martes, 9 de junio de 2020

El "gnosiar"


      Hace una semana un amigo me contó esta bella historia y la repito tal cual.
      Un rey en un lejano país de Oriente, muy preocupado por el desarrollo de su pequeña nación pidió consejo a todos los sabios del reino, ¿qué se podía hacer para que sus amados súbditos ganasen sabiduría y conocimiento a fuer de convertirse en una nación avanzada?
      Recibió a muchos sabios y también muchas recomendaciones, pero nadie le convenció demasiado. A los pocos días sus consejeros le instaron a que recibiese a un monje, un eremita que habitaba en unas lejanas montañas y que, en aquellos días, visitaba el reino por primera vez. No lo dudó, e inmediatamente ordenó que llevasen al sabio ermitaño ante él.
      Le hizo la misma pregunta que había planteado a los otros; el barbudo, enjuto, y descuidado monje respondió rápido.
      ─El “gnosiar”, majestad.
      ─¿El “gnosiar”? ─interrogó con asombro─. ¿Qué es eso?
      El apergaminado cenobita sonrió, y esperó unos breves instantes antes de dar la respuesta:
      ─Su reverencia debería crear una moneda nueva, a la que llamaría “gnosiar”, no habría que fabricar, en principio, demasiada cantidad; una cifra prudente. Esa moneda serviría, única y exclusivamente, para una cosa: para pagar los conocimientos que alguien deseara adquirir. A su vez el que reciba ese singular dinero únicamente podrá darle idéntico uso: pagar clases para aprender lo que necesite, y así sucesivamente, desde sus súbditos menos formados hasta los más sapientes ─y luego de una pequeña pausa añadió lo siguiente─: Al igual que los movimientos de oro y plata enriquecen a unos y empobrecen a otros; los flujos de conocimiento proporcionarán beneficios para todos. El reino se transformará, progresivamente, en un gran imperio influyente más allá de sus fronteras.
      El rey, que escuchó al sabio con mucha atención, exclamó con entusiasmo:
      ─¡Claro, es cierto! ¡Así podríamos crear una cadena ininterrumpida de maravillosas transmisiones de sabiduría!
      ─De eso se trata, majestad ─y continuó hablando─. Además, siempre habrá que sumar un efecto más. Cada uno, no sólo se satisfará con la sabiduría que adquiera, sino también con la que transmita, puesto que ese esfuerzo de expandir saberes beneficiará igual tanto a quien lo hace como a quien recibe.
      ─Dime, noble sabio, ¿cómo aprendiste todo eso? ─preguntó con curiosidad el rey.
      ─Lo aprendí hace años en un lugar llamado Grecia, muy lejos de aquí, de un maestro que jamás podré olvidar. Él siempre nos decía: «Desearía que el conocimiento fuese de ese tipo de cosas que fluyen desde el recipiente que está lleno hasta los que permanecen vacíos».
      ─Ese hombre debería ser venerado por todos nosotros, ¿cómo se llamaba? ─dijo el rey.
      ─Sócrates, se llamaba Sócrates… Majestad.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia



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