Reflexionaba, en amable conversación con mi amigo Kimura, sobre algunas cuestiones relativas al arte asiático, él es
un reputado especialista en arte oriental y sobre todo en el japonés.
Coincidimos en que en las últimas décadas del pasado siglo XX en Occidente ha
habido un replanteamiento radical de la cultura visual, y que esto nos ha
permitido suprimir actitudes inadecuadas para contemplar con racionalidad e imparcial
criterio las creaciones artísticas de otras culturas: la sudamericana, la
africana y, por supuesto, la asiática. Concluimos nuestra distendida charla en
el acuerdo de que si queremos comprender por completo nuestra cultura
occidental, entonces es necesario redescubrir las esencias culturales de otras
civilizaciones que complementan la que hemos heredado; las de civilizaciones
totalmente diferentes a la nuestra basada en la terna Biblia-Grecia-Roma, pero
no menos importantes.
Durante muchos años, en Occidente, se
subestimaron las culturas del Lejano Oriente, por considerarlas diferentes y
extrañas, asumiendo que las convenciones de la cultura occidental eran las
únicas válidas. El arte oriental no fue rebajado a la categoría de «primitivo» o
despectivamente considerado, tal como sucedió con otras tradiciones exóticas,
pero se mira aún como a través de un mecanismo reductor de su verdadera y real
calidad.
Realmente nos cuesta evitar aplicar
nuestros valores culturales a la hora de evaluar las obras de arte de otras
civilizaciones. Es necesario conocer y asumir que existen otras tradiciones
culturales, con sus propias creencias y su propia integridad.
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