lunes, 28 de diciembre de 2020

Poner en pie todo esto

 

     Nadie lo dice, pero la esperanza y el optimismo siempre tienen su punto traidor, conducen a creer que a la tortilla se le da la vuelta perfectamente y con rapidez, y no existe ni esa facilidad ni esa inmediatez; es más podemos verla hecha una desgracia en el suelo de la cocina. Deshacer el desastre no es cuestión de esperanzadoras miradas. Recomponer todas las calamidades que va dejando la pandemia no es cuestión de crear un comité que al final sólo va a acabar cobrando sus dietas.

     Todos sabemos ─o debemos saber ya─ que la situación es grave y ardua, repleta de incertidumbres y no apta para darle respuestas simplistas y de libro, porque los problemas a resolver no tienen nada que ver con situaciones anteriormente vividas.

     La economía de nuestro país ─como del resto del mundo─ está sufriendo unos embates nunca vistos. Incluso pensando en un gran éxito de la vacunación masiva, las consecuencias de la pandemia serán muy amargas; el tejido empresarial se ha desecho mucho, han cerrado cientos y cientos de empresas y otras no podrán proseguir sus actividades en las mismas condiciones de antes.

     ¿Estamos aún a tiempo de hacer algo bien para poner en pie todo esto?

     Estamos en una encrucijada, al comienzo de una nueva fase de enormes riesgos y que exige importantes decisiones para el futuro de todos. Se va a abrir paso una nueva economía, con cambios significativos en los esquemas productivos y de consumo a los que muchas empresas no van a poder adaptarse y van a tener que enviar al paro a muchos de sus empleados. Los negocios incrementaran su deuda, la solvencia caerá y el comportamiento de los consumidores se verá tan afectado que, muy posiblemente, conduzca a cambiar las estrategias de mercado.

     Esta maligna crisis afecta ya a todos los ámbitos y aspectos de la vida, económico, social, personal y colectivo, por el sufrimiento y el caos que trae consigo. Pero la inteligencia dicta que no debemos poner todo el énfasis en lo aciago, tenemos que tener la clara conciencia de que los períodos de crisis también traen los recursos para luchar contra sus efectos perversos. No hay que olvidar nunca que los más grandes logros de la humanidad han surgido detrás de las grandes hecatombes. Pues siempre ha sucedido que en esos instantes es cuando emerge con más fuerza el talento, la fe en nosotros mismos y la constancia.

     Lo que más necesitamos ahora es poner a funcionar a toda máquina la inteligencia, el conocimiento y el saber, dejarnos de insidias, de politiquería inútil, de palabrería vacía y potenciar el desarrollo de ideas, incentivando la creatividad, impulsando la creación de empresas y proponernos el compromiso serio de no perder más trenes hacia el futuro.

domingo, 20 de diciembre de 2020

¿La realidad abarca lo invisible?

     Pegué mi rostro contra el cristal de la ventana, aplasté la nariz hasta notar el frío del vidrio en las mejillas. Llovía un poco, como suele hacerlo aquí; unas gotas, después otras gotas, encharcando lentamente todo el suelo. Una persona perdida bajo un paraguas de color naranja y otras dos cubiertas con el clásico paraguas negro, luego un joven corriendo a cabeza descubierta. Y nada más; es como un telón que se levanta un momento y vuelve a caer. Dos coches de color oscuro que ensombrecen aún más la calle. Las palmeras oscilaban unos cuantos grados...

     Pensé que los hombres hemos perdido la conexión con la naturaleza, con nuestra propia naturaleza, con esa profundidad interior que podemos encontrar, a veces, pegando la cara al cristal de una ventana. Quizás padecemos alguna nueva enfermedad, algo así como un padecimiento que podríamos denominar el 'mal del estilo de vida', llevamos un ritmo de vida demasiado presuroso, de vértigo, mucha contaminación, alimentación desequilibrada, locos por llevar a extremos valores sin valor, de sólo apariencia. Somos humanos enfermos de una humanidad doliente. A través del cristal veo que no puedo creer en la nada, en la «existencia» sin «sentido», en el vacío absoluto; es superior a mis fuerzas.

     Me vino a la cabeza que cada día parece más evidente que la ciencia no se encuentra en posición de ofrecer una real y verdadera imagen de la realidad, es como si cada vez fuese más consciente de sus propios límites. Los resultados de la ciencia son tan extensos y variopintos en inimaginables aspectos, que ya no hay cerebro humano capaz de abarcarlo y comprenderlo todo. Nos hemos topado con que la realidad del ser humano, y la de todo el universo, parecen enormemente más complejas y misteriosas de lo que ─hasta ahora─ se habían imaginado las teorías científicas. Sí, es cierto que el hombre es ─y sigue siendo─ un impertérrito buscador, pero da la impresión que ya no se arriesga a ir mucho más allá; o no puede.

     La ciencia no nos da las respuestas que deseamos para nuestras preguntas, pero quizás no se trata de saber un montón de cosas, a lo mejor únicamente se trata de comprensión, ¿no? Cada día me parece más difícil aceptar que la realidad será completamente comprendida cuando la ciencia la describa, la compruebe y la detalle. Posiblemente la realidad mucho más, ¿abarca lo invisible?...

     Separé de nuevo la nariz del cristal, se me había quedado fría. No se veía a nadie en la calle y la lluvia era triste y gris.

lunes, 14 de diciembre de 2020

No obstante, muchas felicidades

Vivir complacido, satisfecho, radiante, sin miedo... feliz. Vivir libre... Soltar amarras en vez de sujetar, dar, darse... No ensombrezcas tu espíritu ni tu mente con las miserias de ayer, no cargues tu corazón con miedos y preocupaciones... Si no vivimos hoy habremos perdido el día... ¡Al menos intentémoslo!


«El miedo al futuro, ese, el de mañana mismo, siempre nos llega un día antes.»

viernes, 11 de diciembre de 2020

Los que somos "población de riesgo"

     

     Los días grises, son fastidiosos; un día ceniciento de vez en cuando es soportable, pero cuando son varios seguidos acaban siendo muy incómodos. Al mirar por la ventana todo es homogéneo, deseperadamente uniforme, sin los ricos matices que dan la luz y el sol radiante.

     Se me ocurrió pensar que eso de ser “población de riesgo” es una extraña característica añadida, es una forma de estar prisionero sin estarlo, un libre muy condicionado. Al llevar la mirada a la calle intentando vislumbrar indicios de alguna vida, recordé unas palabras de la “Divina Comedia” ─pido perdón por la pedantería, pero no se preocupe mi lector, son las únicas que recuerdo─.  Esas palabras eran algo así: «¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!». Me quedé un momento bloqueado, fuéronse los pensamientos iniciales y me centré en el intento de recordar la frase en italiano, estuve un rato grande perdido en eso. Luego de muchos minutos, la puse en pie. Era, más o menos, así: ”Lasciate ogni speranza o voi che entrate”.

     Dejé de aplastar la nariz en la ventana, busqué un pequeño ejemplar en prosa de la obra de Dante que siempre tengo cerca (creo que él me busca a mí) y leí un poco abriendo al azar; el Canto IV:

«Terrible trueno resonó en mi mente
y me hizo despertar. Me vi llegado
al borde del abismo, desolado
lugar donde mora la doliente
multitud. Retumbaban tristemente
los ayes del dolor, profundo y abrumado,
y en tan densas tinieblas penetrado,
que fatigué la vista inútilmente.»

     Tiré hacia adelante, pasé unas pocas páginas y entré en el Canto V:

«Descendimos al círculo segundo,
de más estrecho cerco y doloroso.
Allí Minos, terrible y espantoso,
analiza las culpas e infecundo,
ordena el puesto que en el ciego mundo
se asigna a cada alma.»

     Dejé el libro. Regresé a la ventana.

     ¿”Población de riesgo”? Me interrogué de nuevo. 

     Pensé después en el torero en la plaza, en el trapecista allá en lo alto...

jueves, 3 de diciembre de 2020

Mi cuestionario Proust de hoy

     

     Marcel Proust, uno de los más lúcidos novelistas de toda la literatura del siglo XX, completó un cuestionario cuando era adolescente y pasaría a la historia como el "Cuestionario de Proust". La lista de preguntas se lo dio a Proust ─en 1890─ su amiga Antoinette Faure.

     Parece ser que al principio Proust respondió a menos preguntas pero ya teniendo más de 20 años contestó al cuestionario con algunas más añadidas. Este cuestionario se hizo famoso porque el locutor francés Bernard Pivot ─director de un espléndido programa de literatura de la televisión francesa "Apostrophes"─ hacía las preguntas del cuestionario a sus invitados, como un modo de entrar en materia.

     Ahí van mis respuestas (las de hoy y ahora, mañana alguna podría variar) al cuestionario Proust:


1. ¿Principal rasgo de tu carácter? El fanatismo por el gota a gota, por el grano de arena, uno detrás de otro...

2. ¿Qué cualidad aprecias más en un hombre? La inteligencia.

3. ¿Y en una mujer? La inteligencia.

4. ¿Qué esperas de tus amigos? Paciencia conmigo.

5. ¿Tu principal defecto? El rebotarme pronto y entrar a cualquier trapo con inusitada facilidad.

6. ¿Tu ocupación favorita? Leer, escribir y escuchar el silencio. Y, muchas veces, mirar por una ventana.

7. ¿Tu ideal de felicidad? Tener el poder de convertir sueños en realidades.

8. ¿Cuál sería tu mayor desgracia? No tener el tiempo suficiente para disfrutar mucho con mis nietos.

9. ¿Qué te gustaría ser? Un “coach” inmejorable y sin posibilidad de errar nunca.

10. ¿En qué país desearías vivir? En Nueva Zelanda, no hay otro más lejos.

11. ¿Tu color favorito? El azul, el del cielo y el del mar.

12. ¿La flor que más le gusta? Muchas de las sesenta mil variedades de orquídeas.

13. ¿El pájaro que prefieres? No lo sé. ¿Quizás un canario gordito y muy amarillo?

14. ¿Tus autores favoritos en prosa? A casi todos los admiro, escribir es difícil, hacerlo ya es un gran mérito. Ahora estoy entusiasmado con Haruki Murakami, muy probablemente mañana sea otro.

15. ¿Tus poetas? Tengo dos: León Felipe y Walt Whitman traducido por León Felipe.

16. ¿Un héroe de ficción? Harry Potter.

17. ¿Una heroína? Mi esposa; soportarme durante tantos años es una heroicidad de enorme magnitud.

18. ¿Tu músico favorito? Ahora recuerdo que Carl Orff.

19. ¿Tu pintor preferido? Adoro a los buenos “urban sketchers”.

20. ¿Tu héroe de la vida real? Un autónomo español.

21. ¿Tu nombre favorito? Lucía. Era el que más le gustaba a mi madre.

22. ¿Qué hábito ajeno no soportas? El de aquellos que tienen la detestable manía de decir “gracietas” en todo momento, circunstancia y lugar.

23. ¿Qué es lo que más detestas? Las ideas de los desalmados.

24. ¿Una figura histórica que te ponga mal cuerpo? Lenin.

25. ¿Un hecho de armas que admires? Ahora mismo no se me ocurre ninguno.

26. ¿Qué virtud desearías poseer? ¿Una? Necesito varias,... con urgencia.

27. ¿Cómo te gustaría morir? Sin dolor.

28. ¿Cuál es el estado más común de tu ánimo? Ahora, en estos días aciagos de Covid19 y drama, estoy reflexivo y apesadumbrado por la realidad circundante.

29. ¿Qué defectos te inspiran mayor indulgencia? Los míos, claro.

30. ¿Tienes una máxima? «Aprende, aplica lo aprendido y disfruta con todo ello». Probablemente esto pueda ser el propósito de la vida.

martes, 1 de diciembre de 2020

Reflexión para no pusilánimes

 

     Muchos de nosotros, quizás porque no hemos sabido desembarazarnos de nuestro materialismo, queremos escapar de las garras de todas las tensiones que experimentamos en estos aciagos días, sin embargo somos insaciables en nuestros deseos. Pero no lo podemos ocultar ─de algún modo todos lo estamos percibiendo─ esta sociedad del bienestar hace aguas, le faltan esencia y sentido. Quizás ─y por fortuna─ ya se nos vayan olvidando los cantos de sirena prometedores de ese ficticio progreso que nos calmará la sed y el hambre de todo.

     Nos está ocurriendo como si descubriésemos nuevas imágenes en nuestros espejos cada vez que nos miramos en ellos. Con la maldición del coronavirus estamos reencontrándonos con nuestra fragilidad, con esa fragilidad humana que habíamos perdido de nuestro horizonte por mor del bienestar, de la ciencia o de no mirar más allá de nuestras limitadas narices.

     Y no se trata sólo del estigma de la muerte ─a la que observamos muy a hurtadillas─ es todo lo que nos acompaña también: el temor, la falta de seguridad, el dolor ante la ingente cantidad de padecimientos que nos rodean... También ese sentimiento de impotencia que nos atenaza a diario. Ese mirar de soslayo y abobado de no saber qué sendero hay tomar.

     ¿Es posible despertar de este mal sueño? Ahora vienen las fiestas de la Navidad y parece que las vemos como un milagroso oasis; pero allá afuera está el desierto, sin luz, sólo sombras y oscura noche, sin maneras de ver confiadamente el mañana.

     Me temo que no, que no despertaremos de este mal sueño. En esta época que nos ha tocado vivir somos refractarios a pensar ─y a asumir de forma determinante─ que somos sujetos atados al dolor, al sufrimiento y al mal, que somos seres acotados y condicionados.

     ¿Es posible que ya no sepamos abandonar el deseo de ser perennes ─infinitos─ sin padecimientos ni muerte?