viernes, 6 de marzo de 2020

Cuestión de farsantes


     Kimura es imprevisible, nunca sabemos cuándo se marcha ni cuándo viene otra vez. Hace un poco más de tres semanas, se levantó muy temprano con su pequeño equipaje ya hecho y dijo que regresaba a Japón, quería dar un vistazo a su tierra y ver cómo iban por allí las cosas, ver “in situ” cómo iba la cuestión del “coronavirus”. También quería visitar a alguien de su familia. Lo cierto es que está aquí de nuevo; para él, ir a cualquier parte del mundo es un juego de niños. Es un tipo excelente al que le tenemos muchísimo aprecio y no nos importa el tiempo que se quede con nosotros, no da ninguna lata y lo pasamos muy bien con él, realmente ─incluso─ es de una gran ayuda en muchas cosas. A nosotros nos recuerda siempre ─y a veces lo comentamos con él─ al personaje de la novela cumbre de Giovanni Papini, a «Gog», pero en bueno. Papini retrata a Gog como a un multimillonario hawaiano cansado de los negocios y que decide gastar  su dinero ─y su tiempo─ entrevistándose con grandes hombres de su época. Pero, repito, Gog es un sujeto bastante indeseable, un cínico, un hipócrita al que la humanidad le importa un bledo. Sin embargo, Kimura es, todo lo contrario, tremendamente humano, muy preocupado por todo lo que afecta al hombre de cualquier lugar del mundo; eso sí, viaja continuamente y tiene amigos por todos sitios.
     En casa no nos sorprendió su regreso, es algo a lo que estamos acostumbrados. Viene y va como una pelusa de tamo. Primero contó algunas cosas de sus pocos familiares y del “coronavirus” en Japón. Dijo que allí aumentarían las restricciones para contener la propagación y también que el Gobierno japonés ha anunciado que pondrá en cuarentena a los viajeros que procedan de China y Corea del Sur antes de autorizar su entrada.
     Después comentó con suavidad oriental:
     ─¿No crees que en España abusáis un poco de la palabra “democracia”?
     ─¿Por qué lo preguntas? ─le respondí preguntando.
     ─Porque veo que la empleáis para todo. Es como un apéndice que colocáis después de cualquier palabra, una especie de epíteto para reforzar un significado.
     ─¿Pones algún ejemplo? ─le inquirí para aclararme.
     ─Sí, hay muchos. Habláis de “normalidad democrática”, de “enfrentamiento democrático”, de “juego democrático”, de “carácter democrático”... Le ponéis la palabra a todo, lo hacéis como forma de validar o reforzar cualquier argumento. En realidad se trata de una manipulación del lenguaje, ¿no?
     Quedé un poco pensativo y después le dije:
     ─Creo que tienes razón, aunque es un asunto de cierta complejidad. Cierto que es un abuso de la palabra, y del concepto, que conduce muchas veces a frases incongruentes, pero es una estratagema que usan los políticos y que aprenden en esos escondidos y secretos cursos de oratoria que les imparten en sus partidos.
     Miró con un asomo de perplejidad y preguntó:
     ─¡¿Cómo?!
     ─En realidad se trata de un truco simple. Si alguien desliza la palabra “democracia” al lado de algo, aunque no pegue ni con cola, ya se sitúa en una posición de privilegio en la partida dialéctica. Y, así, el adversario corre el peligro de quedar en una posición “anti-democrática”, ¿comprendes?
     ─Sí, creo que sí. Parece que quieres decir que si tú añades la palabra “democrático”, o “democrática”, a un concepto, ya pones a tu interlocutor en una postura inestable, pues podría ser tachado de antidemocrático, ¿no?
     ─Exactamente, eso es. Se trata de un ardid para desestabilizar los argumentos del contrario. O sea, si yo me adjudico un “talante democrático” en una discusión y tú estás en contra de mis razones, sutilmente te estoy llevando a un terreno en el que podrías ser calificado de antidemocrático. ¿Lo ves?
     Kimura, dijo:
     ─Entonces se trata de una cuestión de farsantes, ¿no?
     No tenía ya muchas ganas de hablar de esto y le respondí escuetamente:
     ─Cierto, sí,... de farsantes...


1 comentario:

  1. Pilar Nacarino Moreno6 de marzo de 2020, 18:18

    Desde luego que si, en estos tiempos que estamos viviendo, y con la gente que nos está gobernando, la palabra democracia ha perdido su valor, que era mucho, por lo que nos costó conseguirla.
    Ahora se usa, como muy bien dices, como arma arrojadiza pero no tiene valor, porque está en boca de farsantes.

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