
Le doy vueltas a lo que ayer decía en mi artículo (Tres claves para darle rumbo a la existencia). Más o menos, deseaba expresar que si observamos nuestra vida con un poco más de distancia, vemos que casi todo se sostiene sobre tres verbos: hacer, aprender y disfrutar. El primero empuja a los otros dos. Hacemos para avanzar, pero también para descubrir. Cada acción, por pequeña que sea, nos enseña algo: cómo reaccionamos, qué nos interesa, qué nos cansa y qué nos despierta. Hacer nos convierte en personas que cambian.
Es verdad que a veces parece que vivimos en movimiento continuo. Hacemos tareas, resolvemos problemas, pensamos en lo que viene después y, cuando por fin paramos, seguimos dándole vueltas a algo. Incluso en sueños seguimos en acción. Ese impulso de hacer es tan natural que rara vez lo cuestionamos. Pero quizás vale la pena detenerse un momento y pensar qué hay detrás.
Nuestra capacidad de acción es casi ilimitada. No somos como un árbol, fijo en un lugar. Podemos movernos, imaginar, proyectar, planificar, equivocarnos y volver a empezar. Cambiamos nuestro entorno y a veces también a nosotros mismos. Esa energía que a veces se parece a un hormiguero inquieto tiene un sentido cuando la miramos con calma: el hacer es la puerta de entrada a lo que aprendemos y a lo que llegamos a disfrutar.
Muchas veces creemos que hacemos por obligación: trabajar, mantener la casa, cumplir con lo que toca. Y es cierto que hay acciones necesarias. Pero incluso después de cubrir lo básico seguimos moviéndonos. Creamos, buscamos retos, modificamos lo que no nos convence. Ese impulso no es caprichoso. Tiene que ver con una necesidad más profunda: la de darle forma a nuestra vida.
Hacer no siempre significa producir más. A veces es simplemente prestar atención, probar algo nuevo o dar un paso que nos dé un poco de claridad. Cuando actuamos, abrimos espacio para aprender. Y cuando aprendemos, aparece la posibilidad de disfrutar. No como un premio final, sino como algo que surge cuando vemos sentido en lo que hacemos.
Al final, nuestro propósito no suele estar intentando lograr grandes metas. Está en lo que hacemos cada día. En cómo nos relacionamos, en lo que intentamos mejorar, en lo que nos atrevemos a explorar. Hacer, aprender y disfrutar no son tres tareas separadas, sino un mismo camino que se va construyendo mientras lo andamos, ¿no?

Y aguantar, primo. La resiliencia es la clave.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues creo que sí, que las tres cosas son necesarias para vivir la vida, y que las tres pueden ir unidas.
ResponderEliminar