Este pequeño cuento dedicado a mis nietos lo
escribí en 2013, formaba parte de mi segundo libro publicado: «Cuentos, relatos
y extravagancias», una colección de relatos, a la que tengo enorme cariño, complementado
con una novelita corta. Creo que todo forma parte de la propia biografía, así
lo creía el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro: «Pienso a menudo que
así como la literatura de algún autor es la hechura de su propia vida, así
también la vida de un autor es lo que uno escribe».
EL PEZ DORADO
Un
país, al norte. Aquel día era frío, desapacible, lleno de nubarrones negros que
soltaban lluvia. El mar estaba muy agitado, las olas chocaban y saltaban sobre
el muelle, los barquitos que estaban amarrados se movían de arriba y abajo como
si estuvieran nerviosos, también había truenos y relámpagos que cruzaban de vez
en cuando el cielo oscuro. El viento movía las copas de los árboles y levantaba
todas las hojas de las plantas del parque.
No
había gente en la calle, el pueblito parecía dormido y a merced de los
elementos. De pronto una gran ola se levantó a lo lejos y vino en dirección al
muelle, los pocos que la vieron se asustaron mucho, en poco segundos aquella
ola se arrojó sobre el pueblo y de ella salió un enorme pez dorado que se lanzó
sobre la plaza. Allí se estrelló contra la esquina, rompió el muro, los
ladrillos saltaron por todas partes, y atravesó hasta la otra calle quedándose
encajado.
No
sabe nadie si fue mucho después pero el tiempo se calmó y un sol débil hizo
unos guiños queriendo salir. Algunos habitantes ─con temor e inseguridad─ se
atrevieron a asomarse a puertas y ventanas. En pocos minutos la gente llenó la
esquina viendo el pez que la cruzaba.
El
gran pez hacía raras muecas que parecían risas y todo el mundo se contagió y
empezaron a reír también.
¿Sabéis
por qué reía el enorme pez dorado?... Pues porque un niño que estaba en la
habitación que había destrozado le hacía cosquillas en su lomo derecho.
Los
niños gritaban y los movimientos del pez se hacían más lentos, su risa iba más
despacio... Quedó parado.
Su
color cambió, se convirtió en piedra de oro que brillaba cuando le daban los
rayos del suave sol.
Allí
quedó, adornando la esquina para siempre...
Delicioso cuento, Ignacio y ademas de una gran calidad literaria. Me ha encantaxo por su sencillez y pir su caoacidad de ser interpretado de muy diferentes formas segun la ñersonalidad y el carácter de quien lo lea porque es un esoejo en lo que vemos es un reflejo de nosotros mismos.
ResponderEliminarRecuerdo haberlo leído. Si entonces me gustó, hoy no deja de encantarme. Es un alto para la reflexión en estos tiempos revueltos...
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