Siempre he oído que
las cosas que se dicen tienen un propio peso, pero que la máxima intensidad
expresiva se alcanza con el «cómo» dices algo. El cómo decimos algo
complementa y redondea siempre aquello que queremos expresar.
Todos sabemos que
convertir los pensamientos en palabras no es algo sencillo, que lanzar palabras
a un interlocutor y que él entienda perfectamente no
es una meta que se alcanza siempre. Ya lo decía ─con un poco de sorna, imagino─
el escritor Saint-Exupéry: «El lenguaje es una fuente de mal entendimiento».
Lo anterior viene a
colación porque tengo una nieta, de siete años recién cumplidos, de la que
suelo escribir poco, por el simple hecho de que es muy complejo escribir sobre
ella. Habla con claridad asombrosa y con un envidiable vocabulario ─impropio de
su corta edad─ y su expresividad la completa con ademanes, gestos y posturas
que facilitan el que se le entienda a la perfección. Me resulta curioso que algo que los adultos
conocemos por la experiencia ella lo sepa de modo innato; como que nuestra boca
puede expeler unas palabras con un significado y, sin embargo, la mirada, la
actitud y el tono pueden ser contrarios al contenido de las palabras. Ya
sabéis, eso que conocemos como el arte de la comunicación.
Pero cada día me
asombra más, ¿cómo sabe ella que al pronunciar una simple palabra podemos desatar emociones,
sentimientos y percepciones? ¿Cómo es tan consciente de que en la comunicación
siempre tenemos en cuenta las reacciones que provocamos en aquel que nos
escucha?
¡Y el tono! ¡Lo del
tono me fascina! Puede decir la palabra «abuelo» con mil tonos y mil
significados perfectamente inteligibles e identificables. Ella conoce el
secreto, sabe que no hablamos sólo para una transmisión de una información,
sino que siempre tratamos de influir de alguna manera en nuestros
interlocutores, ¡lo sabe y lo utiliza!
Esa pequeña tiene muy
asumido ─y claro─ que los vínculos fuertes están repletos de entidades que
sirven a la comunicación y que tanto las palabras como las pausas silenciosas,
los visajes y los ojos contienen un cargamento enorme de significados.
Tu escrito me ha hecho sonreir y hasta reir porque me he sentido identificada con tus palabras
ResponderEliminarEs curioso como los niños nos sorprenden constantemente.
Yo que tengo nueve nietos lo he "sufrido" en mis propias carnes.
Son increíblemente maravillosos
Los adoro
Bueno, primero decir que eres un pedazo de abuelo, de esos que no se cansan nunca de sus nietos, no como yo, que los quiero y los adoro, pero más, cuando están lejos y con sus padres (es broma). El mérito de tu escrito de hoy es de Emma, porque Emma, es mucha Emma, si yo fuera sus padres, desde ya, la apuntaría a una academia de arte dramático, creo que triunfaría en el mundo artístico. Lo que no se es de donde le viene esa vena.menuda artista tienes de nieta, abuelito.
ResponderEliminarBesitos. �� ��
Es fabuloso tu escrito. La conoces tan bien como yo.
ResponderEliminarEsa niña preciosa, ¡la marquesita!
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