Me pareció un hombre
pequeño y exhausto que soportaba el peso de mucho dolor y de toneladas de lágrimas. La
lluvia que caía sobre San Pedro y las sombras del atardecer creaban un aire
espectral y también diría que medieval. El ambiente aquel ─con el Crucificado que sobrevivió al
fuego y que los romanos llevaron en procesión contra la terrible peste bubónica─ me hizo, ciertamente, recordar la historia de la Peste Negra de 1348, una enfermedad desconocida que se
propagó por todo el mundo conocido y en pocos años sembró la muerte, la destrucción y la
miseria por todo nuestro continente. Desde las costas hasta las tierras del
interior, la pavorosa plaga originada en Asia se extendió por toda Europa en
poco tiempo.
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