Hoy estuvimos
enredando con los portátiles para organizar una conversación con nuestro gran amigo
el padre Horst Seehofer, que vive en el norte del Japón, es un fraile
benedictino alemán, amigo nuestro desde hace muchos años y hace bastante tiempo
que no le vemos ni hablamos con él. Por la diferencia horaria con Japón hicimos
la conexión cuando aquí eran las tres de la tarde y allí las ocho de la mañana,
es lo que nos pareció más prudente.
Horst vive en Senday
que es conocida como la “Ciudad de los Árboles” y allí ejerce sus labores pastorales.
Senday está unos trescientos kilómetros al norte de Tokio, en la región de
Tohoku, de poco más de un millón de habitantes. Es una ciudad netamente
industrial, a su alrededor hay muchas empresas, particularmente electrónicas,
de electrodomésticos y de procesado de alimentos.
Estuvimos hablando
poco más de una hora y media, primero abordamos los asuntos familiares y de
salud, después el “coronavirus” y de su grave incidencia en España. Nos comentó
que en Japón no revestía demasiada gravedad, que había unos 8.000 casos activos
y que los fallecidos no llegaban a doscientos en total. Los números de muertos
de España le parecieron una atrocidad. Dijo que era algo así como si el río del
virus se hubiese desbordado aquí.
Algunas de sus
palabras fueron:
─Desde luego, esta
pandemia nos enseña, o nos debería enseñar, algo muy importante y es que no
podemos desterrar la «cruz» de nuestras vidas, si queremos eliminar esa «cruz»
de nuestras vidas únicamente conseguiremos, irremediablemente, ser aplastados
por ella.
Después hablamos
también del poco aguante de nuestra civilización y del gran sacrificio que nos parecía el estar confinados, decía el padre Horst
que inmediatamente que sentimos una leve molestia ─de cualquier tipo─ recurrimos
a un analgésico. Si no nos dormimos al primer cuarto de hora nos tomamos algún
somnífero y si sentimos alguna angustia siempre tenemos a mano un Lexatin o un
Valium.
─Es cierto ─aseveró
Kimura─. Nos mimamos demasiado y convertimos cualquier majadería en un doloroso
problema. No recuerdo a mi padre haberse quejado de nada, ni recuerdo haberle
visto tomar nada innecesariamente. Claro, que él tenía el espíritu de un samurái y
había estado en la guerra mundial; era pétreo. Nosotros no tenemos nada
que ver con el estilo y la fortaleza de aquella gente.
Intervine para
comentar:
─Estamos poco
acostumbrados. Y me parece que las generaciones que vienen detrás aún están
peor acostumbrados que nosotros. Hoy sucede que con una pequeña inconveniencia
que nos afecte ya nos sentimos amedrentados y atribulados. Lo que es
completamente cierto es que los problemas requieren soluciones y es necesario
enfrentarnos a ellos con ánimo resuelto e inteligencia. Soslayar los problemas
no trae ventajas, al revés, los problemas entonces arrecian.
─Lo real y verdadero
─dijo Kimura─ es que hay una multitud de dificultades relacionadas con todos los
aspectos de la vida y debemos abordarlas. Y además, abordarlas, con decisión y
arrojo.
A lo que añadió
Horst:
─Y si pretendes
escapar de ellas, te siguen de modo implacable y te provocan un horrible incordio.
Nos despedimos y
hemos quedado en hablar, al menos, una vez todas las semanas.
Te felicito, me encantan las conversaciones normales, tal como son, sin filosofías forzadas ni artificios. Espero otras así.
ResponderEliminarUn saludo cordial.