Ayer estuve charlando un buen rato con mi amigo japonés Kimura. Me llamó para ver la marcha del asunto del Covid y cómo lo estaba llevando. Él le tiene un pánico atroz y se hartó de hacerme preguntas. Es raro, pero no hemos comentado nada de política ni de cómo percibimos el mundo desde lugares tan lejanos como nuestros dos países; otro día lo haremos.
Me repitió un par de veces que ya no viajaría más en la vida fuera del Japón, y que una de las cosas que iba a sentir bastante era la de no venir al Puerto y pasar unos días aquí, como solía hacer antes, al menos, una vez al año. Le hablé de mis trabajos y quehaceres diarios y de mis ratos de musarañas (a él le encanta esa palabra, dice que es de las más bonitas del idioma español).
Después ─y no sé muy bien a qué fue debido─ comenzó a hablarme de la ceremonia del té, que tanta relevancia tiene en el Japón, de su origen histórico chino y que tiene relación, también, con el budismo zen. Habló de los muchos detalles que hacen que el aprendizaje de todos los elementos del ritual puede ocupar la mayor parte de la vida de una persona.
Yo escuchaba arrobado. Después me preguntó:
─¿Por qué no te fabricas para ti una ceremonia del té exclusiva? Te gustaría, vendría muy bien para ti, para el control de tus emociones y para tu espíritu. No es necesario que sea la genuina japonesa, es mejor que sea una tuya, particular y única.
─¿Y eso cómo se hace? ─respondí un tanto despavorido.
─Tienes que pensar que la ceremonia del té no es otra cosa que una sencilla sugerencia, es la creación de un ambiente propicio para olvidar todos los objetos materiales y mundanos, debe inducir a purificar el alma y así alcanzar un estado de armonía espiritual con el universo. Realmente se trata de un ritual de reflexión y conocimiento de uno mismo. A partir de esa situación mental... ¡todo consiste en prepararte una infusión, un té!
Eso ya me hizo exclamar riendo:
─¡Qué complicados sois los orientales para todo!
En realidad entendí que se trataría de simular un “chakai” (eso me pareció que dijo) una especie de sencilla ceremonia de hospitalidad. Seguidamente pronunció más palabras en japonés, palabras que soy absolutamente incapaz de reproducir. Comentó que tendría que establecer una rutina con unos utensilios, que no hace falta que fuesen especiales, ni japoneses. Insistió en que, en un rato que tuviese, me preparase un “kit” de todo lo conveniente y que lo metiera en una caja todo, para utilizarlo a diario. Su recomendación iba en la línea de que me recrease en mi propio ritual y que en unos días lo podría memorizar y hacerlo siempre de la misma forma; exacto, idéntico.
Lo he pensado, me ha gustado la idea. Esta tarde voy a recolectar todas las cosas que me puedan hacer falta, compraré el té “matcha” japonés ─imprescindible─ y mañana comenzaré.
Ya os contaré.
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