Estábamos Kimura y yo
tomando el descafeinado de media mañana y oímos la noticia de la ampliación del
‘estado de alarma’ a quince días más. En realidad era una cosa esperada y no
nos sorprendió demasiado. Kimura estaba ─como siempre─ impertérrito, parece que
a él casi todo le resbala y no le afecta como a cualquier otro mortal, le
envidio esa impasibilidad que tiene y le interrogué sobre eso diciéndole:
─¿Cómo puedes dominar
tan bien la preocupación? Me asombra tu impavidez.
Se quedó un rato
pensativo. Se acerco a la ventana, permaneció un minuto con la mirada perdida,
después se volvió hacía mí y dijo:
─Mira, he sido
empresario muchos años. Cuando comencé no ganaba ningún dinero, mi proyecto
empresarial se lo llevaba todo, lo reinvertía. Mi vida se sostenía a duras
penas y pagaba a mis empleados una miseria. La situación muchas veces rozaba la
tragedia pues mis hermanas y mis padres dependían de mí en gran medida. Tenía muchas, muchísimas, razones para
preocuparme. Los primeros tiempos de mi empresa fueron desalentadores pero estaba
convencido de que algún día iría todo hacia adelante y bien. No obstante,
ocurría que después de cada tropiezo o fracaso solía preocuparme hasta el extremo
de no poder comer ni casi dormir. Pero un día dejé de preocuparme, hace ya más de treinta años. Y estoy convencido que, si no hubiese dejado de preocuparme por
aquel tiempo, estaría en la sepultura desde hace bastante tiempo.
No conocía esa parte
de su historia, me quedé entre asombrado y perplejo. Le pregunté después de una
silenciosa pausa:
─¿Qué hiciste para
dejar de preocuparte y tirar hacia adelante?
─Ciertamente no me
acuerdo bien, pero sé que lo primero fue la consideración de lo inútil que era
preocuparse. Percibí con claridad la preocupación no me llevaba a ninguna parte
que era una seria amenaza para la pervivencia de mi empresa. Y también que iba
a perder mi salud si seguía sumido en la preocupación.
─¿Y qué camino
seguiste después de ver eso?
─Muy sencillo, te
sorprenderás ─y sonrió semicerrando sus ojos orientales.
─¿Cómo fue? ─insistí.
─Observé que me
preocupaba más cuanto más cansado estaba y decidí estar en la cama, cada noche,
un mínimo de nueve horas y echaba una siesta recuperadora todas las tardes de treinta
minutos. Y también, a diario, intentaba alentar a mis trabajadores con elogios
en lugar de desanimarlos con quejas o malos modos. Traté de tener una palabra
amable para todos y todos los días.
─¿Alteraste en algo
tu enfoque empresarial?
─Sí, claro. Me
dediqué, con todas mis fuerzas, a proyectar y preparar el éxito en los retos
futuros de la empresa, así que no tuve apenas tiempo para preocuparme por los fracasos
que había tenido antes. A partir de ese momento todo comenzó cambiar.
Estuve pensativo unos
momentos y después le comenté:
─Parece fácil, ¿no?
─Todo eso me llevó a
cambiar mis actitudes. Por ejemplo, no llamaba la atención a mis trabajadores por
algún fallo cometido hasta transcurridas veinticuatro horas, para así estar sereno
y analizar las cosas con perspectiva. Y, es curioso, pasadas estas horas los errores no
parecían tan grandes. No lo dudes, si no hubiese apartado de mí las
preocupaciones ahora estaría metido en un hoyo.
Es muy buena la reflexión que hace Kimura. Para qué sirve la preocupación sino para estar en un estado anímico peor. Tomemos las cosas tal como vienen y saquemos el mejor partido de ellas.
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