sábado, 23 de agosto de 2025

Aprender en tiempos de pantallas

      Sin duda debe ser deformación profesional, pero todos los días pienso un rato, más o menos largo, en aquello que traerá la irrupción de la IA en la enseñanza a todos los niveles. Imaginen ustedes esta esta escena: un estudiante tiene la tarea de escribir un ensayo. Él abre la computadora, copia el tema en una aplicación de inteligencia artificial y en segundos obtiene un texto impecable, con buena sintaxis, coherencia y hasta con citas. Entrega el trabajo, aprueba, pero en el fondo no aprendió nada. Es como si alguien hubiera comido en su lugar su plato favorito: se llenó el estómago, pero no captó el sabor de nada.

      La educación está atravesando una crisis silenciosa y profunda. No porque falten recursos, ni siquiera porque las herramientas tecnológicas estén mal diseñadas, sino porque corremos el riesgo de olvidar lo esencial: aprender no es un trámite. Aprender debería ser una experiencia que nos mueve por dentro, que despierta la curiosidad, que nos hace sentir el deseo de seguir explorando. Si el aprendizaje se convierte en un simple “cumplir”, cualquier vía rápida se convierte en algo tentador. Pero cuando lo que nos guía es la pasión, los atajos fáciles pierden sentido.

      También recuerdo mis tiempos de estudiante, ¿qué recuerdo de mi paso por el instituto o la universidad? Seguro que olvidé a la semana siguiente todos los cientos de datos que memoricé para un examen. Lo que queda grabado en la memoria son esos momentos en los que algo nos sorprendió, nos emocionó o nos hizo mirar el mundo de otra manera. También recordamos a los profesores que lograron contagiar su entusiasmo, los que nos transmitieron que una materia no era solo un conjunto de fórmulas o fechas, sino un universo fascinante por descubrir. Está claro entonces que el éxito educativo no debería medirse en cuántos contenidos fuimos capaces de repetir, sino en cuántos nos enamoramos. Porque cuando algo nos apasiona, aprendemos sin esfuerzo, buscamos más allá de lo que nos piden, y esa energía se queda con nosotros para siempre.

      Ahora estamos en la era de las pantallas y de la inmediatez, este desafío se vuelve todavía más grande. Vivimos rodeados de avisos y notificaciones que nos interrumpen, de contenidos diseñados para captar nuestra atención durante segundos, de la ilusión de que todo debe ser rápido y fácil. Pero el verdadero aprendizaje es lento, requiere paciencia, implica equivocarse, volver a intentar, dejarse sorprender. Y esa experiencia, aunque parezca contracorriente, es hoy más necesaria que nunca.

      Pienso que no todo está perdido. Cada día hay docentes que siguen encendiendo fuegos en sus aulas, familias que acompañan con desvelo y estudiantes que, a pesar del ruido digital, encuentran maravilla en una lectura, en un experimento, en una idea nueva. Esa chispa, aunque pequeña, tiene la fuerza de transformar vidas enteras.

      Quizás la gran tarea de este tiempo no sea luchar contra la tecnología, sino recordar que ninguna máquina puede reemplazar la alegría de aprender algo por nosotros mismos. Porque aprender es, en el fondo, un acto profundamente humano: es emocionarse, es conectar, es dejarse llevar por la curiosidad.

      Y mientras haya alguien dispuesto a encender esa llama —un docente, un amigo, un padre, o incluso uno mismo—, el fuego de aprender seguirá vivo.

4 comentarios:

  1. Me ha parecido un magnífico artículo y creo que debemos reflexionar e insistir más sobre la frase final: "La educación (y toda la formación) no debe consistir en llenar el vaso, sino en encender una llama".

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  2. Este articulo es fenomenal.

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  3. Fabuloso el artículo d Ign

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  4. Me ha parecido una reflexión sumamente acertada. Me ha hecho recordar la cantidad de cosas que pueden permanecer de por vida como grabadas en el disco duro de la mente cuando indagaba y buscaba, con muchos menos medios que ahora, algo de lo que quería saber más. Y te das cuenta de que sabes más de lo que creías, porque nada se pierde. Y da pena que éso no puedan valorarlo muchos chavales de ahora.

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