sábado, 31 de diciembre de 2022

¡Fuera el 22! ¡Qué viene el 23!

 

      Hoy es el último día de este 2022 y he querido dejar un poco libre la mente y hacer una reflexión espontánea. He mirado a mi alrededor y únicamente me queda la esperanza, quizás utópica, de que a partir de este nuevo 2023 las cosas nos vayan mejor a todos.

      Este año no ha sido un buen año, demasiados dramas, demasiadas muertes, demasiadas expectativas frustradas... Todo ha sido rápido, ráfagas como de metralleta, en las que las balas son las horas, los días y las semanas.

      Recosté la cabeza en el sillón y me venían muchas cosas, respiré en profundidad tres veces tratando de calmarme un poco, de centrarme; incluso cerré los ojos.

      Luego pensé que parece innegable que vivimos en una época en la que la locura parece ser la norma. Cada día se nos muestran noticias que parecen sacadas de una película de ciencia ficción de ínfima calidad. Profesores son sancionados por enseñar hechos científicos básicos, cuentas de Twitter son suspendidas por afirmar cosas obvias, violadores son trasladados a prisiones femeninas donde continúan cometiendo violaciones, estatuas de personajes históricos son derribadas por quienes aparentemente quieren hacer justicia, atletas mujeres son desplazadas de sus eventos deportivos por personas con genitales masculinos, películas inocentes son denostadas por no cumplir con los cánones de lo políticamente correcto, incluso personajes de cuentos infantiles de siempre como Blancanieves y los siete enanitos son considerados políticamente incorrectos.

      Palabras, libros, estatuas e incluso personas enteras son "cancelados" por no cumplir con los estándares de la “corrección política”. ¿Acaso hemos perdido el juicio colectivamente?

      Es cada vez más evidente que muchas personas han perdido la cordura al participar en el debate político. Basta con revisar las redes sociales o los medios de comunicación para ver el caos y la histeria que se han vuelto moneda corriente. Cada día hay alguien que se siente ofendido por algo (la llamada cultura del victimismo), ya sea un cartel publicitario, una conferencia o unas palabras.

      Vivimos bajo el mandato de la corrección política, en un mundo sin género, raza o sexo, y donde hay muchas personas que se presentan como víctimas de algún sistema opresor (el heteropatriarcado, la bifobia o el racismo). Ser víctima se ha convertido en una aspiración, una etiqueta que otorga cierto prestigio ético e, incluso, permite eludir la necesidad de argumentar. Pero, la víctima no siempre tiene razón y, de hecho, no siempre es víctima.

      ¿O, acaso, las víctimas somos todos los demás?

      Bueno, quedamos a la espera de ese 2023. En principio parece que promete, es un número compuesto, no es primo y puede ser dividido por 1, 7, 17, 119, 289 y, claro, por el mismo 2023. ¡Esos 'sietes' tienen buena pinta! ¡Qué no nos falte la esperanza!


miércoles, 28 de diciembre de 2022

Las "neuras" de Kimura

 

      Tal como le prometí a Kimura esta mañana lo llamé para charlar un rato y para ver cómo está de sus temores y obsesiones; cosas que yo creía propias de nosotros, los occidentales, pero de las que los japoneses también participan, incluso mucho más de lo que nosotros creemos. Nadie está a salvo.

      Después de los saludos preliminares me espetó la siguiente pregunta:

      ─¿Tú crees que estoy neurótico?

      No supe, en principio, si empezar a reírme o responderle con toda la seriedad posible; después de considerarlo unos instantes opté por esto último:

      ─Imagino que sabes que el término neurosis se refiere a una forma de comportamiento que se repite de manera regular y que a menudo conduce a relaciones inadecuadas con uno mismo, con los demás y con el entorno. Esto puede incluir una cierta desesperación por no querer ser uno mismo o por querer ser uno mismo, pero no poder hacerlo. Estas dificultades pueden aumentar el riesgo de síntomas de ansiedad o depresión.

      Como vi que se tomaba algunos segundos para asimilar mi contestación, le añadí:

      ─No creo que tú seas un neurótico. O, al menos, no eres más neurótico de lo que somos todos los demás. Aunque, eso sí, cada uno dentro de su mundo real y de sus circunstancias.

      Ahora respondió rápido:

      ─Pues yo creo que tengo ya síntomas de ansiedad y una pizca de depresión.... Sí, creo que estoy un tanto neurótico.

      Le sonreí a través de la pantalla y le dije:

      ─No te preocupes, eso es un signo de la época que estamos viviendo, todos estamos con algo de neurosis. Mira a tu alrededor, seguro que verás señales de eso por todas partes.

      De golpe preguntó:

      ─¿Y la memoria?, ¿qué me dices de la memoria? Tenía una memoria portentosa, siempre la he tenido, y ahora estoy, a diario, con lagunas preocupantes. Un día pierdo las llaves, otro no me acuerdo de números telefónicos habituales, otro no recuerdo qué libro estaba leyendo ni dónde lo puse ayer... ¿Tampoco es eso preocupante? ¿Es hipocondría?

      ─Esto último no lo excluyo, también creo que todos tenemos algunas papeletas de hipocondría, son los tiempos, la educación, las tensiones...

      ─¿Y la memoria? ─insistió.

      ─Mira, vamos a pensar en positivo. Lo probable, es que te suceda eso que se llama actualmente olvido senil beningo que es una alteración leve de la memoria que puede presentarse con el avance de la edad. Esto se manifiesta comúnmente en actividades cotidianas, como el olvido de nombres o números telefónicos. Aunque es normal experimentar algunos cambios en la memoria a medida que envejecemos, el olvido senil benigno no suele afectar significativamente la calidad de vida de las personas que lo padecen. Así que no es preocupante, es cosa normal que le ocurre al 90% de la gente con el paso de los años.

      Su cara cambió y empezó a tener un tono más alegre. Entonces preguntó:

      ─¿Todo esto lo estás aprendiendo en tu “neurociencia”?

      Afirmé riendo con inclinaciones de cabeza.


lunes, 26 de diciembre de 2022

La curiosidad de Kimura

 

      Esta mañana me decía mi amigo japonés Kimura que estoy perdido, que ya no me ve por la red y que conversa poco conmigo. Comentaba que desde que me dedico al estudio de la “neurociencia” no me localiza ningún día para proseguir con nuestras charlas sobre el mundo y sus avatares.

      Después preguntó:

      ─A ver, ¿qué es eso de la “neurociencia” que tanto te magnetiza?

      Sonreí al escuchar la pregunta y me puse en plan profesoral diciéndole:

      ─Puedes mirar en Google que te ampliará la respuesta que yo te dé, pero te puedo decir que la “neurociencia" es una rama de la ciencia que se centra en el estudio del sistema nervioso, incluyendo el cerebro, la médula espinal y los nervios periféricos. Se trata de una materia interdisciplinar que combina elementos de la biología, la medicina, la química, la psicología, la informática y la ingeniería y algunas otras ciencias.

      ─¿Y de qué trata, más o menos? ─insistió en su interrogatorio.

      ─Se puede decir que el objetivo principal de la “neurociencia” es comprender cómo funciona el sistema nervioso (SN) y cómo éste controla y coordina la actividad del cuerpo y la mente. Para ello, los neurocientíficos utilizan técnicas de investigación muy diversas, desde la observación y el análisis de tejidos nerviosos en el laboratorio, hasta la realización de pruebas y experimentos en humanos y animales.

      A través de la pantalla le veía su cara de interés. Proseguí añadiendo:

      ─En los últimos años los avances más importantes de la neurociencia han sido por disponer de imágenes cerebrales obtenidas de los distintos tipos de resonancia magnética, la tomografía axial computerizada (TAC) y la tomografía por emisión de positrones (PET), que permiten ver el cerebro en funcionamiento y comprender cómo se relaciona con la actividad mental y el comportamiento.

      Kimura me interrumpió para comentar:

      ─Imagino que estas técnicas que citas han permitido avances significativos en el conocimiento de enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson y la esquizofrenia, así como en el tratamiento de trastornos mentales y del comportamiento, ¿no?

      ─Por supuesto que sí. Además de su aplicación en el campo de la salud, la “neurociencia” también tiene importantes implicaciones en el ámbito educativo, en el desarrollo de tecnologías de la información y en el deporte. Por ejemplo, se ha demostrado que la comprensión de cómo el cerebro aprende y procesa la información puede mejorar la eficacia de la enseñanza y la capacitación. Asimismo, el conocimiento de cómo el cerebro procesa y utiliza la información ha sido fundamental para el desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial y la realidad virtual.

      Kimura dijo que le parecía todo muy interesante pero que dejará algún hueco de tiempo a la semana para seguir con nuestras conversaciones. Le prometí que así lo haría.

      Luego, con esa capacidad de síntesis de la mentalidad japonesa, añadió:

      ─Creo, que el resumen de todo lo que me has dicho es que la “neurociencia” es una disciplina fundamental para comprender cómo funciona el sistema nervioso y cómo éste influye en la actividad del cuerpo y la mente. Así como que sus aplicaciones van desde el tratamiento de enfermedades mentales y físicas hasta el desarrollo de tecnologías de la información y la mejora de la educación, ¿es así?

      ─Cierto, eso es. Lo has captado a la perfección.

      ─Debemos seguir hablando de esto la próxima semana.

      ─Vale. Un abrazo.


viernes, 28 de octubre de 2022

Desde el pasado

 

      Ayer tuve una curiosa e interesante conversación por Messenger, de esas que te agitan los recuerdos más lejanos de la vida: los de la infancia. Una amable señora ─que apareció de repente en el ordenador─ preguntó si yo fui un jovencito de pantalones cortos, muy delgadito y de piernas largas que pululaba, con su tropa de amigos, por la plaza del castillo y sus alrededores hace bastantes años. Evocó una serie de detalles que me identificaban perfectamente, no había dudas.

      ¿Bastantes años? ¿Cuántos son bastantes?... ¡Muchos!

      La señora goza de una excelente y admirable memoria; entre los dos hicimos un breve recuento; un recorrido por calles, tiendas, personas y edificios de una época ya extinta. Vinieron a mi memoria chicas que no sé si existen todavía. Jovencitas que nos gustaban entonces, sonrientes y bonitas que eran un poco diosas para mi cuadrilla de desharrapados. Era un tiempo que aún tenía reminiscencias de posguerra, aunque iban alumbrando nuevos colores y acabando ─afortunadamente─ todos aquellos negros y blancos solitarios. O los sólo grises, agobiantes y angustiosos.

      Tiendas que vendían mil cosas, con unos curiosos mecanismos para expender el aceite de oliva que llamaban mucho mi atención, pequeñas pastelerías de productos casi artesanales, las carbonerías que siempre ocupaban alguna esquina, los barberos...

      ¿Y aquellas noches de verano en el «Cine Colón»? ¿Cuánto tiempo transcurría entre pensarlo y ponerle a la chica la mano por detrás? Brazo que se apoyaba mucho más en la madera del asiento que en la espalda de la niña.

      Recuerdo aquellos pequeños carros ─"carrillos" les decíamos─ que se ponían en la 'puerta de preferencia' y vendían chucherías, pero ─sobre todo─ toneladas de pepitas de girasol (¡Y eso que nadie sabía nada de sus propiedades desoxidantes!) y, que también, espantaban las sombras de la noche con una lampara de carburo que desprendía aquel extraño olor de ajo a medio quemar.

      Al salir caminando de mi garaje pensé: "Ahí estaba la pantalla". Paré unos instantes e intenté situar el lugar aproximado en el que solía sentarme... ¿Bastantes años?

      No lo quiero ni pensar.

martes, 18 de octubre de 2022

La "depre" japonesa de Kimura

 

      Hacía muchos días que no hablaba con mi amigo Kimura, el japonés tan peculiar y curioso con el que tengo una gran amistad desde hace años. Era un gran viajero, conocía todos los países del mundo y pasaba alguna temporada aquí con nosotros. Desde el asunto del Covid cayó en una especie de depresión ─yo diría que una depresión “a la japonesa, muy distinta de las de aquí─ y no está (o no lo veo yo) en buena forma, ni física ni mental.

      Hablar con él ─hace apenas dos años─ era algo fluido, alegré, la conversación transcurría entre sonrisas, cuando no en grandes risas. Ahora todo es más oscuro. Incluso hay muchas incoherencias, emite frases lentas y sueltas y no hay demasiada relación entre las mismas. Me preocupa mucho, le suelo preguntar intentando que se exprese y cuente sus cuitas, pero margina mis interrogantes y lanza alguna frase extraña que muchas veces no consigo comprender a pesar de su excelente dominio del idioma español.

      Hoy decía que quejarse es caminar hacia el precipicio y saltar, y hundirse en sus profundidades, y que en ese abismo es donde habitan los pensamientos sombríos que atraen ─más y más─ todas las ruinas y todas las miserias.

      No sabía como disminuir sus dramas y le dije, quizás con inadecuado tono, lo siguiente:

      ─Kimura, hay que vivir el presente, el hoy. Es imposible que cambiemos la mayoría de los acontecimientos que nos perturban y angustian.

      Contestó sin dar la impresión de haberme escuchado:

      ─¡Qué hermoso sería si me asaltasen únicamente bellos recuerdos! ¡Si pudiese lograr no inquietarme tanto por el mañana!

      Intenté enlazar con lo que él expresaba diciéndole:

      ─Quizás sería conveniente que pensarás en todo lo bueno que tienes. Eres un ser privilegiado en muchísimos sentidos, lo sabes.

      Comenzó a reír de tal modo que me sobresaltó un poco, y a la vez me hablaba:

      ─¿Qué de bueno tengo hoy? ¿Quizás la luz del sol arropado de nubes grises? ¿Mucha comida y mucha bebida?, ¿un monje budista al que alimento y que reza por mí a diario? ¿Las flores que adornan mi mesa?...

      Se calmó en unos pocos segundos y añadió:

      ─Un conocido filósofo oriental, chino, dijo: “El máximo de poder es la iniciación de la decadencia”.

      Hicimos una pausa de casi un minuto y entonces fui capaz de contestarle:

      ─Creo que ese fue el mismo filósofo que dijo: «La sabiduría de la vida consiste en la eliminación de lo no esencial. En reducir los problemas de la filosofía a unos pocos solamente: el goce del hogar, de la vida, de la naturaleza, de la cultura».

      Y ahí dejamos la conversación...

martes, 11 de octubre de 2022

Guerra; ahí en la esquina

 

      Leía ayer, en varios medios de prensa, noticias sobre el bombardeo cruel a Kiev. Casi cien misiles con bastante potencial destructivo y justificados por Putín ─y sus más directos secuaces─ llamándolo operación “proporcional” de respuesta al intento de demolición del puente de Crimea.

      Luego pensaba en cómo se veía desde España ─y qué veían los españoles de a pie─ el arranque, el preludio, de las dos guerras mundiales, primera y segunda, por aquellos entonces.

      Aunque se están recibiendo oleadas de problemas de esa guerra allá en la esquina, sobre todo económicos. Nuestra posición parece ser la de espectadores impasibles, y la de que todo nos cae lejano y pasajero. La impresión es que estamos desafectos, volcados en lo nuestro e intentando mirar, subrepticiamente, para otro lado.

      Impávidos. Ahora recuerdo las palabras de Adolf Hitler referidas a la "División Azul". Hitler calificó a aquellos españoles como una cuadrilla de andrajosos; una especie de ejercito de tipos inconmovibles, valientes e indisciplinados que desafiaban a la muerte. Aunque reconocía, eso sí, que a los soldados alemanes les reconfortaba mucho tener cerca a los españoles en las trincheras.

      ¿Impávidos aún?, ¿ante todo y por todo? ¿Sabemos dónde estamos?, ¿adónde vamos?...

 

lunes, 10 de octubre de 2022

Habrá que arriesgarse

      En realidad a ciertas edades pocas cosas hay que no tengan algún riesgo para uno, pero ayer me reí bastante cuando por puro azar me pregunté: ¿A qué serías capaz de arriesgarte?

      Durante unos pocos instantes me quede un tanto perplejo ante mi propia pregunta y después comencé la risa. Pensé primero en esas cosas más propias de la juventud (eso no es ninguna mala señal, creo) que de edades provectas, en asuntos como tirarme en paracaídas, volar en parapente o escalar alguna montaña.

      Luego vi que no era necesario llegar a tanto como tratar de volar, hay cosas mucho más pedestres que también implican algún riesgo, por ejemplo, ¿por qué no me doy un largo paseo con uno de esos patinetes que inundan nuestros pueblos y ciudades? ¿Entraña eso algún peligro? Quizás suponga alguna aventura curiosa o apasionante, ¿no? Únicamente veo a jóvenes montados en esos delgados artilugios a pilas que se cruzan como moscas a nuestro alrededor.

      Posiblemente con solo algunos adminículos de seguridad sea suficiente: una mochila para el botellín de agua, un casco sencillo por si acaso y poco más; todo ello serviría para recorrer un buen puñado de kilómetros en un rato cada día, recorrería zonas que no conozco, en las vacaciones iría a desayunar con mis nietos por las mañanas, visitaría a algunos amigos que viven lejos y podría tomar un café con ellos... No sé cómo se maneja eso de los pagos, ni si es caro o barato. No creo que todo eso sea demasiado complicado. O, incluso, si es más ventajoso comprarse uno con asiento incluido para ir más descansado en esos 'miniviajes', lo veré.

      Mañana me entero.


domingo, 9 de octubre de 2022

Hechos a pedazos


      Pensaba que soy un tipo hecho a pedazos, todos lo somos. Estamos compuestos de trozos de muy variada procedencia: progenitores, colegios, amigos, juegos, viajes, lecturas...

      Hoy deseo dedicar estos siete minutos de escritura a esos personajes de novela de los cuales tengo algunas porciones inevitablemente integradas en mí.

      Probablemente son muchos más de los que voy a nombrar, eso es seguro, pero dejaré otros personajes para más adelante.

      Soy una pizca de Aureliano Buendía aquel coronel de Gabriel García Márquez que luchó en mil batallas sin ganar ni una sola. Y también soy un poco, a veces, el Gregor Samsa de Kafka, angustiado y consternado. Aunque otras me veo como el siempre obediente Winston Smith de Orwell, en «1984»; hombre que sigue el sendero que le han marcado pero que ─poco a poco─ va dejando el camino que le han trazado y toma un nuevo rumbo.

      Otras veces creo parecerme algo, una humilde porción, a aquel personaje, Atticus Finch, de la gran novela “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee. Un pulcro abogado que lucha con la pluma con la esperanza de lograr un mundo nuevo y mejor. Alguna vez, en mi interior, brota el mítico monje de Umberto Eco, Guillermo de Baskerville en pos de verdades imposibles.

      Y, ¡como no!, todos tenemos fragmentos incrustados, e inseparables, de un Don Quijote de la Mancha vivo siempre.

      Claro, y también de Sancho Panza...



viernes, 7 de octubre de 2022

La puerta siempre cerrada

 

      La puerta 'siempre cerrada' estaba en la habitación última antes de llegar a mi cuarto de juegos. Pasaba por delante de ella muchas veces cada día y, con frecuencia, llamaba mi atención. A veces pegaba las orejas a la búsqueda de algún sonido, otras metía una hoja de periódico por abajo o hurgaba en la cerradura con distintos alambres y palillos,

      Recuerdo que un día le pregunté a mi padre sobre ella y me contestó que era una puerta de emergencia (fue la primera vez que oí esa palabra) para que pudiésemos huir de algún peligro que pudiera haber. Comentó que entonces se abriría la puerta, saldríamos a un pasillo muy grande y nos reuniríamos con todos los vecinos que tenían una igual en su casa. Añadió, que si había bombardeos también saldríamos por allí para llegar a un enorme refugio subterráneo y quedar a salvo de las bombas.

      Estuve conforme con esas explicaciones paternas y el asunto de la misteriosa puerta dejó de preocuparme durante bastante tiempo.

      Años después ─era ya un adolescente─ me levanté para ir a la cocina una noche de madrugada, desperté con algunas molestias estomacales y decidí ir a la cocina a beber agua o algo que me pudiese aliviar y venir bien.

      Entonces pude oír con claridad unos ruidos que venían directamente de detrás la puerta de escape ─así la llamaba yo después de la lejana explicación de mi padre─. Me asusté, quedé parado en medio de la habitación y, creo, que bastante lívido.

      Miré a la parte de abajo para ver si entraba alguna luz por la rendija. Con más curiosidad que valentía fui acercándome lentamente y cuando ya estaba a pocos centímetros de una de las hojas de madera, callaron los sonidos y se hizo un silencio aterrador. Comencé a caminar hacia atrás con la máxima cautela, muy poco a poco. Al llegar al pasillo salí corriendo hasta mi cama metiéndome en ella y tapándome hasta la cabeza.

      Por la mañana preferí pensar que todo había sido un sueño.


miércoles, 5 de octubre de 2022

La hoja otoñal perdida


      Paseaba cabizbajo por un sendero estrecho del parque, escuchaba una emisora de radio con los auriculares puestos, todo son noticias desagradables, es difícil atisbar alguna que sea esperanzadora. Iba a paso lento; quise dejar de oír dramas y miserias y comencé a quitarme el auricular derecho, en tal instante me rozó la mano algo como una hoja de papel o un trozo de bolsa de plástico que caía, voló un poco más con el tenue viento y se posó a poco más de tres metros por delante.

      No era ni plástico ni papel, era una hoja otoñal. La miré y me agaché a cogerla; grande como la palma de mi mano, quizás más. Seca, con mil agradables tonalidades de naranja y marrón. Su forma enseguida me recordó a la figura que hay en bandera de Canadá (qué casualmente había visto días antes). Una hoja de arce. Giré el cuerpo intentando ver un árbol con aquellas hojas por alrededor; seguí escudriñando árboles por allí durante un buen rato. No vi ningún arce ni nada parecido. Había palmeras de dos o tres tipos, algunos eucaliptos agrupados a unos veinte o treinta metros de distancia y, por supuesto, pinos, bastantes pinos, pero ningún arce ni nada que se le pareciese. Nada, ni uno...

      ¿De dónde venía aquella hoja perdida? ¿Quizás algún pájaro la llevaba en su pico y la dejó caer?


martes, 4 de octubre de 2022

Malabarismo con palabras

      Un poco es así, escribir es jugar a hacer malabarismos con las palabras. Las tenemos encima dando vueltas y vueltas, agitadas y violentas, hasta que en cierto instante, por cualquier accidente fortuito, caen sobre el papel. En la superficie blanca del folio pueden yacer ordenadas, a veces, hermosas y sensatas. En otras ocasiones ─las más─ prensamos el papel, lo apretujamos y lo arrojamos a la papelera con algo de desolación en nuestra mirada.

      ¿Y con impotencia? Sí, con impotencia también.

      Pensaba en las palabras que me gustan, y en esas otras que no me agradan y que evito utilizar. ¿Sabéis una que me encanta? 'Inefable'. Con ella puedo expresar lo indecible, lo impronunciable o lo inenarrable. Es todo eso que no puede ser explicado con palabras. Y, observad, también tiene un sesgo de genial o divino.

      De algunas no me gusta su constructo pero sí, y mucho, su significado. Cito 'nefelibata', ¡me parece horrible! Sin embargo nos define a un soñador, a uno de esos seres necesarios y fascinantes que escapan de la realidad con su mochila de sueños a la espalda.

      Hace unos días descubrí ─y apunté─ el término 'petricor' (¡horrendo también!) que pretende condensar una expresión tan bella y sugerente como “olor a tierra mojada”. ¿Quién será capaz de hacerlo?

      (Afortunadamente aún no la han metido en el diccionario: petricor.)

lunes, 3 de octubre de 2022

¿Una autobiografía?


      Alguien me susurró, como quien no quiere la cosa, y con alguna mala leche, que escribiese mi autobiografía en siete minutos.

      Un rato después pensé que, incluso, me podrían sobrar cinco de ellos, con dos habría bastante tiempo.

      Soy consciente de que somos un punto sin dimensión, inapreciable e irrelevante en la larga línea del tiempo, línea que no tengo nada claro que sea recta o que forme un ovillo en el cual se crucen los hilos de manera más o menos informe, ¿el tiempo un ovillo?, ¿será así? Somos un punto de nada, por larga que nuestra vida sea, nuestros actos y hechos se olvidan pronto, también son tan insignificantes como el propio punto.

      ¿De qué manera relataría eso que se llama 'autobiografía'?

      Me gustaría decir que soy ─o he sido, hasta ayer, por lo menos─ algo parecido a unos cuantos folios escritos desperdigados sobre una mesa y una ventana abierta por la que entra un poco de viento, el aire mueve los papeles, los levanta un poco por el borde y los hace retemblar de manera que emiten un sonido vibrante, alguno de ellos se va flotando por los alrededores, y otros se desplazan resbalando sobre la mesa. Alguno se adhiere y queda estático sobre el tablero...

      Posiblemente esa sea mi mejor autobiografía, poco sé de otra, ¿es vanidad infame compararme con unos inocentes folios?

      ¿Cuántas palabras en siete minutos? Quizás he llegado hoy a las doscientas. Siete minutos con unas doscientas palabras para una autobiografía.

domingo, 2 de octubre de 2022

Minucias del hoy

 

        Me parece que voy a empezar otra vez con mis ejercicios (o ratos de expansión escribiendo) de siete minutos diarios con el lápiz sin levantarlo del papel. Ni más ni menos, únicamente siete minutos.

      No sé cuántas palabras se pueden escribir en esos siete minutos sin levantar del folio el utensilio que usemos, no sé si son muchas o pocas, da igual; es el ejercicio de escritura lo que cuenta.

      ¿Qué cuento? Pues, también da lo mismo, cualquier minucia viene bien. 

      Voy a intentar describir las sensaciones de esta mañana al levantarme; un desbarajuste matinal que me ha creado el reloj-estación meteorológica conectado a un satélite que tampoco sé cuál es. 

      Lo miré y me sobresalté, ¡marcaba las nueve! Realmente no me importaba nada, es domingo, pensé, y sin nada para hacer de urgencia. Pero no es un fenómeno frecuente, siempre me levanto mucho más temprano. Noté que todo era oscuridad y silencio. Ya en pie, miré otro reloj de la casa y marcaba las siete de la mañana, ¡eso era otra cosa muy distinta! No regresé a la cama y comencé mi trajín diario y normal.

      A esa hora me vienen a la mente una serie de burbujas con planes y proyectos, ideas, metas y algo sobre la organización de todo el día...

(Hasta ahí han llegado los siete minutos; más de doscientas palabras, no está mal.)

domingo, 31 de julio de 2022

El día de mi santo

      

      Desde muy pequeño siempre celebro el día de mi santo, Ignacio de Loyola. En casa de mis padres, los cumpleaños, solían pasar sin pena ni gloria. 

      El santo lo suelo celebrar un poco a mi peculiar manera; leo algunos párrafos de alguna obra de San Ignacio, releo algunas de sus frases más conocidas y reflexiono sobre una de ellas elegida al azar. Lo hago adoptando un punto de vista un poco extravagante, algo curioso y, quizás, también expectante. 

      Hoy ─esta mañana temprano─ también he pensado un rato en el párrafo que Napoleón Bonaparte escribió en sus memorias sobre los jesuitas: «Los jesuitas son una organización militar, no una orden religiosa. Su jefe es el general de un ejército, no el mero abad de un monasterio. Y el objetivo de esta organización es Poder, Poder en su más despótico ejercicio, Poder absoluto, universal, Poder para controlar al mundo bajo la voluntad de un solo hombre [El Superior General de los Jesuitas]. El Jesuitismo es el más absoluto de los despotismos y, a la vez, es el más grandioso y enorme de los abusos». ¿Qué tipo de información manejaría Napoleón en aquel tiempo sobre los jesuitas? 

      Inmerso en todo esto después me pregunté: ¿Qué opinaría Ignacio de Loyola sobre la "Agenda 2030"? A partir de ahí me sumergí en la lectura del extenso artículo «La Agenda 2030 para el desarrollo y las religiones» del padre Jaime Tatay S.J., por si me aclaraba algo. Desde luego se trata de un escrito intelectualmente valioso, pero no me ha sacado de mis nebulosas. 

      Con la mano en el mentón como la estatua de "El Pensador" calculé: hoy es 31 de julio de 2022, han transcurrido 466 años desde la muerte de Ignacio de Loyola y ahí sigue. El espíritu de la Compañía llega hasta la época actual con el mismo bagaje que siempre le caracterizó. Ha ido en vanguardia, interpretando siempre los signos de los tiempos, abriendo vías y senderos para ir ajustándose a las necesidades de cada momento.

      Bueno,... llego hasta aquí. Es mi hora de desayunar. 

      Muchísimas felicidades a todos los Ignacios, pasad un día fantástico, el mismo que deseo para mí. Un gran abrazo.

miércoles, 27 de julio de 2022

El pastoreo de la gente

 

      Estas anteriores noches de calor han sido terribles, pero cuando con ese hervor nocturno te pones a reflexionar, la cosa se pone aún peor y muchas veces llegamos a la distopía de «1984».

      Hace unos días, y no recuerdo dónde, leí una especie de parábola que primero me hizo sonreír pero que después me caló más hondo.

      Venía a decir la historia que los pobres ciudadanos de todos los países ─por generalizar─ formamos parte de un gran rebaño de estúpidos animales en manos de unos poderes disfrazados de pastores, estos ovejeros, aparentan cuidar del ganado (que somos nosotros, no lo olviden) y que nos defienden de los lobos, que nos tratan de curar de cualquier Covid que haya por ahí. Con estos y otros espejismos nos hacen olvidar su auténtica meta, que es sacar alguna ganancia de cada animal del hato.

      Hagamos uso ─un poco─ de la disminuida imaginación que nos queda (o nos dejan tener). Vamos a pensar una pizca... ¿Si fuésemos uno de estos animalitos seríamos capaces de vivir fuera de esa hacienda sin esos pastores que nos protegen y nos cuidan? ¿Escogemos, sin dudar, una vida atada a la manada y a las ordenes de los que nos pastorean hasta que nos lleven al matadero? ¿Nos decantamos por seguir subsistiendo dentro de la jaula en vez de volar en libertad?

jueves, 16 de junio de 2022

La intratecnología: el biohacking

      Hace unos días un amigo me pidió que escribiese algo sobre el biohacking y los biohackers y le respondí que sobre estos novedosos temas ya hay muchos libros escritos y que se trata de un movimiento muy difundido en el mundo. No obstante mi amigo insistió y le dije que intentaría hacerlo en no más de cuatrocientas palabras. Con esta primera ola de calor que nos azota, mi niebla mental se ha acentuado y escribir más de esas palabras es casi una tortura.

      Nuestra vida se halla rodeada de tecnología por todas partes, pero todos los artefactos que manejamos son mecanismos externos que, es cierto, interactúan ─con mayor o menor intensidad─ con nosotros. El biohacking es un paso más allá, se trata de la tecnología que se introduce en nuestros cuerpos, en nuestro organismo. Algunos lo definen como un movimiento cultural, biológico y tecnológico ligado al transhumanismo que proyecta la mejora de las capacidades humanas mediante implantes de dispositivos electrónicos en nuestros cuerpos. Y los biohackers son aquellos individuos cuyo objetivo de hackeo ─tratando de entender este término de modo muy general─ es el cuerpo humano. También podríamos decir que el biohacking impulsa un acceso más simple o fácil a la ciencia y a sus adelantos.

      En cierto modo los biohackers recuerdan a aquellos primeros radioaficionados de los primeros años del pasado siglo que desde sus casas, y con medios muy limitados, se dedicaron a investigar sobre la trasmisión de las ondas de radio y aportaron una gran cantidad de conocimientos con sus experimentos caseros, fueron los pioneros de lo que ahora se ha dado en llamar “ciencia ciudadana”.

      Es gente arriesgada que se atreve a experimentar, fuera del control médico o científico, con su propio cuerpo nuevos dispositivos y tecnologías. Se les conoce como “grinders”, son investigadores aficionados, que con verdadero arrojo se lanzan a investigar y experimentar sobre temas bastante insólitos. Este movimiento comenzó en 2001, cuando salió a la luz el primer mapa provisional del genoma humano. Después, en estos últimos veinte años, el movimiento se ha ido diversificando en múltiples ramas. De modo informal podemos citar alguna como la de los implantes de “chips” intradérmicos que captan diferentes datos del cuerpo humano y cada cierto tiempo los envían a computadoras o teléfonos móviles para ser tratados. También están los que se hacen tatuajes electrónicos (“tech-tats”) que permiten transmitir información desde la superficie de la piel. Hay biohackers que trabajan en la fabricación de quesos usando ADN humano sintetizado en sus laboratorios. Están también los que fabricaron un líquido a base de clorofila y descubrieron que aplicando unas gotas de este producto a los ojos mejoraba sensiblemente la visión nocturna. En fin, los ejemplos que podríamos poner me harían sobrepasar, con mucho, las 400 palabras previstas.

      Realmente ya me he pasado, ya llevo bastantes más palabras.

      De un modo esperanzado pensamos que las aplicaciones médicas de una gran cantidad de estos avances tendrán un gran impacto sobre la vida que ahora conocemos. La superación de las limitaciones biológicas y la mejora de nuestras capacidades hará que los cyborgs y los superhumanos sean realidades cada vez más cercanas.

     En total, creo que son 538 palabras, incluyendo el título.

martes, 24 de mayo de 2022

Hablé ayer de la “neblina mental”

      Sí, ¿lo recordáis? Ayer hablé de la “neblina mental” como una de las secuelas del Covid que se está presentando con mayor frecuencia, con la misma que la tos bronca y algo de destemplanza que, en general, queda algunas décimas por debajo de los 38º. Creo que esta mañana me levanté obsesionado por esa peculiar niebla, ayer leí varios artículos sobre ella y me interesó como problema de la neurociencia. Realmente se trata de una leve disfunción cognitiva que genera algunos problemas de memoria, acompañados de una sensación de embotamiento y pesadez; algo así como una resaca de después de un movido día de feria.

      Casi seguro que a todos nos ha sucedido alguna vez, nos invade una sensación de impotencia mental, intentamos concentrarnos en alguna tarea concreta pero no lo conseguimos por más que lo intentemos. Ocurre también que estamos conversando con otra persona sobre una película y no logramos acordarnos del título o del intérprete principal de la misma, e incluso puede ocurrirnos algo mucho peor; que estemos hablando por teléfono y no nos acordemos del nombre de la otra persona, ¿no os ha pasado alguna vez?

      Quizás, menos a menudo, también sucede que cambiamos algunas palabras y en vez de decir, por ejemplo, “fui al campo de Pepe”, decimos “fui al sitio aquel de Pepe” porque la palabra “campo” se nos atranca y no sale.

      Pero no preocuparos demasiado, esos no tienen porque ser síntomas precoces de la enfermedad de Alzheimer, ni de problemas en la región frontotemporal, ni de fallos vasculares en el cerebro. Tranquilos. Eso corresponde a los que los neurocientíficos denominan «brain fog» o “niebla mental” que concierne a una disfunción cognitiva muy propia de nuestro tiempo y que está íntimamente vinculada al estrés. También puede proceder de cambios hormonales ─como en la juventud o en la menopausia─ de dificultades continuas para dormir, de carencias sistemáticas de vitaminas del tipo B, de anemia, de deshidratación, dietas inadecuadas y, ahora también, como secuela corriente del Covid.

      ¿Qué voy a hacer hoy al respecto?

      Pues mirad; sé que la meditación “mindfulness”, o de cualquier otro tipo, puede contribuir de modo decisivo a disminuir el estrés ─y por lo tanto la “neblina mental”─ transportándonos a nuestro “aquí” y a nuestro “ahora”, al momento presente. La meditación puede permitirnos percibir las fluctuaciones de la mente sin involucrarse emocionalmente en ellas, lo que puede ayudar a dar lugar a un retroceso de las emociones negativas tan poderosas como la ansiedad y el estrés. También enseña a observar el mundo “tal como es”, lo que permite tener un espacio cerebral más sereno y menos reactivo, a la vez que menos "nublado".

      ¡Ah! También me voy a tomar un “té matcha” japonés, eso es mano de santo.

lunes, 23 de mayo de 2022

Afecciones posteriores al Covid: las secuelas

      He tenido el Covid, ya ustedes lo saben. Me he ido salvando durante dos años; al final me pilló el maldito virus.

      Pero de lo que quería hablar era de las secuelas y esas son bastante preocupantes. El viernes de la semana pasada di negativo, y ayer probé con otro test; también salió negativo. Me lo hice porque estaba cansado, con pesadez de cabeza, tos bronca y con una temperatura que rondaba los 37º. Unas décimas, pero todos sabemos que a veces unas décimas son más perturbadoras que una fiebre declarada.

      Se ha estudiado que personas con afecciones posteriores al Covid pueden tener múltiples síntomas que pueden durar más de cuatro semanas o incluso meses después de la infección. E incluso a veces, los síntomas pueden desaparecer y reaparecer de nuevo en cualquier momento (¡Ay Dios mío!).

      Es lógico pensar que estos efectos posteriores al Covid no nos afecten a todos de la idéntica manera. Las personas con afecciones posteriores a este coronavirus pueden tener problemas de salud con diferentes tipos y combinaciones de síntomas durante diferentes periodos. Parece ser que los síntomas de la mayoría de los pacientes van mejorando poco a poco con el tiempo (¡Espero que sea así!). Se han contabilizado los síntomas pos-Covid más generales: cansancio o fatiga que nos fastidia el funcionamiento en nuestra vida cotidiana; síntomas que se agravan al realizar un esfuerzo físico o mental (también conocidos como "malestar general pos-esfuerzo"), fiebre o destemplanza persistente. También están los síntomas respiratorios: tos, dificultades respiratorias...

      No debemos olvidar que suele ser muy corriente que también se presenten síntomas de carácter neurológico: dificultades para pensar o concentrarse (algunos lo llaman "neblina mental"), alteraciones del olfato y del gusto, dolor de cabeza, inquietud, desasosiego, mareo, insomnio y otros.

      En todo el mundo se están investigando cuáles pueden ser las causas por las que determinadas personas o grupos de personas tienen más probabilidades de tener afecciones posteriores al virus y cuál es el motivo. En algunos estudios se ha demostrado que las afecciones posteriores pueden afectar más a ciertos conjuntos de personas, dos de ellos son los de aquellas personas que enfermaron gravemente al contraer el Covid, especialmente las que se hospitalizaron o recibieron cuidados intensivos. También están las personas que tenían afecciones subyacentes antes de ser asaltados por el virus; en fin...

      Por lo menos hoy he dormido suficientemente bien, la temperatura ha sido normal y no he tenido la molestísima tos seca. Apostemos a que esto vaya a menos.

      Seguiré contando, si la “neblina mental” me deja...

viernes, 20 de mayo de 2022

Un caso excepcional: Phineas Gage


      Así lo prueba el famoso caso de Phineas Gage, un capataz del ferrocarril al que, en 1848, una pieza de hierro de dos pies le atravesó los lóbulos frontales cuando estalló la carga explosiva que estaba colocando. Pese a que Gage conservó su inteligencia tanto como su capacidad para moverse, hablar y ver, experimentó otros cambios profundos. Se hizo imprudente y falto de previsión, impulsivo, irreverente; ya no podía hacer planes o pensar en el futuro; y para aquellos que lo habían conocido antes, «ya no era Gage». Se había perdido a sí mismo, la parte más central de su ser, y (como sucede con todos los pacientes con daños severos en los lóbulos frontales) él no lo sabía.

      El caso de Phineas Gage lo estudian todos los neurocientíficos del mundo, y debido al mismo conocemos cuáles son las funciones de la corteza prefrontal del cerebro.

      Hasta es momento ─y hasta bastante tiempo después─ la corteza frontal del cerebro se consideraba una estructura sin ninguna función; de hecho, se denominaba “corteza” porque se pensaba que su función se limitaba a eso, a proteger otras estructuras del cerebro profundo, y que no servía para nada más… ¡Era un craso error!

      Este caso está considerado como una de las primeras pruebas científicas que sugerían que una lesión del lóbulo frontal podía alterar aspectos de la personalidad, la emoción y la interacción social. 

martes, 17 de mayo de 2022

Inventando una ceremonia del té para mí

  

      Ayer estuve charlando un buen rato con mi amigo japonés Kimura. Me llamó para ver la marcha del asunto del Covid y cómo lo estaba llevando. Él le tiene un pánico atroz y se hartó de hacerme preguntas. Es raro, pero no hemos comentado nada de política ni de cómo percibimos el mundo desde lugares tan lejanos como nuestros dos países; otro día lo haremos.

      Me repitió un par de veces que ya no viajaría más en la vida fuera del Japón, y que una de las cosas que iba a sentir bastante era la de no venir al Puerto y pasar unos días aquí, como solía hacer antes, al menos, una vez al año. Le hablé de mis trabajos y quehaceres diarios y de mis ratos de musarañas (a él le encanta esa palabra, dice que es de las más bonitas del idioma español).

      Después ─y no sé muy bien a qué fue debido─ comenzó a hablarme de la ceremonia del té, que tanta relevancia tiene en el Japón, de su origen histórico chino y que tiene relación, también, con el budismo zen. Habló de los muchos detalles que hacen que el aprendizaje de todos los elementos del ritual puede ocupar la mayor parte de la vida de una persona.

      Yo escuchaba arrobado. Después me preguntó:

      ─¿Por qué no te fabricas para ti una ceremonia del té exclusiva? Te gustaría, vendría muy bien para ti, para el control de tus emociones y para tu espíritu. No es necesario que sea la genuina japonesa, es mejor que sea una tuya, particular y única.

      ─¿Y eso cómo se hace? ─respondí un tanto despavorido.

      ─Tienes que pensar que la ceremonia del té no es otra cosa que una sencilla sugerencia, es la creación de un ambiente propicio para olvidar todos los objetos materiales y mundanos, debe inducir a purificar el alma y así alcanzar un estado de armonía espiritual con el universo. Realmente se trata de un ritual de reflexión y conocimiento de uno mismo. A partir de esa situación mental... ¡todo consiste en prepararte una infusión, un té!

      Eso ya me hizo exclamar riendo:

      ─¡Qué complicados sois los orientales para todo!

      En realidad entendí que se trataría de simular un “chakai” (eso me pareció que dijo) una especie de sencilla ceremonia de hospitalidad. Seguidamente pronunció más palabras en japonés, palabras que soy absolutamente incapaz de reproducir. Comentó que tendría que establecer una rutina con unos utensilios, que no hace falta que fuesen especiales, ni japoneses. Insistió en que, en un rato que tuviese, me preparase un “kit” de todo lo conveniente y que lo metiera en una caja todo, para utilizarlo a diario. Su recomendación iba en la línea de que me recrease en mi propio ritual y que en unos días lo podría memorizar y hacerlo siempre de la misma forma; exacto, idéntico.

      Lo he pensado, me ha gustado la idea. Esta tarde voy a recolectar todas las cosas que me puedan hacer falta, compraré el té “matcha” japonés ─imprescindible─ y mañana comenzaré.

      Ya os contaré.

lunes, 16 de mayo de 2022

Lo vi venir

      No creí que tuviese que escribir estas líneas sobre el Covid, mi Covid. Esto es como ese accidente que pensamos que a nosotros nunca nos puede suceder. Pero lo agarré (o me agarró él, esa duda la tendré siempre).

      Era un miércoles por la noche, en la barra de un bar cercano a casa con una cerveza por delante, una conversación intrascendente con un contertulio. Alguien dijo algo gracioso y mi amigo sentado a la izquierda comenzó a reír a carcajadas fuertes, le miré ─un poco asombrado─ y tuve una extraña visión. La risa era compulsiva y me pareció que dentro de la cabeza tenía un “alien” o una bola viva que pugnaba por salir por alguna parte y le provocaba abultamientos repugnantes que se desplazaban de un lugar a otro, miré la boca deforme y de dientes rotos, podridos, negros y marrones. En un último instante lo rodeó una envoltura de colores lóbregos y todo volvió a ser real.

      Por la noche, en la cama, me interrogué sobre esta extraña alucinación casi instantánea sin saber darle ninguna explicación; terminé achacándola a que había leído esa mañana, con mucha atención, un artículo de neurociencia sobre las relaciones del Covid con el Sistema Nervioso Central (SNC) en algunos procesos. Es curioso que los primeros meses de 2020 ya se publicaron en el mundo más de cuatro mil artículos científicos sobre el coronavirus, y en únicamente quince de ellos se hablaba de los posibles efectos neurológicos. Esto nos podría causar alguna extrañeza debido a que los siete tipos de coronavirus conocidos por su efecto en el ser humano, algunos presentan cierto tropismo, o tendencia a atacar al SNC. Más en detalle: cefaleas, mareos, mialgias, anosmia o dificultades en el olfato, ictus, epilepsia y encefalopatías varias.

      Sin embargo sabemos que en los primeros días se realizó un estudio con 214 afectados por coronavirus en Wuhan y se comprobó que un alto porcentaje de ellos había sufrido cefaleas, mareos y fatigas. Entonces se dieron las siguientes cifras: el 36,4% presentó algún tipo de complicación neurológica en el SNC; el 24,8% en el sistema nervioso periférico, y cerca del 11% a nivel musculoesquelético. El estudio también señalaba acerca de los casos de encefalopatía o disfunción cerebral transitoria, diciendo que se diagnosticaron alteraciones del nivel de conciencia en un 15% de los casos, acompañados de deterioro cognitivo y edema cerebral en la mayoría de ellos.

      Estaba convencido de que aquella noche no iba a dormir bien. Me pregunté con gran inquietud si ya tenía encima el coronavirus.

      Al día siguiente, el jueves, casi no me acordaba de nada de todo esto... Hasta por la noche.