Este es un pequeño
relato extraído de mi libro “Cuentos, relatos y extravagancias” (2013) y,
precisamente, trata sobre el libro y los libros. Lo iré publicando completo aquí de manera
salteada.
El anterior cuento del
citado libro fue “El pez dorado”.
EL LIBRO DE LA ESTANTERÍA
Un libro, yo era un
libro y estaba en una estantería en la que daba el sol las tardes de verano; a
mi lado, a la izquierda, había un desvencijado reloj que hacía mucho tiempo que
dejó de dar la hora. A la derecha tenía un feo cenicero pegado a la pared y
casi oculto, un poco más allá había un bote de cerámica con una inscripción
ilegible que dentro tenía unos dados y unas viejas fichas de parchís. Después
estaba un jarrón alto, de cristal muy transparente, siempre sin flores y que
parecía sonreír con sus reflejos.
Nunca me habían leído
y ni siquiera yo mismo sabía qué expresan las palabras que tenía dentro ─quizás
las olvidé─, pero me sentía muy mal sabiendo que jamás nadie me había leído.
Una señorita aparecía
de tarde en tarde, de cuando en cuando, armada de una pequeña escalera metálica
de tres peldaños y un plumero; me cogía en sus manos, y siempre tenía la falsa
ilusión de que me iba a leer y no era así pero me daba una paliza con el
escobón y me quitaba algo de la capa de polvo que tenía siempre adherida a mis
tapas. Me volvía a dejar allí, en la estantería, en una posición diferente.
Mis mañanas eran muy
aburridas, oía sonidos de coches que pasaban y otros ruidos de la calle y
también algunos que venían de otras habitaciones de la casa. La tarde era más
movida, había una gran caja negra ─que enchufaban─ que estaba bastante cerca de
mí, un poco más abajo. De allí salían voces que hablaban y hablaban de muchas
cosas, me enteraba de la lluvia, la nieve y el sol varias veces cada día. Otras
veces hombres y mujeres peleaban, reían, gritaban dentro de aquella caja y no
se les entendía lo que decían, era como cosa de locos, todo era muy distinto a
la calma que exigía un libro. Con frecuencia nadie miraba y la caja lanzaba
enormes y aburridas peroratas que se perdían por el aire.
Una tarde una niña
miraba la caja, de ella salían sonidos ─música y voces de pequeños─, ese día la
chica de la escalera y el plumero me había colocado de manera muy inestable,
hice un poco de esfuerzo y caí haciendo ruido, la pequeña se asustó pero
enseguida se le pasó y me miró con curiosidad... Me tomó en sus manos... y me
abrazó.
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