La crisis arroja como
un lastre una serie de consecuencias que no tienen publicidad, no son aireadas
por los medios de comunicación, ni son objeto de comentarios en la barra de
ningún bar. Parece que todo el protagonismo se lo llevan los descensos y
ascensos de las cifras macroeconómicas. Cierto es, que a veces, hay alguna voz ─clamando en el desierto─ que se alza respecto a los efectos de la crisis en
los principios y valores de la sociedad o simplemente a la propia crisis de
estos valores y estos principios.
Pero quería referirme
a algo más prosaico; a la espera. Ahora es muy corriente observar cómo se liga
la crisis con la espera y es muy frecuente escuchar frases como: «Hay que
esperar pues ahora con la crisis no es posible». La frase parece tener fuerza de
dogma de fe e inmediatamente nos vemos obligados a retroceder en nuestros
deseos o intenciones; imagino que aquel que nos espeta la oración, añade para sus
adentros vade in pace, vete en paz, y se da un autocomplaciente guiño de ojos.
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