domingo, 3 de agosto de 2025

¿Una ruta hacia la plenitud?


      Hoy le pedí a Selena que hiciera unas fotos de la baraja de los dioses egipcios para ponerlas aquí. No recuerdo muy bien lo mucho que después comentó sobre los dioses de piedra y los templos de Egipto.

      Creo que, entre otras cosas, me dijo que los templos no sólo eran los lugares para adorar a los dioses, sino que también eran concebidos como un lugar para ponerse en contacto con ellos. Todos ellos tenían tres partes bien diferenciadas. La primera de ellas era una gran sala al aire libre que acogía al pueblo llano en las ceremonias y rezos. La segunda parte era una cámara cubierta donde se situaban los nobles y miembros de la corte, que solía estar más elevada que la primera. Y, por último, un pequeño habitáculo reservado únicamente a los sacerdotes e iniciados, donde se guardaban las estatuas que representaban a los dioses. El edificio del templo estaba construido de forma que diera la impresión de que al avanzar por él se llegaba hasta una parte mágica, más misteriosa y escondida, que era dominada por los religiosos. Su nombre era el de "santo de los santos", o algo muy parecido, y en ella se guardaban las figuras de piedra que representaban a los dioses. El más idolatrado de ellos era, cómo no, Amón, tocado con dos enormes plumas que parecían estar insertadas en su cabeza. Pero lo realmente increíble es que estas figuras de piedra no sólo eran idolatradas, sino que según los antiguos textos tenían la capacidad de hablar, sanar, predecir el destino e incluso podían verter juicios sobre causas penales.


      Después pasamos a tocar otros temas. No sé a cuenta de qué, dije que la vida está llena de giros inesperados y Selena respondió así:

      ─Sí, es verdad. A veces la vida nos sorprende con alegrías imprevistas, y otras nos pone frente a pruebas difíciles que ni pedimos ni imaginamos. En medio de esa incertidumbre, siempre surge una pregunta inevitable: ¿cómo vivir con serenidad cuando no podemos controlar lo que nos sucede?

      Esa pregunta, como lanzada al vuelo, nos hizo parar un poco. Bastantes segundos después respondí con otro interrogante:

      ─¿Quizás la respuesta puede estar en la idea, poderosa y difícil de practicar, de aceptar los designios del destino?

      ─Sí, probablemente sea así ─contestó Selena. Aceptar el destino no significa resignarse sin luchar, ni mucho menos renunciar a nuestros sueños o valores. Se trata más bien de asumir una actitud consciente frente a lo que escapa de nuestro control. La verdad es que no podemos elegir todos los desafíos que la vida nos presenta, pero sí podemos elegir cómo responder a ellos. Esa elección marca la diferencia entre la amargura y la sabiduría, entre el estancamiento y el crecimiento.

      Otra vez nos mantuvimos callados durante un lapso grande de tiempo. Luego añadí:

      ─Creo que cuando aceptamos nuestro destino, también estamos aceptando todo lo que somos: nuestras virtudes, sí, pero también nuestros errores, nuestras heridas, nuestros defectos. Muchas veces luchamos contra nosotros mismos porque no queremos mirar de frente nuestras sombras. Sin embargo, el crecimiento real comienza cuando dejamos de resistirnos a esa parte de nuestra historia personal. Aceptar no es conformarse, es reconciliarse. Es un acto de valentía que nos permite sanar, integrar y avanzar, ¿no lo crees así?

      ─¡Por supuesto! ─exclamó Selena. Cada experiencia vivida, incluso aquellas que quisiéramos borrar de nuestra vida, tiene un valor formativo. Puede que no comprendamos su sentido en el momento, pero si nos permitimos vivirla con apertura, tarde o temprano descubriremos qué nos vino a enseñar algo. El sufrimiento, por ejemplo, puede abrirnos a una mayor compasión; el fracaso, a una mayor humildad; la pérdida, a un amor más profundo por lo que permanece. En este sentido, aceptar el destino es también confiar en que detrás de cada circunstancia se esconde una posibilidad de transformación interior. Este proceso de aceptación nos lleva, poco a poco, a convertirnos en personas más completas. Ya no vivimos desde la lucha constante contra la realidad, sino desde una actitud de apertura y responsabilidad. No se trata de aceptar pasivamente todo lo que ocurre, sino de responder desde un lugar más sabio y sereno, sin quejarnos inútilmente de aquello que no podemos cambiar.

      ─¿No piensas que en un mundo obsesionado con el control, aceptar el destino puede parecer una idea contraintuitiva? ¿Y que, quizás, en esa rendición consciente es donde comienza una libertad más profunda? Probablemente ahí está la libertad de vivir con autenticidad, de estar en paz con uno mismo y de avanzar, incluso en medio de la incertidumbre.

      Selena hizo uno de sus gestos favoritos, moviendo el pelo, cabeza y ojos y dijo:

      ─Sí, sí... Aceptar los designios del destino, en última instancia, es aceptar la vida tal como es —y a nosotros tal como somos— con todo lo que eso implica. En esa aceptación se esconde el verdadero camino hacia la madurez, la paz interior y la plenitud personal.

viernes, 1 de agosto de 2025

El Dolmen de Menga y las Pirámides

      No sabía que mi amiga Selena tenía tantos conocimientos del antiguo Egipto. Hoy llegó con unas cartas nuevas, se trataba de una colección de 36 naipes que representaban a otros tantos dioses egipcios. De la mayoría de ellos jamás había oído hablar. Las cartas eran representaciones simbólicas de los dioses sobre papiros adornados por tiras de jeroglíficos; muy bonitas.

      Me habló de esa baraja como sistema de adivinación más antiguo que el Tarot y de ahí nos desviamos en nuestra conversación hacía la construcción de las pirámides.

      ─¿Cómo fueron construidas? ─le pregunté.

      Me echó una mirada conmiserativa enarcando una ceja de modo casi ofensivo y respondió preguntando:

      ─¿Y por qué tanta curiosidad por el método constructivo de las pirámides y ninguna curiosidad por el Dolmen de Menga que fue construido aquí más de mil años antes? Esa es una especie de afectación, o un tipo esnobismo, que me molesta. ¿O es una pasión ingenieril...? No sé...

      Debí poner cara rara y ella siguió hablando:

      ─Casi ahí al lado, en Antequera, provincia de Málaga, se alza una de las construcciones megalíticas más imponentes de la Europa prehistórica: el Dolmen de Menga. Levantado hace unos 5.700 años, este monumento funerario no solo destaca por su antigüedad, sino también por los desafíos constructivos que implicó su levantamiento. Curiosamente, estas dificultades técnicas resultan, en muchos aspectos, aún más sorprendentes si se comparan con las de las famosas pirámides egipcias, construidas más de un milenio después.

      ─¿En el Torcal? ─pregunté.

      ─Sí, allí. El Dolmen de Menga es una tumba megalítica que está formada por enormes ortostatos, que son bloques verticales y un techo formado por losas colosales, algunas de más de 180 toneladas. Creo recordar que la estructura está compuesta por 32 bloques de piedra, la mayoría de los cuales supera las 50 toneladas, ¡cincuenta toneladas! Lo asombroso es que estos bloques fueron transportados desde una cantera situada a unos 1,5 kilómetros del lugar, sin ruedas, poleas ni herramientas metálicas.

      ─Sí, tienes razón, pero no me negarás que, las pirámides de Egipto, como la Gran Pirámide de Guiza, también son logros arquitectónicos realizados por auténticos titanes.

      Selena respondió con celeridad:

      ─Sí, sí, pero hay diferencias muy significativas: los egipcios contaban con una sociedad jerarquizada, con mano de obra especializada, con herramientas de cobre y una estructura estatal que les permitía organizar campañas de construcción a gran escala. Además, muchas de las piedras empleadas eran más pequeñas —de entre 2 y 15 toneladas— y los sistemas de rampas, rodillos y trineos les permitían transportar y elevar los bloques con mayor eficiencia. En cambio, los constructores del Dolmen de Menga operaban de manera mucho más rudimentaria. Era una sociedad agrícola del Neolítico, sin escritura, sin una organización centralizada comparable al Estado faraónico y sin conocimientos avanzados de geometría o ingeniería. Aun así, lograron tallar, transportar y ensamblar bloques gigantescos con una precisión que, aún hoy, sigue maravillando a arqueólogos e ingenieros. Pero a mí lo que me parece verdaderamente fascinante es que, pese a la falta de medios técnicos, la construcción del dolmen fue posible gracias a un profundo conocimiento empírico de la física, la colaboración comunitaria y una impresionante determinación colectiva. Si las pirámides egipcias son monumentos al poder y la organización estatal, el Dolmen de Menga lo es al ingenio anónimo y al esfuerzo cooperativo de comunidades prehistóricas.

      ─Habrá que volver a Antequera ─añadí.