martes, 31 de marzo de 2020

La tormenta y el "coronavirus"


     Hace unos días leía un muy buen artículo del prestigioso teólogo José María Castillo que me llamó mucho la atención. Decía que según él lo veía, una de las cosas, que están quedando claras ─en este gran drama que padecemos del "coronavirus"─ es la divergencia que existe entre “la religión” y “el evangelio”. Y apostillaba que son dos cosas muy diferentes. Y que en muchos casos esa diferencia es algo de enorme relevancia. Decía Castillo que se trata experiencias y prácticas contradictorias y que ha tenido que venir una desgracia horrible como el "coronavirus", para que mucha gente se dé cuenta de la diferencia que hay entre “religión” y “evangelio”. Le comenté esto a Kimura y le pareció una reflexión muy interesante y de mucho calado. Él no profesa ninguna religión pero las conoce todas y está al tanto de todo lo que sucede alrededor de cada una. Me pidió que le buscase el artículo que lo quería leer.
     Al cabo de un rato salió de su habitación y comentó:
     ─Creo que este señor teólogo tiene mucha razón, sus conclusiones me parecen muy sensatas, aunque lo que dice no creo que tenga mucha trascendencia para los católicos, en general muy atados a tradiciones que vienen de siglos, ¿no lo ves tú así también?
     ─Vamos a ver, él dice que “religión” y “evangelio” son medios o caminos para buscar a Dios y que estos son caminos opuestos. ¿No?
     Había sacado el artículo en papel por la impresora y le eché un vistazo y dije:
     ─Sí, es cierto. Él distingue, y creo que tiene mucha razón, entre la “religión” como un conglomerado de rituales y reglas, destinados a tranquilizar la conciencia. Y añade que el “evangelio” es algo mucho más serio, que se trata de una 'forma de vida' que se centra en el consuelo y en buscar remedio para los pobres, los marginados, los infelices... Y, a mi juicio, lo explica muy bien cuando apunta a que la “religión” tiene su enfoque en “lo sagrado”, con esto quiere decir en lo más formal y en lo más ritual, mientras que el “evangelio” tiene su óptica puesta en lo que es exclusivamente humano.
     Kimura se quedó un poco pensando y apuntó:
     ─Pero lo que no entiendo es el porqué de la contribución del “coronovirus” a aclarar esta cuestión. Una cuestión que es de siempre, ¿no crees?
     Me quedé pensando unos momentos y después dije:
     ─Sí, no creo que eso del “coronavirus” contribuya en nada a cambiar un pensamiento, o una confusión, muy arraigada en la gente. Pero quiero contarte un cuento que me parece interesante dentro de lo que estamos comentando.
     ─Vale, perfecto ─respondió Kimura.
     ─Se trata de un campesino que suplicó a Dios para que le dejase dar algunas órdenes a la naturaleza para que sus cosechas fuesen mejores. Y Dios le concedió tal poder. Así cuando el hombre quería una lluvia suave y ligera, así ocurría; cuando quería sol, este salía e iluminaba sus campos, si quería más agua llovía más fuerte... Así llegó el tiempo de la cosecha y su desconcierto fue brutal, la cosecha fue de auténtico desastre. Perplejo, e incluso enfadado, se dirigió a preguntarle a Dios: “¿Por qué ha salido una cosecha tan mala si he controlado el sol y la lluvia perfectamente?”.
     Hice una pequeña pausa para observar la cara de interés que ponía Kimura.
     ─¿Y qué le contestó Dios? ─preguntó con expectación.
     ─Pues Dios le dijo: “Pediste lo que deseabas, pero no lo que convenía. Nunca pediste una tormenta, y estas son imprescindibles, de vez en cuando, para limpiar la tierra, espantar a las aves que se comen las semillas, ahuyentar a animales perjudiciales, eliminar plagas...”
     Kimura puso una cara muy sonriente y terminó diciendo:
     ─Nuestra tormenta es el “coronavirus”, ¿no?

sábado, 28 de marzo de 2020

El Papa exhausto


     Me pareció un hombre pequeño y exhausto que soportaba el peso de mucho dolor y de toneladas de lágrimas. La lluvia que caía sobre San Pedro y las sombras del atardecer creaban un aire espectral y también diría que medieval. El ambiente aquel ─con el Crucificado que sobrevivió al fuego y que los romanos llevaron en procesión contra la terrible peste bubónica─ me hizo, ciertamente, recordar la historia de la Peste Negra de 1348, una enfermedad desconocida que se propagó por todo el mundo conocido y en pocos años sembró la muerte, la destrucción y la miseria por todo nuestro continente. Desde las costas hasta las tierras del interior, la pavorosa plaga originada en Asia se extendió por toda Europa en poco tiempo.



     El Papa Francisco abatido y con pasos titubeantes, se veía enormemente frágil al subir los peldaños del atrio, lo hacía casi sin fuerzas y en una espeluznante soledad, quizás así representaba los dolores de este mundo aturdido para rendirlos en el pedestal de la Cruz.






viernes, 27 de marzo de 2020

¿Aprenderemos algo?


     Creo que en casi todo el mundo se sabe, y las células de los habitantes están impregnadas de ello, que los errores pueden ser tan buenos profesores como el éxito. Pero eso es excepto en España, y se trata de una de las tragedias del “Spain is different”. Ya lo he comentado aquí alguna otra vez; somos el único país del mundo en donde existe una rebeldía innata ─y secular─ hacia el aprendizaje de lo que sea, e incluso he conocido a más de una persona que se vanagloriaba de haber decidido ─en determinado momento de su vida─ no aprender nada más, ni una simple receta de cocina.  
     Como bien dice Miquel Giménez en su artículo «¿Aprenderemos de todo esto?», salir de la pandemia del coronavirus tendría que suponer también una vuelta a la racionalidad, a la limpieza democrática, a escapar del cubo de basura en el que se han convertido nuestras instituciones, repletas de ineptos y sinvergüenzas. Si no es así, será que seguimos siendo capaces, dramáticamente capaces, de no haber aprendido nada de esta terrible situación. Y es que la transformación tiene que ser el resultado final de todo aprendizaje.


jueves, 26 de marzo de 2020

Falacia "magister dixit"


     Desde hace unos días, en nuestras interminables conversaciones, Kimura decía que el mundo está sucio de tanta mentira y que, de una u otra manera, todos contribuimos a ello.
     Esto lo comentaba porque yo le había pasado para que escuchara un fichero de audio en el que el muy conocido juez Emilio Calatayud ponía de verde y oro al presidente del gobierno. Después le pasé una copia de pantalla, procedente del ‘blog’ del juez, en el que negaba absolutamente que de él fuese la autoría de dicho audio panfletario.

     La mentira, el embuste continuo, la presteza en difundir lo no constatado, o lo no verificado de ninguna forma, están pudriendo el ambiente. Cada día circulan por la redes millones y millones de bulos y falsedades convirtiendo nuestro panorama vital en una ciénaga en donde la verdad está hundida y parece que ya no vale nada.
     ─Sí ─afirmo Kimura─. Parece que las falsedades dan la vuelta al mundo con mucha más facilidad que lo hace la verdad, es como si las cosas que son ciertas pasasen a un segundo, o un tercer plano, en valor y el primer plano lo ocupasen toda clase de patrañas. Se debe tener una actitud más estricta con respecto a esto.
     Intenté recordar un versículo de los Salmos relacionado con la verdad pero no lo recordaba en ese momento y le comenté:
     ─Y curiosamente se cae siempre en la falacia “ad verecundiam” o del argumento de autoridad. Es decir: «Hay que creer en esto porque lo dice fulanito (tipo al que nadie conoce) que sabe mucho de esto».
     ─Es cierto lo que dices ─contestó Kimura─ lo he comprobado muchas veces; se trata del “magister dixit”. Es la falacia en la que para tratar de dar valor de verdad a algo se cita a alguien que tiene autoridad en la materia. Hay que estar muy atentos, sí, muy atentos...
     En ese momento recordé otro salmo (el 101:7) que también hacía referencia a la verdad y a la mentira: «No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; El que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos».

miércoles, 25 de marzo de 2020

«No estás solo»


     Cada día surgen más y mejores iniciativas para ayudar a nuestro prójimo en estos momentos tan difíciles.
     Esta idea intenta poner en contacto gente que necesita conversar y personas que se ofrecen a estar ahí y dar ayuda a través del diálogo y la comunicación.
     Es es el primer objetivo de «No estás solo». Quizás así se pueda paliar la sensación de soledad, la incomunicación y dar posibilidad de desahogo a muchas personas en estos duros instantes con los que nos está golpeando en ‘coronavirus’.


martes, 24 de marzo de 2020

¡Mucho ánimo!


     Me contaba Kimura que una forma de animarnos es animar a los demás, que basta con dar energía y fuerza a los demás para que nosotros sintamos también un reconfortante influjo.
     Dijo que en Japón en muchos centros escolares y en muchos de enseñanza superior había lo que se llamaban algo así como “brigadas de animadores”. Eran unos alumnos elegidos periódicamente para recibir a la entrada a sus compañeros, solían ir con uniformes llamativos, formaban un pasillo de dos filas paralelas y por ella pasaban todos los estudiantes que entraban al centro de estudios.
     ─¿Y que hacían esos animadores? ─le pregunté.
     ─Pues les gritaban frases y expresiones de ánimo mientras pasaban por ese corredor de uniformados. Decían cosas como: ¡Animo, adelante!, ¡Hoy será un día estupendo! ¡Aprenderemos mucho!... Y los que van entrando también contestan, a gritos, dando respuestas positivas.
     Un poco sorprendido le dije:
     ─Es curioso, nunca había oído hablar de nada parecido.
     ─Te sorprenderá más oír que eso no solo se hacía en instituciones de enseñanza también se hacía en muchas fábricas y lugares de trabajo. Y tenían el mismo propósito: estimular, motivar, dar dinamismo a los que incorporaban a la tarea de cada día. Así la emprendían con una mayor carga energética.
     ─Sí, con las “baterías cargadas”, ¿no?
     ─Cierto, sí, ese recibimiento matutino contribuía a “cargar las baterías” ─Kimura añadió sonriente.
     Aún me quedaba alguna duda y le pregunté:
     ─¿Y eso daba resultado?
     ─Creo que sí, al menos en un tanto por ciento apreciable. A nosotros nos gusta hacer estadísticas y encuestas así como analizar detenidamente los resultados de todo lo que hacemos. No te quepa la menor duda de que era una cosa que aportaba beneficios.
     ─¿Todavía se sigue haciendo?
     ─La verdad es que no lo sé, este siglo XXI nos ha traído muchas novedades y cambios, pero supongo que en muchos sitios seguirá la costumbre.
     Me quedé pensativo, mascullando la frase: «Animemos a los demás para animarnos nosotros mismos»...


lunes, 23 de marzo de 2020

El microcuento de León Tolstoi


     Con cierta periodicidad me viene a la memoria este pequeño relato del maestro Tolstoi que me leía mi madre muy a menudo, cuando era pequeño, se trata del «EL PERRO MUERTO». Un cuento de connotaciones evangélicas en el que el escritor nos hace ver que, cualquiera que sean las circunstancias, por duras que sean, en ellas siempre habrá algo de positivo. Es algo similar a lo que quiere expresar nuestro viejo refrán: «No hay mal que por bien no venga». Pensemos en esto.
     Ahora ─en esta situación de crisis y de desolación─ es necesario que nos esforcemos en encontrar todos los aspectos positivos que pueda haber: es imprescindible que busquemos los dientes blancos del perro.

EL PERRO MUERTO (León Tolstoi)
     Jesús llegó una tarde a las puertas de una ciudad e hizo adelantarse a sus discípulos para preparar la cena. Él, impelido al bien y a la caridad, internose por las calles hasta la plaza del mercado.
     Allí vio en un rincón algunas personas agrupadas que contemplaban un objeto en el suelo, y acercose para ver qué cosa podía llamarles la atención.
     Era un perro muerto, atado al cuello por la cuerda que había servido para arrastrarle por el lodo. Jamás cosa más vil, más repugnante, más impura se había ofrecido a los ojos de los hombres.
     Y todos los que estaban en el grupo miraban hacia el suelo con desagrado.
     ─Esto emponzoña el aire ─dijo uno de los presentes.
     ─Este animal putrefacto estorbará la vía por mucho tiempo ─dijo otro.
     ─Mirad su piel ─dijo un tercero─; no hay un solo fragmento que pudiera aprovecharse para cortar unas sandalias.
     ─Y sus orejas ─exclamó un cuarto─ son asquerosas y están llenas de sangre.
     ─Habrá sido ahorcado por ladrón ─añadió otro.
     Jesús les escuchó, y dirigiendo una mirada de compasión al animal inmundo:
     ─¡Sus dientes son más blancos y hermosos que las perlas! ─dijo.
     Entonces el pueblo, admirado, volviose hacia Él, exclamando:
     ─¿Quién es éste? ¿Será Jesús de Nazaret? ¡Sólo Él podría encontrar de qué condolerse y hasta algo que alabar en un perro muerto…!
     Y todos, avergonzados, siguieron su camino, postrándose ante el Hijo de Dios.


domingo, 22 de marzo de 2020

Kimura y las preocupaciones


     Estábamos Kimura y yo tomando el descafeinado de media mañana y oímos la noticia de la ampliación del ‘estado de alarma’ a quince días más. En realidad era una cosa esperada y no nos sorprendió demasiado. Kimura estaba ─como siempre─ impertérrito, parece que a él casi todo le resbala y no le afecta como a cualquier otro mortal, le envidio esa impasibilidad que tiene y le interrogué sobre eso diciéndole:
     ─¿Cómo puedes dominar tan bien la preocupación? Me asombra tu impavidez.
     Se quedó un rato pensativo. Se acerco a la ventana, permaneció un minuto con la mirada perdida, después se volvió hacía mí y dijo:
     ─Mira, he sido empresario muchos años. Cuando comencé no ganaba ningún dinero, mi proyecto empresarial se lo llevaba todo, lo reinvertía. Mi vida se sostenía a duras penas y pagaba a mis empleados una miseria. La situación muchas veces rozaba la tragedia pues mis hermanas y mis padres dependían de mí en gran medida.  Tenía muchas, muchísimas, razones para preocuparme. Los primeros tiempos de mi empresa fueron desalentadores pero estaba convencido de que algún día iría todo hacia adelante y bien. No obstante, ocurría que después de cada tropiezo o fracaso solía preocuparme hasta el extremo de no poder comer ni casi dormir. Pero un día dejé de preocuparme, hace ya más de treinta años. Y estoy convencido que, si no hubiese dejado de preocuparme por aquel tiempo, estaría en la sepultura desde hace bastante tiempo.
     No conocía esa parte de su historia, me quedé entre asombrado y perplejo. Le pregunté después de una silenciosa pausa:
     ─¿Qué hiciste para dejar de preocuparte y tirar hacia adelante?
     ─Ciertamente no me acuerdo bien, pero sé que lo primero fue la consideración de lo inútil que era preocuparse. Percibí con claridad la preocupación no me llevaba a ninguna parte que era una seria amenaza para la pervivencia de mi empresa. Y también que iba a perder mi salud si seguía sumido en la preocupación.
     ─¿Y qué camino seguiste después de ver eso?
     ─Muy sencillo, te sorprenderás ─y sonrió semicerrando sus ojos orientales.
     ─¿Cómo fue? ─insistí.
     ─Observé que me preocupaba más cuanto más cansado estaba y decidí estar en la cama, cada noche, un mínimo de nueve horas y echaba una siesta recuperadora todas las tardes de treinta minutos. Y también, a diario, intentaba alentar a mis trabajadores con elogios en lugar de desanimarlos con quejas o malos modos. Traté de tener una palabra amable para todos y todos los días.
     ─¿Alteraste en algo tu enfoque empresarial?
     ─Sí, claro. Me dediqué, con todas mis fuerzas, a proyectar y preparar el éxito en los retos futuros de la empresa, así que no tuve apenas tiempo para preocuparme por los fracasos que había tenido antes. A partir de ese momento todo comenzó cambiar.
     Estuve pensativo unos momentos y después le comenté:
     ─Parece fácil, ¿no?
     ─Todo eso me llevó a cambiar mis actitudes. Por ejemplo, no llamaba la atención a mis trabajadores por algún fallo cometido hasta transcurridas veinticuatro horas, para así estar sereno y analizar las cosas con perspectiva. Y, es curioso, pasadas estas horas los errores no parecían tan grandes. No lo dudes, si no hubiese apartado de mí las preocupaciones ahora estaría metido en un hoyo.
     Pensé que, quizás, el secreto para quitarnos de en medio muchas preocupaciones esté en convertir nuestros sueños en objetivos haciendo una buena planificación y así daremos vida a nuestro futuro.



sábado, 21 de marzo de 2020

"Gatopardismo"


     Ahora pensaba que hay que romper ya, de manera ineludible, con el «gatopardismo», que a veces se denomina «Efecto Lampedusa». Con esta palabra se pone de manifiesto la actitud de “cambiar todo para que las cosas sigan iguales", tal como lo proclama ─muy a menudo─ el personaje de la novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa (1896-1957) «El Gatopardo». Esto lo dice siempre cuando hace referencia a las confabulaciones y pactos (más, o menos, espurios) con sus adversarios políticos.
     Realmente el «gatopardismo» es la filosofía de quienes piensan que es preciso que algo cambie para que todo siga igual. Este «gatopardismo» consiste en hacer las cosas de modo que algo se mueva, o cambie, con la fraudulenta intención que todo lo demás permanezca absolutamente inalterado en la organización social. Todo se basa en la apariencia, en hacer reformas meramente de envoltura, de fachada. Se trata de hacer reformas superficiales, demagógicas o, incluso, de espectáculo, que únicamente pretenden mantener inamovibles los beneficios y privilegios económicos y sociales que los caciques de esas transformaciones, los «gatopardistas», ambicionan.


viernes, 20 de marzo de 2020

Receta para confinados


     Estos días son propicios para experimentar un poco en la cocina y hacer algo diferente, aunque mi especialidad es el arroz y mis tentativas siempre van en esa dirección. Comenté en el artículo anterior que Kimura había vuelto y que le ha cogido el asunto del confinamiento por el "coronavirus" aquí en casa, así que hay que cocinar a diario para tres. Un día le toca a mi esposa ejercer en la cocina y otro día me toca a mí, Kimura ayuda haciéndonos compañia en la cocina y repite que se lamenta por no poder hacer nada debido a que no conoce los productos de nuestra cocina.
     Hoy, mientras yo preparaba algunas cosas, Kimura bebía con placer una copa de vino de Jumilla, le encanta y siempre suele ocuparse de que haya alguna botella a mano.
     ─¿Vas a improvisar? ─preguntó.
     ─Sí, ya sabes que siempre lo hago, es un gusto introducir algunos toques, algunas modificaciones y ver qué sucede. Aunque juego con la seguridad de que saldrá bien ─añadí sonriendo.
     Kimura se acercó y abrió el frigorífico:
     ─No sé, no sé... Aquí veo unas morcillas, ¿con eso puedes hacer algo?
     ─¡Hombre, claro! ¡Un arroz con morcilla! ─contesté rápido. Y lo voy a preparar en poco tiempo. ¡Vamos a ver!
     Fui a ponerme la mano en la cabeza en actitud pensativa pero rápidamente desistí al acordarme del “coronavirus”. Después le dije:
     ─Saca esas, morcillas, un trozo de cebolla y un pimiento verde del cajón de las verduras y mira en la despensa a ver si hay caldo de pollo en tetrabrick.
     Afirmó con la cabeza y lo puso todo encima de la mesa, así como la cebolla y el pimiento.
     ─¡Ah! Y ahora ajo, tres o cuatro dientes. Un poquito de pimentón de la Vera y algo de pimienta y sal. ¡Claro, y el arroz!
     ─¿Con esas cosas nada más? ─pregunto Kimura extrañado.
     ─¡Y sobra! ¡Ya verás!
     Encargué a Kimura cortar la cebolla muy finita y el ajo también, mientras puse un chorro, no demasiado, de buen aceite en la sartén y comencé a calentarlo.
     ─Voy primero a dorar la cebolla y el ajo y tú puedes cortar el pimiento en trozos de un centímetro cuadrado o algo mayores.
     Comenzó a reír y dijo:
     ─¿Necesito una regla o un calibre?
     No hice caso de su broma y seguí moviendo el sofrito. Cuando ya estaba a punto incorporé los trocitos de pimiento verde.
     ─Ahora cortaré yo las morcillas en rodajas de un centímetro y medio.
     Corté las morcillas y después, con sal y pimienta lo eché todo a la sartén. Olía ya de maravilla, cosa que no le pasó desapercibida a Kimura. Sumé el arroz a todo, lo deje sofreír un par de minutos, puse el pimentón.
     Me avisó Kimura de que el horno ya estaba caliente a los 200º previstos. El caldo también estaba caliente en una olla aparte.
     Mi amigo ayudó a volcarlo todo cuidadosamente sobre un recipiente de cristal resistente al fuego del horno, dejando un poco de caldo en reserva.
     Lo metimos en el horno durante media hora. Ahora tomamos otra copa para esperar la media hora preceptiva.
     ¿Cómo salió? ¿Queréis saberlo?
     ¡Espectacular! ¡Riquísimo!
     Tuvimos que descorchar otra botella de Jumilla... 


jueves, 19 de marzo de 2020

Recordando al pez dorado

     Este pequeño cuento dedicado a mis nietos lo escribí en 2013, formaba parte de mi segundo libro publicado: «Cuentos, relatos y extravagancias», una colección de relatos, a la que tengo enorme cariño, complementado con una novelita corta. Creo que todo forma parte de la propia biografía, así lo creía el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro: «Pienso a menudo que así como la literatura de algún autor es la hechura de su propia vida, así también la vida de un autor es lo que uno escribe».


EL PEZ DORADO
    Un país, al norte. Aquel día era frío, desapacible, lleno de nubarrones negros que soltaban lluvia. El mar estaba muy agitado, las olas chocaban y saltaban sobre el muelle, los barquitos que estaban amarrados se movían de arriba y abajo como si estuvieran nerviosos, también había truenos y relámpagos que cruzaban de vez en cuando el cielo oscuro. El viento movía las copas de los árboles y levantaba todas las hojas de las plantas del parque.
     No había gente en la calle, el pueblito parecía dormido y a merced de los elementos. De pronto una gran ola se levantó a lo lejos y vino en dirección al muelle, los pocos que la vieron se asustaron mucho, en poco segundos aquella ola se arrojó sobre el pueblo y de ella salió un enorme pez dorado que se lanzó sobre la plaza. Allí se estrelló contra la esquina, rompió el muro, los ladrillos saltaron por todas partes, y atravesó hasta la otra calle quedándose encajado.
     No sabe nadie si fue mucho después pero el tiempo se calmó y un sol débil hizo unos guiños queriendo salir. Algunos habitantes ─con temor e inseguridad─ se atrevieron a asomarse a puertas y ventanas. En pocos minutos la gente llenó la esquina viendo el pez que la cruzaba.
     El gran pez hacía raras muecas que parecían risas y todo el mundo se contagió y empezaron a reír también.
     ¿Sabéis por qué reía el enorme pez dorado?... Pues porque un niño que estaba en la habitación que había destrozado le hacía cosquillas en su lomo derecho.
     Los niños gritaban y los movimientos del pez se hacían más lentos, su risa iba más despacio... Quedó parado.
     Su color cambió, se convirtió en piedra de oro que brillaba cuando le daban los rayos del suave sol.
     Allí quedó, adornando la esquina para siempre...

miércoles, 11 de marzo de 2020

Me apena la palabra


     El lenguaje actual nos obliga a un continuo “entender entre líneas”. Debemos ir en pos de significados ocultos, casi esotéricos. En el mensaje que se recibe hay que presuponer que siempre debe transportar alguna falacia, alguna mentira o en el mejor de los casos un falso halago o también, quizás, algún tipo de provocación.
     ¿Nos encontramos al borde de una extraña revolución en la que las ideas de verdad o mentira no sirven de puntos de apoyo o referencia? Ahora el éxito ahora está vinculado solo al dominio de lo práctico, a los objetivos y logros, a tratar de conducir a personas y sucesos en paralelo de tácticas planificadas.  El materialismo anormal ha conseguido someter al lenguaje común a la obscenidad y a la desvergüenza más descaradas pero, sin embargo, no se ha reflejado en una mejora sustancial en las relaciones humanas.  
     Vemos con dolor como las palabras cada día van perdiendo más y más su directa significación. Parece ser que lo importante, en el acontecer cotidiano de las relaciones humanas, no es lo que expresan los interlocutores en una conversación, sino lo que les conviene decir.
     Es como si se estuviera gestando una nueva forma, espuria, de comunicación. Las palabras ya no son esos hermosos vehículos que trasmiten emociones, deseos, razonamientos, conocimientos... Las palabras son ya sólo instrumentos al servicio de determinadas intenciones. Estas palabras, convertidas en herramientas, se mezclan, se disuelven unas en otras, para que generen ciertas reacciones que a alguien convienen. Las frases ya no tiene significado por si mismas, su sentido literal es algo vacío, despreciable, su valor pasa a ser subliminal, lo importante es su mensaje implícito, y este mensaje lleva, casi siempre, un detonador para producir un efecto preconcebido en el que escucha. La trasmisión pierde fatalmente frente a la manipulación.
     Parece que la humanidad repite posición y se encuentra otra vez en una ya conocida encrucijada: ¿Importa el hombre o el progreso material a cualquier precio?


martes, 10 de marzo de 2020

Temor y apocalipsis


     Esta mañana mientras desayunábamos y después de echar un vistazo a los periódicos Kimura decía:
     ─Desde luego es muy claro que el comportamiento humano y su postura ante la vida está sujeta, en gran medida, a los miedos que salen de nuestro interior y que van desde un simple susto por un ruido inesperado hasta la alarma desatada, el miedo y el terror. ¿No te parece?
     Por supuesto que se refería al asunto del día: al "coronavirus".
     ─Sí. Creo que habría que partir de la base que un miedo, un temor sensato y controlado es una cosa que nos beneficia, nos ayuda a preservar la vida y también de otras maneras: nos hace más prudentes y cuidadosos. El problema son los excesos, como en todo.
     Kimura, asintió con la cabeza y respondió:
     ─En el Oriente utilizamos mucho una frase muy breve y muy budista, que dice: «Quien posee, teme».
     ─Muy cierto, esa es una fragilidad humana muy habitual en las personas y que, en distinta escala, es común a todos los hombres. Es verdad: «Quien posee, teme».
     Nos quedamos un rato pensativos, tomando el café para que no se nos enfriara con la charla y luego Kimura prosiguió diciendo:
     ─Lo verdaderamente preocupante es el temor que podríamos llamar irracional o también imaginario. Se trata de ese miedo que de alguna manera favorece a que las desventuras y desgracias ficticias a las que uno teme se conviertan en realidad. ¡Ah! ¡Y también están las fobias!
     ─Sí, las fobias merecen un capítulo aparte. Pero el núcleo de la cuestión está en saber enfrentarse a los miedos, ¿no?
     ─Es así, la base de todo temor está en lo que se ignora, en lo que se desconoce. Conocer es la mejor manera de enfrentarse al miedo, sin duda. Es un poco la acción de lo positivo contra lo negativo.
     Ya estábamos terminado de desayunar, escuchábamos las últimas noticias que no eran demasiado optimistas, nuestras caras denotaban alguna preocupación. Kimura se levantó de la mesa diciendo:
     ─Creo que es algo indiscutible que la conducta de los seres humanos está continuamente impulsada por el miedo y la ignorancia, pero es esperanzador saber que esa conducta también puede ser inspirada por el conocimiento, la estima y el amor...


viernes, 6 de marzo de 2020

Cuestión de farsantes


     Kimura es imprevisible, nunca sabemos cuándo se marcha ni cuándo viene otra vez. Hace un poco más de tres semanas, se levantó muy temprano con su pequeño equipaje ya hecho y dijo que regresaba a Japón, quería dar un vistazo a su tierra y ver cómo iban por allí las cosas, ver “in situ” cómo iba la cuestión del “coronavirus”. También quería visitar a alguien de su familia. Lo cierto es que está aquí de nuevo; para él, ir a cualquier parte del mundo es un juego de niños. Es un tipo excelente al que le tenemos muchísimo aprecio y no nos importa el tiempo que se quede con nosotros, no da ninguna lata y lo pasamos muy bien con él, realmente ─incluso─ es de una gran ayuda en muchas cosas. A nosotros nos recuerda siempre ─y a veces lo comentamos con él─ al personaje de la novela cumbre de Giovanni Papini, a «Gog», pero en bueno. Papini retrata a Gog como a un multimillonario hawaiano cansado de los negocios y que decide gastar  su dinero ─y su tiempo─ entrevistándose con grandes hombres de su época. Pero, repito, Gog es un sujeto bastante indeseable, un cínico, un hipócrita al que la humanidad le importa un bledo. Sin embargo, Kimura es, todo lo contrario, tremendamente humano, muy preocupado por todo lo que afecta al hombre de cualquier lugar del mundo; eso sí, viaja continuamente y tiene amigos por todos sitios.
     En casa no nos sorprendió su regreso, es algo a lo que estamos acostumbrados. Viene y va como una pelusa de tamo. Primero contó algunas cosas de sus pocos familiares y del “coronavirus” en Japón. Dijo que allí aumentarían las restricciones para contener la propagación y también que el Gobierno japonés ha anunciado que pondrá en cuarentena a los viajeros que procedan de China y Corea del Sur antes de autorizar su entrada.
     Después comentó con suavidad oriental:
     ─¿No crees que en España abusáis un poco de la palabra “democracia”?
     ─¿Por qué lo preguntas? ─le respondí preguntando.
     ─Porque veo que la empleáis para todo. Es como un apéndice que colocáis después de cualquier palabra, una especie de epíteto para reforzar un significado.
     ─¿Pones algún ejemplo? ─le inquirí para aclararme.
     ─Sí, hay muchos. Habláis de “normalidad democrática”, de “enfrentamiento democrático”, de “juego democrático”, de “carácter democrático”... Le ponéis la palabra a todo, lo hacéis como forma de validar o reforzar cualquier argumento. En realidad se trata de una manipulación del lenguaje, ¿no?
     Quedé un poco pensativo y después le dije:
     ─Creo que tienes razón, aunque es un asunto de cierta complejidad. Cierto que es un abuso de la palabra, y del concepto, que conduce muchas veces a frases incongruentes, pero es una estratagema que usan los políticos y que aprenden en esos escondidos y secretos cursos de oratoria que les imparten en sus partidos.
     Miró con un asomo de perplejidad y preguntó:
     ─¡¿Cómo?!
     ─En realidad se trata de un truco simple. Si alguien desliza la palabra “democracia” al lado de algo, aunque no pegue ni con cola, ya se sitúa en una posición de privilegio en la partida dialéctica. Y, así, el adversario corre el peligro de quedar en una posición “anti-democrática”, ¿comprendes?
     ─Sí, creo que sí. Parece que quieres decir que si tú añades la palabra “democrático”, o “democrática”, a un concepto, ya pones a tu interlocutor en una postura inestable, pues podría ser tachado de antidemocrático, ¿no?
     ─Exactamente, eso es. Se trata de un ardid para desestabilizar los argumentos del contrario. O sea, si yo me adjudico un “talante democrático” en una discusión y tú estás en contra de mis razones, sutilmente te estoy llevando a un terreno en el que podrías ser calificado de antidemocrático. ¿Lo ves?
     Kimura, dijo:
     ─Entonces se trata de una cuestión de farsantes, ¿no?
     No tenía ya muchas ganas de hablar de esto y le respondí escuetamente:
     ─Cierto, sí,... de farsantes...


lunes, 2 de marzo de 2020

Vienen cambios


     Lo de que se trata de una “Revolución” me parece algo muy evidente y claro, pues dando un vistazo a la historia de nuestro mundo observamos que todo cambio social ha ido aparejado a una revolución.
     En Europa tuvimos un brote epidémico muy cruel y mortífero, la peste bubónica, en el período final de la Edad Media, 1347 y años siguientes, mató a un tercio de la población humana, incluso, algunos autores dicen que la cifra de unos veinticinco millones de personas fallecidas es escasa. De acuerdo con los conocimientos de ahora, la pandemia de la ‘peste negra’ salió en primer lugar en Asia, para después llegar a Europa por las rutas comerciales. Bastantes historiadores argumentan que como consecuencia de ella la sociedad se hizo más violenta, hubo una evidente disminución de la calidad de vida, aumentaron las guerras, los crímenes y las revueltas populares. También creció la presencia de flagelantes que se azotaban en público como acto de penitencia y confundían a la población y la atemorizaban más, si cabe; y hubo toda clase de persecuciones.
     Se trató realmente de una “Revolución” con todas las de la ley. Y hay que añadir ─por si aún no estamos convencidos─ que el enorme descenso de población conllevó trastornos económicos por la gran movilidad social que se produjo, llevando muchas zonas a la despoblación. La peste provocó una caída considerable del área cultivada en Europa, lo que hizo perder mucha de su producción agraria.
     Se produjo una escasez de mano de obra barata que generó un gran impulso para la innovación que, lógicamente, contribuyó al fin de la Edad Media. Algunos creen que, incluso, fue la pandemia la que provocó la llegada del “Renacimiento”. Tengamos en cuenta que la peste se repitió en una serie de avalanchas hasta el 1490.
     Las preguntas que ahora nos podemos hacer son un sinfín de ellas, pero quizás las primeras sean: ¿Qué revolución social, política y económica nos trae el "coronavirus"? ¿Hacia dónde nos conducirá esta nueva revolución? ¿Quiénes saldrán beneficiados de este caos?...
     Bueno,... tampoco hay que estar demasiado desazonados, una revolución no es más que un pensamiento que se pone en marcha y eso lleva su tiempo...