No,
no se trata de un título orweliano; si fuese así sería un vano
intento de emular a un genio. Les cuento. Hace unos días, uno de
esos con fuertes calores, decidí buscar una ópera desconocida de
algún autor no frecuente y esperar, viéndola, la llegada del
frescor nocturno de la mejor manera posible. Después de unas pocas
dudas me incliné por una del músico francés Jules
Massenet al
que conocía levemente por su Werther.
Se trataba de Don
Quichotte, que
estaba completa en YouTube. Releí un poco la biografía de Massenet
para situarme; se me quedó la fecha de su nacimiento: 1842.
La
obra era interesante, pero transcurrida la primera hora me encontraba
un poco cansado; en esos momentos entró la mayor de mis nietas con
una vieja edición de un libro de Karl
May,
miré curioso la portada y, seguidamente la contraportada, en donde
había una breve biografía del conocido autor alemán. También
había nacido en 1842. Fruncí el ceño con cierto asombro ante la
casualidad.
La
temperatura había disminuido un par de grados y decidimos salir, a
dar un paseo, por calles en las que circulara algún vientecillo
agradable. Desde el parque tomamos Javier de Burgos pretendiendo
llegar hasta la Plaza de Peral. La niña me preguntó:
─Abuelo,
¿quién era ese señor, Javier de Burgos? ¿Era de Burgos?
Sonreí
un poco pillado.
─No.
Era un periodista y autor teatral de aquí, de El Puerto. Bastante
célebre en su época ─le respondí─. No sé mucho más.
─¿Por
qué no lo miras en el móvil?
Sonreí
de nuevo. Me apoyé en la pared enfrente del mosaico con el nombre de
la calle y me dispuse a informarme más.
─Nació
aquí en el 1842 ─fue lo primero que le dije, y otra vez puse cara
de sorpresa.
─¿En
esta calle? ─replicó rápida.
─No.
Creo que no. Sé que esta calle se llamó calle Salinera, o algo
parecido. Como casi todas, habrá tenido muchos nombres… Me parece
recordar que fue en la calle Larga donde nació, no estoy seguro
─añadí después.
Le
pedí a Carmen una tregua, no tenía suficientes datos como para
saciar su sed de saber. Quizás se le olvidaría al rato.
Mil
ochocientos cuarenta y dos, ¡vaya! ¡Menos mal que no soy
supersticioso!
Una
vez en casa ─a ella no se le había olvidado Javier
de Burgos─
tuve que informarme más.
De
entre sus obras más destacadas hay que señalar “La
boda de Luis Alonso”,
estrenada en el Teatro de la Zarzuela en Madrid, en enero de 1897.
Empezaba así:
«La
acción pasa en el barrio extramuros de Cádiz, conocido por Puerta
de Tierra, en 1850.
Patio
de una casa modesta de un solo piso en el barrio de Puerta de Tierra.
Puerta al fondo y dos ventanas bajas de rejas a cada lado, por las
cuales se ve el campo. Dos puertas laterales que dan a habitaciones
interiores de la casa. Sillas de Vitoria y macetas con flores. Luz
espléndida de sol.»
─Abuelo,
yo también nací en Madrid. ¿Lo sabes?
─Sí,
claro.
Javier
de Burgos comenzó estudios de ingeniería, pero los abandonó cuando
falleció su padre y se enfocó en el periodismo, en Cádiz. También
tuvo cierta dedicación a la política. Murió en 1902, el año mismo
en el que nació Rafael Alberti.
─¿Y
quién es Rafael Alberti, abuelo?
─Ya
te hablaré de Alberti otro día.
─Vale
─respondió rotunda y decidida.
Javier
de Burgos escribió bastantes obras, unas setenta aproximadamente,
muchas en colaboración con otros autores. Sus libretos retrataban
con ingenio y humor la sociedad de su época, con tramas fáciles,
divertidas, y con tintes muy populares.
─Mil
ochocientos cuarenta y dos.
─Abuelo,
¿por qué repites tanto ese año?
Ignacio
Pérez Blanquer
Académico
de BB.AA. Santa Cecilia
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