lunes, 20 de abril de 2020

Un escaso bagaje


     Hoy cumplo el día treinta y nueve de reclusión pandémica, no sé bien si me van abandonando las fuerzas, o si simplemente estoy harto y me ha cogido un día pesimista, pero no tengo ganas de hablar. Estoy, quizás, perdiendo la paz que he tenido hasta ahora. Creo que el motivo más habitual por el que perdemos la paz es por el temor suscitado por determinadas situaciones extrañas que nos atañen personalmente y hacen que nos sintamos amenazados; se trata de una aprensión frente a los problemas y dificultades tanto presentes como futuros.
     O también por el miedo a errar, a fallar en algo importante. Y es cierto que esto envuelve a todos los aspectos de nuestra vida, ya se trate de la salud, vida profesional o familiar... Y mil cosas más, sean carácter material, moral e, incluso, espiritual.
     Probablemente, para permanecer en paz ─o con cierta serenidad─ frente a este tipo de situaciones se podrá hacer algo, aunque no lo sé muy bien. Sí pienso que no es suficiente poseer muchos medios, ni muchos conocimientos; ni tampoco un gran almacén de previsiones, reservas y seguridades. Y, desde luego, tampoco bastan los análisis, los cálculos y las preocupaciones. Es un hecho comprobado que no podemos obtener todo aquello que deseamos y que todo lo que tenemos corre el albur de desaparecer en cualquier momento, por cualquier “coronavirus”, de un tipo u otro, que nos acometa.  
     En la conversación ─o tele-charla que tuvimos Kimura y yo con el padre Horst Seehofer hace un par de días, él nos decía que la manera más segura de perder la tranquilidad es precisamente intentar asegurar la propia vida con la ayuda exclusiva de recursos, de proyectos y de decisiones personales. O con algún ─limitado siempre─ apoyo externo.
     Comentó también sobre la necesidad que tenemos ─y mucho más estos días─ de reflexionar sobre nuestra incapacidad, sobre lo pobres y escasas que son nuestras nuestras fuerzas, sobre la imposibilidad de preverlo todo. Y eso sin contar las múltiples decepciones que nos pueden llegar de personas con las que, “a priori”, contábamos y que nos dan la espalda en el momento más inesperado.
     Y, en un momento dado, el padre Horst añadió:
     ─¿Veis que ir con ese equipaje es estar metidos en un enorme cajón de inquietudes y tormentos?
     Kimura y yo nos quedamos muy callados. Horst también calló, creo que movió sus labios para una decir una pequeña oración y después movió sus manos en una señal de darnos su bendición.



2 comentarios:

  1. Creo que el mejor equipaje para esta travesía que llevamos haciendo desde más de 39 días, es el poder de la mente. Nunca creí que pudiéramos aguantar tanto.

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  2. Pilar Nacarino Moreno20 de abril de 2020, 13:15

    A todos empieza a pasarnos facturas este pesado encierro, y más con los acontecimientos políticos que se nos vienen encima, creo que tu amigo tenía toda la razón, no podemos caminar siempre llenos de inquietudes y miedos, eso pesa tanto que puede hundirnos. Hay que ir soltando cosas y quedándonos con las que de verdad nos dan paz y felicidad.
    Besitos Ignacio

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