Ayer, cuando atardecía, salimos a dar nuestro paseo habitual. El día no había sido demasiado bueno, soplaba algo de Levante y el cielo estaba plagado de nubarrones, aunque no eran amenazantes. Cuando habíamos caminado unos trescientos metros ─no más─ mi esposa da una especie de quejido y exclama: “¡La mascarilla!”.
¡Hala! ¡A volver a casa! ¡Hay que recoger el malhadado pertrecho! Nos dimos la vuelta y tomamos distinto camino de regreso ─por la Calle Luna─ para acortar camino. Cuando estábamos casi llegando, a unos veinte pasos de la esquina con Jesús de los Milagros, sentado en un bar con cinco guapas señoras, había alguien que nos pareció de familiar figura, de modo instantáneo le reconocimos: el famoso escritor y académico de la R.A.E Arturo Pérez-Reverte. Al pasar por el lado del velador lancé una mirada a hurtadillas para asegurarme. No había duda, era él.
Seguimos hasta llegar a casa comentando el encuentro. Lely subió a casa a recoger su mascarilla. Mientras esperaba en la puerta, decidí enviarle un “tuit” a Arturo. Y allí, de pie, con la luz de la tarde ya muy menguada, escribí ─a duras penas─ lo siguiente:
Después pasamos de nuevo por delante para asegurarnos, para salir de las pocas dudas que nos podían quedar. Le escuché pronunciar algunas palabras (entre ellas ”gobierno”) y su inconfundible voz fue definitiva.
Por unos momentos pensé regresar a casa y coger cualquiera de sus libros para que me firmase uno de ellos y saludarle de paso, expresándole mi agradecimiento por los buenos ratos que me ha hecho pasar y por todo lo que con sus textos he aprendido. Incluso le diría que soy un pequeño escritor de provincias, pero ─como he señalado en el “tuit”─ no me pareció el momento adecuado para interrumpirle.
Al cabo de un rato me mandó un mensaje de respuesta que agradezco una enormidad, me sentí muy honrado.
Luego, ya en casa, vino a mi cabeza ─y no sé el porqué─ la última frase, suya, del conjunto que expone al principio de “Una Historia de España”: “Este lugar impreciso, mezcla formidable de pueblos, lenguas, historias y sueños traicionados. Ese escenario portentoso y trágico al que llamamos España”.
Gracias Arturo. Y también a la mascarilla de mi mujer.
Ignacio Pérez Blanquer