domingo, 28 de junio de 2020

La era de los jubilados


     Ayer presté atención a uno de esos carteles con los que Internet nos abruma a diario. Se trataba de uno que decía algo sobre el potencial político que tenemos pensionistas y jubilados; diez millones de votos coordinados son una fuerza imparable. Pero, claro, orientados en una sola dirección y ahí está lo difícil.
     Estuve cavilando sobre esto un rato de forma desordenada y recordé aquella frase de un autor que no conozco: «Envejecer sigue siendo la única forma que se ha encontrado para vivir más tiempo». No pude evitar una sonrisa; esto de la vejez se ha convertido en un tema intrincado; hay una monomanía por la juventud y un rechazo, quizá muy desmedido, a lo que llamo la era de los jubilados.


     Sin duda es algo muy real que la mayoría de la población ve prolongada su vida más tiempo; de hecho, una de las características más acusadas del mundo actual es el rápido incremento de la esperanza de vida. A su vez, y en paralelo, las parejas cada vez tienen menos hijos. Sí jugamos únicamente con estos dos parámetros, se produce ─o se tiene que producir─ un fenómeno de sustitución, pues de manera continua e inevitable, los jóvenes tendrán que ser suplantados en muchas actividades por gente mayor, ¿no? Esta peculiar situación ya está causando trastornos en algunos países de Europa y en otros como Estados Unidos y Japón. Con solo los dos parámetros citados se advierte que hay muchas consecuencias posibles, y, me temo, que algunas de ellas es mejor que no las contemplemos ─ni de lejos─ porque dan pavor y podrían generar serios interrogantes sobre la andadura que lleva nuestro mundo.
     Parece que la única pregunta ─políticamente correcta─ que es dable hacerse sobre la cuestión es la que alude al problema de la financiación de las pensiones, ¿cómo se van a pagar nuestras pensiones? Este asunto, además, lleva aparejado una carga de incertidumbre y amargura. Los políticos (sindicatos, economistas, entidades financieras, compañías de seguros…) se mueven en torno a tres opciones: subir las cotizaciones, alargar el tiempo de cotización y, también, la de disminuir las pensiones. En el mejor de los casos, creo, que barajan una combinación ─un cóctel desagradable y agrio─ de las tres alternativas. Aunque tengo la impresión de que nadie piensa que estas medidas, se tomen como se tomen, serán suficientes para resolver el problema.
     Aparté un poco estos pensamientos y giré la mirada hacia el aparato de televisión; un anuncio publicitario nos machacaba con esas imágenes que desearíamos tener de nosotros mismos: dinámicos, atractivos, jóvenes… y no mayores, pasivos y agotados.
     Antes de caer en las garras de la siesta, pensé en lo complicado que es asumir ─tanto personal como colectivamente─ que vamos envejeciendo.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia


1 comentario: