
Hace pocos minutos he tenido una conversación muy interesante con el pastor Cooper George, hemos pasado un rato estupendo conversando sobre lo que él llama la “sacro-santa opinión”. Decía que allí, en las antípodas, sucede lo mismo que aquí con pocas variantes, el opinar se ha convertido es una especie de mística que está, incluso, por encima de la verdad.
Comentamos que hoy todo el mundo tiene una opinión y, al parecer, todas valen lo mismo. Da igual si están bien pensadas o sacadas de un “meme”. Da igual si contradicen los hechos. Basta con decir “yo opino que…” y ya está: blindaje automático, debate cancelado. La opinión se ha convertido en una especie de becerro de oro moderno. Y lo peor es que muchos lo adoran sin hacerse una sola pregunta.
Le dije que a mí me parecía que antiguamente, opinar implicaba haber reflexionado un poco, saber de qué hablabas, tener argumentos. Hoy, en cambio, basta con tener emociones. Se confunde “esto me molesta” con “esto está mal”. Se confunde “yo lo veo así” con “esta es la verdad”. Y cuando todo el mundo opina, pero casi nadie razona, el ruido tapa cualquier intento de pensar con claridad.
Contestó que, desde luego, no es que esté mal tener opiniones —eso sería absurdo—, pero sí está mal que se hayan convertido en dogmas personales. Intocables. Irrefutables. Como si el simple hecho de que algo se te ocurra le diera valor. El resultado es que el debate se ha vuelto una batalla de egos en lugar de una búsqueda común de verdad. ¿Y los hechos? Bien, gracias. Esperando que alguien los consulte.
Coincidimos en que, además, cada vez que alguien intenta argumentar, matizar o cuestionar algo con lógica, se le acusa de “intelectual”, “soberbio” o “elitista”. Como si usar la cabeza fuera un defecto. Como si pensar estuviera pasado de moda. Pero sin pensamiento crítico, sin razonamiento sólido, lo único que nos queda es un festival de opiniones lanzadas como si fueran piedras.
Y ojo: esto no solo es molesto, es peligroso. Porque cuando se deja de valorar la verdad, cualquier disparate puede tomar fuerza. Cuando el razonamiento pierde valor, gana terreno la manipulación. Y cuando el debate se sustituye por el “yo tengo derecho a opinar”, da igual si lo que dices tiene sentido o no.
Concluimos en que la cuestión es que estamos saturados de opinión. Pero lo que falta es pensamiento. Falta humildad para aceptar que no siempre tenemos razón. Falta curiosidad por contrastar ideas. Falta respeto por el conocimiento y por quienes se esfuerzan en construir argumentos de verdad.
Para nosotros está claro que no todo lo que uno piensa merece ser aplaudido. Y no, tener una opinión no te hace automáticamente interesante. Pensar bien, eso sí que escasea. Y eso, justo eso, es lo que deberíamos empezar a valorar otra vez.

La sobrevaloración de la opinión la han impuesto las televisiones, en ellas unos tipos que hoy no saben nada, por ejemplo, de aranceles, mañana te hablan de ellos como si fuesen economistas especializados en ese tema. Gracias por la reflexión.
ResponderEliminarMuy interesante y oportuna reflexión. La opinión, sin base de argumentos y conocimientos, aunque no sean profundos, del tema que se trate, a veces es una simple sandez...
ResponderEliminarEsta obsesión por opinar, viene de las desgraciadas tertulias, donde unos tertulianos opinan de todo, todos los días y llevan famosillos prácticamente analfabetos pontificando y diciendo memeces gordísimas. Ellas y ellos.
ResponderEliminarCierto, hoy todo el mundo opina, pero hay opiniones que no pueden tener valor, porque opinamos sin saber, sin conocer, y siendo muy subjetivos.
ResponderEliminarNo todas las opiniones son válidas.
Es cierto que hay una tendencia a opinar de lo divino y de lo humano por parte sobre todo de los personajes públicos (que no significa siempre expertos), que por el mero hecho de ser conocidos consideran que su opinión debe alzarse por encima de cualquier otra como si de un dogma de fé se tratara, aunque esté plagada de lugares comunes y de frases huecas recogidas aquí y allá.
ResponderEliminar«EL HOMBRE MODERNO CREE VIVIR EN UN PLURALISMO DE OPINIONES, CUANDO LO QUE HOY IMPERA ES UNA UNANIMIDAD ASFIXIANTE.» (Nicolás Gómez Dávila)
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