Me encanta sorprender a mis nietos con raras historias, ayer le improvisé a Carmen un viaje a la Luna en una expedición de siete naves con siete pasajeros en cada una, se trataba de la primera incursión formada por cuarenta y nueve personas que íbamos a sentar las bases para construir una estación permanente en nuestro satélite. Por supuesto que yo era uno de los expedicionarios de este viaje al espacio. Pero, más adelante, ya contaré esta historieta que necesita varios capítulos.
La que quería contar ahora es la que le narré a Carlitos basada en una historia de un maestro Zen.
Empecé diciéndole que una vez en el Japón antiguo existió un joven arquero que tenía una gran destreza en el tiro, sus flechas acertaban con una enorme frecuencia en difíciles blancos y salía siempre como vencedor absoluto de los muchos campeonatos en los que participaba.
Este joven oyó hablar un día de un anciano maestro Zen casi ciego que le dijeron que tenía unas habilidades increíbles con el arco y las flechas. El muchacho hizo un largo viaje hasta que lo pudo encontrar en una lejana tierra. Con profundo respeto, pero también con una carga enorme de vanidad, se acercó al maestro para pedirle que contemplase sus habilidades con el arma. El anciano asintió complacido y el muchacho realizó varios lanzamientos certeros con sus flechas mostrándose muy ufano de lo conseguido. El anciano no se pronunció respecto a su talento y le dijo solamente:
─Ven, acompáñame.
Caminaron hasta un despeñadero cercano, en el que había un largo y grueso tronco de árbol que unía, a modo de puente, dos de sus partes. Muchos metros abajo discurría un río que apenas se veía por la enorme altitud del barranco.
El anciano tomó su arco y con paso seguro comenzó a caminar por el tronco hasta la mitad del mismo, encima del vacío, allí tensó su arco y disparó una flecha hacia un árbol lejano acertando con mucha precisión. Regresó junto al joven y le indicó:
─Haz lo mismo.
El chico se acercó al tronco y apenas puso un pie encima miró hacia el abismo y comenzó a temblar; retrocedió paralizado de miedo.
─Eres muy diestro con tu arco, ─le comentó el maestro, notando el desasosiego de su desafiante joven– pero tienes poca habilidad con tu mente, esa es la que no te deja lanzar la flecha.
Mi nieto escuchó toda la historia muy interesado y le pregunté:
─¿Qué conclusión has sacado de la historia del arquero?
Se quedó un poco pensativo mirando a su derecha. Y después, mirándome de nuevo, dijo:
─Es que el muchacho se puso demasiado chulito, ¿no abuelo?