sábado, 6 de junio de 2020

La historia del maestro Zenkō


    Mi amigo japonés, el maestro Zen Daitō Tenkeisiempre es un acontecimiento en los alrededores de casa cuando, de tarde en tarde, viene a visitarme. Suele pasar unos días con nosotros, y viste una típica túnica a la que llama kesa, él dice que es su imprescindible hábito de pobreza, de humildad y espíritu de servicio. Suelo preguntarle el porqué de dejar el hombro derecho libre. El kesa cubre todo el cuerpo menos el hombro derecho. La gente lo mira, él saluda a todos y ríe siempre con los ojos entornados. Por casa camina descalzo, pero cuando salimos a la calle lleva unas sandalias muy rústicas que creo que se las hace él mismo. Daitō viaja por todo el mundo la mitad del año, visita las comunidades y asociaciones Zen de Europa y América, la otra mitad la pasa en Japón, en Kioto.
     Esta vez venía de Barcelona, y había pasado también unos días por Cuenca antes de venir al Puerto, comenta que le fascinan las casas colgantes y que sería un lugar ideal para instalar un monasterio Zen. Tuve la indelicadeza de preguntarle si había captado algo de la situación que se estaba viviendo estos días en Cataluña, quería saber su visión de todo aquello.
     Después de pensar unos instantes, y sin dejar de sonreír y mantener los ojos semicerrados, me dijo:
     ─Cataluña me ha recordado mucho la historia del maestro Zenkō.
     ─¿Qué historia es esa? ─pregunté expectante.
     ─Hace mucho tiempo el maestro Zenkō en uno de sus peregrinajes encontró los restos de un antiguo templo, contemplando aquellas ruinas se le ocurrió que sería bueno reconstruirlo. El carecía de recursos para emprender aquella obra y después de mucho meditar tuvo una singular idea.
     ─¿Cuál fue la ocurrencia? ─le interrogué curioso.
     Cuanto más impaciente me muestro más sonríe y más pausas largas hace. Después de unos interminables segundos prosiguió:
     ─Zenkō escribió un gran letrero que decía que un determinado día del siguiente mes haría una gran hoguera y que se arrojaría a ella.
     ─¿Así, sin más?
     ─Bueno… Añadió que aquellos que quisieran asistir a su incineración deberían aportar algún dinero para la leña de la pira. Él fue repartiendo letreros por todas las poblaciones cercanas.
     ─Seguro que tuvo éxito, a la gente le puede el morbo ─comenté.
     ─Sí, la población se sintió atraída, y ansiosa, de contemplar aquel extraño suceso y las donaciones empezaron a llegar rápidamente. El día anunciado para su cremación una enorme multitud se apiñaba alrededor del antiguo templo derruido esperando que se encendiese el terrorífico fuego, ese fue el lugar elegido por el maestro Zenkō.
     ─¿Y qué hizo el monje?
     Seguí preguntándole muy interesando en la historia sin acordarme que, inicialmente, le había planteado algo sobre la cuestión catalana.
     ─El maestro Zenkō adoptó la postura de meditación, zazensobre una pequeña plataforma que había situado en lo alto del montón de leña. Pidió a los que estaban más cerca, que cuando él diese una señal convenida prendiesen fuego a la pira. Entonces el monje empezó una meditación profunda. La muchedumbre también guardó un respetuoso silencio. Pasó así mucho tiempo.
     ─¿Y la gente aguantaba?

     Mi amigo Daitō Tenkei se burlaba de mi desasosiego y añadió:
     ─De pronto empezó una fuerte tormenta. Relámpagos, rayos y lluvia caían sobre el gentío. Zenkō dirigió su mirada a los cielos y agitó su cabeza. Mirando a la aturdida multitud gritó con voz muy potente: ¡Escuchad, escuchad! ¡Oídme! ¡Las nubes y los truenos me han hablado! Cuando estaba a punto de ordenar el comienzo de la cremación, las santidades del cielo me han comunicado que cese en mis intenciones de quemarme vivo, que aún es demasiado pronto para abandonar esta desdichada vida. Me conminan a permanecer en este mundo para salvar a todos los seres que pueda. Así pues, me es imposible proseguir con la cremación…
     ─¿Y qué hizo con el dinero que había recaudado? ─le pregunté muy intrigado.
     ─¿Con el dinero? ─se preguntó un tanto ausente. Y después prosiguió:
     ─Con dinero obtenido con los donativos pudo restaurar el desmantelado, y arrasado, templo.
     Nos quedamos un rato callados…
     Aún no tengo muy claro cuál es la relación de esta historia del maestro Zenkō y el asunto catalán.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


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