viernes, 21 de noviembre de 2025

La paciencia en un mundo acelerado


      Tengo una amiga que es tan impaciente que, si existiera una Olimpiada de la Impulsividad, ganaría oro sin calentar. Hace unos días pensé en ella y me puse a reflexionar sobre este asunto que todos sufrimos y al que se podría denominar arte de no desesperar.

      Vivimos en un mundo que va tan rápido que a veces parece que corre para ningún lado. El móvil suena como si tuviera vida propia. Los pedidos llegan antes de que recuerdes que los hiciste. Las redes sociales te lanzan novedades sin darte tiempo a procesar las anteriores. En medio de este caos la paciencia no es una virtud antigua, es un salvavidas moderno.

      Pensemos en el día a día. Tráfico que no avanza. Colas que no se acaban. Proyectos que prometen pero siempre llegan “la próxima semana”. Y ahí estamos nosotros, enfadándonos por un e-mail que tarda o por un amigo que responde cuando ya habíamos perdido la fe en la humanidad. Pero lo queramos o no este mundo nos obliga a esperar, así que más vale aprender a esperar sin morir en el intento.

      La paciencia también tiene su magia en el trabajo. Todo es urgente, vital, imprescindible. Y aun así, parar un minuto puede salvar un proyecto y salvarte a ti. Reaccionar menos y pensar más suena simple, aunque no siempre lo hagamos. El éxito, ya sea en un negocio o en un sueño personal, no aparece con un clic. Requiere constancia tranquila y más de un café cargado, ¿no es así?

      En las relaciones pasa lo mismo. La gente se equivoca, y claro, nosotros también. A veces las discusiones se lían por tonterías y lo mejor es dejar que la tormenta pase. Con un poco de paciencia entendemos mejor a los demás, y de paso nos volvemos menos incendiarios.

      Y luego está la cosa de nuestra salud mental, la gran sacrificada. El bombardeo constante desgasta. La paciencia nos recuerda que no todo depende de nosotros. Un retraso del metro puede arruinarnos la mañana o regalarnos diez minutos para respirar, leer o simplemente mirar alrededor y recordar que no somos robots.

      La pregunta es: ¿cómo se arregla esto? Con cosas pequeñas. Respirar antes de explotar. Contar hasta diez antes de responder a un mensaje que huele a problema. Hacer mindfulness, taichí o cualquier cosa que nos baje las revoluciones. Dejar el móvil a un lado y abrir un libro. La paciencia no es quedarse quieto, es tomar el control sin perder la calma.

      Y al final surge la pregunta que vale oro: ¿qué ganas con ir siempre corriendo? La paciencia da claridad, te prepara para lo inesperado. Te hace un poco más fuerte y un poco más humano. En un mundo que parece irse de las manos, elegir la calma es casi un superpoder.

      Prueba hoy. Solo un poco. A ver qué pasa. Puede que cambie más de lo que tú crees.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Lo superfluo. El viejo vicio que nadie reconoce


      Muy temprano me habló Kimura desde su retiro en su país, comentó que en la conversación anterior con el pastor Cooper nos habíamos olvidado de hablar lo superfluo y que en su opinión eso está muy conectado con lo que tratábamos de lo esencial y de lo accesorio. Y me hizo varias aportaciones muy interesantes.

      Kimura piensa que todo el mundo dice que odia lo superfluo. Claro. Pero nadie quiere admitir que vive rodeado de cosas que no necesita. Es más cómodo mirar al vecino y señalar su exceso que revisar el propio. Él lo deja claro: criticamos lo superfluo mientras nadamos en él.

      A su juicio, la definición de lo superfluo suele ser la misma trampa de siempre. “Es lo que no necesito realmente". Muy bien, vale. Pero quién sabe con precisión qué necesita. Nadie. Porque todos ajustamos esa línea según nos conviene.

      Lo superfluo, según Kimura, tiene una fórmula sencilla: si te da más preocupaciones que alegrías, es superfluo. No hace falta contabilidad. Solo honestidad. Y parece que eso escasea más que los diamantes.

      A mí me parece que nuestra sociedad no quiere que pensemos en felicidad. Quiere que pensemos en comprar. Y rápido. Porque si disfrutas lo que tienes, tardarás en querer otra cosa. Y eso no conviene.

      Creo que hay cuatro motores que alimentan este consumismo feroz.

      Primero, la inseguridad. Si no sabes qué te hace feliz, cualquier oferta te parece una promesa. No eliges. Te eligen.

      Segundo, la fuga. Mucha gente está convencida de que no basta tal como es. Entonces compra una versión mejorada de sí misma. Una que dure lo que tarda en envejecer la novedad.

      Tercero, la fe ciega en el progreso. Más veloz, más grande, más fuerte. Nadie pregunta si hace falta otro satélite, otro coche potente o el tercer televisor. Es progreso. Y el progreso, al parecer, está por encima del sentido común.

      Cuarto, la incapacidad de disfrutar. Lo nuevo deja de ser nuevo en el momento en que lo tienes. La excitación dura menos que una notificación.

      Al final, hay una pregunta que desmonta cualquier excusa: ¿qué  necesito de verdad para vivir bien? Para trazar la línea entre lo necesario y lo superfluo, primero hay que saber quién es uno y qué quiere. Dos preguntas incómodas. Dos preguntas que muchos prefieren enterrar bajo compras.

      Pero si se responden, pueden cambiarlo todo.

martes, 18 de noviembre de 2025

Saber qué importa de verdad


      La semana pasada tuve una interesante conversación con mi amigo el pastor Cooper George Wrigth, que vive y evangeliza en la lejana Nueva Zelanda. Es muy difícil poner en pie todo nuestro largo diálogo, llevo dándole vueltas desde hace un par de días y no lo consigo, así que he decidido escribir un artículo resumen como aproximación a todo lo que hablamos.

      Creo que empezamos hablando de que vivimos rodeados de ruido. Opiniones, expectativas y urgencias que nos empujan a correr sin pensar. Y, sin embargo, gran parte de nuestros problemas nacen de algo muy simple: no sabemos distinguir lo esencial de lo accesorio.

      Durante años, muchos elegimos lo que “debemos” hacer antes que lo que realmente importa para nosotros. Buscamos quedar bien, cumplir, no sentir culpa. Con el tiempo descubrimos que esa ruta lleva al desgaste. La pregunta clave no es “qué es importante”, sino “qué es importante para mí”. Ese giro cambia la vida, porque nos coloca en el centro sin vergüenza ni remordimientos.

      El pastor Cooper George enunció tres ideas básicas que pueden servir para establecer prioridades prioridades. Primero, atrevernos a decidir desde nuestras propias necesidades. Segundo, tener en cuenta el momento, porque lo que pesa hoy quizá no tenga valor mañana. Tercero, aceptar que elegir también implica renunciar.

      Él recordaba un episodio histórico conocido: miles de ciudadanos de la Alemania Oriental abandonaron trabajo, casa y bienes para cruzar la frontera en busca de libertad. No querían una revolución. Solo eligieron lo que para ellos era esencial. Su decisión derrumbó un régimen entero y transformó Europa. Sin duda ese ejemplo recuerda que los grandes cambios empiezan siempre en una elección íntima.

      ¿Por qué esperar a sentirnos acorralados para actuar? Igual que no pensamos en la salud hasta que enfermamos, solemos pensar en lo importante solo cuando ya es tarde. Por eso conviene una mirada global y honesta a nuestra vida y a lo que buscamos en ella.

      Dijo que hay siete áreas que todos podemos revisar: éxito, dinero, relaciones, estilo de vida, identidad personal, salud y desarrollo de la imaginación. Al ordenarlas según lo que cada uno necesita, aparece una lógica que casi nunca falla. Si queremos riqueza, la salud debe ir antes. Si soñamos con cuidar a nuestra familia, primero debemos cuidarnos a nosotros mismos. Nadie puede entregar lo que no tiene.

      Cooper apuntó que muchos de nuestros conflictos nacen de expectativas ajenas. En temas tan íntimos como la sexualidad, por ejemplo, mucha gente sufre buscando encajar en modelos que no son propios. A veces, lo que parece un gran problema se disuelve cuando descubrimos qué queremos de verdad: cariño, seguridad, calma, compañía. Incluso hábitos difíciles, como fumar, pueden entenderse mejor si miramos la raíz. Para muchas personas, el tabaco no es el problema, sino una especie de parche para sostener la falta de confianza en sí mismas. Si se fortalece la seguridad interior, la necesidad de fumar pierde fuerza por sí sola.

      Terminó diciendo que al final, el mensaje es sencillo y profundo. Lo que creemos importante no siempre lo es. Y lo esencial, a menudo, espera en silencio a que lo miremos de frente. Tomar decisiones desde uno mismo no es egoísmo. Es la base para vivir con sentido y para poder dar a los demás algo auténtico, no una versión agotada de nosotros.

      Sinceramente pienso que con un poco de calma y honestidad, todos podemos trazar un orden nuevo. Uno que dé espacio a lo que de verdad sostiene nuestra vida. Uno que, por fin, nos permita vivirla.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Mi terrible amiga Selena

      Me siento raro… como si mi vida se hubiese quedado en pausa casi sin avisarme; por eso escribo muy poco en los últimas semanas.

      Hay días en los que me despierto con desgana, otros con una incertidumbre que me aprieta el pecho, y casi siempre con un cansancio que no entiendo del todo. Es como caminar con una nube encima: no llueve… pero pesa.

      De verdad que intento seguir, cumplir, avanzar, pero algo dentro de mí se enreda. Posiblemente pienso y dudo demasiado. Y en medio de todo, aparece una especie de angustia silenciosa, esa que no hace ruido pero te acompaña a todas partes.

      Y fue ahí, justo en ese momento en que ya no sabía si necesitaba un consejo, un abrazo o un mapa, cuando pensé en Selena, mi amiga tarotista. La que siempre me mira como si pudiera ver un poco más allá de lo que digo. La que mezcla humor, intuición y verdad sin pedir permiso. La única capaz de hablarme claro sin romperme… y de hacerme reír incluso cuando estoy por rendirme.

      Por eso fui a verla. Porque necesitaba una voz honesta. Una guía o, quizás, un buen empujón. Y, ¿por qué no?, un toque de esa magia suya que siempre termina acomodándome el alma.

      Ella empezó así:

      ─A ver, corazón… ven, siéntate aquí cerca. Prometo no morder. Bueno… no hoy. Te voy a hablar como cuando vienes a verme, te sirvo algo rico, mezclo mis cartas y tú me miras como si yo tuviera la respuesta a todos los misterios del universo. (Lo cual, dicho sea de paso, no está tan lejos de la verdad).

      ─¡Vamos a ver! ─le dije con cara de palo.

      ─¡Ea! Iremos a lo importante: tu bienestar. Te lo digo con cariño… y un poquito de ese encanto mío que tú ya conoces.

      Primero: Vive un día a la vez, que no hace falta que seas un héroe. No tienes que salvar al mundo en una tarde. Ni a tus preocupaciones. Solo pregúntate: “¿Qué puedo resolver hoy… sin que se me caiga más pelo?”. Haz eso. Y te vas a sentir más ligero. Créeme.

      En segundo lugar: Mira la preocupación de frente. Como me miras cuando quieres saber si la carta que saqué es buena o mala. Define qué te inquieta. Piensa en el peor escenario —sí, ese que dramatizas un poquito— Acéptalo. Y luego busca cómo mejorarlo. Verás cómo la preocupación se hace pequeñita. Casi tan pequeña como la resistencia que tienes cuando te digo una verdad incómoda.

      Tercero, y muy importante: Muévete, guapo. La acción te sienta bien. Nada alimenta la preocupación más que quedarte  quieto. Da un paso. Uno. Llama. Ordena. Escribe. Decide. La acción en ti funciona como un buen perfume: se nota… y te queda de maravilla.

      Cuarta cosa: Ritual de gratitud sencillo —sin velas, salvo que quieras que las encienda yo. Escribe tres cosas buenas del día. No me pongas excusas. ¡Tres! Aunque sea “hoy dormí bien”. Tu mente necesita recordarte que en tu vida hay más luz de la que ves. Y yo también te lo recuerdo… cuando te miro y sonrío.

      Y lo último por ahora: Recuerda que casi nada de lo que temes se convierte en algo real. Tu imaginación es intensa, eso ya lo sé. Pero la realidad suele ser mucho más amable contigo. Así que deja de pelearte con fantasmas. Los únicos seres misteriosos que necesitas cerca son mis cartas… y quizá yo, ¿no?

      ─Mira, cariño: tu bienestar empieza cuando dejas de exigirte tanto. Cuando eliges lo que te calma. Cuando decides avanzar sin dramas innecesarios.

      Y terminó así:

      ─¡Respira! Da un paso. Y si necesitas ayuda… ya sabes dónde encontrarme. Con mis cartas, mi humor… y una sonrisa que, espero, también te haga bien.