
Desde luego hay otra opción ─más interesante y ventajosa─ que la de partir de la pregunta «¿Por qué a mí?» que tratamos en el artículo anterior. Y la opción es dar un salto grande: pasar de usar el sufrimiento como maestro oficial a aprender de los resultados. Eso significa dejar pasar al olvido la susodicha pregunta «¿Por qué a mí?» con dramatismo de telenovela, para empezar a pensar: «Vale, esto está pasando, ¿qué puedo sacar de aquí para no quedarme atascado?».
El giro es extraordinario, casi brutal. Ya no es cuestión de revolcarse en pensamientos como «¡Qué horror!» o «¡Siempre me toca lo peor!». Ahora la atención se centra en lo útil: ¿qué se aprende de esta experiencia?, ¿qué puedo hacer con esto?, ¿cómo lo convierto en un trampolín y no en un agujero?
En vez de llorar en un mísero rincón, te haces preguntas más incómodas pero también más productivas: «¿Cómo puedo transformar esta enfermedad en una oportunidad para fortalecerme?» o «¿Qué parte de mí se pone a prueba con este problema?». Este es el momento en que la autocompasión pierde terreno frente a la acción consciente.
Muchas personas se quedan paradas e instaladas en este segundo camino toda su vida. Y no es malo: dejan atrás el sufrimiento crónico, se enfocan en metas claras, trabajan con disciplina y ven oportunidades donde otros solo ven obstáculos. Son los clásicos “orientados a resultados”: gente que, en lugar de quejarse, se mueve. No nos cabe duda que vivir así es mucho mejor que vivir en la queja constante, porque aporta sentido, dirección y hasta elimina gran parte del dolor autoimpuesto.
Eso sí, hay un detalle curioso, es muy probable que quienes viven solo para los resultados corren el riesgo de caer en una especie de pescadilla que se muerde la cola. Alcanzan una meta y, en lugar de disfrutarla, ya están pensando en la siguiente. Nunca paran. Su vida se llena de objetivos, logros y reconocimientos, pero rara vez de esa chispa que da la sensación de que lo imposible puede suceder.
Creo que vivir orientado a resultados es un avance enorme, e infinitamente mejor que enfoque del «¿Por qué a mí?», pero no es el final del camino. Desde luego te mantiene motivado, evita el drama innecesario y te da estructura. Sin embargo, si te quedas solo ahí, corres el riesgo de que tu vida sea muy eficaz… pero un poco, o demasiado, plana ¿no?
Habrá que explorar un tercer camino...
