sábado, 28 de marzo de 2020

El Papa exhausto


     Me pareció un hombre pequeño y exhausto que soportaba el peso de mucho dolor y de toneladas de lágrimas. La lluvia que caía sobre San Pedro y las sombras del atardecer creaban un aire espectral y también diría que medieval. El ambiente aquel ─con el Crucificado que sobrevivió al fuego y que los romanos llevaron en procesión contra la terrible peste bubónica─ me hizo, ciertamente, recordar la historia de la Peste Negra de 1348, una enfermedad desconocida que se propagó por todo el mundo conocido y en pocos años sembró la muerte, la destrucción y la miseria por todo nuestro continente. Desde las costas hasta las tierras del interior, la pavorosa plaga originada en Asia se extendió por toda Europa en poco tiempo.



     El Papa Francisco abatido y con pasos titubeantes, se veía enormemente frágil al subir los peldaños del atrio, lo hacía casi sin fuerzas y en una espeluznante soledad, quizás así representaba los dolores de este mundo aturdido para rendirlos en el pedestal de la Cruz.






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