jueves, 23 de julio de 2020

Abuelo, estoy seguro...


     Mi nieto de nueve años es un preguntón, siempre plantea interrogantes curiosos envueltos en una seductora sonrisa. Ayer me decía que hay personas que hablan con las plantas y que las plantas les hacen caso y crecen mejor, más rápido y echan flores más bonitas. Lo miré con ojos de asombro y le añadí:
     ─También hay gente que les pone música y dicen que reaccionan ante los sonidos.
     ─¿Tú qué crees abuelo? ─dijo fijando con fuerza sus ojos.
     Me paré un poco observando los cactus que había puesto sobre mi mesa y después le dije:
     ─Quizás las plantas sean capaces de percibir la actitud que nosotros tenemos ante ellas, no lo sé. Yo no he visto, o no he notado, nunca que alguna planta haya reaccionado ante mí. Sí sé que hay experimentos científicos sobre las percepciones de las plantas y sus reacciones y con resultados muy sorprendentes.
     ─¿Qué resultados? ─preguntó poniendo una tremenda cara de curiosidad.
     Sonreí haciendo una pausa para despertar más su interés.
     ─Alguna de esas experiencias han revelado que son capaces de reconocer a sus dueños o reaccionar, como te he dicho antes, ante la música. Y parece que hay plantas que les gusta ser mimadas y cuidadas.
     Entonces me soltó lo siguiente:
     ─Eso debe ser por la energía, ¿no abuelo?
     ─¿A qué te refieres con eso de la energía? ─le pregunté poniendo cara extraña.
     Muy rápido respondió:
     ─Es que a lo mejor tiene un campo de energía alrededor y por ahí lo nota todo.
     Le contesté diciéndole:
     ─Eso de un campo de energía es muy socorrido pero no es tan fácil de probar, aunque sirve, es verdad, para explicarnos muchas cosas raras y oscuras. Creo que los buenos jardineros deben saber algo de estos asuntos.
     ─Yo le voy a preguntar a la otra abuela que tiene muchas plantas y que papá dice que tiene muy “buena mano” para ellas.
     ─Es muy buena idea ─le contesté─. Pero hay un sencillo experimento que podemos hacer y que puede enseñarnos algo interesante.
     Rió diciéndome:
     ─¡Qué te gustan los experimentos! ¿Qué experimento?
     ─Pues uno muy sencillo, ¿por qué no ponemos dos plantas de interior, iguales en todo, en habitaciones separadas? A una la tratamos bien, con mimos y cariños, con música, pasamos tiempo con ella... A la otra la visitamos poco, no le damos mimos, ni le ponemos música, ni le hablamos...
     Asentía con su cabecita y doblaba el labio de una manera peculiar para señalar comprensión:
     Proseguí comentándole:
     ─Observaremos qué sucede al cabo de un cierto tiempo, probablemente extraeremos conclusiones interesantes.
     ─¿Y las regamos lo mismo a las dos?
     ─Sí, por supuesto, a las dos les echaremos el agua suficiente.
     ─Abuelo, ya estoy seguro de lo que va a salir...


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