martes, 28 de abril de 2020

Aquella gaviota

     Estamos en tiempos muy complicados, es como si una terrible tempestad nos estuviese golpeando con saña y que ─en estos mismos instantes─ está destruyendo nuestros nidos y refugios. Parece que únicamente tenemos dos opciones; o levantar el vuelo y volar más alto que la tormenta o sucumbir ante ella.
      Esto ha bajado de mi memoria el cuento sobre la gaviota que miraba raro, de mi libro «Cuentos, relatos y extravagancias».


LA GAVIOTA QUE MIRABA CON EL OJO IZQUIERDO
     
     Érase una vez... Había un niño que miraba una gaviota que estaba a unos veinte o treinta pasos de él; la gaviota observaba al niño de perfil, con solo su ojo izquierdo. Muy despacito y en silencio fue acercándose a ella contemplándola con fijeza y dando un pequeño rodeo para no espantarla. La gaviota era grande, casi la mitad del niño.
     Mientras daba el rodeo el enorme pájaro se movía, pasito a pasito, y seguía vigilándolo con aquel ojo izquierdo. Redondo, de iris blanco. El niño pensó en el gigante Polifemo, aquel ser de un único ojo del que, a veces, le hablaba el abuelo.


     Se sentó en un pretil que había junto a una palmera vieja y torcida. Notó que la gaviota se acercaba con lentitud, caminando de lado, atisbando con aquel ojo; se mantuvo muy quieto para darle confianza.
     Seguía su aproximación, ya estaba a unos palmos: cuatro... tres... dos... Siempre de lado.
     Era blanca con alguna manchas de gris azul; limpia. No hacía ningún ruido. Quedó quieta y, quizás, un poco incómoda, volteaba el ojo por el que miraba.
     Se vigilaban. El niño le hizo ─muy quedo─ una pregunta: «¿Qué te pasa?», nada respondió, incluso paró el ojo.
     Intentó desplazar la mano para acariciarla en suave gesto. La gaviota echó sus patitas hacia la derecha, una y otra, una y otra, conservando la misma postura de perfil. «¿Te ocurre algo?, volvió a preguntarle el niño. Unos segundos después aleteó levemente y emprendió el vuelo tambaleándose.
     La miró como se iba y, después, dirigió su mirada hacia el reborde en donde se había posado... había un reguero de lágrimas y sangre.
     Volvió a levantar sus ojos, buscándola sobre el cielo azul sin nubes...
     Colorín, colorado...

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