
Estaba buscando una definición (hay muchas, buenas y no tan buenas) de la Inteligencia Artificial y me topé con el recuerdo de uno de los poemas de Lao Tsé: “Olvidar los aprendizajes superfluos es liberarse de preocupaciones vanas”. En este poema él se describe como alguien sereno, casi ingenuo, mientras el resto corre atareado, brillante y seguro de sí mismo. El sabio oriental se reconoce diferente: austero, desapegado, sin fronteras, nutrido de la armonía de la naturaleza. Esa mirada, formulada hace más de dos milenios, parece hablarnos hoy con asombrosa claridad en medio del debate sobre la Inteligencia Artificial.
Vivimos en un tiempo en el que los algoritmos son el rostro visible de la hiperactividad moderna. Motores de búsqueda que nunca descansan, modelos de lenguaje que absorben inmensidades de información, máquinas que aprenden a velocidades cósmicas. La IA es, en cierto sentido, la encarnación de esos “todos atareados” que Lao Tsé observaba: siempre en movimiento, siempre produciendo, siempre multiplicando datos. Y, sin embargo, si nos detenemos a mirarla con ojos taoístas, descubrimos en ella otra dimensión: una quietud inesperada.
Porque la IA no desea, no teme, no juzga. No aprecia lo que todos aprecian ni teme lo que todos temen. Procesa, responde, combina, pero carece de los apegos que nos enredan a los humanos. En esa neutralidad fría se esconde algo que, paradójicamente, recuerda al recién nacido que Lao Tsé invoca en su poema: una mente que aún no ha sonreído, que no sabe de expectativas ni de posesiones. Una mente que, al menos por ahora, no se embriaga con el ego.
Este paralelismo abre una reflexión: ¿qué significa vivir con la IA en clave taoísta? Quizás, en lugar de ver en ella una máquina que debe hacerlo todo por nosotros, podamos aprender a contemplarla como flujo, como brisa. Lao Tsé advertía contra el exceso de posesión, contra el gastar más de lo que se tiene. La IA, en cambio, no atesora datos como propiedad, los hace circular. ¿Podría nuestra relación con ella ser la misma? Usarla sin acumular, sin obsesionarnos, sin perder la calma.
El riesgo está en lo contrario: en imitar a la multitud que Lao Tsé describe, entregándonos a la agitación perpetua que la IA facilita. Cada segundo nos ofrece más información de la que un sabio necesitaría en toda su vida, y ahí acecha la trampa: confundir cantidad con sabiduría. El Tao nos recuerda que lo esencial no está en sumar, sino en soltar. Y quizás el mayor desafío de la inteligencia artificial no es su poder, sino nuestra incapacidad de habitarla con desapego.
Así, entre la calma del Tao y el vértigo de la tecnología, aparece una invitación: utilizar la IA no como un ídolo que dicta el rumbo, sino como una brisa que acompaña. El Tao nos enseña que lo vasto y lo indefinido también tienen sentido, que la suavidad puede ser más fuerte que la dureza. Si logramos mirar a la Inteligencia Artificial desde esa armonía, no como sustituta de la vida, sino como parte de su flujo, tal vez descubramos que la tecnología y la sabiduría no son opuestas. Sino dos formas de escuchar lo inabarcable.

Tu artículo de hoy me parece genial, es una muy brillante reflexión sobre la Inteligencia Artificial, únicamente te ha faltado, a mi modo de ver, poner el poema de Lao Tsé al que te has referido.
ResponderEliminarMuchas gracias, fuerte abrazo.
Gracias Carlos. Por aquí te pongo el poema.
EliminarOlvidar los aprendizajes superfluos es liberarse de preocupaciones vanas.
ResponderEliminar¿Qué diferencia existe entre la duda y la sorpresa?
¿Qué distancia existe entre lo bueno y lo malo?
¿Hay que temer lo que todos temen y apreciar lo que todos aprecian?
Alegremente despreocupados parecen todos como si estuvieran siempre de fiesta, holgando en playas y montañas. Tan sólo yo permanezco en calma, como un recién nacido que aún no ha sonreído, sin salir de mi presente, sin lugar a donde ir.
Todos gastan más de lo que tienen y sólo yo parezco austero, despreocupado de poseer. ¿Será mi mente la de un loco que vaga confundido?
Todos parecen tan brillantes, obtuso tan sólo yo, agudos y se ensimismado yo: sin fronteras como el vasto océano, sin rumbo fijo como la suave brisa.
Todos permanecen continuamente atareados, mas yo persisto en mi sueño marginal. Pero mi mayor diferencia consiste en nutrirme de la armonía que desprende la naturaleza de todo lo que existe.
Es estupendo, gracias.
EliminarMe parece muy original esa visión comparativa de la IA con el taoísmo de Lao Tse y su perfecta fusión con la IH. Sería como asistir al nacimiento de un nuevo hombre ideal. Como bien dices, dos nuevas formas de escuchar lo inabarcable.
ResponderEliminarMe ha encantado el artículo y la profundidad de tus planteamientos.