En
el último mes del invierno hemos tenido ocasión de asistir a dos
conferencias, ambas diferentes pero las dos rozaron cuestiones que
tenían que ver con el posthumanismo. Las
ideas de lo post-humano se han generado principalmente a partir de la
ciencia ficción, la filosofía y el arte contemporáneo.
Probablemente esta multiplicidad de orígenes ha contribuido a cierta
confusión terminológica. Prestando atención a los conferenciantes
pudimos observar que realmente se referían más
al transhumanismo que al posthumanismo, entendiendo
el transhumanismo como
un movimiento intelectual reciente que intenta impulsar la
utilización de las ciencias, y de las nuevas tecnologías, para
mejorar las capacidades físicas y mentales de los seres humanos, con
el propósito de modificar aquellos aspectos de la condición humana
que pueden ser considerados indeseables para el hombre, como el
envejecimiento, la enfermedad o el sufrimiento.
En
la lógica del transhumanismo existen
dos procesos concomitantes, uno, la deshumanización del hombre, y
otro, la humanización de la máquina. Estas dos rutas desembocan en
la posibilidad de pensar el hombre más allá del hombre. Es decir,
el transhumanismo se
refiere a una sociedad emergente en la que el hombre no aparece como
cima de la creación sino como un rey destronado por las máquinas,
que se alzan con el poder.
Sería
fácil caer en las exageraciones de la ficción si no fuese porque se
plantean algunos interrogantes importantes: ¿Cómo cambiará el
hombre por el avance de la ciencia y la tecnología? O esta otra:
¿Cómo convivirá el ser humano con la tecnología?
Desde
ciertos puntos de vista, las máquinas van consolidando un avance que
pasa por varios estadios diferentes; el primero de ellos es el
relativo a su “inteligencia”. Creemos que lo que mejor ilustra
está idea es la victoria del computador “Deep Blue”
en 1997, sobre el campeón ajedrecista Kasparov.
La máquina vence al hombre. Algunos pensadores nos hablan, incluso,
de un proceso de liberación edípica: la muerte del padre y como
consecuencia de ella la liberación del control.
Otra
etapa ─estamos en ella─ de la humanización
de la máquina es el desarrollo de emociones o de pulsiones
afectivas. Han pasado casi treinta años desde que Marvin Minsky en
su libro The Society of Mind escribió: «No
se trata de si las máquinas inteligentes pueden tener emociones,
sino de si las máquinas pueden ser inteligentes sin ellas».
Los ordenadores emocionales serán el principio de la adquisición de
una conciencia individual por parte de las máquinas, y de una
posterior conciencia colectiva. El momento culminante del proceso de
humanización se alcanzará cuando las máquinas logren su
multiplicación sin intervención humana. ¿Vamos por este camino?
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