Seguro que a menudo os habéis dado cuenta de que «la
conversación» es el
lazo que une a los seres humanos. Hoy es factible enviar e-mails, SMS, WhatsApp’s
y mensajes de todo tipo y colores a todo el mundo, pero lo de comunicarnos en
un sentido más profundo, sobre una base recíproca, de persona a persona, la «conversación»
no tiene rival. Es la llave para abrir los portones que, de otra manera,
separarían a la gente.
Aunque estoy convencido de que hay mucha gente
que no sabe muy bien qué es en realidad la «conversación”. «Conversar» se
confunde habitualmente con “charlar” e incluso con “opinar” y “discutir” pero
hay importantes diferencias y matices entre todos esos conceptos. Hoy se lleva
mucho lo de “opinar”, pero “opinar” carece de varios elementos que sí tiene la
conversación: relajación, calma, serenidad y conocimiento estricto. Normalmente,
la “opinión” suele ser el preámbulo de una “discusión”.
¿No os parece que hay diferencias reseñables entre
el «conversador» y el «hablador»? Hay muchas personas que son excelentes
«habladores» pero no son buenos «conversadores» ni de lejos. Incluso personas
de gran brillantez intelectual pueden ser muy malos conversadores.
Hay una anécdota, probablemente apócrifa, que
os quiero contar hoy:
«El ensayista británico Charles Lamb se
encontró un día en la calle al celebre poeta inglés Samuel Coleridge. Coleridge
era un hablador compulsivo y se mostró encantado de haber encontrado a Lamb, lo
agarró por un botón de la chaqueta, cerró los ojos y se lanzó a contar una de
las interminables historias por las cuales era famoso.
Justo aquel día Lamb tenía bastante prisa,
escuchó con impaciencia unos instantes, pero después sacó una navajita de uno
de sus bolsillos y, acto seguido, cortó el botón por el que lo tenía sujeto
Coleridge y escapó siguiendo su camino.
Volvió a pasar por allí a su regreso, una media hora después, y todavía
Coleridge, con los ojos cerrados. ¡Peroraba y peroraba incansable!»
Seguro que todos habéis estado retenidos alguna vez por un charlatán (o charlatana, claro) desaforado y que os habéis sentido
cansados y con ganas de huir. Y no es
que en esa situación nos hallemos aburridos, es que el oponente no nos deja meter
baza, y se trata de esa gente que hace monólogos interminables sin dejarnos
tomar parte.
Sin duda el hecho de hablar ocupa un lugar de
la vida cotidiana muy importante y el hablar va desde el discurso público hasta
decir: «¿Quieres el café con leche o solo?». Creo que hay que considerar la
conversación como un instrumento; un instrumento que tiene muchos usos y debe
ser dominado. Utilizado con habilidad nos permite establecer nuestra entidad, e
identidad, como individuos.
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