domingo, 22 de junio de 2025

Una hora que vale oro


      Ser cuidador a tiempo completo de mi esposa, que padece una enfermedad neurodegenerativa, es una experiencia que desborda todo lo que uno podría haber imaginado. No solo cambia la rutina, sino la vida entera. El tiempo se mide de otra forma. Las prioridades también. Todo gira en torno a ella: su bienestar, sus cambios, sus silencios, sus días buenos… y también los difíciles.

      Pero cuidar, por más que lo haga con todo el amor, cansa. No lo digo con queja, sino con honestidad. Hay gestiones que no se detienen, compras que hay que hacer, un poco de descanso que el cuerpo y la mente piden casi en silencio. Y a veces, una hora puede ser lo único que uno necesita para seguir adelante.

      Hace poco, me atreví a pedir ayuda. No fue fácil. Uno teme incomodar, pedir demasiado, mostrarse vulnerable. Pero lo hice. Y una persona respondió.

      Una persona —y ella sabe quién es— nos está regalando una hora de su tiempo. Una hora que, para muchos, podría parecer mínima. Pero para nosotros es todo un mundo. Juega con mi esposa, le habla con cariño, la acompaña. Y en ese rato, yo respiro. Salgo a hacer una gestión, a la farmacia, a comprar algo urgente… o simplemente a no hacer nada durante unos minutos. Esas visitas han traído aire a nuestra casa. Luz. Presencia.

      Quiero agradecerle de corazón. Por estar, por venir, por hacer que ese tiempo se transforme en un acto de humanidad profunda. Porque lo que hace no es solo jugar una partida de dominó o de parchís: es sostenernos. A los dos. En silencio, sin alardes. Con bondad.

      Y quizá, solo quizá, este agradecimiento sirva también como un pequeño gesto de apertura. Tal vez haya alguien más, entre nuestras amistades, que lea estas palabras y sienta que podría regalarnos también una hora. Solo una. No para grandes cosas, ni todos los días. Solo para estar. Para acompañar. Para ayudarnos a sostener esta vida que, aunque hermosa, a veces pesa muchísimo.

      Una hora a la semana. No es mucho, creo. Pero cuando se da con cariño, puede valer oro.

Gracias. De corazón.

Ignacio

sábado, 21 de junio de 2025

Para leer cada mañana

      

      No es mi costumbre poner aquí, en mi blog, escritos de esos encontrados en Internet sin autor conocido, pero hago hoy una excepción con este que sigue y que me ha llamado mucho la atención. Quizá porque, sin proponérselo, dice verdades que muchos pensamos y pocos nos atrevemos a verbalizar. Habla del tiempo —ese bien tan escurridizo y cada vez más valioso con los años—, de cómo cambian nuestras prioridades cuando entendemos que la vida no es eterna, y de la sabiduría que solo la experiencia puede entregar. Este texto, con buen cargamento de sensibilidad y reflexión, creo que no pretende aleccionar, sino recordar. Y nos recuerda que la felicidad no está en acumular cosas, ni en vivir para los demás descuidándonos a nosotros mismos, sino en disfrutar lo simple, en soltar lo que pesa, y en amar más ligero y más presente. 

      Me conmovió también porque, en su aparente sencillez, guarda una gran verdad: no somos eternos, pero todavía estamos a tiempo. A tiempo de reír, de perdonar, de disfrutar un café, de abrazar a quien amamos. Ojalá a vosotros también os deje algo. 

      Aquí va:


LO QUE APRENDÍ CUANDO ENTENDÍ QUE EL TIEMPO YA NO ME SOBRABA

      Un día te despiertas y, sin darte cuenta, la vida ya no te espera como antes. Ya no tienes veinte, ni treinta. Quizá ya pasaste los 60… y aunque aún queda camino por recorrer, sabes que los años por venir no son para acumular cosas, sino para sentir, disfrutar y soltar.

      Aprendí —no sin tropezar— que uno no se lleva nada cuando parte. Ni el dinero guardado, ni las cosas que tanto costaron. Por eso hoy gasto lo que deba ser gastado, no por capricho… sino por bienestar. Disfruto lo que tengo y, si puedo, comparto con quienes lo necesitan. Porque al final, dar también es vivir.

      He dejado de preocuparme por lo que pasará cuando ya no esté. Cuando me convierta en polvo, ni las flores ni los olvidos me cambiarán el destino. Lo único que cuenta es cómo vivo este instante.

      Y créeme: ahora es el momento para disfrutar. Ya no es tiempo de vivir por y para los hijos. Ellos tienen su propio camino que aprenderán a recorrer, como tú lo hiciste.

      Lo que me queda —y me llena el alma— es el amor de mis nietos: consentirlos, abrazarlos, reír con ellos como si el mundo se detuviera. Ellos son mi recompensa silenciosa.

      La vida no puede ser solo trabajo, facturas y preocupaciones. Ya no corro tras el reloj, ahora lo abrazo. Despierto cada día con el deseo de estar en paz, sin enojos, sin rencores, sin prisas.

      No espero demasiado de nadie… y menos de mis hijos. No por desilusión, sino por comprensión. Tienen su mundo, su caos, sus urgencias. He visto familias que se deshacen por herencias que aún no han sido entregadas. Por eso decidí que la verdadera riqueza que quiero dejar… no es una propiedad, sino un recuerdo feliz.

      Si ya pasaste los 65, cuida tu salud más que tu dinero. No sigas cavando tu tumba trabajando en exceso. De mil hectáreas de arroz, solo necesitas ½ taza al día. De mil mansiones, solo ocupas 8 metros cuadrados para dormir. Entonces… ¿para qué tanto?

      La vida es corta y es una sola. No te compares. No midas tu éxito por los logros de tus hijos ni por tu cuenta bancaria. Mejor invítalos a buscar su propia felicidad, su paz interior, su salud.

      Y tú… tú también encuéntrala.

      Haz cosas que te alegren el alma. Un café, un paseo, una canción vieja, un chiste tonto. Un día sin sonreír… es un día perdido.

      Y si la enfermedad aparece —como visitante inesperada— enfréntala con ánimo. El cuerpo sana con medicina, pero el alma sana con alegría.

      Cuida tu carácter, muévete, come bien. Toma tus vitaminas si hace falta. Pero sobre todo: rodéate de amor, gratitud y buena compañía. Dicen que cuando uno pierde el techo… gana las estrellas. Y es cierto.

      No dejes pasar las oportunidades. El río de la vida no devuelve el agua que ya pasó. Cada minuto vale oro… pero solo si lo usas bien.

      No te enamores solo de la apariencia, porque el tiempo la borrará. Y no busques perfección en nadie. Busca a alguien que te valore como eres. Y si no lo encuentras… disfruta tu soledad, que es mejor que una mala compañía.

      Cree en Dios —como tú lo entiendas— y mientras puedas, vive con todo lo que tengas. Porque al final… nadie te dará las gracias por haber renunciado a tu felicidad. Y tú mereces ser feliz.

      ¡Qué la salud y el bienestar te acompañen siempre!

viernes, 20 de junio de 2025

Minimalismo y silencio en el comer


      Esta mañana hablaba con mi amigo Kimura del concepto japonés de "Washoku" en la cocina. Él destacaba varios puntos clave de esta idea; el del “Washoku” como cultura gastronómica integral, referido a la gastronomía y cultura gastronómica. Y puntualizó que abarca aspectos sociales y espirituales como el arte de servir, el respeto, la convivencia, la hospitalidad, las reglas de etiqueta y el estilo de vida.

      También decía que entre los elementos adicionales del “Washoku” está la organización, el cuidado de la presentación y el respeto por los alimentos, junto con expresiones ceremoniales como "itadakimasu", "mottainai" y "gochisosama". Añadió que la idea del “Washoku” también compendia las técnicas tradicionales de conservación y valoración de los productos, así como la protección y promoción de las materias primas locales.

      Terminó comentándome que la cultura del “Washoku” es muy relevante para el fortalecimiento y la cohesión social del pueblo japonés, contribuyendo a un sentido de identidad y pertenencia.

      Le comenté que en España tenemos algunas similitudes, pues nos preocupa ─cada día más─ lo que podríamos denominar la cultura del producto fresco, pues aquí se valora el uso de ingredientes de temporada y locales, sobre todo en la dieta mediterránea. También cultivamos en valor social de la comida, como en Japón, comer en familia o con amigos tiene un gran valor cultural. Y hay un sentido, cada vez mayor, del patrimonio gastronómico; ambas tradiciones reflejan una identidad nacional profunda.

      Le añadí que en ciertos aspectos vamos evolucionando hacia la idea del “Washoku” y le destaqué que cada día aumentamos nuestra conciencia nutricional y el interés por dietas equilibradas. E, incluso, hay una mayor presencia de ingredientes asiáticos y de cocina ligera. Y vamos viendo una revalorización de las legumbres, verduras, y técnicas más saludables.

      Respondió que él piensa que aún debemos reducir bastante el consumo excesivo de carne y azúcar y también tenemos que controlar mejor el control de las porciones y equilibrio entre los platos.

      Y riendo a carcajadas me dijo:

      ─Y, desde luego tenéis que aumentar mucho vuestra apreciación del minimalismo y del silencio en el momento de comer.

      También me reí y le dije que reflexionaría sobre el asunto.

miércoles, 11 de junio de 2025

Hablando con las paredes

       En los últimos días he recibido varios mensajes de amigos preocupados porque notan que no escribo nada en el blog "Mis cosas". Mi única señal de vida parece reducirse a los habituales saludos diarios por WhatsApp. No quiero que penséis que me faltan temas; al contrario, sobran. En estos tiempos delicados que vivimos, basta con encender cualquier noticiario o abrir un periódico para que los asuntos salten como liebres asustadas.

       Mi silencio no es por falta de ideas, sino por algo más íntimo: una pereza comunicativa que nace de lo personal. Me falta ese tiempo sereno y pausado tan necesario para escribir con el corazón y la cabeza. Algunos días lo intento, pero siempre surge algún obstáculo, y mi mente termina perdiéndose por los cerros de Úbeda. Sin embargo, hoy he querido sobreponerme a todo eso y, con mucho esfuerzo, he decidido venir a poner algunas palabras.

      Quizás los años empiezan a pesar demasiado. Tal vez empiezo a mirar a mi alrededor con cierta desgana, con una pizca de pesimismo. Es posible que haya perdido el entusiasmo por cosas que hace apenas unas semanas me apasionaban. Puede que mis biorritmos anden desajustados… no lo sé.

       O quizás sí lo sé.

       Ayer hablé por teléfono con un amigo de la infancia que atraviesa una situación muy parecida —o incluso más difícil— que la mía. Él también cuida de su esposa enferma. Se lamentaba, como yo a veces, de ejercer un papel para el que nadie nos preparó: cuidadores de tiempo completo, sin formación, sin fuerzas, tirando del cuerpo como podemos. Hay días malos, y otros en los que intentamos —sin mucho éxito— sonreírle a la vida, aunque solo logremos dibujar una mueca de dolor en el aire.

       Algunos me han sugerido que escriba sobre esto, sobre lo que nos ocurre a tantos miles. Pero no me siento con ánimo ni con valor. Para hacerlo tendría que describir momentos que no deseo —en absoluto— retratar. Aún no ha llegado ese momento. Y no sé si alguna vez llegará.

       Mientras tanto, seguiré intentando escribir. Decir, al menos, que sigo aquí. Como “El Ermitaño”, esa carta del tarot de mi amiga Selena —la número IX—, refugiado en la introspección, en la cocina, poniendo lavadoras… o hablando con las paredes.