miércoles, 27 de agosto de 2025

La ENSEÑANZA que nos viene (una revisión)

      Desde que publiqué el siguiente artículo, en junio de 2023 hasta hoy, agosto de 2025, ¿qué ha ocurrido con IA en España?

      Algo se ha avanzado, es cierto, especialmente en algunas comunidades y a través de 'startups' innovadoras y políticas europeas. Aun así, la transformación aún no es homogénea ni profunda en todos los niveles del sistema educativo. La urgencia sigue presente: el reto ─a mi juicio─ más urgente que se plantea en estos momentos es escalar las buenas prácticas, consolidar la formación docente, asegurar una ética pedagógica y extender el acceso equitativo de la IA.


LA ENSEÑANZA QUE NOS VIENE

      Esta mañana me paré un rato a pensar en las grandes transformaciones que se tendrán que realizar en todos los campos de la enseñanza debidos a la irrupción de la inteligencia artificial (IA) y del “ChatGPT”(*). Ahora existen muchas brumas sobre todo esto, pero esperemos se vayan aclarando con rapidez, nos va mucho en ello. Los cambios habrá que aplicarlos con algunas prisas desde ya, en el curso próximo. En realidad se trata de una revolución de “gran calado”, como se dice ahora en las tertulias.

      Creo que la IA y los modelos de lenguaje como “ChatGPT” van a ofrecer un cúmulo de oportunidades insospechadas, pero ─¡cuidado!─ no deben reeplazar por completo la interacción humana en la educación. Sin embargo, no tengo dudas, de que un buen cóctel de tecnología y enseñanza tradicional pueden brindar una experiencia educativa muy equilibrada y enriquecedora.

      Quizás aún es demasiado pronto para confeccionar listas de ventajas/inconvenientes, pero si sé que la IA permitirá adaptar el proceso de enseñanza a las necesidades individuales de los estudiantes. Los modelos de lenguaje como “ChatGPT” proporcionarán retroalimentación instantánea y personalizada, lo que ayudará a los estudiantes a identificar y abordar sus áreas de mejora específicas. Esto dará lugar a un aprendizaje más eficiente y más efectivo.

      Otra cuestión relevante es que se superarán las distancias y barreras económicas al proporcionar acceso a la educación en áreas remotas o desfavorecidas. Los estudiantes podrán acceder a materiales educativos, tutoriales y recursos a través de plataformas en línea basadas en IA, lo que amplía las oportunidades educativas para aquellos que de otra manera no tendrían acceso. Aquí la política tiene un rol decisivo, pues será responsable de llevar la conectividad necesaria a todas las zonas del planeta. Tengamos también en cuenta que los modelos de lenguaje como “ChatGPT” pueden actuar como asistentes de enseñanza virtuales. Pueden responder preguntas, explicar conceptos y brindar orientación a los estudiantes. Esto aliviará mucho la carga de trabajo de los profesores y les permitirá centrarse en actividades más interactivas y de otro nivel.

      Sin duda habrá cuestiones delicadas de manejar por parte del profesorado ya que la IA puede crear y generar contenido educativo de calidad, como exámenes, tareas y material de lectura. A la vez esto puede ahorrar más tiempo al profesorado y proporcionar recursos adicionales para el aprendizaje.

      Es cierto también que la capacidad de la IA de analizar grandes cantidades de datos permitirá una evaluación más precisa y una retroalimentación más detallada sobre el rendimiento del trabajo de los estudiantes. A su vez puede proporcionar ayuda para adaptar las estrategias de enseñanza que se pongan en juego.

      Tendremos que ir pensando de forma más hilvanada en todo esto. Tiempos apasionantes de la enseñanza que viene, tiempos que, los jubilados como yo, nos vamos a perder.

      Algo veremos desde el tendido; disfrutaremos.


(*) Explicado de forma sencilla, «ChatGPT» es una herramienta de IA entrenada con una gran cantidad de información y diseñada para entender tus preguntas y proporcionar respuestas relevantes y coherentes. Un asistente virtual al que puedes hacer preguntas, pedir ayuda con diferentes tareas o simplemente mantener una conversación.

martes, 26 de agosto de 2025

La IA: un nuevo maestro para el aprendizaje humano


      Se me ha ocurrido una analogía que es, al menos, curiosa, creo que hablar de inteligencia artificial hoy en día es, en cierto modo, hablar de la relación entre maestro y alumno. Desde luego no es nada sencillo crear una IA realmente valiosa, pero tampoco lo es encontrar usuarios que sepan aprovechar todo su potencial. Y así como un alumno nunca debería olvidar al maestro que le enseñó sus primeros pasos, tampoco deberíamos pasar por alto que detrás de cada avance tecnológico hay personas, equipos e investigaciones que hicieron posible lo que hoy utilizamos.

      Estamos viendo que quienes se inician en el uso de la IA suelen hacerlo con ilusión y curiosidad. Descubren nuevas herramientas que les permiten aprender, crear o resolver problemas de maneras diferentes. Ese entusiasmo inicial es fundamental, pero también es importante mantenerlo en el tiempo. A mi modo de ver, la IA no debe verse como un fin en sí misma, sino como un medio para ampliar nuestras capacidades.

      Muy probablemente el verdadero valor aparece cuando humanos y máquinas trabajan juntos. La IA aprende gracias a los datos y a los retos que le planteamos, mientras que nosotros podemos apoyarnos en sus capacidades para pensar de forma distinta y alcanzar metas más ambiciosas. Sin duda se trata de una relación de colaboración, en la que la creatividad humana y la potencia tecnológica se refuerzan mutuamente. El deseo de aprender y la voluntad de usar la IA de manera responsable son claves para el futuro. La inteligencia artificial no está aquí para sustituirnos, sino para complementarnos. Pero debemos saber equilibrar su fuerza con nuestra capacidad crítica, así podremos construir un futuro donde la tecnología sea una herramienta de progreso compartido.

      Es evidente que cada generación ha heredado conocimientos y herramientas que le permitieron avanzar. Hoy nos toca a nosotros hacer lo mismo con la IA: dejar un legado que no solo resuelva los desafíos del presente, sino que inspire a quienes vengan después.

      A juicio nuestro la IA no representa un final, sino el comienzo de una nueva etapa en la historia del aprendizaje humano. Un trayecto en el tiempo en el que podemos imaginar más, aprender más y crear más, siempre que mantengamos vivo el espíritu de colaboración y descubrimiento.

sábado, 23 de agosto de 2025

Aprender en tiempos de pantallas

      Sin duda debe ser deformación profesional, pero todos los días pienso un rato, más o menos largo, en aquello que traerá la irrupción de la IA en la enseñanza a todos los niveles. Imaginen ustedes esta esta escena: un estudiante tiene la tarea de escribir un ensayo. Él abre la computadora, copia el tema en una aplicación de inteligencia artificial y en segundos obtiene un texto impecable, con buena sintaxis, coherencia y hasta con citas. Entrega el trabajo, aprueba, pero en el fondo no aprendió nada. Es como si alguien hubiera comido en su lugar su plato favorito: se llenó el estómago, pero no captó el sabor de nada.

      La educación está atravesando una crisis silenciosa y profunda. No porque falten recursos, ni siquiera porque las herramientas tecnológicas estén mal diseñadas, sino porque corremos el riesgo de olvidar lo esencial: aprender no es un trámite. Aprender debería ser una experiencia que nos mueve por dentro, que despierta la curiosidad, que nos hace sentir el deseo de seguir explorando. Si el aprendizaje se convierte en un simple “cumplir”, cualquier vía rápida se convierte en algo tentador. Pero cuando lo que nos guía es la pasión, los atajos fáciles pierden sentido.

      También recuerdo mis tiempos de estudiante, ¿qué recuerdo de mi paso por el instituto o la universidad? Seguro que olvidé a la semana siguiente todos los cientos de datos que memoricé para un examen. Lo que queda grabado en la memoria son esos momentos en los que algo nos sorprendió, nos emocionó o nos hizo mirar el mundo de otra manera. También recordamos a los profesores que lograron contagiar su entusiasmo, los que nos transmitieron que una materia no era solo un conjunto de fórmulas o fechas, sino un universo fascinante por descubrir. Está claro entonces que el éxito educativo no debería medirse en cuántos contenidos fuimos capaces de repetir, sino en cuántos nos enamoramos. Porque cuando algo nos apasiona, aprendemos sin esfuerzo, buscamos más allá de lo que nos piden, y esa energía se queda con nosotros para siempre.

      Ahora estamos en la era de las pantallas y de la inmediatez, este desafío se vuelve todavía más grande. Vivimos rodeados de avisos y notificaciones que nos interrumpen, de contenidos diseñados para captar nuestra atención durante segundos, de la ilusión de que todo debe ser rápido y fácil. Pero el verdadero aprendizaje es lento, requiere paciencia, implica equivocarse, volver a intentar, dejarse sorprender. Y esa experiencia, aunque parezca contracorriente, es hoy más necesaria que nunca.

      Pienso que no todo está perdido. Cada día hay docentes que siguen encendiendo fuegos en sus aulas, familias que acompañan con desvelo y estudiantes que, a pesar del ruido digital, encuentran maravilla en una lectura, en un experimento, en una idea nueva. Esa chispa, aunque pequeña, tiene la fuerza de transformar vidas enteras.

      Quizás la gran tarea de este tiempo no sea luchar contra la tecnología, sino recordar que ninguna máquina puede reemplazar la alegría de aprender algo por nosotros mismos. Porque aprender es, en el fondo, un acto profundamente humano: es emocionarse, es conectar, es dejarse llevar por la curiosidad.

      Y mientras haya alguien dispuesto a encender esa llama —un docente, un amigo, un padre, o incluso uno mismo—, el fuego de aprender seguirá vivo.

domingo, 3 de agosto de 2025

¿Una ruta hacia la plenitud?


      Hoy le pedí a Selena que hiciera unas fotos de la baraja de los dioses egipcios para ponerlas aquí. No recuerdo muy bien lo mucho que después comentó sobre los dioses de piedra y los templos de Egipto.

      Creo que, entre otras cosas, me dijo que los templos no sólo eran los lugares para adorar a los dioses, sino que también eran concebidos como un lugar para ponerse en contacto con ellos. Todos ellos tenían tres partes bien diferenciadas. La primera de ellas era una gran sala al aire libre que acogía al pueblo llano en las ceremonias y rezos. La segunda parte era una cámara cubierta donde se situaban los nobles y miembros de la corte, que solía estar más elevada que la primera. Y, por último, un pequeño habitáculo reservado únicamente a los sacerdotes e iniciados, donde se guardaban las estatuas que representaban a los dioses. El edificio del templo estaba construido de forma que diera la impresión de que al avanzar por él se llegaba hasta una parte mágica, más misteriosa y escondida, que era dominada por los religiosos. Su nombre era el de "santo de los santos", o algo muy parecido, y en ella se guardaban las figuras de piedra que representaban a los dioses. El más idolatrado de ellos era, cómo no, Amón, tocado con dos enormes plumas que parecían estar insertadas en su cabeza. Pero lo realmente increíble es que estas figuras de piedra no sólo eran idolatradas, sino que según los antiguos textos tenían la capacidad de hablar, sanar, predecir el destino e incluso podían verter juicios sobre causas penales.


      Después pasamos a tocar otros temas. No sé a cuenta de qué, dije que la vida está llena de giros inesperados y Selena respondió así:

      ─Sí, es verdad. A veces la vida nos sorprende con alegrías imprevistas, y otras nos pone frente a pruebas difíciles que ni pedimos ni imaginamos. En medio de esa incertidumbre, siempre surge una pregunta inevitable: ¿cómo vivir con serenidad cuando no podemos controlar lo que nos sucede?

      Esa pregunta, como lanzada al vuelo, nos hizo parar un poco. Bastantes segundos después respondí con otro interrogante:

      ─¿Quizás la respuesta puede estar en la idea, poderosa y difícil de practicar, de aceptar los designios del destino?

      ─Sí, probablemente sea así ─contestó Selena. Aceptar el destino no significa resignarse sin luchar, ni mucho menos renunciar a nuestros sueños o valores. Se trata más bien de asumir una actitud consciente frente a lo que escapa de nuestro control. La verdad es que no podemos elegir todos los desafíos que la vida nos presenta, pero sí podemos elegir cómo responder a ellos. Esa elección marca la diferencia entre la amargura y la sabiduría, entre el estancamiento y el crecimiento.

      Otra vez nos mantuvimos callados durante un lapso grande de tiempo. Luego añadí:

      ─Creo que cuando aceptamos nuestro destino, también estamos aceptando todo lo que somos: nuestras virtudes, sí, pero también nuestros errores, nuestras heridas, nuestros defectos. Muchas veces luchamos contra nosotros mismos porque no queremos mirar de frente nuestras sombras. Sin embargo, el crecimiento real comienza cuando dejamos de resistirnos a esa parte de nuestra historia personal. Aceptar no es conformarse, es reconciliarse. Es un acto de valentía que nos permite sanar, integrar y avanzar, ¿no lo crees así?

      ─¡Por supuesto! ─exclamó Selena. Cada experiencia vivida, incluso aquellas que quisiéramos borrar de nuestra vida, tiene un valor formativo. Puede que no comprendamos su sentido en el momento, pero si nos permitimos vivirla con apertura, tarde o temprano descubriremos qué nos vino a enseñar algo. El sufrimiento, por ejemplo, puede abrirnos a una mayor compasión; el fracaso, a una mayor humildad; la pérdida, a un amor más profundo por lo que permanece. En este sentido, aceptar el destino es también confiar en que detrás de cada circunstancia se esconde una posibilidad de transformación interior. Este proceso de aceptación nos lleva, poco a poco, a convertirnos en personas más completas. Ya no vivimos desde la lucha constante contra la realidad, sino desde una actitud de apertura y responsabilidad. No se trata de aceptar pasivamente todo lo que ocurre, sino de responder desde un lugar más sabio y sereno, sin quejarnos inútilmente de aquello que no podemos cambiar.

      ─¿No piensas que en un mundo obsesionado con el control, aceptar el destino puede parecer una idea contraintuitiva? ¿Y que, quizás, en esa rendición consciente es donde comienza una libertad más profunda? Probablemente ahí está la libertad de vivir con autenticidad, de estar en paz con uno mismo y de avanzar, incluso en medio de la incertidumbre.

      Selena hizo uno de sus gestos favoritos, moviendo el pelo, cabeza y ojos y dijo:

      ─Sí, sí... Aceptar los designios del destino, en última instancia, es aceptar la vida tal como es —y a nosotros tal como somos— con todo lo que eso implica. En esa aceptación se esconde el verdadero camino hacia la madurez, la paz interior y la plenitud personal.

viernes, 1 de agosto de 2025

El Dolmen de Menga y las Pirámides

      No sabía que mi amiga Selena tenía tantos conocimientos del antiguo Egipto. Hoy llegó con unas cartas nuevas, se trataba de una colección de 36 naipes que representaban a otros tantos dioses egipcios. De la mayoría de ellos jamás había oído hablar. Las cartas eran representaciones simbólicas de los dioses sobre papiros adornados por tiras de jeroglíficos; muy bonitas.

      Me habló de esa baraja como sistema de adivinación más antiguo que el Tarot y de ahí nos desviamos en nuestra conversación hacía la construcción de las pirámides.

      ─¿Cómo fueron construidas? ─le pregunté.

      Me echó una mirada conmiserativa enarcando una ceja de modo casi ofensivo y respondió preguntando:

      ─¿Y por qué tanta curiosidad por el método constructivo de las pirámides y ninguna curiosidad por el Dolmen de Menga que fue construido aquí más de mil años antes? Esa es una especie de afectación, o un tipo esnobismo, que me molesta. ¿O es una pasión ingenieril...? No sé...

      Debí poner cara rara y ella siguió hablando:

      ─Casi ahí al lado, en Antequera, provincia de Málaga, se alza una de las construcciones megalíticas más imponentes de la Europa prehistórica: el Dolmen de Menga. Levantado hace unos 5.700 años, este monumento funerario no solo destaca por su antigüedad, sino también por los desafíos constructivos que implicó su levantamiento. Curiosamente, estas dificultades técnicas resultan, en muchos aspectos, aún más sorprendentes si se comparan con las de las famosas pirámides egipcias, construidas más de un milenio después.

      ─¿En el Torcal? ─pregunté.

      ─Sí, allí. El Dolmen de Menga es una tumba megalítica que está formada por enormes ortostatos, que son bloques verticales y un techo formado por losas colosales, algunas de más de 180 toneladas. Creo recordar que la estructura está compuesta por 32 bloques de piedra, la mayoría de los cuales supera las 50 toneladas, ¡cincuenta toneladas! Lo asombroso es que estos bloques fueron transportados desde una cantera situada a unos 1,5 kilómetros del lugar, sin ruedas, poleas ni herramientas metálicas.

      ─Sí, tienes razón, pero no me negarás que, las pirámides de Egipto, como la Gran Pirámide de Guiza, también son logros arquitectónicos realizados por auténticos titanes.

      Selena respondió con celeridad:

      ─Sí, sí, pero hay diferencias muy significativas: los egipcios contaban con una sociedad jerarquizada, con mano de obra especializada, con herramientas de cobre y una estructura estatal que les permitía organizar campañas de construcción a gran escala. Además, muchas de las piedras empleadas eran más pequeñas —de entre 2 y 15 toneladas— y los sistemas de rampas, rodillos y trineos les permitían transportar y elevar los bloques con mayor eficiencia. En cambio, los constructores del Dolmen de Menga operaban de manera mucho más rudimentaria. Era una sociedad agrícola del Neolítico, sin escritura, sin una organización centralizada comparable al Estado faraónico y sin conocimientos avanzados de geometría o ingeniería. Aun así, lograron tallar, transportar y ensamblar bloques gigantescos con una precisión que, aún hoy, sigue maravillando a arqueólogos e ingenieros. Pero a mí lo que me parece verdaderamente fascinante es que, pese a la falta de medios técnicos, la construcción del dolmen fue posible gracias a un profundo conocimiento empírico de la física, la colaboración comunitaria y una impresionante determinación colectiva. Si las pirámides egipcias son monumentos al poder y la organización estatal, el Dolmen de Menga lo es al ingenio anónimo y al esfuerzo cooperativo de comunidades prehistóricas.

      ─Habrá que volver a Antequera ─añadí.