miércoles, 11 de junio de 2025

Hablando con las paredes

       En los últimos días he recibido varios mensajes de amigos preocupados porque notan que no escribo nada en el blog "Mis cosas". Mi única señal de vida parece reducirse a los habituales saludos diarios por WhatsApp. No quiero que penséis que me faltan temas; al contrario, sobran. En estos tiempos delicados que vivimos, basta con encender cualquier noticiario o abrir un periódico para que los asuntos salten como liebres asustadas.

       Mi silencio no es por falta de ideas, sino por algo más íntimo: una pereza comunicativa que nace de lo personal. Me falta ese tiempo sereno y pausado tan necesario para escribir con el corazón y la cabeza. Algunos días lo intento, pero siempre surge algún obstáculo, y mi mente termina perdiéndose por los cerros de Úbeda. Sin embargo, hoy he querido sobreponerme a todo eso y, con mucho esfuerzo, he decidido venir a poner algunas palabras.

      Quizás los años empiezan a pesar demasiado. Tal vez empiezo a mirar a mi alrededor con cierta desgana, con una pizca de pesimismo. Es posible que haya perdido el entusiasmo por cosas que hace apenas unas semanas me apasionaban. Puede que mis biorritmos anden desajustados… no lo sé.

       O quizás sí lo sé.

       Ayer hablé por teléfono con un amigo de la infancia que atraviesa una situación muy parecida —o incluso más difícil— que la mía. Él también cuida de su esposa enferma. Se lamentaba, como yo a veces, de ejercer un papel para el que nadie nos preparó: cuidadores de tiempo completo, sin formación, sin fuerzas, tirando del cuerpo como podemos. Hay días malos, y otros en los que intentamos —sin mucho éxito— sonreírle a la vida, aunque solo logremos dibujar una mueca de dolor en el aire.

       Algunos me han sugerido que escriba sobre esto, sobre lo que nos ocurre a tantos miles. Pero no me siento con ánimo ni con valor. Para hacerlo tendría que describir momentos que no deseo —en absoluto— retratar. Aún no ha llegado ese momento. Y no sé si alguna vez llegará.

       Mientras tanto, seguiré intentando escribir. Decir, al menos, que sigo aquí. Como “El Ermitaño”, esa carta del tarot de mi amiga Selena —la número IX—, refugiado en la introspección, en la cocina, poniendo lavadoras… o hablando con las paredes.

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