sábado, 25 de abril de 2020

El libro de la estantería

     Este es un pequeño relato extraído de mi libro “Cuentos, relatos y extravagancias” (2013) y, precisamente, trata sobre el libro y los libros. Lo iré publicando completo aquí de manera salteada.
     El anterior cuento del citado libro fue “El pez dorado”.

EL LIBRO DE LA ESTANTERÍA
     Un libro, yo era un libro y estaba en una estantería en la que daba el sol las tardes de verano; a mi lado, a la izquierda, había un desvencijado reloj que hacía mucho tiempo que dejó de dar la hora. A la derecha tenía un feo cenicero pegado a la pared y casi oculto, un poco más allá había un bote de cerámica con una inscripción ilegible que dentro tenía unos dados y unas viejas fichas de parchís. Después estaba un jarrón alto, de cristal muy transparente, siempre sin flores y que parecía sonreír con sus reflejos.
     Nunca me habían leído y ni siquiera yo mismo sabía qué expresan las palabras que tenía dentro ─quizás las olvidé─, pero me sentía muy mal sabiendo que jamás nadie me había leído.

     Una señorita aparecía de tarde en tarde, de cuando en cuando, armada de una pequeña escalera metálica de tres peldaños y un plumero; me cogía en sus manos, y siempre tenía la falsa ilusión de que me iba a leer y no era así pero me daba una paliza con el escobón y me quitaba algo de la capa de polvo que tenía siempre adherida a mis tapas. Me volvía a dejar allí, en la estantería, en una posición diferente.
     Mis mañanas eran muy aburridas, oía sonidos de coches que pasaban y otros ruidos de la calle y también algunos que venían de otras habitaciones de la casa. La tarde era más movida, había una gran caja negra ─que enchufaban─ que estaba bastante cerca de mí, un poco más abajo. De allí salían voces que hablaban y hablaban de muchas cosas, me enteraba de la lluvia, la nieve y el sol varias veces cada día. Otras veces hombres y mujeres peleaban, reían, gritaban dentro de aquella caja y no se les entendía lo que decían, era como cosa de locos, todo era muy distinto a la calma que exigía un libro. Con frecuencia nadie miraba y la caja lanzaba enormes y aburridas peroratas que se perdían por el aire.
     Una tarde una niña miraba la caja, de ella salían sonidos ─música y voces de pequeños─, ese día la chica de la escalera y el plumero me había colocado de manera muy inestable, hice un poco de esfuerzo y caí haciendo ruido, la pequeña se asustó pero enseguida se le pasó y me miró con curiosidad... Me tomó en sus manos... y me abrazó.



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