Hoy cumplo el día
treinta y nueve de reclusión pandémica, no sé bien si me van abandonando las
fuerzas, o si simplemente estoy harto y me ha cogido un día pesimista, pero no
tengo ganas de hablar. Estoy, quizás, perdiendo la paz que he tenido hasta
ahora. Creo que el motivo más habitual por el que perdemos la paz es por el
temor suscitado por determinadas situaciones extrañas que nos atañen
personalmente y hacen que nos sintamos amenazados; se trata de una aprensión
frente a los problemas y dificultades tanto presentes como futuros.
O también por el
miedo a errar, a fallar en algo importante. Y es cierto que esto envuelve a
todos los aspectos de nuestra vida, ya se trate de la salud, vida profesional o
familiar... Y mil cosas más, sean carácter material, moral e, incluso,
espiritual.
Probablemente, para
permanecer en paz ─o con cierta serenidad─ frente a este tipo de situaciones se podrá hacer algo, aunque no lo sé muy bien. Sí pienso que no es suficiente poseer muchos medios, ni muchos conocimientos; ni
tampoco un gran almacén de previsiones, reservas y seguridades. Y, desde luego,
tampoco bastan los análisis, los cálculos y las preocupaciones. Es un hecho
comprobado que no podemos obtener todo aquello que deseamos y que todo lo que
tenemos corre el albur de desaparecer en cualquier momento, por cualquier “coronavirus”,
de un tipo u otro, que nos acometa.
En la conversación ─o
tele-charla─ que tuvimos Kimura y yo con el padre Horst Seehofer hace un par de
días, él nos decía que la manera más segura de perder la tranquilidad es
precisamente intentar asegurar la propia vida con la ayuda exclusiva de recursos,
de proyectos y de decisiones personales. O con algún ─limitado siempre─ apoyo externo.
Comentó también sobre la
necesidad que tenemos ─y mucho más estos días─ de reflexionar sobre nuestra
incapacidad, sobre lo pobres y escasas que son nuestras nuestras fuerzas, sobre
la imposibilidad de preverlo todo. Y eso sin contar las múltiples decepciones
que nos pueden llegar de personas con las que, “a priori”, contábamos y que nos
dan la espalda en el momento más inesperado.
Y, en un momento
dado, el padre Horst añadió:
─¿Veis que ir con ese
equipaje es estar metidos en un enorme cajón de inquietudes y tormentos?
Creo que el mejor equipaje para esta travesía que llevamos haciendo desde más de 39 días, es el poder de la mente. Nunca creí que pudiéramos aguantar tanto.
ResponderEliminarA todos empieza a pasarnos facturas este pesado encierro, y más con los acontecimientos políticos que se nos vienen encima, creo que tu amigo tenía toda la razón, no podemos caminar siempre llenos de inquietudes y miedos, eso pesa tanto que puede hundirnos. Hay que ir soltando cosas y quedándonos con las que de verdad nos dan paz y felicidad.
ResponderEliminarBesitos Ignacio