Nunca he sabido mucho de eso que es la
serenidad. Dicen que debe tener relación con la soltura, la aceptación, la
permisividad...
Quizás sea dejar sentimientos, pensamientos
y sensaciones en stand by, tal como están. Reflexiono sobre eso mientras la
arena blanca y caliente deambula por mis dedos. Me acerco a la orilla.
Una gaviota grazna cerca, huelo el mar.
Unas olas, ¿serenas?, rodean mis pies. Miro
el reloj, pero no veo la hora. Da igual. ¿No será mejor tirarlo al agua? Lo
desenredo de mi muñeca y doy unos pasos con él en la mano. No puedo evitar una
sonrisa. ¿Seré capaz de arrojar el reloj al agua? Río, ahora abiertamente. No
sé si alguien se da cuenta, hay poca gente en la playa y no creo ser objetivo
interesante para ninguna mirada.
La serenidad nos permite discernir entre lo
importante y lo accesorio. Es la calma para abandonar miedos innecesarios y
guarecernos ante cualquier amenaza real.
Entraré un poco más en el agua, hasta que
alcance las rodillas. Desde allí tiraré el reloj lejos, con fuerza. Llevo el
móvil en el bolsillo trasero. ¿Se mojará? ¿Lo tiro también?
Siento una sensación cálida y suave; el
contacto con el agua. El sol deslumbra y percibo la intensidad del olor a mar.
Empujo el agua con las piernas; solo el ruido de unas pequeñas olas sirve de
grata compañía.
Las experiencias intensas de la naturaleza
trasmiten serenidad, inducen a la contemplación de la belleza del entorno.
Empuño el reloj con la derecha y lo aprieto.
Otra vez río. Alzo la mano lo suficiente para coger impulso y lo arrojo hacia
adelante, entre diez y quince metros. Pronto lo engulle el agua.
Ver conscientemente es una excelente
posibilidad de obtener serenidad. Eso es abrir los ojos a lo que, efectivamente,
está presente sin mezclarlo con las fantasías e imaginaciones propias.
Permanezco parado. Creo saber el lugar
exacto en el que se ha sumergido el reloj.
En realidad ver conscientemente implica
también percibir ese cristal con el que miramos la vida, un cristal que en su
interior acumula nuestras imaginaciones, prejuicios, creencias y escalas de
valores.
Miro a la línea del horizonte y hago una
especie de gesto de adiós. Giro; doy la vuelta hacia la orilla.
Camino muy lentamente para salir del agua.
Me toco en el bolsillo de atrás... Ahí,
aún, está el móvil.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico
de Santa Cecilia
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