Ayer
presté atención a uno de esos carteles con los que Internet nos
abruma a diario. Se trataba de uno que decía algo sobre el potencial
político que tenemos pensionistas y jubilados; diez millones de
votos coordinados son una fuerza imparable. Pero, claro, orientados
en una sola dirección y ahí está lo difícil.
Estuve
cavilando sobre esto un rato de forma desordenada y recordé aquella
frase de un autor que no conozco: «Envejecer sigue siendo la
única forma que se ha encontrado para vivir más tiempo». No
pude evitar una sonrisa; esto de la vejez se ha convertido en un tema
intrincado; hay una monomanía por la juventud y un rechazo, quizá
muy desmedido, a lo que llamo la era de los jubilados.
Sin
duda es algo muy real que la mayoría de la población ve prolongada
su vida más tiempo; de hecho, una de las características más
acusadas del mundo actual es el rápido incremento de la esperanza de
vida. A su vez, y en paralelo, las parejas cada vez tienen menos
hijos. Sí jugamos únicamente con estos dos parámetros, se produce
─o se tiene que producir─ un fenómeno de sustitución, pues de
manera continua e inevitable, los jóvenes tendrán que ser
suplantados en muchas actividades por gente mayor, ¿no? Esta
peculiar situación ya está causando trastornos en algunos países
de Europa y en otros como Estados Unidos y Japón. Con solo los dos
parámetros citados se advierte que hay muchas consecuencias
posibles, y, me temo, que algunas de ellas es mejor que no las
contemplemos ─ni de lejos─ porque dan pavor y podrían generar
serios interrogantes sobre la andadura que lleva nuestro mundo.
Parece
que la única pregunta ─políticamente correcta─ que es dable
hacerse sobre la cuestión es la que alude al problema de la
financiación de las pensiones, ¿cómo se van a pagar nuestras
pensiones? Este asunto, además, lleva aparejado una carga de
incertidumbre y amargura. Los políticos (sindicatos, economistas,
entidades financieras, compañías de seguros…) se mueven en torno
a tres opciones: subir las cotizaciones, alargar el tiempo
de cotización y, también, la de disminuir las pensiones.
En el mejor de los casos, creo, que barajan una combinación ─un
cóctel desagradable y agrio─ de las tres alternativas. Aunque
tengo la impresión de que nadie piensa que estas medidas, se tomen
como se tomen, serán suficientes para resolver el problema.
Aparté
un poco estos pensamientos y giré la mirada hacia el aparato de
televisión; un anuncio publicitario nos machacaba con esas imágenes
que desearíamos tener de nosotros mismos: dinámicos, atractivos,
jóvenes… y no mayores, pasivos y agotados.
Antes
de caer en las garras de la siesta, pensé en lo complicado que es
asumir ─tanto personal como colectivamente─ que vamos
envejeciendo.
Ignacio
Pérez Blanquer
Este artículo fue publicado en febrero de 2018 en el "Diario de Cádiz".
ResponderEliminarLa era de los jubilados