Este artículo que
traigo aquí hoy lo escribí en el 2018, ¡Dios mío, cómo pasa el tiempo!
Publiqué en esos días varios
artículos sobre asuntos meteorológicos y climáticos ─me dio por ahí una
temporada─ y como hoy no está el día muy bueno y he echado un rato charlando
del tiempo con varios amigos, lo pongo aquí de nuevo.
Llevamos una temporada en la que hablar
del tiempo es una constante; no pasa un día sin que hayamos echado alguna
parrafada con alguien respecto a cómo está el tiempo. Todos quisiéramos
conocerlo anticipadamente, también culpamos al viento (el de Levante se lleva
la palma) del dolor cabeza o en los inviernos más crudos nos quejamos del coste
de la calefacción; el estado del tiempo es algo que se enmarca entre los
supuestos principales de nuestra vida. El hombre ocupa una delgada capa de
atmósfera y, no cabe duda, que nuestros estados físicos y psicológicos ─la
vida─ están muy relacionados con el medio atmosférico que nos envuelve.
Un amigo me comentó hace días:
─¿Por qué no escribes algo sobre el
tiempo? Ahí siempre hay tema. Tú eres físico, algo debes de saber de todo eso.
─Sí claro. Lo que sé es lo mucho que
ignoro sobre tantas, y tantas, cosas, y la meteorología no es de mis puntos
fuertes ─le respondí con sinceridad.
─Pero todos hablamos del tiempo a diario,
hacemos nuestras predicciones, nuestros comentarios. A veces, incluso,
discrepamos de nuestros interlocutores y discutimos sobre el asunto ─insistió
él.
─Pero ¿qué puedo decir? Todo el mundo
sabe que la atmósfera rige la vida de muy diversas formas y proporciona los elementos
que intervienen en los procesos biológicos. Y sabe, además, que es como una
especie de defensa, un escudo, para muchos tipos de radiaciones, e incluso, de
partículas que proceden del espacio exterior. De lo poco que estoy seguro es
que los fenómenos del tiempo son entidades físicas que obedecen a leyes físicas
y poco más. Te añadiré que me asombra mucho la adaptación de los humanos, y sus
tareas, a su ámbito atmosférico de manera que únicamente puede soportar cambios
muy pequeños sin sufrir trastornos.
Creí que mi querido amigo ya no
insistiría después de esta parrafada, pero me equivoqué, él volvió a
preguntarme:
─¿Tú crees que el clima se puede cambiar?
Me quedé un poco parado al escuchar el
interrogante, quizás un tanto sorprendido. Realmente en los primeros instantes
no supe que responder. Después de una corta pausa, pero muy meditativa, le
dije:
─Probablemente sí podría hacerse, aunque
pienso que aún nadie lo ha conseguido, ni tan siquiera cambiar el tiempo. Y
desde luego no me gustaría que nadie pudiese hacerlo, ni que lo intentase; las
consecuencias podrían ser devastadoras, ¿no te parece?
Hizo caso omiso a mi pregunta y volvió al
ataque:
─Has utilizado tres términos que me
confunden un poco: tiempo, clima y meteorología ¿me los podrías aclarar, y
diferenciar, un poco?
Aquí encontré la puerta de escape y le
contesté:
─Mira, lo tendré en cuenta, pronto escribiré
algo sobre estas cosas que nos preocupan a todos y que son de nuestro día a
día. Vale, tú ganas.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico
de Santa Cecilia
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