domingo, 12 de julio de 2020

El niño que jugaba con la brújula


     Aún faltaban unos años para que terminase el siglo XIX. El pequeño había estado unos días en cama aquejado de una inflamación bronquial. Hermann, su padre, le dio una brújula de marinero para que jugase con ella, y se entretuviese en las largas tardes, imaginando ser un valeroso capitán que intentaba orientarse, con aquel dispositivo, navegando en un mar azotado por un temporal. El niño, Albert, no tenía demasiadas ganas de jugar pero se extasiaba ante la agitada aguja que siempre señalaba en la misma dirección. Su tío Jakob le explicó algo sobre campos magnéticos y sobre los polos de la Tierra pero las preguntas del niño se multiplicaban y el tío Jakob pronto quedó sin respuestas.
     En 1915, Albert Einstein, ese chico obsesionado con la persistencia de la brújula señalando al Norte, presentó uno de los constructos intelectuales más  importantes de toda la historia de la ciencia: la Teoría General de la Relatividad. 
     Diez años antes había demostrado que en objetos que se moviesen a velocidades extremadamente grandes ─cercanas a las de la luz─ se producirían efectos muy extraños. Un cuerpo desplazándose a esas velocidades se volvería más pesado y su longitud iría disminuyendo en la dirección de su movimiento. Además, la consideración del tiempo en ese objeto sería más lenta que la de un observador que se moviera a mucha menor velocidad, o sea el viajero veloz envejecería más lentamente que el observador lento. Se trataba de la denominada Teoría Especial de la Relatividad. En ella explicaba que el comportamiento anómalo de esas masas lanzadas a tremendas velocidades se debía a la imposibilidad de que hubiese algo que superase a la luz en velocidad, y ante ese escollo el tiempo y el espacio sufrían una distorsión para compensar, o para equilibrar de algún modo, la proximidad de alcance del límite universal de velocidad.



     Einstein edificó la relatividad especial a partir del intento de comprensión de las fuerzas electromagnéticas, a las que, quizás, le habían conducido sus tercos interrogantes de niño ante la brújula con la que jugaba. Sin embargo, otro tipo de fuerza de la naturaleza, la gravedadno tenía cabida dentro de la relatividad especial y la mecánica clásica ─en los casos límite─ era incompatible con ella. Era imprescindible, pues, desarrollar una teoría relativista de la gravitación. Este fue el colosal problema que abordó Einstein desde 1905 y que terminó cuando publicó la Teoría General de la Relatividad cuyo centenario celebramos este año.
     Esta teoría trastocaba nuestra visión del espacio, del tiempo y del sentido común postulando que espacio y tiempo son indisociables, que el espacio-tiempo es curvo y la gravedad es una manifestación de esa curvatura.
     Einstein fue mucho más allá que Newton y nos bajó el telón de un universo de lentes gravitacionales, estrellas de neutrones y agujeros negros en lo hondo del espacio.
Ignacio Pérez Blanquer


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