jueves, 31 de octubre de 2019

También somos hijos de las circunstancias

Mi abuelo materno, Pedro Blanquer Giner

     No me cabe duda de que todos somos, también, hijos de las circunstancias, el suceso, la tragedia del hundimiento de este barco ─que sacudió a bastantes familias─ a los pocos meses de nacer yo, tuvo una incidencia muy importante en mi vida y de alguna manera la marcó, aunque ya nunca podré valorar ni dimensionar esa incidencia. Estoy completamente seguro de que mi vida sería distinta, ni mejor ni peor, si esos hechos no hubiesen acontecido: "También somos hijos de las circunstancias"...
     En la excelente página de Facebook, "Barcos pesqueros, su gente y su entorno"de mi primo Andres Perles, él hace una estupenda reseña cuyo contenido resumo a continuación:

Pesquero: «FRANCISCA MARTÍNEZ» 
     A este barco le apodaban "La Blanca Paloma" por la singular forma de su proa.
Construcción: En Altea (Alicante) en 1.934.
Actividad Pesquera: En el Puerto de Santa María desde 1.940 hasta 1.947.
Armador: Pedro Blanquer Giner.
Patrón: Francisco García Ríos. (Chicuelo).
Redero de Tierra: Francisco Blanquer Martínez.
Matricula: 3ª AT-5, Folio 300.
Datos Técnicos: T.R.B. 21´61. Eslora 12´60. Manga 4´20. Puntal 2´75. Motor H.P. 45/55 - Marca "Volund".
     El barco que llega a El Puerto en el año 1.940, trabaja muy bien y productivamente en nuestra Bahía de Cádiz y en el norte de Marruecos. Se sabe que tuvo un accidente en la costa de Huelva, donde "embarranca" (encalla) en dicha costa, desde allí es remolcado a Huelva y una vez reparado, regresa a El Puerto para seguir con su tarea normal. En el año 1.945, se le construye un casco nuevo en el astillero local "Hermanos Pastrana", el casco gustó mucho en nuestro muelle, y el barco fue apodado "La Blanca Paloma", aquí continuó con su habitual trabajo, en la Bahía, o bien en Marruecos.
     PERDIDA Y HUNDIMIENTO DEL PESQUERO «FRANCISCA MARTINEZ» o "La Blanca Paloma".
     El día 19 de Julio del año 1.947, este pesquero navega con rumbo a El Puerto con su turno de pesca terminado en Marruecos. En aguas del Estrecho de Gibraltar y con un poco de niebla, fue abordado por un gran barco mercante, que destrozo completamente a nuestro pesquero, viéndose la tripulación en el agua, sin salvavidas, bote, sin ningún medio de salvamento lo único que tienen son trozos de madera, que han quedado a flote del destruido pesquero.
     El buque mercante ruso que provoca el abordaje, la perdida y el hundimiento, sigue su rumbo y no presta ninguna ayuda, a estas personas, que se encuentran en el mar. No se sabe muy bien cuánto tiempo estuvieron en estas circunstancias, después fueron recogidos, por otro buque mercante, que los traslada a Gibraltar donde fueron atendidos ,y posterior mente, los trasladaron al Puerto de Santa María.
     En El Puerto, se produjo un gran conmoción, por el accidente ocurrido a este pesquero, barajándose muchas trágicas y tristes noticias, al parecer y los datos que he podido reunir, son los siguientes: la tripulación la componían once tripulantes, y son cinco los que consiguieron salvarse, se trata de Francisco García Ríos, (apodado "Chicuelo"), Antonio Ortola Tur, Juan Mulet Martínez, Ramón Roso Cister y José León Pérez.
     Los desaparecidos aunque son seis, solo he podido saber el nombre de uno solo, y gracias a su sobrino, Antonio Mulet García de Quirós. Se trata de Antonio Mulet Martínez, hermano de su Padre.
     He encontrado las noticias del hundimiento de este pesquero, en el periódico local, «Cruzados» de aquellas fechas, también en el "Diario de Cádiz" y en el ABC de Sevilla. Lo triste y raro, es que he mirado en estos periódicos todo el año del hundimiento desde julio de 1.947, hasta enero de 1.948, no hay ninguna noticia de estos desaparecidos, yo no los he podido encontrar, perdónenme, si están y yo no los he visto. He acudido, también, al archivo de la Iglesia Mayor Prioral, a ver si se había realizado un funeral por esta personas, pero tampoco aparece nada al respecto.
     Me han dado nombres de personas que luego, no he podido confirmar, ante tantas dudas, no he podido añadir los nombres de otras de las personas que tan tristemente perdieron sus vidas en plena juventud.

     Como en todo en la vida, también en la tragedia del naufragio de este pesquero hay parte de una curiosa leyenda que algún otro día narraré.

lunes, 28 de octubre de 2019

Austeridad compartida


     Hoy le pregunté a Kimura sobre su visión del sistema económico en el que vive ─vivimos─ casi todo el planeta. Por la forma de mirarme vi que le gustaba la pregunta. Cuando se encuentra ante un interrogante que le agrada siempre respira hondo y le brillan los ojos achinados. Yo sabía que tenía que esperar unos instantes antes de que empezara a hablar.
     No pasó más de un minuto y dijo:
     ─Creo que, básicamente, hay dos maneras de mirarlo: una primera como algo maléfico, horrible y funesto. Y el otro punto de vista es percibir el sistema económico como la causa generadora del progreso y del bienestar actual.
     ─Sí, claro, eso depende del lugar que ocupa cada uno en el espacio del sistema económico ─le respondí.
     ─Pero aparte de eso, hay que recurrir a las bases sobre las que se asienta el sistema económico. Siempre que pienso en esto llego a la fea conclusión de que nuestro sistema se sostiene sobre el “consumismo”, pero este consumismo cada día es más demencial, sordo y ciego, persistente...
     Aproveché la pequeña pausa que hizo para comentarle:
     ─Es cierto eso que dices del consumismo exacerbado en el que media humanidad estamos inmersos, aunque las empresas fabrican sus productos para venderlos y si no los venden quiebran y cierran; con todos los problemas que eso acarrea. Pero tienes razón, hay demasiada filosofía de “usar y tirar” en este sistema.
     Kimura se acarició levemente la barbilla y contestó:
     ─Vamos a suponer que, de pronto, varios millones de personas disminuyen su consumo drásticamente y a sólo lo indispensable. ¿Qué le sucedería al sistema? Es muy probable que en unas semanas se irían a la bancarrota muchas empresas, pero además podría irse al garete todo el sistema, ¿no crees?
     No supe muy bien qué contestar y solo añadí:
     ─Es verdad que se advierte un deterioro del sistema, parece que va en dirección de fabricar más cosas inútiles para aquellos que tienen potencial económico para adquirirlas, en vez de producir cosas necesarias para la subsistencia de muchos, de los insolventes, de los pobres... ¿Y este asunto cómo se podría resolver?
     ─No lo sé, desde la política no creo que haya nadie interesado en resolverlo. Sin embargo, hay unas palabras que escuché una vez y siguen resonando en mi cabeza, quizás por ahí vaya el camino de la solución: «Es necesario construir una civilización de austeridad compartida y acompañada».
     ─No olvidaré esas palabras, pero está todo muy complicado, no sé... ─le dije.



jueves, 24 de octubre de 2019

¿Qué dirán nuestros tataranietos?

     En el articulo siguiente que publiqué en 2012, “Sombras y huellas”, hablaba un poco de los rastros que las generaciones actuales estamos dejando en Internet. Esas, nuestras, sombras y huellas, quedarán ahí por muchos años, de tal modo que es muy probable que nuestros biznietos, tataranietos y choznos podrán conocernos en muchos aspectos. ¿Os imagináis las caras que pondrán? ¿Qué pensarán de sus ancestros?, ¿cómo habrá cambiado el mundo en el que ellos vivirán dentro de 70 u 80 años? ¿Qué impresión se llevarán?...
     Pensar en estas cosas seguro que a todos nos produce una extraña sensación, un raro escozor... Reproduzco el final del artículo: “Quizás también sea el momento de comenzar a preguntarnos todos, qué tipo de huellas y sombras digitales deseamos dejar para que sean vistas y examinadas por las próximas generaciones.”

     Uno de los fenómenos históricos más relevantes de la actualidad, que afecta a una gran parte de la humanidad y del que aún no existen ni la suficiente perspectiva ni estudios de sus consecuencias, es el de las «sombras y las huellas digitales»; sombras y huellas de las personas que pueblan Internet de las mil y una maneras posibles.

     Las sombras y las huellas digitales componen un vestigio persistente, estable y duradero de nuestra vida, que la humanidad del futuro podrá observar y analizar. Las sombras digitales pueden ser definidas como aquel conjunto de informaciones que otras personas publican sobre nosotros y que son accesibles desde Internet. Las huellas digitales son las marcas, con idénticas características de persistencia, pero que publicamos on-line sobre nosotros mismos.
      Con la irrupción en nuestras vidas, de un modo tan radical y accesible, de la nuevas tecnologías, se posibilita que todos, y cada uno de nosotros, poseamos un legado a trasmitir ─y por primera vez en la historia─ estemos dejando un rastro indeleble de influencia para la eternidad. Actualmente todo aquello que se haga o diga a través de las redes universales de comunicación se abrirá caminos en el cosmos digital, y cada día será más indistinguible el ámbito entre lo privado y lo público. Es muy probable que todo lo que hacemos hoy sea recordado para siempre; esto es algo tan nuevo para la mayoría de nosotros que puede resultar ─en cierto modo─ aterrador. Pocas dudas nos caben de que a partir del momento presente van a quedar muy desdibujados los límites entre la privacidad y todo aquello que legamos a la posteridad.

      Hoy día cualquier persona, entre 30 y 35, años posee una sombra digital que se remonta a 10 ó 15 años como máximo, sin embargo, impresiona pensar que los niños de ahora tienen su sombra digital desde incluso antes de nacer ─es frecuente ver ecografías de bebés dentro del seno materno en las redes sociales─, y quizás sea necesario advertir a los padres que este tipo de información y contenidos ─que se irán incrementando cada vez más─ pueden tener una trascendencia insospechada.
      Aquellos que opinan que el mundo digital no les concierne, que les es ajeno, e incluso se jactan de no haber tocado jamás el teclado de un ordenador; deben ser conscientes que su vida y milagros están siendo también publicados en Internet por otros de una u otra manera. Es hora de pensar ─y eso es un cambio radical─ que a diferencia de esas pisadas que dejamos en la arena de la playa, que desaparecerán en cuanto suba la siguiente marea; esas sombras y huellas digitales, que se constituyen en nuestro particular legado, van a estar ahí imperecederas.
      Quizás también sea el momento de comenzar a preguntarnos todos, qué tipo de huellas y sombras digitales deseamos dejar para que sean vistas y examinadas por las próximas generaciones.

Ignacio Pérez Blanquer

lunes, 21 de octubre de 2019

Lo de ser abuelo



     Mi amigo Kimura se reía mucho cuando me veía jugar y charlar con mis nietos. Comentó que también él había tenido la gran suerte de disfrutar de mucho tiempo con sus abuelos, aunque matizaba que el hecho, o la experiencia, de ser abuelo es algo que cambia de generación a generación y también de cultura a cultura. Dijo también que hace ya bastantes años era muy normal que los abuelos compartiesen el mismo techo que los nietos y esto posibilitaba que tuviesen un rol importante en la vida de éstos. Era una forma de convivencia intergeneracional que aún pervive en algunos lugares del mundo, se trata, en muchos casos, de una norma cultural.
     ─Desde luego hay que considerar que a menudo ser abuelo ofrece muchas posibilidades ─le comenté─ pues se tiene la oportunidad de disfrutar de los nietos sin tener que asumir toda la responsabilidad de criarlos y educarlos. Aunque quizás esto sea lo más obvio, ¿no?
     Hizo una señal levantando la mano y replico:
     ─Creo que hay varias clases de abuelos, y eso es bastante general. Unos son aquellos abuelos que tiene escasa relación con los nietos, los ven solamente en ocasiones especiales porque viven lejos o por alguna otra causa. Hay otra clase de abuelos que los ven con frecuencia y tienen con ellos una relación más estrecha.
     ─Y a las abuelas, no las olvides, que con un instinto maternal inacabable, les gusta tener la oportunidad de volver a cuidar a un pequeño. Los abuelos descubrimos muchas veces que tenemos más tiempo y, desde luego, más paciencia con un nieto de la que tuvimos con los hijos. De todas maneras creo que hay un tercer tipo de abuelo, aparte de los que has citado, son aquellos que participan en la educación de los nietos de una forma activa. E incluiría a otros, que son los que no están muy interesados en los nietos cuando son muy pequeños, pero se sienten muy unidos a ellos cuando son más mayores. ¿No te parece?
     Kimura puso los ojos de recordar, dirigió sus pupilas hacia su derecha. Unos segundos después dijo:
     ─Los abuelos puede construir una estructura estable para los nietos, dándoles una cierta seguridad; aparte de la que les den los padres. Para mí, esto fue especialmente importante en la adolescencia, por mi tendencia a rebelarme contra las normas de mis padres, pero yo seguía deseando tener algún tipo de seguridad dentro de la familia, mis abuelos eran la palanca.
     Fue muy curioso ese rasgo de intimidad de Kimura y tuve una primera intención de preguntarle sobre eso y seguir indagando, pero decidí continuar en la línea que íbamos:
     ─Sí, cuando hay que enseñar a los nietos cosas de la realidad de la vida, tienes una ventaja específica, pues ser abuelo significa que has vivido una vida más larga que los demás miembros de la familia y has aprendido a superar problemas e infortunios y adaptarte a los cambios.
     Kimura dijo las últimas palabras:
     ─Y puedes compartir esa fuerza y esa sabiduría con tus nietos...


martes, 15 de octubre de 2019

Ideas y palabras que se ajustan...

 

     A mi amigo Kimura no le gusta mucho la playa, le tiene un cierto miedo al mar y dice que el horizonte marino le provoca algo de angustia. Por el contrario ama el bosque, los árboles, los terrenos ondulados. Ayer me decía:
     ─Es lo que siento, pero no le doy más importancia ni busco, a todo eso, explicaciones. Intento escuchar mis emociones, nada más.
     Creo que con estas cosas me provoca y espera que yo le siga el juego y discutamos, así que le contesté preguntando:
     ─¿No buscas explicaciones? Te considero una persona que siempre busca las razones, que trata de racionalizar todo lo que hace o lo que te ocurre. Vamos, un verdadero filósofo.
     Se quitó las gafas, y cerró los ojos con fuerza esbozando una fea y rara sonrisa. Sin ponerse los lentes explicó:
     ─Debes tener en cuenta que cuando tú hablas de filosofía y filósofos estás expresando dos ideas que son, cuando menos, bastante distintas de las mías. Nosotros, Oriente y Occidente, hemos estado muy distantes durante milenios y nuestras culturas han construido y desarrollado cosmovisiones diferentes en casi todos los aspectos de la vida. Aunque también pienso que la conexión entre las diferencias, o los diferentes, puede ser muy enriquecedora.
     ─Es verdad ─le contesté─  tenemos ideas diferentes que van desde la estética a la filosofía, pasando por la ética del trabajo o por la relación del ser humano con su entorno. Tenemos unas mentalidades con sistema de valores distintos, y sobre estos valores están construidas nuestras sociedades, eso nos hace tan diferentes.
     Asintió moviendo la cabeza y después añadió:
     ─No obstante, unos y otros, siempre estamos buscando explicaciones y nos contamos cuentos a nosotros mismos, u a otros, que parecen que tienen una estructura lógica interna pero en realidad la mayoría de los acontecimientos de nuestro alrededor están fuera de nuestro control y son irracionales. ¿No es cierto?
     ─Posiblemente llevas razón. Estoy pensando que, en gran parte, a diario, tomamos decisiones que son exclusivamente de carácter emocional: comer, dormir, hablar o ignorar a alguien, escuchar un tipo de música u otra, leer una cosa u otra, ayudar a alguien o no ayudarlo...
     Se quedó en actitud pensativa y suelo ser muy respetuoso con esas pausas. Después, como despertando, dijo:
     ─Es necesario ser conscientes de que todas las cosas son mucho más irracionales de lo que pensamos y creemos. Lo bueno es percibir las emociones, los diferentes lenguajes del otro, las miradas y la actitud de los demás, para realmente “entender” a un nivel más límpido lo que ocurre a nuestro alrededor. Debemos aceptar nuestra propia irracionalidad. Quizás sea un gran error tratar de racionalizarlo todo, lo inexplicable e irracional. ¿No te parece que sentir es mucho más importante que racionalizar lo irracional?



miércoles, 9 de octubre de 2019

De la falta de agua al «Taichí»


     Comenzamos hablando de un aparato que puede extraer litros de agua de la humedad del aire funcionando solamente con energía solar. Kimura y yo coincidimos en que la necesidad de agua se convertirá, si no lo es ya, en uno de los problemas más acuciantes de la humanidad en los próximos años, la escasez hídrica ya está afectando a dos tercios de la población mundial. Por lo visto, el artilugio que han inventado está basado en un material capaz de almacenar una gran cantidad de agua en su porosa estructura. Después me preguntó:
     ─¿Qué tal te va con la práctica del Taichí? Te veo con una voluntad envidiable trabajando diariamente.
     ─Realmente no sé, quizás es simplemente que me gusta ─le respondí.
     ─Sí... Es una pregunta que nos solemos hacer, por qué aprender, por qué practicar y por qué invertir tiempo y energía haciendo Taichí. Yo suelo contestar con una sola palabra: «Salud».
     ─Es buena respuesta pues ahora estoy muy sensibilizado con el asunto de la salud. Quizás eso tenga que ver... no me cabe duda. Aunque, sin embargo, la «salud» puede ser consideraba de varias formas: física, mental, espiritual, filosófica o, incluso, cultural. ¿No te parece?
     ─Sí, es cierto. Y además, cuando la mayor parte de la gente se encuentra distraída con sus dispositivos de comunicación y acelera para poder mantener el trepidante ritmo que se nos impone; aquel que practica Taichí se para, salta un paso atrás y observa, como si fuese una película, todo aquello que a su alrededor sucede apresuradamente.
     Me quedé callado asintiendo con un movimiento afirmativo de cabeza. Kimura prosiguió:
     ─Desde luego hacer Taichí es atesorar un tiempo para recomponer nuestro espíritu, se trata de unos momentos para abandonar el frenesí de las múltiples ocupaciones cotidianas, tiempo para recargar “pilas”, como ahora se suele decir; restablecer fuerzas y calmar la mente.
     Me gustó lo que decía y añadí:
     ─Desde luego eso forma parte de su atractivo y explica, de cierta manera, el motivo por el que muchas personas en todo el mundo aprenden Taichí. Es bueno aprender algo que no desaparecerá como un nuevo artefacto tecnológico, una moda de días, o como una nueva clase de gimnasia.
     Kimura perdió su mirada como si estuviera mirando a un punto muy distante y después de unos segundos dijo:
     ─El Taichí existe desde hace muchísimo tiempo y es curioso que cada día se hace popular. Quizás, en parte, se debe a que es útil para toda las edades y todas las culturas. Es una práctica que puedes realizar hoy y seguir con ella hasta que estés dando tus últimos pasos en este planeta. Me gusta decir que el Taichí es un arte que abarca toda la vida.


Primer encuentro internacional de practicantes de Tai Chi 
en la plaza Tianamen de Pekin (China) en 1998

lunes, 7 de octubre de 2019

La anécdota de Shaw y mis nietos


     Los niños pequeños siempre son sorprendentes, ayer me pidieron que les contara un cuento de los que yo me invento para ellos. Suelen ser cuentos un tanto surrealistas en los que evito poner un final y les propongo que ellos piensen en finales posibles; pueden ustedes suponer que eso les estimula bastante la imaginación. Sin embargo, ayer, se me ocurrió contarles una anécdota adaptada en plan de chiste. Básicamente la historieta era la siguiente atribuida al célebre dramaturgo irlandés George Bernard Shaw:
     Una bellísima actriz de teatro abordó un día a Shaw, en esos días ya era bastante mayor y hacía poco que le habían concedido el Premio Nobel de Literatura. Su aspecto no era precisamente el de un hombre atractivo y agraciado. La actriz le dijo:
     ─Usted y yo deberíamos tener un hijo. Sería una criatura perfecta, tan hermoso como yo y tan inteligente como usted, sería ideal.
     Lanzándole una mirada circunspecta Shaw le respondió:
     ─Es probable... ¿Pero puede usted imaginarse que salga con mi cara y su inteligencia?
     Creía que no lo iban a entender, tardaron un poco en reaccionar y después empezaron a reír, a casi llorar de risa.
     Me quedé mirándolos muy asombrado...

jueves, 3 de octubre de 2019

Las 100 (todo lo más 200)


    
     Los que escribimos mucho tenemos que aceptar que es inevitable ─de vez en cuando─ poner sobre el papel en blanco un puñado de chorradas. Tengo la suerte de que todos los días se me ocurren cosas, unas comunicables y otras menos ─esto le sucede a cada hijo de vecino─.
     Las ideas son como cápsulas virtuales ─pompas rellenas de ideas─ que salen de la mente. Siempre doy manotazos para ver si alcanzo alguna. Esta mañana agarré una un poco extraña, la he llamado chorrada “lorem ipsum”.
     ¿Sabéis lo que es “lorem ipsum”? Pues “lorem ipsum” es un texto como el siguiente:
     «Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit. In sollicitudin congue nisl. Vivamus mattis lobortis neque, et laoreet justo. Quisque vestibulum enim finibus, sollicitudin eros non, finibus ligula. Aliquam at turpis placerat, bibendum nibh vitae, semper enim. Pellentesque turpis urna, accumsan in rutrum a, scelerisque eu risus. Morbi neque nisl, vulputate mattis aliquam sit amet, laoreet sit amet turpis. Vestibulum nisl turpis, congue vel massa vel, malesuada porttitor ligula. Donec ullamcorper ultricies dolor a iaculis. In consectetur nec justo quis luctus. Suspendisse eget efficitur est. Class aptent taciti sociosqu ad litora torquent per conubia nostra, per inceptos himenaeos. Cras quis.»
     No es necesario que intenten traducir el párrafo, no dice nada que interese, lo importante es que tiene, justamente, cien palabras. Cien. Los escritos así son mi obsesión. Me gustaría decir todo lo que deseo expresar en un momento dado con cien palabras solamente; casi es mi ideal como escritor.
     Esto tiene que ver con Internet, con las pantallas; leer mucho en ordenadores, tablets y móviles es ─para gran cantidad de gente─ un poco difícil e incómodo. Tengo más que comprobado que un artículo con más de 100 palabras es complicado de digerir en esos artilugios citados; lo mejor es decir lo que uno desea con un párrafo igual de largo que el anterior “lorem ipsum”.
     Cien palabritas y... ¡Adiós!