jueves, 27 de mayo de 2021

La mascarilla de mi mujer y Arturo Pérez-Reverte

     Ayer, cuando atardecía, salimos a dar nuestro paseo habitual. El día no había sido demasiado bueno, soplaba algo de Levante y el cielo estaba plagado de nubarrones, aunque no eran amenazantes. Cuando habíamos caminado unos trescientos metros ─no más─ mi esposa da una especie de quejido y exclama: “¡La mascarilla!”.

     ¡Hala! ¡A volver a casa! ¡Hay que recoger el malhadado pertrecho! Nos dimos la vuelta y tomamos distinto camino de regreso ─por la Calle Luna─ para acortar camino. Cuando estábamos casi llegando, a unos veinte pasos de la esquina con Jesús de los Milagros, sentado en un bar con cinco guapas señoras,  había alguien que nos pareció de familiar figura, de modo instantáneo le reconocimos: el famoso escritor y académico de la R.A.E Arturo Pérez-Reverte. Al pasar por el lado del velador lancé una mirada a hurtadillas para asegurarme. No había duda, era él.

     Seguimos hasta llegar a casa comentando el encuentro. Lely subió a casa a recoger su mascarilla. Mientras esperaba en la puerta, decidí enviarle un “tuit” a Arturo. Y allí, de pie, con la luz de la tarde ya muy menguada, escribí ─a duras penas─ lo siguiente:

     Después pasamos de nuevo por delante para asegurarnos, para salir de las pocas dudas que nos podían quedar. Le escuché pronunciar algunas palabras (entre ellas ”gobierno”) y su inconfundible voz fue definitiva.

     Por unos momentos pensé regresar a casa y coger cualquiera de sus libros para que me firmase uno de ellos y saludarle de paso, expresándole mi agradecimiento por los buenos ratos que me ha hecho pasar y por todo lo que con sus textos he aprendido. Incluso le diría que soy un pequeño escritor de provincias, pero ─como he señalado en el “tuit”─ no me pareció el momento adecuado para interrumpirle.

     Al cabo de un rato me mandó un mensaje de respuesta que agradezco una enormidad, me sentí muy honrado.

     Luego, ya en casa, vino a mi cabeza ─y no sé el porqué─ la última frase, suya, del conjunto que expone al principio de “Una Historia de España”: “Este lugar impreciso, mezcla formidable de pueblos, lenguas, historias y sueños traicionados. Ese escenario portentoso y trágico al que llamamos España”.

     Gracias Arturo. Y también a la mascarilla de mi mujer.

Ignacio Pérez Blanquer

lunes, 17 de mayo de 2021

Días ásperos


     Llevo un montón de días despistado, o mejor dicho, descentrado. No he tenido ganas de escribir ni tampoco de recopilar unas mínimas notas para decir algo de cierto interés por aquí. Estoy vacunado y crispado, quizás esas son la palabras que mejor expresan mi estar.

     El panorama político es desesperante y los otros paisajes también. El verano se acerca a marchas forzadas y nadie sabe lo qué sucederá. Hoy veo que el que preside el gobierno de la nación en la que nos encontramos, nos retrata una utopía a plazo, una arcadia feliz para el 2050; parece que para él ya no es suficiente la Agenda 2030 de Soros, la ONU y Gates; su nueva meta es el 2050, los jóvenes parados que ahora tienen 25 años ya habrán pasado la cincuentena para entonces y probablemente sigan parados en ese tiempo.

     El virus no se va, ni por las buenas ni por las malas, evoluciona, se retuerce y nos ofrece con inusitada rapidez una nueva versión, o más contagiosa o más dañina. La población en mayoría, levantado el estado de sitio (o de alarma o de queda, da igual), se lanza vorazmente a las playas, a las discotecas, a las carreteras, a los restaurantes y bares. Los inmensos colapsos de miles de vehículos.

     Los viejos vacunados no sabemos qué hacer, estamos ante un verdadero galimatías : ¿nos sumamos al entusiasmo colectivo?, ¿seguimos medio encerrados y vamos de vez en cuando al supermercado?, ¿nos tragamos esas infinitas series de las televisiones, culebrones insoportables?, ¿clamamos por más partidos de fútbol drogo-adictivos?

     ¿Veis amigos? No estoy para escribir nada, ni siquiera para hablar estoy. Tengo casi abandonados a mis amigos, hace un mes que no hablo con Briseida, no sé nada de ella. Kimura está desaparecido, no logro conectar con él. Debe estar muy recluido en su finca. Del pastor neozelandés, Cooper George Wright, tampoco sé nada. Únicamente intercambio, algún breve comunicado, con mi amigo y colega (bueno, ya es difícil de calificar como colega) Juan Pedro B., o lama Rabten Lingpa, de tarde en tarde y me manda frases suyas de carácter budista. Juan Pedro, terminó la carrera conmigo y se fue a la India, o al Tíbet, no lo recuerdo bien, y se hizo monje; un tipo de lo más curioso.

     Tengo, a veces, la sensación de estar metido en una cueva.

     Tampoco he visto mucho a mi nieto así que no he podido continuar la novela del lejano Oeste.

     Los días son claros, de sol fuerte, acogedores... ¡menos mal!