lunes, 29 de junio de 2020

¿Qué podemos hacer?


     Quizás sea un esquema demasiado simplista, pero sobre nuestro mundo parece que contienden dos fuerzas, o mejor sería decir que inciden sobre él dos procesos muy genéricos. Uno, de tipo integrador ─algunos así lo llaman─ que impulsa hacia ideas de unidad y concordia, a la paz universal y, también, hacia la justicia y la equidad.
     Pero a la vez existe un fenómeno desintegrador de múltiples facetas. Basta acercarnos a la televisión, leer un periódico, u oír la radio e inmediatamente nos veremos invadidos por conflictos de todo tipo, por noticias de corrupción, asesinatos, guerras, desempleo, tráficos de drogas, personas y armas, rotura de estructuras familiares, abusos políticos, etc. Además, es fácil notar, que este proceso desintegrador goza de más difusión que el integrador; este último ─o al menos así lo perciben muchos─ es mucho más sigiloso, más reservado.  
     Cuando hablamos de temas de actualidad, de los problemas que existen, de nuestra nación o, simplemente, en los de ámbito local, solemos quedarnos con cierta, desagradable, sensación de impotencia y frustración. Por la cabeza se nos cruzan, una y mil veces, las preguntas: ¿Qué puedo aportar yo?, ¿qué podemos hacer nosotros?
     Se nos ocurre pensar que no hay muchas opciones entre las diferentes posturas que se pueden escoger ante este escenario social. Tres a lo sumo. La más corriente en nuestra sociedad es la de adoptar el rol de espectador, y con la práctica, el de espectador indolente. Ser espectador indolente implica dejar que las cosas ocurran, o que otros agentes ejerciten el poder de decisión y sean los hacedores de lo que debe ─o no debe─suceder. Jugar el papel de espectador indolente supone dejar el control a fuerzas externas y observar lo que sucede; lamentándolo, en muchos casos. Creo que hay dos motivos básicos para ejercer como espectador, el primero es el de no saber qué hacer. Y el segundo es que la percepción de que los problemas son tan complejos que la minúscula fuerza que un individuo particular podría aportar no produciría ningún efecto relevante.
     Otra opción ─la menos recomendable, sin duda─ es formar parte del fenómeno desintegrador, dejándose llevar por la utilización inmoderada de distintas formas de violencia, sea física o psicológica, y de otros modos de pensamiento negativo, que recorren el maligno trayecto que va desde de la humillación, la amenaza, el acoso hasta llegar a las agresiones más virulentas ya sean verbales, emocionales, morales o físicas.
     Posiblemente el punto óptimo esté en ser parte de la visión integradora, llevando a cabo acciones que aporten algo positivo para una sociedad más justa y mejor. Y sin duda, ello conlleva a realizar una transformación sensible de nuestras propias vidas. Pero… ¿cómo lo hacemos? ¿Basta sólo con la expresión de una preocupación por la necesidad de una educación universal o el respeto a los derechos humanos?, ¿basta con un rechazo personal hacia los prejuicios o hacia las desigualdades?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


domingo, 28 de junio de 2020

La era de los jubilados


     Ayer presté atención a uno de esos carteles con los que Internet nos abruma a diario. Se trataba de uno que decía algo sobre el potencial político que tenemos pensionistas y jubilados; diez millones de votos coordinados son una fuerza imparable. Pero, claro, orientados en una sola dirección y ahí está lo difícil.
     Estuve cavilando sobre esto un rato de forma desordenada y recordé aquella frase de un autor que no conozco: «Envejecer sigue siendo la única forma que se ha encontrado para vivir más tiempo». No pude evitar una sonrisa; esto de la vejez se ha convertido en un tema intrincado; hay una monomanía por la juventud y un rechazo, quizá muy desmedido, a lo que llamo la era de los jubilados.


     Sin duda es algo muy real que la mayoría de la población ve prolongada su vida más tiempo; de hecho, una de las características más acusadas del mundo actual es el rápido incremento de la esperanza de vida. A su vez, y en paralelo, las parejas cada vez tienen menos hijos. Sí jugamos únicamente con estos dos parámetros, se produce ─o se tiene que producir─ un fenómeno de sustitución, pues de manera continua e inevitable, los jóvenes tendrán que ser suplantados en muchas actividades por gente mayor, ¿no? Esta peculiar situación ya está causando trastornos en algunos países de Europa y en otros como Estados Unidos y Japón. Con solo los dos parámetros citados se advierte que hay muchas consecuencias posibles, y, me temo, que algunas de ellas es mejor que no las contemplemos ─ni de lejos─ porque dan pavor y podrían generar serios interrogantes sobre la andadura que lleva nuestro mundo.
     Parece que la única pregunta ─políticamente correcta─ que es dable hacerse sobre la cuestión es la que alude al problema de la financiación de las pensiones, ¿cómo se van a pagar nuestras pensiones? Este asunto, además, lleva aparejado una carga de incertidumbre y amargura. Los políticos (sindicatos, economistas, entidades financieras, compañías de seguros…) se mueven en torno a tres opciones: subir las cotizaciones, alargar el tiempo de cotización y, también, la de disminuir las pensiones. En el mejor de los casos, creo, que barajan una combinación ─un cóctel desagradable y agrio─ de las tres alternativas. Aunque tengo la impresión de que nadie piensa que estas medidas, se tomen como se tomen, serán suficientes para resolver el problema.
     Aparté un poco estos pensamientos y giré la mirada hacia el aparato de televisión; un anuncio publicitario nos machacaba con esas imágenes que desearíamos tener de nosotros mismos: dinámicos, atractivos, jóvenes… y no mayores, pasivos y agotados.
     Antes de caer en las garras de la siesta, pensé en lo complicado que es asumir ─tanto personal como colectivamente─ que vamos envejeciendo.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


sábado, 27 de junio de 2020

Un paso más allá del hombre


     En el último mes del invierno hemos tenido ocasión de asistir a dos conferencias, ambas diferentes pero las dos rozaron cuestiones que tenían que ver con el posthumanismo. Las ideas de lo post-humano se han generado principalmente a partir de la ciencia ficción, la filosofía y el arte contemporáneo. Probablemente esta multiplicidad de orígenes ha contribuido a cierta confusión terminológica. Prestando atención a los conferenciantes pudimos observar que realmente se referían más al transhumanismo que al posthumanismoentendiendo el transhumanismo como un movimiento intelectual reciente que intenta impulsar la utilización de las ciencias, y de las nuevas tecnologías, para mejorar las capacidades físicas y mentales de los seres humanos, con el propósito de modificar aquellos aspectos de la condición humana que pueden ser considerados indeseables para el hombre, como el envejecimiento, la enfermedad o el sufrimiento.
     En la lógica del transhumanismo existen dos procesos concomitantes, uno, la deshumanización del hombre, y otro, la humanización de la máquina. Estas dos rutas desembocan en la posibilidad de pensar el hombre más allá del hombre. Es decir, el transhumanismo se refiere a una sociedad emergente en la que el hombre no aparece como cima de la creación sino como un rey destronado por las máquinas, que se alzan con el poder.
     Sería fácil caer en las exageraciones de la ficción si no fuese porque se plantean algunos interrogantes importantes: ¿Cómo cambiará el hombre por el avance de la ciencia y la tecnología? O esta otra: ¿Cómo convivirá el ser humano con la tecnología?


     Desde ciertos puntos de vista, las máquinas van consolidando un avance que pasa por varios estadios diferentes; el primero de ellos es el relativo a su “inteligencia”. Creemos que lo que mejor ilustra está idea es la victoria del computador “Deep Blue” en 1997, sobre el campeón ajedrecista Kasparov. La máquina vence al hombre. Algunos pensadores nos hablan, incluso, de un proceso de liberación edípica: la muerte del padre y como consecuencia de ella la liberación del control.
     Otra etapa ─estamos en ella─ de la humanización de la máquina es el desarrollo de emociones o de pulsiones afectivas. Han pasado casi treinta años desde que Marvin Minsky en su libro The Society of Mind escribió«No se trata de si las máquinas inteligentes pueden tener emociones, sino de si las máquinas pueden ser inteligentes sin ellas». Los ordenadores emocionales serán el principio de la adquisición de una conciencia individual por parte de las máquinas, y de una posterior conciencia colectiva. El momento culminante del proceso de humanización se alcanzará cuando las máquinas logren su multiplicación sin intervención humana. ¿Vamos por este camino?

viernes, 26 de junio de 2020

Suputar y garambaina


     ¿Qué pregunta le han planteado con más frecuencia en su vida? ¿Lo ha pensado alguna vez? Hace un par de días me encontraba en esa lid conmigo mismo, incluso hice una pequeña lista que después me ocupé de ordenar, y la pregunta que puse primera de la lista fue: «¿Cree posible que se pueda construir una máquina que sea capaz de pensar?» Mi respuesta ha sido invariable, y sin abrigar ninguna duda he contestado siempre: definitivamente sí, sí creo ─no sólo─ que se podrán fabricar máquinas que "piensen" sino que ya están fabricadas desde hace tiempo. Claro, normalmente existirán matices pues lo de "pensar" no está absolutamente claro ("pensar" también es echar pienso a los animales).
     El término "pensar" comprende actividades que se producen en nuestro cerebro ─a veces ordenadas y a veces desordenadas─ y describe las cogniciones que tienen lugar durante el juicio, la elección, el establecimiento de relaciones entre las ideas, el emprendimiento y la resolución de problemas, el cálculo, la creatividad, la originalidad, la fantasía y los sueños. Para facilitar esta tarea debemos estar "programados" ─tanto humanos como máquinas─ con palabras, con muchas palabras, con esas pequeñas metáforas que son las palabras.
     Entre todas esas palabras que conforman nuestro léxico también tenemos nuestros términos preferidos o vocablos que por diversas causas utilizamos con harta frecuencia. Durante muchos años he utilizado la palabra "calcular" y un día, después de un feliz hallazgo en el diccionario empecé a alternarla con "suputar", de idéntico significado.


     Me queda la duda de si sería admisible utilizar la palabra "suputador" como sinónimo de ordenador o computador o "suputadora" como sinónimo de calculadora.
     La otra palabra que deseaba traer hoy aquí era "garambaina".


     No es que la haya escuchado muchas veces, pero siempre la había relacionado con algún adjetivo despectivo y descalificador y parece que la intuición no me engañaba. De todas maneras les diré que el último feliz encuentro con esta palabra ha sido en un libro de arte para referirse a esos adornos de mal gusto que a veces pueblan estanterías y mesillas y que algunos denominan ─de forma supuestamente más fina─ bibelotspalabra proveniente del francés que sí recoge nuestro diccionario.
     Llama la atención observar que la tercera acepción de garambaina: "letras o rasgos mal formados y que no se pueden leer" es muy coincidente ─en contenido semántico─ a la tierna palabra, y llena de evocaciones infantiles: garabato.

jueves, 25 de junio de 2020

«1842»


     No, no se trata de un título orweliano; si fuese así sería un vano intento de emular a un genio. Les cuento. Hace unos días, uno de esos con fuertes calores, decidí buscar una ópera desconocida de algún autor no frecuente y esperar, viéndola, la llegada del frescor nocturno de la mejor manera posible. Después de unas pocas dudas me incliné por una del músico francés Jules Massenet al que conocía levemente por su Werther. Se trataba de Don Quichotteque estaba completa en YouTube. Releí un poco la biografía de Massenet para situarme; se me quedó la fecha de su nacimiento: 1842.
     La obra era interesante, pero transcurrida la primera hora me encontraba un poco cansado; en esos momentos entró la mayor de mis nietas con una vieja edición de un libro de Karl May, miré curioso la portada y, seguidamente la contraportada, en donde había una breve biografía del conocido autor alemán. También había nacido en 1842. Fruncí el ceño con cierto asombro ante la casualidad.
     La temperatura había disminuido un par de grados y decidimos salir, a dar un paseo, por calles en las que circulara algún vientecillo agradable. Desde el parque tomamos Javier de Burgos pretendiendo llegar hasta la Plaza de Peral. La niña me preguntó:
     ─Abuelo, ¿quién era ese señor, Javier de Burgos? ¿Era de Burgos?
     Sonreí un poco pillado.
     ─No. Era un periodista y autor teatral de aquí, de El Puerto. Bastante célebre en su época ─le respondí─. No sé mucho más.
     ─¿Por qué no lo miras en el móvil?
    Sonreí de nuevo. Me apoyé en la pared enfrente del mosaico con el nombre de la calle y me dispuse a informarme más.
     ─Nació aquí en el 1842 ─fue lo primero que le dije, y otra vez puse cara de sorpresa.
     ─¿En esta calle? ─replicó rápida.
     ─No. Creo que no. Sé que esta calle se llamó calle Salinera, o algo parecido. Como casi todas, habrá tenido muchos nombres… Me parece recordar que fue en la calle Larga donde nació, no estoy seguro ─añadí después.
     Le pedí a Carmen una tregua, no tenía suficientes datos como para saciar su sed de saber. Quizás se le olvidaría al rato.
     Mil ochocientos cuarenta y dos, ¡vaya! ¡Menos mal que no soy supersticioso!
     Una vez en casa ─a ella no se le había olvidado Javier de Burgos─ tuve que informarme más.
     De entre sus obras más destacadas hay que señalar “La boda de Luis Alonso”, estrenada en el Teatro de la Zarzuela en Madrid, en enero de 1897. Empezaba así:
     «La acción pasa en el barrio extramuros de Cádiz, conocido por Puerta de Tierra, en 1850.
     Patio de una casa modesta de un solo piso en el barrio de Puerta de Tierra. Puerta al fondo y dos ventanas bajas de rejas a cada lado, por las cuales se ve el campo. Dos puertas laterales que dan a habitaciones interiores de la casa. Sillas de Vitoria y macetas con flores. Luz espléndida de sol.»


     ─Abuelo, yo también nací en Madrid. ¿Lo sabes?
     ─Sí, claro.
     Javier de Burgos comenzó estudios de ingeniería, pero los abandonó cuando falleció su padre y se enfocó en el periodismo, en Cádiz. También tuvo cierta dedicación a la política. Murió en 1902, el año mismo en el que nació Rafael Alberti.
     ─¿Y quién es Rafael Alberti, abuelo?
     ─Ya te hablaré de Alberti otro día.
     ─Vale ─respondió rotunda y decidida.
     Javier de Burgos escribió bastantes obras, unas setenta aproximadamente, muchas en colaboración con otros autores. Sus libretos retrataban con ingenio y humor la sociedad de su época, con tramas fáciles, divertidas, y con tintes muy populares.
     ─Mil ochocientos cuarenta y dos.
     ─Abuelo, ¿por qué repites tanto ese año?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de BB.AA. Santa Cecilia

lunes, 22 de junio de 2020

En aquel autobús


     Iba casi vacío quizás no llegaba tan siquiera a un cuarto de su capacidad, todo mujeres y tres hombres desperdigados que miraban a ninguna parte desde su asiento. Se cuidó de no perder el equilibrio y dirigiose a la plataforma del fondo para así poder bajar rápido ─y de improviso─ en cualquier parada.
     Aún no sabía qué le hizo subir a aquel autobús, no se encontraba lejos de casa y podría haber llegado caminando sin mojarse demasiado. La intensidad de la lluvia no era exagerada. Además, no le importaba demasiado quedar empapado con aquella intempestiva llovizna de final del verano. Lo hizo de un salto; un corto instante antes que el conductor accionase el mecanismo del cierre de puerta, éste realizó un leve gesto ante su imprudente brinco, y él, a modo de excusa, le respondió emitiendo un breve chasquido con la boca. Le dejó algunas pequeñas monedas sobrantes de propina.
     El amplio cristal de atrás le permitía ver como se plateaba la calle con algunos pequeños charcos, las farolas ya estaban encendidas. Aquella amplia avenida parecía alejarse, mientras algunos faros de coches que iban detrás cegábanle a cortos intervalos. Pensó que tomaría un taxi de vuelta si se alejaba demasiado. Sus manos sujetaban una barra metálica y brillante.
     Fue una sensación rara, desagradable, cuando sintió una mano húmeda, huesuda y fría ─muy fría─ que le tocaba entre el dorso de su mano derecha y la muñeca. Giró la cabeza con una pizca de vehemencia.
     Una mujer enjuta, poco más de medio palmo más baja que él, vestida de oscuro y sin galanura; una leve curvatura cifótica de las primeras vértebras adelantaban su cabeza un par de dedos. La mayor parte del pelo lo tenía atado atrás en un moño informe y otra parte se repartía en dos largas guedejas, entre canosas y negras, que caían ─con descuido─ desde las sienes a las mejillas.
     Observó sus pupilas con puntos de luz brillantes, reflejo de faros y lámparas.
     ─¿No me conoces? ─Sus labios dibujaron una sutil sonrisa y separó su mano de la de él.
     La miró otra vez con gesto torpe, quería balbucear unas palabras que fuesen oportunas y no atinaba. Solo veía algo extraño ─atrayente y turbador─ que le resultaba vagamente familiar, en las profundidades de sus ojos.
     ─No... no sé. No... ─habló como si las palabras le pesaran; se le atragantaban al salir.
     Los labios de aquella mujer esbozaron la misma sonrisa de antes. Giró y dio un par de pasos agarrando, con una fina y larga mano, la barra del respaldo del último asiento. Anduvo unos pasos por el pasillo hasta parar en la puerta de salida, en la de en medio. Desde allí lo miró, por última vez, con expresión entre contrita y nostálgica. Bajó con rapidez los dos peldaños que la dejaban en aquella parada.
     Quedó quieto todo su cuerpo mientras el autobús proseguía, de nuevo, su trayectoria. Únicamente sus labios, todavía, intentaban articular algunas palabras. Vio la sombra de ella cruzar la calle mientras el autobús se alejaba.
     No se acordó de tomar un taxi para desandar el camino a casa. Deambuló despacio, sin sortear los charcos, caía una lluvia muy fina que le calaba.
     ¿Cuántos años habían pasado ya? ¿Eran treinta? Muchos.
     Posiblemente eran cuarenta... O más...
     Calculó que aún le quedaba más de un kilómetro para llegar a casa; ahora llovía un poco menos, ya casi nada. Mejor.
     Alzó la mirada hacia arriba, a aquellas nubes negras que aparentaban correr erráticas.
     Comenzó, tímidamente, a silbar la antigua canción que tantas veces bailaron.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia



domingo, 21 de junio de 2020

De colisiones con el futuro


     Es posible que todos tengamos una hilera de frases que nos indiquen rumbos para cruzar por la existencia, son como las rayitas de una rosa de los vientos particular. Probablemente, para muchos, una de estas frases-flecha sea la de Ortega y Gasset: «La vida es una serie de colisiones con el futuro».
     Cierto es que nuestras vidas están plagadas de expectativas con lo venidero y también lo están las Artes, las Ciencias y las Humanidades. Estamos, irremediablemente, en la era de Internet, y todas esas disciplinas se enfrentan a próximos y sucesivos choques con la posteridad. Y hay obstáculos, sin duda; uno de ellos es la abundancia de información. Se ha calculado que en tiempos de Cervantes y Shakespeare existían unos dos mil libros impresos; es muy posible que los hombres cultos de la época conociesen los que más destacaban de ese par de miles de volúmenes, y en esto gozaban de amplia ventaja aquellos que sabían latín y francés. Distintos proyectos de biblioteca en la Red ponen hoy, a disposición de todos, varios millones de libros de forma gratuita y con poco más que el esfuerzo de apretar una tecla. ¿Qué es ser culto hoy? En 2012 se publicaron más libros en el mundo que en toda la década de los 60; es tanta la cantidad de libros que no podemos leer que nuestra ignorancia crece mucho más que nuestro conocimiento.
     El entorno literario no se verá solo afectado por la abundancia, sino que será muy distinto, entre otras cosas, por la invasión masiva de los «e-books» o libros electrónicos. El «e-book» posee un enorme potencial que irá desarrollándose paulatinamente.  No es difícil prever que pronto los libros electrónicos tengan bandas sonoras como el cine, y que sea posible escuchar palabras y recomendaciones leídas por el propio autor de la obra. Es muy probable también que los libros contengan todo tipo de imágenes e ilustraciones e incluso vídeos de paisajes y localizaciones ─ficticios o reales─ de allá por donde discurra la trama. Y ustedes lo saben: hoy importan más las modas que los modos.
     Hay un fenómeno, aún incipiente, pero que puede llegar a tener un gran alcance, e incluso dar lugar a la aparición de nuevas formas literarias estables. Consiste en la participación de seguidores o fans en las creaciones, estos tendrán la posibilidad de contribuir con anotaciones que podrían ser incluidas en los propios textos.  Hoy existe, y está en franco crecimiento, lo que se ha dado en llamar «fanfic» (o FF, "ficción de fans"). Se trata de una novedosa narrativa (o no tan nueva) en la que los fans utilizan los ambientes, los personajes y las situaciones de un relatos de creadores ajenos ─a partir de novelas, series de TV, personajes de comics u otros─ para engarzar con ellos sus propias historias e interpretaciones.
     Inevitablemente la vida es ─en muchos aspectos─ un complejo dilema entre el pasado y el porvenir. Este dilema quizás es lo que sintetizaba Schopenhauer, hace bastante más de un siglo, con la siguiente frase: «Qué bueno sería comprar libros si a la vez pudiésemos comprar el tiempo necesario para leerlos».
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


viernes, 19 de junio de 2020

Cambios y circunstancias


     Cuando un sistema u organización sufre disfunciones o alteraciones frecuentes en sus procesos se acostumbra a hablar inmediatamente de cambio, y así se convierte "el cambio" en una especie de hábito o rutina. En realidad todo cambia ─lo sabemos─ y es posible que lo único que no varíe es el hecho mismo de que debemos transformar continuamente nuestra manera de entender, y de desarrollar, la actividad de las instituciones. Tan es así, que J. W. Goethe, con toda razón, establecía un paralelismo inequívoco entre vida y cambio«La vida pertenece a los vivos, y si alguien está vivo debe estar siempre presto para el cambio».
     El cambio ─los cambios─ son una realidad en todos los sistemas. Si intentamos ver la cuestión de forma aséptica lo que siempre se procura con un cambio es que nos conduzca desde una situación con inconvenientes a una situación más favorable. Aunque esto no se debe interpretar como que el punto de partida fuese erróneo, ni tampoco que la modificación que vayamos a realizar nos lleve a soluciones definitivas de los problemas. El comienzo de un cambio lo marca el punto donde algo que fue útil deja de serlo.
     Es cierto, y hay que subrayarlo, que esa meta ─a la que pretendemos dirigimos con la transformación─ también será algo provisional.
     ¿Escollos? Posiblemente la primera valla que hay que saltar a la hora de hablar de cambios es la impudicia de los que consideran inviable cualquier cambio y que suelen expresar su pensar con un sarcasmo parecido a: «Puede que las cosas cambien pero nunca para mejorar»En las organizaciones con muchos años de historia es posible advertir frenos, y constituyentes anticuados, pero es muy importante reconocer que ahí también reside una gran energía latente: la fuerza de los rasgos fundamentales de la identidad de la institución.
     Un proceso de cambio llega a la cima cuando se produce la transformación de comportamientos y actitudes personales. Aquellos proyectos ─por muy ambiciosos que estos sean─ que están enfocados únicamente a procesos, estructuras y sistemas pueden darse al traste si no son admitidos por quienes deben implementarlos.  La utilización de los más espléndidos recursos y de los medios más innovadores resultan del todo ineficaces cuando no se ponen en juego la capacidad y el talento para sacar el rendimiento debido a esos elementos.
     Actualmente utilizamos mucho el concepto físico de «entropía», como ley universal, para referirnos a la degradación de los sistemas: estos cumplen con su ciclo de vida e irremediablemente fenecen. Pero deseamos pensar ─que en los sistemas a los que nos referimos─ interviene la libertad humana y con ella la capacidad de desarrollar potencialidades para convertir las situaciones de declive en nuevas oportunidades.
     Y no olvidemos que ante los cambios siempre existen luces y sombras pero es más ventajoso ser sanamente optimistas... ¿No lo creen ustedes así?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia

jueves, 18 de junio de 2020

Las redes y las nubes


     Dice la sabiduría popular que "Los tiempos corren como potros, y tras unos vienen otros". Nuestro mundo está cambiando y esto provoca desazón en aquellos que se encuentran cómodamente instalados; todo cuanto se encuentra fuera de nosotros se va transformando e incluso también se va alterando nuestro interior sin que nos apercibamos de ello; lo que ayer era una incertidumbre hoy es una certera convicción, y en una crisis todo es, implacablemente, cambio.
     Durante siglos la forma de organizar y dirigir ha sido la jerárquica, con su clásica estructura piramidal. Este sistema ha sido muchas veces alabado y denostado aunque casi nunca ha habido alternativas realmente válidas al mismo. A partir de los últimos años del pasado siglo las economías industriales ─de fuertes andamiajes piramidales─ se vieron en grandes aprietos y empezaron a ser desplazadas por la nueva economía de la información, en donde las rigideces organizativas encajaban mal pues obstaculizaban el necesario flujo de información para un correcto funcionamiento. Ahora, las instituciones centralizadas de la sociedad cuya existencia descansaba en las jerarquías van derrumbándose por todas partes, al menos aparentemente, y en su lugar emergen elementos descentralizados menores, que uniéndose de modo muchas veces informal, desarrollan unas estructuras más fluidas.
     Las estructuras organizativas en redes consisten en individuos que interactúan de cerca con otros individuos compartiendo información,  recursos e ideas. Quizás lo importante no es la red en sí, ni tan siquiera el producto obtenido, sino el proceso desarrollado para llegar a él; el factor comunicación es el que crea los enlaces entre los individuos y grupos.
     Las redes se están consolidando como un medio para la evolución de la sociedad, para mejorar la productividad, la vida en el trabajo y compartir los recursos del modo más eficiente.
     Dentro del proceso evolutivo de las redes, ha aparecido recientemente la denominada "computación en la nube" (cloud computing), y ha surgido como un resultado natural de las tecnologías que confluyen para transformar el modo en la que las organizaciones conceptualizan y construyen su estructura.
     La Nube no es metáfora de Internet, se trata de una nueva propuesta tecnológica de gran alcance que permite ofrecer casi todos los servicios de computación a través de la red. Utilizar la Nube va más allá de Internet; se trata de un lugar en el que es posible utilizar la tecnología en el instante que es necesitada y por el tiempo que es requerida. Sólo existe una mínima instalación local, y no se paga la tecnología cuando no se esté usando.
      Las redes nos llevan a las nubes, seguro que en estas lides Sancho Panza nos diría: "Cual el tiempo, tal el tiento"frase con la que nos aconsejaría tacto en el obrar y cautela valiente para acomodarnos a lo nuevo.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


martes, 16 de junio de 2020

INFOXICACIÓN


     Son muchos los que claman que estamos cerca de una “infoxicación” universal. Este es un curioso término que se relaciona con las expresiones de sobre-abundancia de información, o saturación de la misma. Umberto Eco nos decía que Internet es un caos sin jerarquía y que por la Red circulan gran cantidad de cosas en un maremágnum incontrolable. Insiste que ese mejunje es mucho peor que la falta de información, añadiendo que el exceso de información provocará una especie de amnesia universal.
     Otro estudioso de estos temas, el escritor norteamericano Nicholas G. Carr, llega más lejos. En su libro finalista del Pulitzer ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”. Carr analiza los efectos perniciosos de la utilización abusiva de las tecnologías actuales en la cultura y en nuestras mentes, concluyendo que Internet provoca una considerable disminución de concentración y de la capacidad de observación de la realidad, provocando posteriores perjuicios en la memoria y sobre la capacidad humana de procesar información. En realidad ─y apoyándose en estudios psicológicos y neuronales─ Carr abunda sobre una argumentación que expuso en su ya célebre artículo de 2008 ¿Está Google haciéndonos estúpidos?
     Sin embargo ─y aunque se trate de un asunto un tanto manoseado─ el impacto de Internet sobre nuestro mundo es algo de enorme interés y actualidad. A grandes rasgos podemos decir que nos entusiasma la tecnología que nos conecta, y que nos proporciona tremendas facilidades para expresarnos. Pero de la misma manera percibimos que hay una terrible sobrecarga de información que nos infoxica. Esta abundancia impide que podamos otorgar credibilidad a la información que nos abruma, y sumerge en un mar de confusión; haciendo muy complicado el que podamos discernir entre la buena y la mala información.


     Pero hay otra cara más oscura. ¿Propicia Internet una intoxicación informativa? No nos cabe duda de que una información sobre-abundante en una dirección implica marginar otros aspectos de la misma, quizás más importantes, y más esclarecedores, pero menos convenientes para quienes son proclives a llevar la información en el sentido que vaya más en consonancia con sus intereses.
     Otra faceta ─mala─ de la intoxicación informativa mezclada con la saturación, es la manipulación de temas triviales concediéndoles mucha más relevancia de la que en realidad tienen para, con ello, desviar la atención de asuntos más importantes para las personas y para la sociedad en la que viven.
     La confluencia entre intereses políticos e intereses económicos dan como resultado una saturación de información indigerible rompiendo, y enmascarando, el binomio información/conocimiento, privándonos de filtros de jerarquía y clasificación, envolviéndonos en datos contradictorios e intoxicándonos de información.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


lunes, 15 de junio de 2020

LA "SIXTINA" EXTREMEÑA


     No estábamos acostumbrados a aquellas carreteras, de poca anchura y de curvas, cercada de olivos y encinas. A uno u otro lado siempre había un barranco. Íbamos, quizás, a más velocidad de la aconsejada y a veces el corazón nos daba brincos. Al llegar al cruce en donde estaba la estatuilla de un lobo negro debíamos girar a la derecha y seguir una vía, aún más estrecha, que se ajustaba al monte. En realidad no eran muchos kilómetros y el paisaje muy hermoso, el de las primeras irregularidades de Sierra Morena.
     Muchos olivos estaban entrelazados, por las copas, con mangueras negras que les proporcionan, gota a gota, agua. Era como una tela de araña entre árbol y árbol. Estamos en la provincia de Badajoz, al sur, en Fuente del Arco y lindando con la Sierra Norte de Sevilla, cerca de Guadalcanal y Alanís.
     Pronto llegamos a una amplia explanada en la que podíamos aparcar; la ermita estaba allí, al lado: Nuestra Señora del Ara. Deliciosos contrastes entre la fresca arquitectura mudéjar, con los añadidos posteriores de un austero barroco, y la escarpada serranía. El asombro nos sobrecoge cuando nos hallamos en el interior de la ermita.
     El cielo vestía de azul rabioso con alguna nube lejana. Sólo bajar unos pocos escalones y nos encontramos en la entrada lateral. Existen pruebas documentales, sobre el pequeño santuario, que datan de la Edad Media, de la primera mitad del siglo XIV, pero algunos testimonios arqueológicos conducen a pensar en un anterior asentamiento religioso precristiano.
     Dentro ya, en la bóveda de cañón ─que constituye la nave de la capilla de más de quince metros de largo─ nos sorprende la visión de un espacio repleto de pinturas murales, razón por la cual alguien la denominó ─salvando respetuosamente todas las distancias─ «La capilla ‘Sixtina’ extremeña».



     Sin preparación ninguna, y no ausente de emociones, voy disparando mi cámara de un sitio para otro intentando fijar los infinitos detalles que se presentan a la vista. Los maestros pintores que realizaron aquella obra, compartimentaron el espacio de la bóveda en grandes recuadros reticulados con franjas con dibujos y festones. Múltiples escenas del Génesis, figuras femeninas aladas, motivos florales, y alguna estación del Vía Crucis conforman una panorámica excepcional.



     En la bóveda que sostiene el coro destacamos cuatro interesantes figuras femeninas, complementadas con una serie de atributos, que representan los cuatro puntos cardinales y los signos del Zodiaco. Esta zona ha sido la última restaurada hasta el momento.



     El santuario fue declarado ‘Bien de Interés Cultural’ con la subcategoría de Monumento de Interés Cultural en 1993. Actualmente se muestra como una de las construcciones más simbólicas del mudéjar bajoextremeño. Una importante fuente documental de esta ermita son los libros confeccionados por los llamados ‘visitadores’, que se encargaban periódicamente de inspeccionar los bienes y propiedades de la Orden de Santiago. Tenían el papel de velar por el buen funcionamiento de la Orden. Cuando realizaban una visita, debían presentar, en el Capítulo General, un libro en el que se examinase el estado material de las distintas propiedades (iglesias, hospitales, ermitas, casas, bastimentos, mesas maestrales...) y el espiritual de sus súbditos. Entre 1494 y 1604 la ermita fue visitada una decena de veces existiendo, por tanto, información fidedigna que describe edificios, relación de ornamentos litúrgicos, ropas y joyas; inventario de las propiedades; revisión de los libros de cuentas, etc.




     En la sacristía, a la derecha del altar de la Virgen del Ara, con todas sus paredes también cubiertas de cal que tapan figuras aún por descubrir, encontramos una pintura sobre tabla de factura gótica ─muy retocada─ que representa una escena de aparición, al rey moro Jayón y a su hija Erminda, de la Virgen apoyada sobre un ara entre las ramas de un árbol. En esta pintura tienen gran interés dos cartelas que proporcionan datos cronológicos. Longitudinalmente ─y también en recuadros horizontales─ se hallan las estrofas de un romance que relata la conversión de Jayón y Erminda tras la aparición.



     Después subimos al camarín de la Virgen que se añadió en el siglo XVIII y que, desgraciadamente, tiene bastantes rastros de vandalismo.
     Camino de vuelta, no podíamos evitar llevar con nosotros un sabor agridulce; ese ligero malestar que persiste cuando hemos admirado una rica obra patrimonial en la que queda, aún, mucho por hacer.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia