viernes, 29 de enero de 2021

Un vaso de vino, un trozo de tarta de chocolate y muchas flores

     Siempre recuerdo un proverbio, creo que es galés, que dice: «El amor perfecto a veces no llega hasta el primer nieto». Y suelo repetir aquello que escuché una vez de que los abuelos somos simplemente niños pequeños antiguos.

     Tengo la inmensa suerte de estar cerca de mis nietos y pasar algún tiempo con ellos a menudo; eso aparte de las parrafadas por teléfono que casi a diario nos echamos. Ayer estuve un rato con la mayor ─que en unos días cumplirá once años─ y me hizo unos comentarios espléndidos sobre la lectura que está terminando: “La vuelta al mundo en 80 días” de Verne. Me contó que ya le falta espacio en su mueble biblioteca, pero le regalé unos cuantos libros más y unos cuadernos de viñetas de Mafalda, quedó encantada.

     Por la tarde/noche llegó la llamada que esperaba, era mi nieto que había estado atento al momento en que alguno de sus progenitores dejaba el teléfono a su alcance para ponerse en contacto conmigo. Me contó varias cosas de su día, del colegio y de esas construcciones de “Lego” que tanto le entusiasman. Después de unos minutos me pasó a Emma que, por lo visto, tenía urgencia de hablar conmigo.

     Emma, tiene gran facilidad expresiva y me comunica todas sus cuitas, incluso los pequeños dramas con sus amigas. Primero contó que el “cumple” de su hermano, Carlos, era el día 6, y después de una serie de disquisiciones, salió explicándome que en enero, y con muy pocos días de diferencia cumplíamos años su madre, ella y yo. Entonces preguntó:

     ─A ver, abuelo, ¿tú cuántos años tienes?

     Lo dijo en un tono que no tuve más remedio que lanzar una carcajada y responderle entre más risas:

     ─¡Tantos como Matusalén! ¡Novecientos sesenta y nueve años!

     Quedó reflexiva un par de segundos y contestó:

     ─Eso no tiene sentido abuelo, estarías ya muerto. No se puede vivir tantos años; nadie vive eso.

     ─Es verdad, no tengo tantos, pero son muchos ya ─le contesté, sin parar de reír y le pregunté─: ¿Tú cómo sabes que no se vive tanto tiempo?

     Mirándome con un atisbo de conmiseración, dice:

     ─Yo lo he visto en los cementerios, en las tumbas dicen los días de nacer y los de morir.

     ─¿Qué cementerios has visto tú? ─le pregunté sorprendido.

     ─He visto dos, el de aquí, del Puerto y uno pequeño muy bonito en un monte, en “Villalengua Rosario” (algo así dijo). Quiero ir otra vez contigo a verlo de nuevo. En el de aquí, que esta cerca de casa y fuimos andando, he visto la tumba de mis bisabuelos y más.

     Pensé que yo, la primera vez que vi las tapias de un camposanto, tendría catorce años. Estaba absolutamente perplejo con mi nieta.

     Al final de la conversación, y con la naturalidad más grande del mundo añade:

     ─Abuelo, cuanto te mueras yo iré todos los día trece de enero al cementerio y pondré en tu tumba un vaso de vino, un trozo de tarta de chocolate y muchas flores.

     Ella sabe que me encantan las tartas de chocolate...

martes, 26 de enero de 2021

Emma y su rabo de toro

     Graham Greene decía que escribir es una forma de terapia, y cuando los tiempos son como los que estamos viviendo/padeciendo está muy claro que tenía mucha razón. Ponernos delante de un folio en blanco (ya saben, aquella antigua metáfora) es un intento de comprender lo que nos rodea, es tratar de representar todo aquello que es irrepresentable, de decir lo que nunca se dice.

     Y sí; es una terapia. Contar cosas es una acción curativa y necesaria. Cualquier pequeña narración, por nimia que parezca, nos libera.

     No sé si mi nieta pequeña aceptaría lo que digo en los párrafos anteriores, a veces, cuando le comento alguna cosa que le parece compleja o dudosa me contesta, segura y firme: "Abuelo, eso no tiene sentido". Aunque también conoce la palabra "absurdo", ella siempre prefiere decir que algo no tiene sentido.

     Ya escribí hace unos meses sobre algunas de las anécdotas que ella nos proporciona a diario ("Los tonos de Emma"). Acaba de cumplir ocho años, es menudita y bien proporcionada, cariñosa y de sabia mirada. Minuto a minuto sorprendente. El domingo pasado fuimos a comer a una venta y ─ni corta ni perezosa─ pidió, como primer plato, un suculento rabo de toro. El primer sorprendido fue el propio camarero que quedó un poco paralizado, atónito, al oír la petición y nos miró a los mayores para ver si lo aceptábamos. Con media sonrisa todos asentimos y el hombre marchó a cursar la petición de la niña.

     Al llegar el plato humeante y repleto, todos miramos a la mesa de los pequeños.

     Con ceremoniosos gestos, cogió el cuchillo y el tenedor, se levantó porque sentada en la silla no alcanzaba con comodidad y púsose a trocear aquella enormidad.

     Sus bellísimos ojos grises lo escrutaban todo, miraba el rabo que cortaba y estaba pendiente de las asombradas miradas que caían sobre ella. Esbozaba su singular y leve sonrisa de bruja sabihonda.

     Mientras tanto, su hermano se hacía ─y comía a la vez─ un tremendo bocadillo relleno de croquetas de puchero.

     Al final, “nos homines sumus”, humanos somos, no pudo acabar tan desmesurada vianda.

     Su hermanito y su papá ─ambos al quite─ dieron fin al rabo de toro, ya frío, de Emma.

     (Quizás, escribir sólo sea hallar cosas para contar a los demás.)

lunes, 25 de enero de 2021

Trescientas treinta

 

     No quiero llegar a las cuatrocientas palabras, no soy capaz hoy...

     Estoy escribiendo con dificultades, sin apenas ganas, intento conocer en qué momento estoy, trato de desbrozar las emociones y los pensamientos que me aturden. Escucho música clásica tratando de afinar la mente y ver a través de ella las imágenes de lo que puede ayudarme, o de lo que me atribula. Pienso que eso sería una medida terapéutica recuperadora.

     Miro a la calle, el cielo está gris, la lluvia emborrona los cristales y veo el exterior con intermitencias: entre gotas.

     Intento enumerar los recursos con los que afrontar la situación, el confinamiento. Administrarlos ─o gestionarlos, utilizando esta palabra que se repite ahora hasta la saciedad─. Quiero enumerar todas las actividades que puedo realizar en la mitad (¿en la mitad?) de esta pandemia y son bastantes; eso ─desde luego─ consuela algo... Me faltan horas...

     Salgo confortado de estas ideas, tengo estrategias para enfrentarme al tedio, y he aprendido en los encierros algunas más. Estar convencido de que existe una exigencia de coexistir con el coronavirus y del tremendo peligro al que nos enfrentamos los que somos de riesgo, hace que no sea demasiado difícil adoptar medidas de cuidado y seguridad, éstas se aceptan bien.

     Parece que se aclara un poco día, ha dejado de llover, quizás sólo por un breve rato.

     Todo se va modificando, todo nuestro alrededor se va traduciendo en cambios muy sustanciales en lo cotidiano. La prolongación de este marco tan perturbador, incierto y singular me genera desgaste emocional, agotamiento mental...

     Es posible que este autodiálogo, y con todo lo que digo a mí mismo, reconforte mi alma y recargue las pilas.

     En realidad no hay mucha complicación, se trata de una actuación sistémica: interpretar nuestro universo, evaluar constantemente (tener un "feedback" ininterrumpido) y ponernos a actuar en consecuencia.

     ¿O no?

(He llegado hasta aquí en mi autoterapia expresiva escritural y no he alcanzado las cuatrocientas palabras, he quedado atrancado en las trescientas treinta.)

martes, 12 de enero de 2021

¿No parece que estamos viviendo de milagro?

     

     La pandemia nos está llevando progresivamente a una nueva realidad, el futuro ya no es tan prometedor y seguro, no es ese paso obligado desde el presente. El vivir lo estamos empezando a considerar un milagro.

     Mañana cumpliré años, hoy ya, cuando alguien esté haciendo una lectura amable de estas letras. Muchos años, siempre demasiados; el tiempo va pasando de forma avasalladora deshaciendo la vida. Este año es peculiar y distinto para todos, hemos perdido aquel hermoso horizonte de rutina que guiaba nuestra existencia, nadie pensaba en una plaga destructora ni nada parecido, el mañana era una continuación homogénea del hoy, sin más.

     Escribo estas líneas mirando de reojo al televisor repleto de dramas; nieve, frío como singular propina. Me sobresalta la visión de las camas de los hospitales, los sanitarios enfundados en inhumanas escafandras, esas agujas afiladas que penetran en los brazos desnudos. Las pieles arrugadas.

     Hay dos palabras que se entrelazan continuamente en mi mente, son inseguridad e incertidumbre. Pero además existen otros ingredientes como confusión, duda, zozobra y desasosiego. De todo hay en esta viña. Y ─por supuesto─ están esas preguntas que intento esquivar por todos los medios, pero que vienen de nuevo reiterativas, incansables. Son puntiagudas y dolientes.

     Procuro suavizar un poco los interrogantes y me digo: ¿Será todo igual este 2021?, ¿remontaré los 365 días de este nuevo ciclo anual? ¿Qué pasará con el coronavirus?

     Miro de nuevo al aparato de TV; la tercera ola está desatada, los contagios se multiplican locos, la vacuna aún va para largo, ¿funcionará bien? Quiero ponérmela, sin duda...

     Llevo días obsesionado ─mis neuras─ haciendo cálculos tratando de predecir cúando nos corresponderá la inyección a los de mi edad. ¿Cuál será?, ¿cuál me tocará?, ¿la de Pfeizer, la de Oxford, la de AstraZeneca...?

     No sé cómo decirlo: ¿Me respetará el virus?, ¿podré evitarlo?

     ¿Si me asalta cómo me afectará?, ¿seré de esos que casi ni se enteran que lo tienen?

     ¿La esperanza?

     De todas maneras la esperanza es un impulso frenético, brutal. Y ─quizás─ no haya nada ni mágico ni espiritual en ella, pero si somos plenamente conscientes de que queremos vivir y ese deseo lo alzamos como una antorcha brillante, nos podrá alumbrar el camino que nos llevará a que las cosas ocurran como un milagro de verdad y llegaremos a varios próximos cumpleaños.

     No obstante ─y ahora miro otra vez a la pantalla─ parece que seguimos viviendo de milagro...

lunes, 11 de enero de 2021

Desiderativismo

     

    Kimura me decía esta mañana que en Occidente hemos caído en la trampa del “desiderativismo”, bien manipulado por las esferas del poder. Primero me sorprendió la palabra en boca de un japonés; ese “ismo” no lo había escuchado nunca. Bien sé que desiderativo es un adjetivo que señala o indica un deseo; pero eso del “desiderativismo” me descolocó un poco. El asunto venía a que estábamos hablando de la ausencia de un buen pensamiento crítico, sin una educación que lo contemple como parte de su estructura fundamental. Y que, de alguna manera, el pensamiento crítico ha sido sustituido por la levedad e inconsistencia del “pensamiento desiderativo”.

     El pensamiento desiderativo se sustenta sobre bases ilusorias y engañosas. De modo que ─siguiendo este tipo de pensamiento─ no importa lo que realmente esté ocurriendo, si vamos por un camino erróneo, si nuestro comportamiento genera algún mal a alguien, si estamos inmersos en equivocaciones. Y, en consecuencia, no tenemos la objetividad suficiente para nada porque estamos visualizando un mundo fantástico, uno que imaginamos y hacemos real en nuestra mente; en resumen, un mundo en donde únicamente vemos lo que queremos ver.

     Opina Kimura que impulsar el pensamiento desiderativo es, sin duda, un objetivo político muy al uso de hoy. El pensamiento desiderativo es cómodo. Con él nos sentimos bastante a gusto, y justo donde deseamos estar. Aunque también nos transforma en individuos cobardes que huyen de la realidad y de todo aquello que no queremos aceptar.

     Le comenté que eso me recordaba una frase célebre de Ayn Rand, filósofa y escritora ruso-americana, que decía: «Uno puede ignorar la realidad, pero lo que no puede ignorar son las consecuencias que puede traerle el ignorar la realidad». Intentar modificar la realidad en lo que nosotros deseamos y provoca que percibamos todo lo que sucede de una manera peculiar y no es muy complicado pensar en los problemas que esto nos puede acarrear en los diversos planos de nuestra vida. Siempre la realidad es como es y aunque que queramos verla de otro modo, no se va a transformar de forma mágica.

     Kimura piensa que el pensamiento desiderativo, es una emboscada que se nos tiende desde los planos políticos, primero porque sustituye y aplasta al pensamiento crítico y después porque cuando el pensamiento se vuelve esclavo del deseo ya no atina con otras cosas.

     Después de la interesante conversación con mi amigo, seguí cavilando sobre todo esto. Me vino a la cabeza el también llamado “pensamiento mágico”. El pensamiento mágico que es una manera de pensar y razonar, basada en supuestos erróneos, informales, o no suficientemente justificados y, con frecuencia, de ámbito sobrenatural, que engendra opiniones ─o ideas─ sin bases empíricas consistentes. Realmente se trata de atribuir un efecto a un suceso determinado, sin existir una relación de causa-efecto comprobable entre ambos factores.

     Hoy hace un frío tremendo, otra vez me encontré mirando por la ventana; pensé que desde un punto de vista simple, el “pensamiento crítico” es el desarrollo ─o proceso─ mediante el cual empleamos el conocimiento y la inteligencia para llegar de forma eficaz a una situación más razonable y justificada sobre un asunto.

     Sí,... no conviene...