Leía ayer una noticia ─de hace algún tiempo─ en la que se decía que, según investigadores de la Universidad Bar-Ilan en Israel, y el Centro de Investigación de Neurociencia de Lyon, en cuanto nos damos cuenta de nuestra propia existencia y conocemos el hecho de que algún día moriremos, nuestro cerebro busca formas de protegernos para evitar la preocupación ante nuestro fatal destino. El cerebro, en su búsqueda, siempre encontrará algún modo de protegernos ante la realidad de la muerte.
Existen también algunas consideraciones de carácter social, de los que piensan que la sociedad ─por múltiples causas─ prefiere ignorar y no entrar nunca en el tema de la muerte, el escritor Pérez-Reverte decía: «Bien mirado, el mundo ha dejado de pensar en la muerte. Creer que no vamos a morir nos hace débiles, y peores».
Sabemos que la muerte ha sido siempre, desde los albores de la humanidad, algo que ha inquietado y preocupado al hombre. En nuestro mundo de hoy muchas personas consideran este tema como tabú o del que es enojoso hacer comentarios, pero a pesar de ello es un tema recurrente tanto para la filosofía, la ciencia, la religión o el arte.
Pensaba en todo esto a raíz de las cifras de muertos diarios por el Covid19, y parece que esos número de 50, 60 ó 70 muertos diarios se comienza a aceptar como una cosa rutinaria que ya no genera ningún tipo de reacción y empieza a percibirse como algo tan normal como salir a dar un paseo por un parque en un día primaveral y soleado. ¿Vamos hacia la insensibilización y hacia la indiferencia?
Lo cierto es que mientras escribía estas notas sentía desazón y una cierta zozobra, entonces recordé el viejo cuento persa que contó mi amigo Antonio Sancho S.J. en la misa funeral de un amigo:
«Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy temprano, el criado fue al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no era como todas; porque esa mañana vio a la Muerte en el mercado y porque la Muerte le hizo un gesto.
El criado regresó aterrado a la casa del mercader.
─Amo ─le dijo─, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la lejana ciudad de Samarra.
─Pero ¿Por qué quieres huir?
─Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo; y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Samarra.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
─Muerte ─le dijo acercándose a ella─, ¿Por qué has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
─¿Un gesto de amenaza? ─contestó la Muerte─ No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Samarra, porque hoy en la noche debo llevarme a tu criado en Samarra.»
Creo que Antonio terminó diciéndonos, a los asistentes, algo así: ¿Sufrimiento, desesperación, dolor…? Todo aquello que nos hace daño, nos hiere y nos hace sufrir lo padecemos a lo largo y ancho de la vida, pero no con la muerte. Si esto es así, ¿por qué temerle a algo que no sabemos qué es ni comprendemos?...
Muy práctica y real meditación sobre la Muerte... pero el ser humano se siente incapaz de hacerlo con la serenidad de aceptarla como inevitable. Y convivir con ella, e imaginar la propia muerte. Quizás tenemos miedo a la previsible agonía, que podamos sufrir, lentamente, con dolor.
ResponderEliminar