lunes, 30 de septiembre de 2019

Con "chips" en el cuerpo


     Hace bastante tiempo que vengo advirtiendo de nuestro inevitable primer paso para convertirnos en un “ciborg”. La mayoría de ustedes saben que un “cíborg” (o “cyborg”) es una especie de criatura formada por elementos orgánicos y dispositivos informáticos ─o si ustedes quieren, para una mayor generalidad, les podemos denominar cibernéticos─ generalmente con el propósito de mejorar las capacidades de toda la parte orgánica por medio de la utilización de la tecnología.
     Y esto venía a cuento porque cada día salen más noticias relacionadas con la implantación de “chips” en animales, plantas y en seres humanos. Desde luego, si se trata de alguna cuestión de salud, no le haría ascos a dejarme introducir ─entre los dedos indice y pulgar o en cualquier otro lugar─ un dispositivo de estos del tamaño de un grano de arroz o más grandes. Pero lo alarmante no es esto, los asuntos de salud son caso aparte. Lo expuesto es que, por ejemplo, las entidades bancarias obliguen a portar un “chip” para conceder una hipoteca o cualquier otro tipo de préstamo. O que las empresas ─cosa que ya está sucediendo en algunos lugares─ fuercen a sus empleados a tener estos pequeños artefactos insertados bajo la piel.
     Me atrevo a vaticinar que los gobiernos poco escrupulosos con las libertades, estarán ya husmeando en estos avances tecnológicos para ver la manera más conveniente de convertir a la masa votante en sometidos “ciborgs”.



domingo, 29 de septiembre de 2019

Las manos


     Hoy me di cuenta que Kimura se miraba las manos con inusual atención y con el ceño algo fruncido. Le pregunté:
     ─¿Qué haces mirándote las manos?, ¿te duelen? ¿Te ocurre algo?
     Siguió mirándoselas durante unos largos segundos y después dijo:
     ─Estaba pensando en el importante papel que desempeñan las manos en el Taichí. Son el punto focal de la visión y proyectan nuestro "Chi" hacia el exterior. ¿Has observado que casi siempre, durante las sesiones de Taichí, los ojos siguen muy a menudo la mano que se mueve?
     ─Es verdad, sí es cierto ─le respondí.
     ─Las manos tienen que estar abiertas ─continuó diciéndome─ pero de manera relajada. No se debe permitir que haya ninguna tensión en las manos, pues esto bloquea la circulación de "Chi". Los dedos deben estar casi estirados y con una suave curvatura. Con cierta frecuencia es posible sentir la presencia de "Chi" en la mano como una sensación de calor.
     ─Me tienes que explicar mejor que eso del “Chi”, aún es algo que me cuesta comprender ─repliqué.
     ─Ya te lo iré explicando. Por ahora quédate con la idea de que el “Chi” es lo que nos proporciona vitalidad y nos permite crecer y desarrollarnos.
     En ese momento se me ocurrió preguntarle:
     ─¿Eso vale también para las plantas?
     Kimura sonrió un poco al contestar con lentitud:
     ─Sí. Seguro que sí.




viernes, 27 de septiembre de 2019

Con entusiasmo siempre


     Hoy quería escribir sobre esa pócima mágica que es el «entusiasmo». Definir el entusiasmo no es tarea fácil, al menos, definirlo como yo lo entiendo. El diccionario dice que el entusiasmo es algo así como la excitación que sentimos por algo que nos fascine y encante. También puede decirse que se trata una intensa devoción que lleva a seguir con empeño alguna causa del tipo que sea, da igual.
     Pero esas no son mis ideas del entusiasmo, para mí el entusiasmo es una especie de energía vital, de ardor interior; de algo que te quema y hace que emprendas alguna tarea ─por nimia que pueda parecer a otros─ de manera vehemente y ferviente.


     El entusiasmo es algo vinculado a la ilusión y a la pasión, cuando existe entusiasmo debe haber, también, unas altas dosis de vitalidad, repito con énfasis: “vi-ta-li-dad” y, por supuesto, optimismo.
     El entusiasmo es eso que nos posibilita deleitarnos con lo que hacemos y nos permite comprender todo lo que la vida nos brinda.
     ¿He repetido muchas veces la palabra “entusiasmo”?
     No inquietaros, la repetiré más veces en la siguiente entrada que ponga aquí.

lunes, 23 de septiembre de 2019

De una película


     Mi amigo Kimura me insiste en todas las ventajas y beneficios que tiene el hacer Taichí y él es un buen ejemplo de ello, su cuerpo se ve flexible y sus movimientos son ágiles, casi no bebe, nunca ha fumado, come al 80% de lo que podría y duerme a pierna suelta. Es de ejercicio diario. Yo suelo burlarme un poco de él diciéndole que estoy en una edad en la que las palabras y expresiones más habituales son: Próstata, Diazepan, ¿Qué?, ¡Ay!, Vitamina E, Análisis, Colesterol, Estrés, Médico, Dieta, Gafas, Depresión y algunas otras de parecido talante. Hasta que se da cuenta de mi broma, él intenta ─con toda la seriedad del mundo─ convencerme de que el vigor físico y el ejercicio son muy importantes. Me suele comentar que el óxido nunca para y nos ataca de continuo. Repite incansable que cuando llegamos a la madurez (cuando sea que sea), tomamos conciencia de que existen unas malas y negativas fuerzas que se encuentran siempre en acción, sin tomarse ningún descanso ni siquiera de cinco minutos en toda la vida que son como la gravedad y la entropía (ya sabéis, esa horrible ley termodinámica de la degradación de la energía).
     Le conté que había una película de Elizabeth Taylor y Carol Burnett (creo que se titulaba “Entre mujeres”) en la que ellas representaban a dos mujeres de mediana edad, con muy poco en común y que se han conocido por casualidad. Desarrollan una curiosa amistad mientras continúan lidiando con sus respectivas vidas. En un momento del film una le dice a la otra: "A esta edad, cuando empiezo a componerme la cabeza entonces se me desploma el culo".
     Daba gusto verlo reír a carcajadas, pero eso no le impidió que, unos instantes después, siguiese insistiéndome en la necesidad de hacer Taichí como imprescindible ejercicio físico ─y mental─ diario.


jueves, 19 de septiembre de 2019

Cincuenta y dos



     Esta mañana he mirado el número de entradas que hay en el ‘blog’ y me he sorprendido un poco, ¡cincuenta y una! Comencé a escribirlo ─y a mantenerlo─ como un pequeño ejercicio diario de escritura, comunicación y creatividad, con mis amigos.
     También sin ninguna pretensión de que fuese algo normado y reglado. En realidad no tenía ninguna idea clara de cómo lo iba a llevar hacia adelante ni del cariz que le haría tomar (en realidad hoy tampoco lo sé muy bien), pero he llegado a la entrada cincuenta y una ─esta es la cincuenta dos ya─. Unos cuatro meses, con varias presencias a la semana y un gran bagaje de cosas que han pasado en mi vida y, seguro, que en la de todos vosotros también.
     Lo cierto es que hemos llegado hasta aquí y que pienso seguir. MIS COSAS son “mis cosas”, de acuerdo, pero creo que éstas son también un poco las de los demás. De hecho, mis inquietudes, pensamientos, sosiegos y desasosiegos, son los mismos que los vuestros, que los de todos.
     También ha sido una muy grata sorpresa el constatar un número apreciable de visitas internacionales a “MIS COSAS”. De los casi tres mil «lecto-curiosos» (“palabro” cuyo significado deberé aclarar) tengo que destacar los de Brasil (mi amiga Claudia Sitira es una incondicional), EE.UU, Nicaragua (seguro que aquí mi amiga Richie Baez tiene algo que ver), Rusia, India... Un 15%, más o menos, de entradas desde otros países, visitas que agradezco infinito.
     Estoy con voluntad de seguir y llegar pronto a celebrar la entrada 102. (Mi amigo Takumi Kimura me echará una buena mano).
     Un gran abrazo a todos. 


miércoles, 18 de septiembre de 2019

Las uvas enormes


     A veces Takumi Kimura se deja caer con alguna pregunta rara y me coge totalmente desprevenido. Por ejemplo, el otro día me dijo:
     ─¿Te has dado cuenta de que los pensamientos con frecuencia esconden la realidad?
     Hice una pausa que me pareció larga y le contesté:
     ─Sí, los pensamientos personales suelen ser limitadores, categorizan demasiado y, por tanto es frecuente que compliquen las cosas.
     ─Te voy a contar una historia interesante que le aconteció a un maestro de Taichí. ¿Conoces las uvas «Kyoho»?
     Y siguió hablando:
     «Kyoho» es una variedad particular de uvas japonesas. Debido a que las uvas «kyoho» son muy grandes ─enormes─ a menudo se las denomina como la "reina de las uvas". Las uvas «Kyoho» se producen principalmente en la región de Yamanashi que, naturalmente, también es célebre por producir buenos vinos.
     Un maestro de Taichí ofrece un racimo de «Kyoho» a su discípulo en un momento de descanso y, al cabo de unos instantes, le pregunta:
     —¿Cómo encuentras este racimo de uva «Kyoho»? ¿Te gusta?, ¿tiene buen sabor?
     ─iSí, sí! iTiene un delicioso sabor! —responde el discípulo.
     El maestro le hace entonces otra pregunta:
     —¿Quién tiene buen sabor, la baya de «Kyoho» o la lengua?
     El discípulo reflexiona, pero se hace un lío, se complica y responde a trompicones:
     —El sabor proviene de la interdependencia, no solamente de la del sabor de la baya, o grano de la uva, y la de la lengua... sino igualmente también, y de la misma manera, de la interdependencia de...
     —¡Estúpido! ¡Eres un idiota doble! —le interrumpe el maestro muy enfadado perdiendo el equilibrio y la ecuanimidad.
     ─¿Por qué complicas tu espíritu? ¿Por qué quieres hacer complejo lo fácil? Esa uva está buena. Su sabor se explica por sí solo. La sensación al comerla es buena. Con eso basta...

martes, 17 de septiembre de 2019

La zanahoria y el palo

     
     Me decía Kimura que antiguamente en Japón, su país, los campesinos, para moler el trigo, utilizaban caballos para hacer girar las ruedas de los molinos. Los caballos daban vueltas ─incansablemente─ durante todo el día, tratando de atrapar una zanahoria que tenían delante de su hocico colgada de un palo. Finalmente, cuando llegaba la noche, se les daba la preciada zanahoria que habían estado persiguiendo a lo largo de todo el día.
¿No es esta una imagen, bastante precisa, de nuestra civilización?

viernes, 13 de septiembre de 2019

El kanji de la soledad


     A mi amigo Kimura hay cosas que le perturban mucho, por ejemplo hablar de la soledad. Si sale este asunto en una conversación intenta evitarlo y zanjarlo lo más pronto posible; me da la impresión que su cara le cambia. En el Japón actual, el tema de la soledad de la gente ─sobre todo de los mayores─ tiene dimensiones preocupantes. Él asume esta realidad y dice que esto se arreglará más pronto o más tarde, también suele añadir que ellos son una civilización nueva (que no joven) y que su incorporación a los tiempos actuales en poco tiempo les ha traído algunos problemas, que hay cosas que se han dejado atrás de mala manera. La soledad es de los conflictos a los que todavía no han sabido darles solución, él piensa que es un atolladero en el que están metidos y aún no saben muy bien qué hay que hacer para resolverlo.
     Hace días me comentaba que el problema tiene su origen en el derrumbe del sistema tradicional de familia, y por ese motivo han crecido el aislamiento y la soledad. Decía que en tanto que la población de las grandes ciudades aumenta, las personas están cada vez más aisladas, porque no existe ni la familia amplia tradicional ni tampoco una comunidad local real. Y también que todo esto está contribuyendo a la baja natalidad que se ha disparado.
     Como ya he dicho a Kimura no le gusta hablar de esto y, en cuanto pudo, se metió en consideraciones lingüísticas respecto a las diferencias de significado de la palabra “soledad” en Oriente y en Occidente. Dibujó un precioso ideograma de cómo se escribía la palabra “soledad” en japonés y en chino (kanji):
     Después me hizo notar que “soledad” en su idioma viene a expresar la idea de incomunicación, de obstrucción, de derrumbarse, de caer... de morir.
     No quise insistir.

martes, 10 de septiembre de 2019

El cuidado de sus ojos y las extrañas gafas



     Realmente los orientales ─los japoneses en este caso concreto─ son la gente más rara que he conocido en mi vida, no les quepa la menor duda, son realmente extraños.
     Esta mañana me levanté temprano, a la misma hora que Kimura porque teníamos intención de ir a Sanlúcar de Barrameda, desayunar allí y luego dar un paseo. Me pidió, antes de ir al cuarto de baño, un termómetro.
     Como es lógico le pregunté si estaba bien o si se sentía febril o algo parecido. Dijo que no, que era para ver la temperatura del agua, pues se tenía que hacer un baño ocular que hace todos los días. Me explicó que ese es un método tradicional de cuidarse la vista y los ojos. Y que es algo muy popular en China y Japón.
     Cuando me dice cosas de este calibre suelo cerrar mis ojos casi del todo y también parezco un oriental, aunque un oriental perplejo. ¡Ah! También usa de vez en cuando unas gafas llamadas estenopeicas que de lejos parecen unas gafas de sol normales, pero en vez de cristal oscuro tienen una placa con cientos de agujeritos formando una retícula. Comenta que con ellas hace gimnasia ocular, ¡qué cosas!


     La curiosidad me podía, así que no pude contenerme y le pregunté cómo eran esos baños de ojos. Con su peculiar acento hablando español dijo:
     ─Es algo muy sencillo, dos minutos por la mañana y otros dos minutos por la noche antes de ir a la cama.
     ─¿Pero cómo lo haces? ─pregunté intrigado.
     ─Todo consiste en mojarse los ojos. Por la mañana, cuando te despiertes los lavas un minuto con agua caliente. Yo siempre la pongo a 39º, ni uno más y ni uno menos. Y después repito otro minuto con agua fría.
     ─¿Y por la noche igual?
     ─Por la noche igual pero al revés, primero el agua fresca y después la caliente. 
     ─¿Y por qué la temperatura tiene que ser exactamente de 39º? 
     Sonriendo sin despegar los labios y apretando los ojos me contestó: 
     ─Eso son manías mías... 

¡Martínez! ¡Le tengo dicho que no haga Taichí
cuando lleve el uniforme, que me revoluciona el
tráfico!

domingo, 8 de septiembre de 2019

Las siete tazas de té


     Durante los días que ha durado la visita a casa de Kimura me he quedado sorprendido con muchas de sus cosas. Realmente siempre es así, los orientales son muy diferentes a nosotros en sus modos y costumbres.
     A diario hemos paseado por la playa, él dice que le fascinan el agua, el horizonte y las rocas; que las rocas son trozos de universo. Después de uno de los paseos, al regreso, entramos en un chiringuito a tomar algo. Él pidió un té verde y yo un descafeinado.
     Habitualmente toma té verde, me dijo que para ellos el té es una bebida de enorme importancia por sus propiedades terapéuticas y que tiene algo de sagrado para todos los pueblos orientales. Señaló que se trata de un brebaje muy completo; es excelente para calmar la sed, incrementa la tensión arterial, sube los ánimos decaídos, es bueno para hacer la digestión y para rebajar grasas. También añadió que posibilita la eliminación de toxinas... Total, un milagro de bebida que además conserva la memoria intacta y ayuda a pensar bien. (Imagino que los argentinos piensan cosas iguales de su bebida nacional, el mate o lo venezolanos de la malta, que es una cerveza que no se ha dejado fermentar.)
     Luego entró en Internet a través de su sofisticado móvil y al cabo de unos instantes me leyó lo siguiente:
«En la tradición oriental, se suele decir que la primera taza de té suaviza la garganta, que la segunda erradica la soledad y termina con la melancolía; la tercera induce a reflexionar intensamente; la cuarta taza del día hace romper a sudar y así ayuda a eliminar, a través de los poros, todas las cosas que no tienen justificación en nuestra existencia; la quinta tonifica el sistema óseo y la musculatura. Cuando tomas la sexta taza de té se entra en el terreno de la comunicación con las divinidades. Y, por último, el séptimo té, deja la sensación de que una brisa, fresca y suave, atraviesa todo tu cuerpo.»
     Después de una larga pausa mirando al horizonte añadió:
     ─El té es como Taí-Chi liquido...

viernes, 6 de septiembre de 2019

La impaciencia no resulta


     Me contaba mi amigo Kimura que, con frecuencia, entre los alumnos novatos de Tai-Chí, hay uno que pregunta respecto al tiempo que se necesita para aprender este arte marcial. Y dice que la respuesta de cualquier maestro (que suele estar cargada con un poco de sorna) suele ser parecida a: “No tengo ni idea, pero cuando perciba que ya lo he aprendido, te lo diré sin falta”.
     El Tai-Chí es un aprendizaje que dura toda la vida. Los grandes maestros no han dejado de aprender hasta el final de sus días. Y aquí hay una gran verdad: cuanto más aprendes, más te das cuenta de todo lo que no sabes. Por lo tanto, hay que tenerlo muy claro: nunca llegaremos a un estado en el que podamos decir “ya domino el Tai-Chí”. Y aquel que lo haga, que sepa que con esa postura atenta contra uno de los principios fundamentales del taoísmo; la humildad. Y esa humildad es la que nos ha de dar impulso para seguir aprendiendo, aprendiendo y aprendiendo, y a no dejar nunca de aprender.
     Me contó después la leyenda del alumno que quería correr mucho en su aprendizaje, la historia cuenta que una vez un joven se acercó a un venerable maestro de un arte marcial y le preguntó:
     ─Maestro, ¿durante cuánto tiempo necesito entrenar y practicar para ser el mejor luchador de todo el país?
     El maestro le respondió:
     ─No menos de diez años.
     Sorprendido por la respuesta, el joven insistió:
     ─Es demasiado tiempo. ¿Y si practico el doble de tiempo que los demás alumnos?
     ─Entonces veinte años ─respondió ahora el maestro.
     ─¿Y si pongo en ello todo el ardor, el ansia y la fuerza, y si entreno día y noche y ni siquiera paro a comer o dormir? ─inquirió de nuevo el impulsivo joven.
     ─Entonces tardarás treinta años ─contestó impertérrito el maestro.
     Ante esa última respuesta, el novicio ya no pudo contenerse:
      ─Maestro, ¿cómo puede ser que a cada esfuerzo extra que digo que haré me respondéis que me llevará más tiempo cumplir mi sueño?
     ─Es así porque cuando alguien tiene un ojo mirando exclusivamente a un objetivo, le queda, únicamente, el otro ojo para para encontrar el camino ─esa fue la rotunda respuesta.
     Esta historia, muestra de manera ejemplar toda la paciencia, dedicación y concentración que requiere el aprendizaje de un arte como el Tai-Chi.


martes, 3 de septiembre de 2019

Cultivar la causa del efecto deseado


     Hoy pensé que el asunto de las zanahorias del otro día (“Ser feliz y causa-efecto”) no había quedado demasiado claro, o yo no había sido lo suficientemente explícito, así que he decidido volver sobre el tema.
     Quería incidir en el hecho de que el cultivo (o llamémosle desarrollo si nos place más) de la causa de un efecto que deseemos conseguir es ─en esencia─ muy sencillo, y podría expresarse como un pseudoalgoritmo de cinco pasos: 

     1. Decidir el objetivo. Hemos de tomar la decisión sobre aquello que deseemos plantar y comprar las semillas correspondientes, ya que quedaremos muy decepcionados si plantamos zanahorias y esperamos que broten unos deliciosos tomates rojos.
     2. Preparación para alcanzarlo. Hay, necesariamente, que preparar el terreno. En muchas profesiones se debe dedicar mucho más tiempo a la preparación que al trabajo en sí. El inconsciente intenta saltarse este paso de preparación. Aunque el experto sabe que hay que cavar, abrir el suelo, ararlo, trabajarlo con una azada, nutrirlo y regarlo si espera un buen cultivo .
     3. Comienzo, acción. Plante las semillas. Sabemos que las semillas no brotarán en el saquito o teniéndolas en el bolsillo. Sólo crecerán y germinarán si son plantadas.
     4. Vigilancia del proceso, realimentación, correcciones. No olvidemos vigilar y quitar las malas hierbas que puedan salir. Regar, fertilizar, etc.
     5. Asalto al objetivo. Hay que esperar con la paciencia debida el tiempo ideal para cosechar nuestras zanahorias.

domingo, 1 de septiembre de 2019

El scratch y la "gamificación"


     Aunque a algunos les parezca extraño y propio de los mundos de ficción que aún están por llegar, la programación de todo tipo de artefactos tiene un peso específico enorme en la economía de los países más avanzados. Hasta hace unos pocos años, se hablaba de la “programación” y esto se relacionaba únicamente con los ordenadores y se solían citar lenguajes como el Basic, el Pascal, el Cobol y muchos otros, con los que era posible “entendernos” con los ordenadores y hacer que obedecieran nuestras órdenes.
     En la actualidad, el ámbito de la “programación” se ha extendido de una manera colosal; ya no únicamente se programan ordenadores, ahora esto se extiende a una gama muy variada de dispositivos. Además de los ordenadores se programan “drones”, se programan aparatos médicos para distintas tareas entre ellas operaciones quirúrgicas, se programan toda clase de robots para realizar infinitos trabajos, microchips para insertarlos en animales e incluso en personas. Y esto irá a más... La lista es interminable.
     Enseñar a los niños pequeños la lógica de la programación y una algoritmia fácil no es ninguna cuestión baladí hoy día, es más, diría que se trata de algo imprescindible.
     ¿Por qué les cuento todo esto hoy sábado? Pues lo cuento porque llevo varios días ocupando algo de mi tiempo en preparar una guía personal para que me sirva para introducir en la programación a mis nietos pequeños. Voy a utilizar un lenguaje que tiene una construcción muy simple pero que es maravilloso, sirve para enseñar a niños hasta de 5 años. Se trata del lenguaje «ScrachtJr» utilizable en el ordenador, en una tablet o en un smartphone.


     El «ScratchJr» es un sistema de introducción a la programación que permite a los niños pequeños desarrollar sus propias historias y también juegos interactivos simples. Los pequeños deben encajar en una línea unos bloques gráficos de programación para hacer que los personajes se muevan, salten, bailen, hablen y canten. Los niños pueden transformar los personajes en un sencillo editor de dibujos, pueden añadir sus propias voces y sonidos, e incluso insertar fotos de sí mismos y luego, utilizar los bloques de programación para hacer que sus personajes cobren vida virtual.
     Uno de estos días tengo que decir algo sobre la idea de “gamificación” (o “ludificación”) ya que cada día estoy más convencido que por ahí va mucho futuro de la enseñanza (para jóvenes y para mayores también). La «gamificación» es una metodología de aprendizaje que proyecta la mecánica típica de los juegos al ámbito educativo-profesional con el fin de obtener buenos resultados en menos tiempo.