sábado, 8 de febrero de 2020

El primero es conversar...


     Seguro que a menudo os habéis dado cuenta de que «la conversación» es el lazo que une a los seres humanos. Hoy es factible enviar e-mails, SMS, WhatsApp’s y mensajes de todo tipo y colores a todo el mundo, pero lo de comunicarnos en un sentido más profundo, sobre una base recíproca, de persona a persona, la «conversación» no tiene rival. Es la llave para abrir los portones que, de otra manera, separarían a la gente.
     Aunque estoy convencido de que hay mucha gente que no sabe muy bien qué es en realidad la «conversación”. «Conversar» se confunde habitualmente con “charlar” e incluso con “opinar” y “discutir” pero hay importantes diferencias y matices entre todos esos conceptos. Hoy se lleva mucho lo de “opinar”, pero “opinar” carece de varios elementos que sí tiene la conversación: relajación, calma, serenidad y conocimiento estricto. Normalmente, la “opinión” suele ser el preámbulo de una “discusión”.  
     ¿No os parece que hay diferencias reseñables entre el «conversador» y el «hablador»? Hay muchas personas que son excelentes «habladores» pero no son buenos «conversadores» ni de lejos. Incluso personas de gran brillantez intelectual pueden ser muy malos conversadores.
     Hay una anécdota, probablemente apócrifa, que os quiero contar hoy:
     «El ensayista británico Charles Lamb se encontró un día en la calle al celebre poeta inglés Samuel Coleridge. Coleridge era un hablador compulsivo y se mostró encantado de haber encontrado a Lamb, lo agarró por un botón de la chaqueta, cerró los ojos y se lanzó a contar una de las interminables historias por las cuales era famoso.
     Justo aquel día Lamb tenía bastante prisa, escuchó con impaciencia unos instantes, pero después sacó una navajita de uno de sus bolsillos y, acto seguido, cortó el botón por el que lo tenía sujeto Coleridge y escapó siguiendo su camino.  Volvió a pasar por allí a su regreso, una media hora después, y todavía Coleridge, con los ojos cerrados. ¡Peroraba y peroraba incansable!»
     Seguro que todos habéis estado retenidos alguna vez por un charlatán (o charlatana, claro) desaforado y que os habéis sentido cansados y con ganas de huir.  Y no es que en esa situación nos hallemos aburridos, es que el oponente no nos deja meter baza, y se trata de esa gente que hace monólogos interminables sin dejarnos tomar parte.
     Sin duda el hecho de hablar ocupa un lugar de la vida cotidiana muy importante y el hablar va desde el discurso público hasta decir: «¿Quieres el café con leche o solo?». Creo que hay que considerar la conversación como un instrumento; un instrumento que tiene muchos usos y debe ser dominado. Utilizado con habilidad nos permite establecer nuestra entidad, e identidad, como individuos.
     Aunque creamos ser buenos conversadores no estaría mal que nos hiciésemos la siguiente pregunta: ¿Tenemos facilidad para empezar una conversación?


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