
Mi amigo japonés Kimura ─que ya ustedes saben que maneja el idioma español muy bien─ me decía esta mañana que la expresión que más le gusta en nuestra lengua es: ¡Menuda puñalada me han dado! Comentaba que hay diversas frases en su país que dicen lo mismo, pero ninguna tiene la expresividad y la fuerza de la “puñalada” española. Después derivó a la cuestión del arrepentimiento, fue una especie de pensamiento encadenado, te dan un puñalada y después el criminal se arrepiente, ¿y los efectos de la puñalada quién se los traga?
Le respondí que el arrepentimiento es un viejo conocido. Todos lo sentimos alguna vez. Pero en la vejez, especialmente después de los 70 u 80 años, adquiere un sabor especial. A veces suave. A veces amargo. Y a veces tan insistente que parece un estribillo pegajoso que se repite sin parar. ¿Por qué ocurre? ¿Qué pasa por la mente de una persona mayor cuando dice “me arrepiento de…” varias veces al día?
Después añadí:
─La vejez trae un fenómeno universal: la revisión vital. Es como rebuscar en un cajón lleno de recuerdos. Algunos bonitos. Otros, no tanto. La mente hace inventario. Y al hacer inventario, inevitablemente aparecen los “¿y si…?”. Es normal. Pienso que no es un defecto del carácter. Es una etapa más del viaje. Y además, Además, con los años, el tiempo cambia de forma. Ya no se ve como un horizonte infinito, sino como un corredor más corto. Esto hace que muchas decisiones del pasado se vean con una lupa más grande. Algo que en su momento no parecía importante, ahora puede parecer enorme. No porque lo fuese, sino porque ya no hay tiempo para “corregirlo”. O al menos, esa es la sensación.
Kimura lo pensó un poco y respondió:
─Bueno, yo me refería al arrepentimiento de la “puñalada”, ese es otro arrepentimiento. Ese al que tú te refieres también cumple una función emocional. A veces es una forma de hablar. Una manera de pedir escucha. De abrir conversación. De mostrar vulnerabilidad sin decirlo directamente. Cuando una persona mayor dice “me arrepiento de…”, muchas veces está diciendo, en el fondo: “necesito contarte algo”, “quiero sentirme acompañado”, “quiero que mi vida siga teniendo sentido en diálogo con alguien”. Y luego viene la parte humana, quizá demasiado humana: reinterpretarlo todo. En la vejez, uno mira la vida con valores distintos a los que tenía cuando tomó ciertas decisiones. Lo que entonces parecía lógico, hoy puede parecer absurdo. Pero esa reinterpretación no es una sentencia histórica. Es solo la mirada del presente sobre un pasado que no tenía la misma información, ni las mismas emociones, ni los mismos miedos.
Le contesté en la misma línea que el había marcado:
─Eso sí, hay personas que se pasan un poco. O un mucho. Y convierten el arrepentimiento en un hobby. O en un mantra. Lo dicen por costumbre. O por carácter. O porque necesitan poner palabras a una sensación general de nostalgia o de pérdida. No siempre se refieren a hechos reales o graves. A veces es solo un estilo de pensamiento que ha ido cuajando con los años.
¿Y qué se puede hacer? Nada heroico. Escuchar. Acompañar. No contradecir a la fuerza. No intentar convencer a nadie de que “en realidad tu vida fue fantástica”. Porque eso suele generar más distancia que alivio. A veces basta con validar. Con preguntar. Con invitar suavemente a recordar lo bueno sin borrar lo difícil.
Después de una larga pausa ─quizá alguien le habían llamado por teléfono─ dijo:
─El arrepentimiento, bien visto, no es un enemigo. Es una forma de seguir dialogando con la propia historia. De darle sentido a aquello que aún duele un poco. De cerrar, al ritmo de cada uno, el capítulo más largo de todos: la propia vida. Y si se comparte con alguien que escucha, incluso puede volverse más ligero. Y hasta, por qué no, un poco más llevadero.
Escuché como un suspiro y terminó diciendo:
─Pero no es ese el arrepentimiento sobre el que yo quería hablar. El arrepentimiento al que quería aludir es al de José Saramago cuando escribió: “Para qué sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado. El arrepentimiento mejor es, sencillamente, cambiar”.

¿Tu amigo sabe lo de la "puñalá trapera"? 😘😘 😘😘
ResponderEliminarMe suena.🦷👍
ResponderEliminarMe gustan mucho estos temas que sacas a relucir, son cotidianos, pero muy profundos.
ResponderEliminarCreo que muy importante diferenciar el arrepentimiento (que implica un cambio de pensamiento y un intento de enmendar o aprender de la situación) de otro remordimiento (un sentimiento de culpa y pena pasivo, sin necesariamente buscar una solución o cambio de conducta). Pienso que lo que es el arrepentimiento genuino conduce a la acción y al crecimiento personal, mientras que el remordimiento de culpa y pena puede ser estéril y causar sufrimiento continuo.
Todos nos arrepentimos de las dos maneras alguna vez en la vida ¿Quién no ha dicho, me arrepiento de no haber hecho esto o lo otro?
ResponderEliminarY ¿Quién no se ha arrepentido de haber hecho daño a otras personas?
¡Me encanta el tema Ignacio! Yo enfoco el arrepentimiento o el remordimiento de otra manera, para evitar que se conviertan en sentimiento pegajosos o en agujeros negros de energía vital. Primera consideración: ¿puedo tomar alguna acción reparadora? Sí. Lo hago. El sentimiento de angustia mengua. No, repaso lo que hice, en el contexto temporal en el que lo hice, para aprender. ¿Qué hice mal? ¿Por qué lo hice? ¿Qué cambiaría? ¿Qué aprendí o aprendo hoy? Intento convertir la energía negativa del arrepentimiento bien en reparación o bien en aprendizaje. Y así duermo mejor. Besos
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