lunes, 29 de junio de 2020

¿Qué podemos hacer?


     Quizás sea un esquema demasiado simplista, pero sobre nuestro mundo parece que contienden dos fuerzas, o mejor sería decir que inciden sobre él dos procesos muy genéricos. Uno, de tipo integrador ─algunos así lo llaman─ que impulsa hacia ideas de unidad y concordia, a la paz universal y, también, hacia la justicia y la equidad.
     Pero a la vez existe un fenómeno desintegrador de múltiples facetas. Basta acercarnos a la televisión, leer un periódico, u oír la radio e inmediatamente nos veremos invadidos por conflictos de todo tipo, por noticias de corrupción, asesinatos, guerras, desempleo, tráficos de drogas, personas y armas, rotura de estructuras familiares, abusos políticos, etc. Además, es fácil notar, que este proceso desintegrador goza de más difusión que el integrador; este último ─o al menos así lo perciben muchos─ es mucho más sigiloso, más reservado.  
     Cuando hablamos de temas de actualidad, de los problemas que existen, de nuestra nación o, simplemente, en los de ámbito local, solemos quedarnos con cierta, desagradable, sensación de impotencia y frustración. Por la cabeza se nos cruzan, una y mil veces, las preguntas: ¿Qué puedo aportar yo?, ¿qué podemos hacer nosotros?
     Se nos ocurre pensar que no hay muchas opciones entre las diferentes posturas que se pueden escoger ante este escenario social. Tres a lo sumo. La más corriente en nuestra sociedad es la de adoptar el rol de espectador, y con la práctica, el de espectador indolente. Ser espectador indolente implica dejar que las cosas ocurran, o que otros agentes ejerciten el poder de decisión y sean los hacedores de lo que debe ─o no debe─suceder. Jugar el papel de espectador indolente supone dejar el control a fuerzas externas y observar lo que sucede; lamentándolo, en muchos casos. Creo que hay dos motivos básicos para ejercer como espectador, el primero es el de no saber qué hacer. Y el segundo es que la percepción de que los problemas son tan complejos que la minúscula fuerza que un individuo particular podría aportar no produciría ningún efecto relevante.
     Otra opción ─la menos recomendable, sin duda─ es formar parte del fenómeno desintegrador, dejándose llevar por la utilización inmoderada de distintas formas de violencia, sea física o psicológica, y de otros modos de pensamiento negativo, que recorren el maligno trayecto que va desde de la humillación, la amenaza, el acoso hasta llegar a las agresiones más virulentas ya sean verbales, emocionales, morales o físicas.
     Posiblemente el punto óptimo esté en ser parte de la visión integradora, llevando a cabo acciones que aporten algo positivo para una sociedad más justa y mejor. Y sin duda, ello conlleva a realizar una transformación sensible de nuestras propias vidas. Pero… ¿cómo lo hacemos? ¿Basta sólo con la expresión de una preocupación por la necesidad de una educación universal o el respeto a los derechos humanos?, ¿basta con un rechazo personal hacia los prejuicios o hacia las desigualdades?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


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