investigando mucho en esa dirección y hay señales claras de alteraciones anatómicas. Por ejemplo, los meditadores experimentados muestran una reducción de la amígdala. La amígdala es una zona del cerebro vinculada con el miedo y la ansiedad. Y también se ha observado un aumento de la corteza frontal, asociada con las más altas formas del proceso cognitivo y de la inteligencia. También parece ser que la meditación modifica la corteza prefontal haciendo más eficiente su actividad, por lo que necesita menos trabajo, o desgaste, para realizar una tarea determinada de manera óptima.

      ─¿Entonces la meditación tiene posibilidades terapéuticas? ─le pregunté con cara de asombro.

      ─Es evidente que así es, pues tiene propiedades reductoras del estrés, que es una enfermedad en aumento en nuestros tiempos, con implicaciones en la generación de otros tipos de padecimientos más graves. La meditación se aplica cada vez más como herramienta clínica, al contribuir de modo manifiesto a aliviar los síntomas del dolor crónico, la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia y otras enfermedades.

      ─Quizás no sea extraño que en los próximos años veamos salas de meditación en clínicas y hospitales, ¿no? ─le dije con curiosidad.

      Sonriendo dijo:

      ─Es posible, sí es posible y quizá las haya actualmente en algunos centros médicos, no lo sé. Pero lo que es cierto es que la meditación también constituye una protección contra la demencia, lo que tiene lógica, ya que la meditación hace que las regiones del cerebro relacionadas con el pensamiento complejo y la memoria crezcan en lugar de reducirse con el paso del tiempo.

      ─¿Es verdad que la meditación disminuye la necesidad de sueño?

      ─Sí. Es totalmente cierto. Al igual que es verdad que altera la percepción y que los meditadores experimentados son capaces de detectar estímulos mucho más leves y sutiles que el resto de las personas.

      Hablamos de más cosas y comentó que seguro que me encantaría hablar con la doctora Heike Lehner, que era una gran especialista, con grandes conocimientos en todas las áreas de las “neurociencias”. Añadió que ella se acababa de jubilar y que hablaba un español perfecto, pues desde pequeña había pasado grandes temporadas en Mallorca.

      Me despedí con un afectuoso: “Vielen Dank, bis nächste Woche!”.

viernes, 8 de octubre de 2021

Receta y desánimo

      A veces no tengo demasiadas ganas de escribir y dedico mi inmenso tiempo libre a otras tareas, incluso a ordenar y tirar papeles. El mundo no tiene buen cariz y eso me desanima, las cosas las veo chungas por todas partes, por eso trato de evadirme y escapar, aunque me es imposible la mayor parte del día.

      Una de las faenas favoritas a la que me entrego con pasión es la cocina, esto ya lo he comentado aquí a menudo. Esta mañana, en los saludos cotidianos y matinales que intercambio con muchas amistades por WhatsApp, le comenté a mi amiga Carmen G. que ayer a mediodía hice un guiso marinero que salió de auténtico lujo, de restaurante de varias estrellas. Carmen respondió rápida en demanda de la receta; a ella y a su marido también les encanta cocinar y sospecho que son unos auténticos maestros en el arte culinario.

      El guiso marinero ─así me parece apropiado denominarlo─ partío de una receta muy simple con ciertas analogías a la de un bacalao al pil-pil clásico. Y ahí comenzó todo.

      En una cazuela puse cuatro generosas cucharadas de aceite, partí en dos una cebolla, pulverice una de las mitades en la “picadora” con tres dientes de ajo y la otra la trabajé con el cuchillo, desmenuzándola en trozos pequeños. Puse todo a sofreir. Poco después añadí unos cuadrados ─bastante grandes─ de bacalao fresco con la piel hacia abajo. También unas hebras de azafrán. Espolvoreé por encima una cucharada de pimentón de la Vera picante y sal. Lo cubrí con dos vasos, uno de agua sola y el otro era una mitad de vino fino, agua y una cucharadita de harina de trigo normal bien disuelta.

      La obra la completé echando en la cazuela unos langostinos pelados. Pensé en dejarlo unos veinte minutos de cocción, pero en esto se me ocurrió que podía añadir unas cuantas cosas de esos sobres congelados que se dicen de “preparados para paella” y que tienen trocitos de algún pescado, mejillones, alguna gamba perdida, almejas, calamares... Vacié en el recipiente al fuego un cuarto del sobre que tenía en el congelador.

      A los diez minutos aquello ya tenía un aroma muy atrayente, probé con un cucharón y quedé estupefacto, ¡estaba riquísimo!

      Vigilé atento los últimos minutos para que no ocurriese ningún estropicio. Adorné los platos con unas ramitas de perejil fresco en el borde. En la mesa todos pudimos disfrutar de un excelente invento culinario surgido casi sobre la marcha.

      (He optado por escribirlo aquí para mi amiga Carmen y para recordarlo la próxima vez que me lo pidan hacerlo en casa)

viernes, 24 de septiembre de 2021

"Po/amí/megusta"

 

      Llevo una temporada en la que cocino muy a menudo, me gusta, me relaja y paso un rato espléndido. También, a veces, doy rienda suelta a la creatividad e intento emular a los cocineros de la actualidad, le echo valor a la cosa y me invento algún plato. Lo cierto es que lo paso bien y si el plato sabe gustoso entonces la satisfacción es doble. Suelo hacer platos de los llamados “rápidos”, utilizo bastantes productos congelados y no soy partidario de utilizar muchos ingredientes.

      Ayer fue de estos días creativos. Comencé descongelando unas rodajas ─de esas perfectamente redondas─ de merluza. Mientras se descongelaban al natural, fui pensando los siguientes pasos.

      Hice una especie de “chimichurri” mezclando aceite y vinagre al que añadí un diente de ajo muy picado, perejil y una pizca de hierbas provenzales, también un poco de una mezcla de diferentes tipos pimienta ─de esos botes que se encuentran en cualquier “super”─ y finalicé con sal.

      Saqué del congelador una bolsa de setas variadas, y también las puse a descongelar, pero en el microondas.

      Cuando los trozos de merluza se descongelaron, les eché por encima un generoso chorro del “chimichurri” bien agitado. En ese extraño adobo lo tuve una hora o más.

      Al borde de la hora de comer, en una sartén, con unas cucharadas de aceite de oliva, puse las setas ─descongeladas completamente y escurridas─ para sofreírlas. Añadí un poco de sal y un poco de pimentón dulce para darle color. Cuando juzgué que estaba a punto el sofrito metí allí los trozos de merluza y esperé unos ocho minutos (le di la vuelta a la merluza a la mitad de ese tiempo). El plato me convenció ─en principio─ por su buen aspecto.

      Llegó la hora de probarlo y tenía un poco de resquemor, no estaba totalmente convencido de que fuese totalmente comestible, pero la sorpresa fue muy agradable, estaba muy bueno y el sabor era novedoso.

      ¿Algún problema? Sí, hay uno significativo. Al final no sabía si había confeccionado el plato con un pescado o con un suculento filete de carne de vacuno.

      Escucha, pero estaba fantástico...

lunes, 13 de septiembre de 2021

El nuevo TAC escudriñador

 

      Un aparato de TAC es como un enorme “donut” metálico pintado de blanco brillante en donde te meten en una camilla. Te inyectan en un brazo un líquido, que dicen de contraste, te ponen los brazos hacia atrás, ordenan que estés muy quieto y aquel monstruo comienza a funcionar. El “donut”, al revés de lo debido y deseado, es el que te come a ti en este caso. Unos movimientos de vaivén, oyes algo que rota muy rápido pero que no se sabe bien qué es, una voz de ordenador te comunica que aguantes la respiración y después que respires libremente, así unas cuantas veces. Todo tarda cinco minutos, no más.

      Uno sale de allí, te vistes de nuevo y no sé qué cara pone. La amable enfermera indicó satisfecha que el aparato-monstruo era nuevo. Salí de allí pensando en eso.

      ¿Nuevo? ¡Uf! No me consuela mucho eso de que sea nuevo, más perfección tecnológica me inquieta, un artefacto de estos, más sofisticado, puede encontrar alguna patología de la cual no tenía ni idea y puede aumentar mis inquietudes y temores. No es ─para mí─ ningún bálsamo calmante saber que es de última generación.

      Tengo hambre, había tenido que ayunar, ¿tener hambre es buena señal? Mi madre decía que sí, el hambre era un indicador seguro de salud. Pregunté cuándo llegarían los resultados y me respondieron que una semana.

      ¿Una semana? ¿Siete días? Me esperaban ─como siempre─ varios días de desasosiego. Esto no se aprende ─o por lo menos yo no lo aprendo─ y así que pasaré un puñado de horas de desazón.

      Sigo pensando que eso de que el aparato TAC sea de última tecnología no me tranquiliza, escudriñará más y hallará más desperfectos en las interioridades de mi organismo.

      Dar un repaso a lo que bulle en nuestro cerebro en la espera del los resultados de las exploraciones es tarea imposible, son muchas cosas, es un caos.

      La exploración, esos cinco minutos ─en los que seguro que tenemos cara de bodoque─ cubre las vísceras pélvicas, el abdomen y el tórax. ¡Maldita sea! ¿Qué habrá ahí dentro?, ¿cómo estará todo por ahí?

      Recordé una frase de Mahatma Gandhi que decía algo parecido a esto: «La enfermedad es el resultado no sólo de nuestras acciones sino también de nuestros pensamientos».

      Concluí diciéndome que sobre los actos y acciones ya no podía hacer mucho, pero que sobre mis pensamientos aún podía actuar.

      Tomé otro café calentito, rememoré aquellos tiempos de atleta y de jugador de baloncesto... ¿Ayer?


sábado, 11 de septiembre de 2021

El "metaverso" que nos viene (V). El primer "viaje".

 

      Es mi primer “viaje” a un metaverso. El experto coloca en mis brazos unos sensores con cables finos muy flexibles, también unos suaves guantes, que cubren toda la mano y unos discos que se pegan a las falanges de cada dedo. Dos cintas rodean mi cuerpo, una por el tórax y otra por la cintura y he perdido un poco la cuenta del número de cables que tengo alrededor. En los pies me ponen una especie de pulseras anchas. Luego viene el ajuste del casco. Tarda un poco, pero ya no veo nada, noto una serie de manipulaciones; el experto sitúa bien unos auriculares en mis orejas. Indica que me siente delante de una cinta de correr plana un poco extraña y que espere un par de minutos. Dice que me dará un golpecito en el hombro unos segundos antes de que comience el singular viaje.

      Me habían explicado que el viaje no duraría mucho, que era mejor irse acostumbrando poco a poco a las visitas al metaverso; que se trataba de un periplo corto y amable, sin sobresaltos. Cierto es que estaba algo nervioso, o inquieto; percibí que mis latidos se había acelerado. Me sentía rígido y pesado.

      Sentí un apretón en el hombro derecho y comenzó a sonar en mis oídos una música alegre y suave. Inmediatamente escuché una voz que me invitaba a abrir los ojos a ponerme de pie sobre la cinta de correr que tenía delante.

      Me inundó un mundo de color, me pareció estar en una ancha acera de una enorme avenida en la que se veía poca gente, algunos automóviles pasaban por ella. Giré la cabeza y noté que un muñeco que había cerca también giraba la cabeza, rápido me di cuenta que ese muñeco era mi avatar, o sea yo mismo. Levanté la mano izquierda y moví los dedos, el avatar hizo lo mismo; sonreí y también lo hizo el avatar. Comencé a andar muy despacio. Un avatar de señorita se cruzó conmigo y me saludó sonriente. Levanté la mano levemente para corresponderle.

      Estuve unos minutos, no sé cuántos, disociado, yo era “uno” y el avatar era “otro”. Pensaba en el proceso que se realizaba, el casco y los demás sensores, el casco gestionaba los movimientos de la cabeza, la cara y el resto del cuerpo , le proporcionaban un flujo continuo de datos respecto respecto a posición y orientación en un espacio tridimensional. El computador, a su vez, ordena la pantalla del casco, provocando un estímulo visual sincronizado con los movimientos de la cabeza y del cuerpo.

      Miré unos atractivos escaparates a mi izquierda con letreros en inglés y, cuando los miraba, aparecían en la pantalla unos recuadros (como los de WhatsApp) con la traducción de las frases y palabras. Si ponía mi atención en cualquier cartel inmediatamente aparecía la traducción de lo que decía. Luego me salió una invitación para que entrara en una academia de idiomas que encontraría cien metros más adelante en la misma avenida. Podía notar perfectamente que mi yo corporal iba difuminándose y que el avatar tomaba, poco a poco, todo el protagonismo de mi persona, se estaba produciendo la neuro-transferencia.

      Di unos pasos más rápidos hasta ver el centro de enseñanza de idiomas, una señorita en la puerta me dijo en español que me estaban esperando para la primera clase de inglés. Le pregunté que en qué ciudad me hallaba y respondió con melodiosa voz:

      ─In London, of course!

      Comenzó a sonar la agradable música del principio y muy lentamente se fue apagando la pantalla...

viernes, 10 de septiembre de 2021

El "metaverso" que nos viene (IV). El mercado.

 

      ¿Cuál es el “metaverso” que Facebook quiere para nosotros? Posiblemente esta sea una pregunta básica en el momento actual.

      Es posible que tengamos en este momento una idea bastante consistente de lo qué es un “metaverso”, ese universo virtual en el que no sólo es posible comunicarse, sino también trabajar, jugar o socializar de mil maneras diferentes. Pero, quiénes están detrás del “metaverso” que nos quieren endilgar?

      Hace poco más de dos meses (mediados de 2021) el mandamás de Facebook, Mark Zuckerberg, confirmaba que su empresa estaba inmersa en el proyecto de creación de su propio “metaverso”. Y también hace poco tiempo, en una entrevista para la CNET*, el propio Zuckerberg declaraba: «En nuestro enfoque de la realidad virtual, en lugar de construir un dispositivo y tratar de venderlo a un precio elevado como un servicio premium, lo que queremos hacer es construir una gran experiencia y hacer que el mayor número posible de personas puedan experimentarlo y ser parte de ese "Metaverso"». O sea, un Facebook ampliado dimensionalmente.

      Desde luego hay muchas más empresas interesadas en los “metaversos”, tanto de hardware (construcción de máquinas) como de software (confección de programas). En cuanto a hardware, los cascos inmersivos y las visores o lentes de realidad virtual son los elementos clave de desarrollo. Facebook ha comprado la empresa “Oculus”, Microsoft está desarrollando las gafas “HoloLens”, la compañía HTC está con los denominados sistemas “Vive”. PlayStation trabaja en unos cascos avanzados de VR. Igual sucede en el ámbito del software en donde existen multitud de proyectos y algunos en fases muy avanzadas. Incluso hay iniciativas públicas que tratan de ganar terreno en estos campos de las nuevas tecnologías, por ejemplo, el gobierno de Corea del Sur ya ha anunciado la creación de una institución con el objetivo de coordinar la creación de una plataforma nacional de realidad virtual y realidad aumentada. Quizás debería destacar que en el momento actual Facebook está lanzando la idea de la “Infinite Office”, un espacio en el que los usuarios podrán crear sus lugares de trabajo ideales por medio de la utilización de la VR.

      Las inversiones relativas a los “metaversos” alcanzan ya cifras de susto en el mundo.

      Hoy me asaltan estas preguntas: ¿Dónde está España situada en estas tecnologías de los “metaversos”?, ¿perderemos el tren de nuevo?


* CNET es una página web estadounidense que publica artículos, reseñas, noticias y vídeos sobre electrónica y tecnología en todo el mundo y que también se publica en español: https://www.cnet.com/.

martes, 7 de septiembre de 2021

El "metaverso" que nos viene (III). The Matrix como "metaverso".

 

      Hemos comentado en los dos capítulos anteriores algunos aspectos de las diferentes “realidades” y aún quedan las más relevantes y actuales, la “realidad aumentada” y la “realidad híbrida”, que veremos más adelante.

      Escribo estas notas sobre los “metaversos” de un modo no planificado, sin ningún plan preestablecido. Se me van ocurriendo ideas que voy entrelazando y plasmando lo mejor que puedo para que sean lo más asimilables posible.

      Hoy abrí los ojos en la mañana un poco obsesionado ─he de reconocerlo así─ con el recuerdo de algunas de las fantasiosas imágenes de la película “The Matrix”, que muchos habréis visto, o seguro que la habéis oído nombrar alguna vez. El argumento de la trilogía (aunque tengo entendido que en diciembre de este año 2021 se estrena “Matrix IV”) es sencillo de comprender. Se trata de que un experimentado informático descubre que el mundo en el que habita es una simulación ─radical y total─ creada por una inteligencia superior con fines perversos (¿Una “ciberinteligencia”?). “The Matrix” es un film distópico repleto de alusiones y referencias mitológicas, religiosas, filosóficas y científicas (o mejor dicho paracientíficas).

      No es intención mía entrar en cuestiones de carácter cualitativo respecto de la película que a unos encanta y a otros horripila. En realidad creo que “The Matrix” es una especie de paradoja muy interesante. De hecho, aunque parezca que son cosas imposibles de probar, hay investigadores que piensan que dentro de algunos años será posible encontrar evidencias experimentales de que estamos viviendo en un juego de ordenador de avanzadas ─e impensables─ características.

      Paradoja que expresaba muy bien el astrofísico Neil DeGrasse Tyson, actual director del Planetario Hayden perteneciente al Museo Americano de Historia Natural, en la ciudad de Nueva York.

      Este experto planteaba: «En algún lugar podría haber un ser cuya inteligencia sea mucho mayor que la nuestra. Nosotros seríamos unas entidades estúpidas, disminuidas y ruidosas para esa mente. Si éste es el caso, sería fácil imaginar que todo en nuestras vidas es sólo una creación de alguna otra entidad para su entretenimiento».

      A veces yo también lo pienso...

domingo, 5 de septiembre de 2021

El "metaverso" que nos viene (II). Las realidades.

 

      Cuando surge algo nuevo en las ciencias modernas pronto se forma un caos terminológico, nuevas palabras y contenidos semánticos que se entrecruzan. Realmente el avance científico verdadero comienza cuando se calman las aguas del significado de las palabras. Con el “metaverso” ocurre algo así; elementos como “realidad virtual”, “realidad alternativa”, “ciberespacio”, “avatares”... se mezclan y forman un cóctel informativo que produce, cuando menos, dolor de cabeza.

      Esta mañana pensaba en lo que alguien me dijo, o leí, hace tiempo, años. No recuerdo cuándo fue. Pero se trataba de algo relativo al concepto de “realidad alternativa”, que por otra parte, no es nada novedoso. Hay quienes sostienen que la conocida novela “Robinson Crusoe”, de Daniel Defoe, es un ejemplo, un tanto rudimentario, de “realidad alternativa”, en esta obra la mayoría de los lectores suelen tener la sensación de experimentar otro mundo, a través de las vivencias del protagonista. Probablemente lo que ocurre es que el atento lector del “Robinson” sufre el impacto de un conglomerado de símbolos complejos ─no sé si es la mejor manera de decirlo─ que junto con sus capacidades imaginativas le inducen a sentir ─y a experimentar─ con imágenes y emociones que le impulsan a ir con desenfreno de página en página hasta el final del libro.

      Quizás también podamos remontarnos al 'Mito de la Caverna' de Platón, y profundizar en la visión de aquellos hombres encadenados en una honda gruta en la que únicamente podían ver unas sombras en una pared. Desde que nacieron, nunca habían podido salir y tampoco mirar hacia atrás para saber el origen de las cadenas que los mantienen atados. No sabían que a sus espaldas había un muro y, un poco más lejos, una hoguera. Entre el muro y la hoguera hay hombres que se mueven y transportan objetos. Gracias a la hoguera, las sombras de los objetos son proyectadas sobre la pared y aquellos desgraciados pueden verlas. Ellos veían sombras, imágenes, falsas y engañosas realidades, pero es lo único que veían. Posiblemente estaban tan inmersos en su "realidad" que no tenían ni la más mínima idea de que existía... ¿una "realidad alternativa"?

      Una aplicación de ordenador, un juego (o, incluso, un programa político, ¿no?) que trabajen con "realidad alternativa" tienen como objetivo fundamental sumergirnos en unos acontecimientos tan parecidos a la realidad de tal modo que acabemos por dudar y, que en determinado instante, nos preguntemos, si de verdad se trata algo ficticio o si lo que está sucediendo es verdadero y real. Aunque también es cierto que ésta es una idea de gran amplitud pues, por ejemplo, el cine es conceptuable como un tipo de “realidad alternativa”. En muchas películas nuestros sentimientos y emociones se funden en la trama y en la dinámica argumental, generando un olvido de que lo que estamos contemplando no es más que una pantalla en la que se proyectan unos rayos lumínicos.

      ¿Y la “realidad virtual”? La realidad virtual (VR) es la que nos traslada a unos escalones más altos de la realidad alternativa, ya no son son las hojas de un libro ni un carrete de película, sólo se trata de una trama y de unos personajes que, desde fuera, manejan nuestras emociones; ahora, la VR, envuelve al usuario en un mundo artificial que se “percibe” y se “siente” muy cercano a la realidad, que responde a movimientos y acciones como el mundo real. Es como si uno se hubiese convertido en uno de los personajes de la película y los acontecimientos sucesivos vayan a depender de su acción.

      La “realidad virtual” es sólo un paso previo hacia el “metaverso”. Un sistema de VR nos posibilita “sentir” qué cosas estamos experimentando cuando estamos "dentro" de una realidad alternativa.

      ¡Ah! Antes que se me olvide, un “avatar” (en el sentido que aquí nos interesa) responde a la cuarta acepción que da el diccionario de la RAE: "Representación gráfica de la identidad virtual de un usuario en entornos digitales". O sea, es el muñequito de cualquier forma que nos representa en un mundo virtual o en un “metaverso”.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

El "metaverso" que nos viene (I). Aproximación al "metaverso".

 

      Desde hace ya algún tiempo, en revistas más o menos especializadas, la palabra “metaverso” es de uso bastante común. Se supone que es una contracción del prefijo “meta” ('más allá', 'después de') y del sustantivo universo. También, en diferentes ocasiones, algunos amigos me han preguntado que hay detrás de esta idea emergente; ellos suponen que como fui profesor de “cosas raras” (Inteligencia Artificial) en la Universidad les puedo dar cumplida respuesta a sus dudas. Tendré que intentarlo, ¿no?

      He numerado este artículo porque, probablemente, voy realizar varios escritos sobre este asunto, que se me antoja extremadamente interesante y, pienso, que pronto se empezará a hablar mucho de todo lo que esto traerá consigo.

      El origen de la palabreja (que ─dicho sea de paso─ a mí no me gusta) está en una novela titulada “Snow Crash” que se publicó a principios de la década de los 90 en el pasado siglo. Su autor fue un escritor de ciencia ficción llamado Neal Stephenson. De él tuve ocasión de leer antes una obra titulada “Anatema”, que, francamente, no me gustó. La vi muy barroca, pretenciosa y repleta de especulaciones metafísicas que superaban mis capacidades imaginativas. 

      Poco después alguien me recomendó que leyese “Snow Crash”, pero no tuve valor para abrirlo; ni tan siquiera para leer las primeras líneas. Aunque sé que va de un tal Hiro, ─el protagonista─ que en el mundo real es repartidor de pizzas pero en el "Metaverso" es un príncipe guerrero. Y en ese "Metaverso" se enfrenta a un virus misterioso que amenaza con provocar un apocalipsis (¿"Infocalipsis"?).

      En la obra de Stephenson, el "Metaverso" se presenta a sus usuarios como un ambiente urbano, que se encuentra en los bordes de una única carretera de 100 metros de ancho denominada "La Calle" y que recorre totalmente la circunferencia de muchos kilómetros de radio de una esfera de color negro. Más no sé, pero hoy mismo voy a empezar a leerlo, ahora me ha picado la curiosidad.

      Pero, volviendo al “metaverso”, el “metaverso” sería algo como un entorno en el que los usuarios interactúan social y económicamente, provistos de unas sofisticadas gafas de realidad virtual y otros aditamentos electrónicos especiales.

      Como ejemplo simple, se me ocurre, que en un “metaverso” que recrea ─o se sitúa en París─ podríamos visitar y subir a la Torre Eiffel, conversar en francés con los amigos que nos acompañen, comprar algunos recuerdos virtuales en un tenderete de los alrededores. Ir después al Louvre (en donde se podrá entrar gratis o pagando, según lo que el software exija) y ver sus obras de arte. Igual podemos ir a Notre Dame y asistir a una ceremonia religiosa. Algunos autores dicen que se trata de algo así como una metáfora del mundo real, una especie de mundo paralelo virtual en el que podemos sumergirnos cada vez que lo deseemos. Allí no tendremos más limitaciones físicas, o económicas, que las que el software nos imponga. Se podrían tener conferencias de trabajo virtuales, vender productos, tener páginas Web 3-D, aprender una asignatura en una universidad...

      Los usuarios serán representados en esos mundos paralelos por avatares digitales elegidos por ellos.

      Creo que pronto vamos a tener que pensar seriamente en que hemos de vivir en mundo en donde mucha gente ─sobre todo de las nuevas generaciones─ desarrollará infinitas tareas en un espacio de interacción compartido creado por una peculiar fusión entre lo físico ─o real─ con lo digital. Se tratará de un espacio en el que las personas puedan jugar, socializar, y también trabajar y, por supuesto, realizar actividades económicas. En este, ¿mundo?, la realidad estará mejorada por capas digitales, y será un mundo virtual con persistencia, como sucede en el real. De alguna forma hablamos de algo que es posible que se transforme en el próximo paso ─revolucionario totalmente─ de la evolución de Internet.

      Pero no nos asustemos. Para esto, y aunque ya se están invirtiendo millones de dólares, quedan por lo menos diez años. 

      No obstante, seguiremos hablando del tema.

miércoles, 18 de agosto de 2021

La turba en la casa de Víctor Hugo

 

      En el patio se estaba muy bien, soplaba una brisa suave y fresca que venía directa del mar. Como el silencio era grande podía oírse el rumor del oleaje. Pensaba en ese viento de falso poniente que viene del norte bordeando la costa de Portugal y al llegar al Cabo de San Vicente dobla ─en en un asombroso ángulo recto─ y entra en Cádiz por el Oeste. Poco después se agolparon en mi mente varios pensamientos superpuestos; uno ─insistente─ era el de las matemáticas con visión de género, estuve un rato dándole vueltas a este estúpido asunto y lo abandoné. No era pensamiento adecuado para una noche tan hermosa. Miré hacia dentro de la casa y la televisión, sin sonido, daba imágenes de los interminables incendios veraniegos, las imágenes eran terroríficas y casi lograban trasmitir el calor del fuego. Los bomberos, embutidos es esos trajes coloridos, se esforzaban lo indecible para intentar contener la propagación de las llamas.

      El fuego me hizo retroceder en la historia y trajo a mi mente una curiosa anécdota que siempre la tengo ahí, no sé ni donde la leí ─si es que la leí─ ni quién me la contó, si es que me la contaron. Era 1848, en París, época de ebullición revolucionaria. Los múltiples incendios enrojecían el cielo parisino. Víctor Hugo, escritor y revolucionario, se encontraba en aquellas calles luchando contra la monarquía armas en mano.

      También había grupos de maleantes que se dedicaban a saquear las mansiones que encontraban a su paso. Una turba de estos logró penetrar en la casa del escritor. Iban arrasando habitación por habitación, cogiendo todo lo servible como botín y destruyendo el resto. Al llegar al despacho, únicamente encontraron papeles, unos amontonados y otros desperdigados. El jefe de aquella cuadrilla ─el único que sabía leer un poco─ tomó en sus manos un manuscrito e intentó leer algo del primer papel. Unos instantes después se dirige a sus compañeros y les comenta exclamando:

      ─¡Nada, no es nada! Se trata simplemente de una novela.

      Los facinerosos del grupo notaron cierta decepción en su voz.

      ─¿Y cómo se llama? ─preguntó uno de ellos.

      Con deje despectivo y esparciendo todos los papeles por el suelo, dijo:

      ─”Los Miserables”.

      Inmediatamente, añadió:

      ─¡Vámonos! Aquí no hay nada de valor.

      Casi sentí un poco de frío.

      En ese momento miré otra vez a la pantalla de la tele y vi a los talibanes entrando en Kabul.

martes, 17 de agosto de 2021

Digo yo que será el calor

      No sé si lo conocerán, se trata de Spencer, Herbert Spencer. Un filósofo, naturalista, psicólogo y muchas cosas más. Británico nacido muy a principios de la segunda década del siglo XIX, un tipo muy inteligente que decía cosas con mucha enjundia. Ahora casi nadie conoce ya al pobre Spencer; él fue el que acuñó la expresión «supervivencia del más apto» que aún se sigue utilizando, seguro que la habrán oído o leído alguna vez. No sé si en su país se le sigue estudiando, aquí no creo.

      Bueno, se me ha ido la pinza, ¿por qué pensaba en Spencer?

      Quizás ha sido porque hace muchos años se me fijó en el meollo un pensamiento suyo. Él preconizaba la idea de que las opiniones eran cosas que estaban determinadas por el sentimiento de la gente y no por el entendimiento.

      Y me gustaría subrayarlo, porque en esta época ─que es bastante larga ya─ la opinión y no el entendimiento se ha impuesto sobre casi todo.

      Ayer escuchaba en la televisión ─con los días de calor soportados no podía hacer nada más─ mil opiniones, pareceres, apreciaciones y consideraciones al galope sobre otros mil temas: Covid19, Kabul y los talibanes, Sánchez en La Mareta, la factura eléctrica, las vacunaciones... Y no conseguí oír casi nada de mucho caletre.

      Debió ser por el calor. Sin duda. (O a lo mejor es que hay mucha gente que no padece "alodoxafobia"; miedo a opinar).

      Claro, tampoco estuve más de siete minutos atento a la pantalla.

miércoles, 11 de agosto de 2021

La regla de tres

      Ayer di un respingo cuando escuché la voz de mi nieto Carlos al teléfono, no lo esperaba, pues había hablado con él hacía menos de una hora.

      ─¿Qué te pasa? ─le dije.

      ─Abuelo, estaba viendo la tele y han dicho que van a quitar la regla de tres. Anoche lo escuché también. Y los números romanos también, pero yo ya me los sé. Le he preguntado a mamá, pero está ocupada y que mejor te llame a ti.

      Vi que se había perdido un poco y traté de ayudarle:

      ─¿Qué me querías preguntar?

      ─Pues eso... la regla del tres ─respondió con lentitud.

      ─La regla de tres, no “del tres” ─le corregí.

      ─Eso, la de tres, ¿la sabes?

      Sonreí y le comenté:

      Sí, claro, pero nunca me ha gustado eso de la “regla de tres”. Se trata de un truco, de una expresión estilo coloquial para definir la existencia de una proporción. ¿Lo entiendes?

      ─No, no lo entiendo abuelo. Nada.

      ─Mira. Por ejemplo, una proporción se puede plantear así; escucha bien: “Tres manzanas cuestan 5 €. ¿Vale? Y desde aquí podemos preguntarnos: “¿Cuánto nos cuestan veinte manzanas?”

      Saltó diciendo:

      ─Abuelo, espérate que lo apunte en un papel. Eso lo sé hacer yo.

      ─Un momento, aguarda un instante. Conéctate conmigo con el “Google Meet” y así te lo explico mejor, lo verás bien. Lo abro yo y te envío el enlace.

      En un par de minutos pude ver su cara en el móvil y le dije:

      ─Aquí tienes ─Enfoqué el teléfono al 'posit' que le acababa de hacer.

      Me contestó en segundos:

      ─Lo entiendo perfectamente. Eso es una “regla de tres”. Ahora hay que calcular la “x”, ¿no?

      Puso cara de suficiencia, doblando el labio de un modo característico en él y añadió:

      ─Es fácil.

      Satisfecho, le ratifiqué:

      ─Sí es fácil; el valor de “x” lo encontraremos multiplicando 5 por 20 y el resultado lo dividimos por 3. Mira.

      Le mostré la siguiente ilustración:


      ─¡Qué bueno! ¡Qué sencillo! ─exclamó alegremente.

      Pasados unos instantes volvió a la carga:

      ─Abuelo, ¿por qué dijiste antes que no te gustaba esto de la “regla de tres”?

      ─No lo entenderás si te lo digo ─respondí.

      ─Sí, dímelo ─dijo rotundo.

      Ante su insistencia traté de explicarme.

      ─Mira, la regla de tres no es más que un truco como antes te dije, que esconde el verdadero sentido del problema. Y el verdadero sentido del problema es el establecimiento de una proporción que es la siguiente:


      ─¿Comprendes ahora?

      ─No, no lo comprendo, pero después te mando el resultado de la “x” por un WhatsApp, ¡adiós!

      Y ya cortó...

lunes, 9 de agosto de 2021

Robots sociales


      La palabra “robot” ha sido una de los éxitos más grandes de la creación lingüística, nació a principios de la segunda década del siglo XX de la mano del escritor checo Karel Čapek (aunque parece ser el verdadero creador de la palabra fue un hermano suyo). Unos pocos años después Isaac Asimov la popularizó extraordinariamente.

      Pero deseo referirme a la palabra robot con el añadido de “social”. Cada día veo más acertada la idea ─o el concepto─ de la expresión «robot social». Al robot social lo podemos definir como el humanoide esclavizado que pretende fabricar eso que se ha dado en llamar «El Sistema», la producción de este engendro se está acelerando cada vez más y más con los innumerables recursos al alcance del Sistema.

      Los citados humanoides sólo serán capaces de hacer unas cuantas cosas, pocas, y ni siquiera sabrán muy bien lo qué hacen al estar desprovistos de sentido crítico (el enemigo mortal del Sistema). Estos seres se movilizarán para ejecutar acciones específicas, fundamentalmente, ataques furibundos a todos aquellos que tengan la osadía de pensar diferente a lo que ellos tienen programado, por eso es muy certera la denominación de “robots”, que serán manejados a través de eslóganes y lemas, de modas impuestas y a sentimientos manipulados; la razón y la lógica más elemental serán asuntos totalmente marginados.

      Los robots sociales son los nuevos guerreros de este demencial orden mundial, soldados desbordantes de fanatismo y repletos de agresividad ─si no me creen pueden dar un paseo atento por la red “Twitter”─ movidos y alimentados por el odio, dirigidos por muchos medios de comunicación. El nivel de alienación que alcanzan los robot sociales hacen inviable, inservible y cada vez más inútil el dialogo racional.

      ¿Somos ya todos, en cierta medida, «robots sociales»?

jueves, 29 de julio de 2021

"Há males que vêm por bem

      De vez en cuando revuelvo papeles para ver qué puedo tirar por inservible o caduco, no lo hago con la frecuencia que desearía, mi amor al desorden no me lo permite. Hoy tomé un gran fajo de folios, cuadernos y recortes que tenía sobre una silla y comencé a curiosear entre ellos. Allí me apareció una de mis infinitas cartulinas escritas de tamaño media cuartilla, con la frase: «Tras las nubes oscuras el sol brilla más fuerte». Dejé la tarea emprendida y con la tarjeta comencé a abanicarme y a pensar.

      Enseguida observé el parecido con el viejo refrán español que dio nombre a una de las obras del escritor, casi no recordado, Juan Ruíz de Alarcón que vivió en las últimas décadas del siglo XVI y primeras del XVII, allá por el nunca bien ponderado Siglo de Oro español. Naturalmente me refiero al famoso: «No hay mal que por bien no venga». Uno de los refranes ─dicho sin ironía─ que tiene inequívocos rasgos optimistas, cariz no frecuente en nuestro extenso refranero; aunque también observo en él un sesgo conformista y desencantado, algo así como que las cosas van mal y nos fastidian, pero quizás algún día brote una brizna de esperanza futura.

      Busqué el proverbio ─para ver el equivalente─ en el país vecino y allí dicen: «Há males que vêm por bem». Me sorprendió porque creí ver (¿me equivoco?) una deformación del nuestro para uso de políticos desvergonzados que desean vender su maligno producto a toda costa.

      O sea, tenemos drama, crisis, ruina, miseria... Pero ─no se apuren─ todo esto nos viene para bien.

miércoles, 28 de julio de 2021

¿Qué pasaría si...?

      Me preguntaba hace un rato, ¿qué pasaría si no tuviese ninguna idea sobre la que poder escribir hoy? ¿Y si no pasa por mi cabeza ninguna idea para expresar en esos siete minutos de mi desafío?

      Entonces me acordé de la frase mágica: ¿Qué pasaría sí...? Una vez que se pone en marcha este interrogante y nos tomamos unos minutos inmediatamente brotan una serie de imágenes y nociones sobre las cuales se puede escribir algo, o al menos eso me parece a mí.

      Hay dos cauces distintos para seguir “el qué pasaría”, uno es el de utilizar agentes externos o asuntos que nos vienen del mundo de fuera, por ejemplo, qué pasaría si me tocara la lotería o qué pasaría si me acuesto hoy y mañana me despierto en Australia o algo así. Y hay otros “qué pasaría” que están más relacionados con un ámbito más interno, en donde uno es un sujeto agente más involucrado en ese “qué pasaría”. Se me ocurre poner el siguiente ejemplo: ¿Qué pasaría si mañana me encontrase en una nave espacial que se dirige al planeta Marte en una expedición de colonización? Otro que me pasa por la cabeza puede ser: ¿Qué pasaría si mañana por la mañana me despierto y resulta que soy Velázquez? ¿Y si soy Homero?

      Al escribir estas líneas de siete minutos he recordado ese genial y breve poema de Samuel Taylor Coleridge que va muy en esta línea de todo el universo que se puede contemplar desde un buen “qué pasaría si...”:

¿Y si durmieras?
¿y si en sueños, soñaras?
¿y si en el sueño fueras al cielo,
y allí cogieras una extraña y hermosa flor?
y si, al despertar...
tuvieras esa flor en la mano?

      Desde luego puede pasar de todo...