sábado, 30 de diciembre de 2023

Sin fastos



      Érase una vez, en un país lejano, dos ancianos reyes que habitaban en un hermoso castillo de múltiples estancias. El invierno se mostraba frío y desapacible, envolviendo todo con su manto blanco mientras se acercaba la noche de Fin de Año.

      En el amplio salón, un gran televisor presidía el ambiente con el volumen casi inaudible. El matrimonio real, estaba solo y se enfrentaban a la primera Nochevieja sin la compañía de ninguno de sus hijos. Y tampoco había nadie de la guardia real, todos habían tomado una merecidas vacaciones. El eco en las estancias era el único séquito de los viejos reyes. Pero no se mostraba ni tristes ni infelices. Incluso bromeaban sobre la idea de recibir, completamente solos, el Año Nuevo.

      —Esto es como el principio del fin, ¿no? —se encogieron de hombros en señal de aceptación irremediable, riendo juntos.

      —Al menos nos acostaremos pronto y no se nos atragantarán las malditas uvas —comentaron, compartiendo un gesto de complicidad.

      A pesar de que muchos teléfonos había sonado varias veces, decidieron no descolgarlos, sumidos en la quietud de la fortaleza. Esa noche no habría ruidos de copas altas chocando, ni risas de bocas abiertas, en su Nochevieja. El gran salón, por momentos, se hundía en un silencio que solo rompía el débil sonido del televisor.

      —Lo de los "cuartos", las “medias" y lo de todas las campanadas nos importará un soberano bledo —decían, desprendiéndose de las preocupaciones mundanas.

      Con una mezcla de resignación y calma, se entregaron a la idea de pasar la noche solos, disfrutando de la serenidad de su inmenso hogar.

      Mientras el reloj avanzaba inexorablemente hacia la medianoche. Decidieron no prestarle atención al tiempo, dejándose llevar por la suave corriente de sus propios instantes.

—Mañana nos levantaremos, si Dios quiere, a la hora que nos dé la gana. Y comeremos de lo sobrado en estos días, las despensas están atestadas —dijeron, abrazándose con la certeza de que, a pesar de la soledad, la vida seguía y cada instante merecía ser vivido con plenitud.

      Así, en la quietud de su reino, los ancianos reyes despidieron el año, sin grandes celebraciones, sin fastos, pero con la paz que solo el amor y la aceptación de la vida tal como viene pueden brindar.

      Y mientras, afuera, el reloj marcaba el cambio de año, ellos se sumieron en un sueño tranquilo, lejos de las expectativas y convenciones sociales, preparados para despertar a un nuevo día, quizás lleno de posibilidades. Se adentraron en la noche con la certeza de que, al menos, compartían la mejor compañía: la de aquellos que han construido una vida juntos

      Colorín, colorado...


Las abuelas

      Ayer, presencié ─quizás─ mis dos momentos más conmovedores de todo el año, los cuales me colmaron de emoción y provocaron que me brotaran algunas lágrimas. En el primero, mi nieta Emma de diez años exhibió una generosidad excepcional al hacer impecablemente la cama de su abuela enferma y acompañarla mientras caminaba por la casa, ofreciéndole apoyo y dirección. En el segundo, el niño ─Carlos─ de doce años, demostró una solidaridad admirable y una madurez impresionante al convertirse en el soporte y báculo de su abuela para permitirle realizar suaves ejercicios y moverse un poco. Estos actos desinteresados y llenos de amor iluminaron mi jornada, reafirmando la importancia y belleza de los lazos familiares. Asimismo, subrayan la tremenda relevancia de inculcar valores de misericordia y compasión a los niños desde una edad temprana.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Nochebuena; vida nueva

 

      Hoy es la Nochebuena y no quería dejar este día sin una reflexión fuerte, de esas que a algunos les puede dejar algo de poso. ¿Pretensión vana? No lo sé, en realidad tampoco tiene demasiada importancia. Uno piensa lo escribe y lo lanza al aire, no hay más.

      Cuando uno se va haciendo mayor y lleva años jubilado ─no me llega a gustar mucho esta palabra, a pesar de lo del “júbilo”─, la persona mayor ─el gran adulto─ se ve, de nuevo, en la encrucijada de reestructurar su existencia de manera completamente distinta.

      Para muchos comienza una fase inexplorada hasta entonces, liberados de la implacable presión del tiempo y los compromisos diarios, despojado de las infinitas ocupaciones obligatorias que antes regían la vida. Desde luego, que finalmente, se experimenta la libertad de haberse desprendido del peso de producir, rendir o triunfar, parece que se ha dado el paso al momento propicio para dedicarse a los anhelos postergados durante años.

      Nos retiramos, y aparentemente, se amplía el horizonte de la vida, avivando nuevas expectativas. Sin embargo, pasan los años, y en transcurso de los mismos, todos vamos percibiendo la proximidad del "límite", esto nos va generando una sensación peculiar. A pesar de contar con más tiempo y libertad que nunca, la limitación impuesta por la edad se hace patente, señalando el inevitable camino hacia el final.

      ¿Cómo afrontar este momento tan trascendental de la existencia?

      ¿Cómo abrazar esta etapa de la vida?

      En fin, uno piensa y lo lanza al aire, no hay más...

      Ahora me viene a la memoria una frase que bien pudiera ser de Bukowski: “Sólo hay un pecado, vivir a expensas de lo que los demás piensen de ti”.

      ¡Feliz Nochebuena hermanos!

      Un fuerte abrazo.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Vivir como un niño


      Bueno, hace que no escribo algunas semanas, resulta que estaba perdido en un mundo paralelo donde las palabras son atletas y necesitaban entrenamiento intensivo. Varias veces intenté convencerlas de regresar aquí, pero insistieron en hacer piruetas verbales. Finalmente, logré persuadirlas con promesas de café ilimitado y algún chiste malo. En definitiva, que aquí estoy, de vuelta, con las palabras ─creo que en buena forma─ y listas para escribir como si nada hubiera pasado. ¡La pluma está de vuelta del campo de entrenamiento literario!

      Como ocurre con frecuencia, el tema para escribir me lo proporciona mi amigo japonés Kimura con el que suelo charlar a diario. 

      Esta mañana sacó a relucir un tema en el que ya es recurrente, el del envejecimiento y sus implicancias. Me decía que una de las grandes diferencias entre el mundo occidental y Japón es que aquí, la mayoría de las personas de edad ─más  o menos─ avanzada, se resisten a aceptar el proceso natural del envejecimiento. Intentan por todos los medios reconocer sus limitaciones y el desgaste inherente. Juegan ─siempre con poca fortuna─ a demostrar que conservan su vitalidad y energía, esforzándose por persuadirse y convencer a otros de que aún son jóvenes y robustos. No quieren, en modo alguno, adaptarse a las actividades y al ritmo de vida propios de la vejez les resulta difícil con el paso del tiempo. Esta postura les genera una gran tensión tensión, y esas personas desahogan su amargura y mal humor en su entorno.

      Añadía que subyace un error significativo en esta actitud. Estas personas perciben la vejez exclusivamente como algo negativo y temible. Considerar que el ideal para una persona mayor es vivir, trabajar y sentir como lo haría un joven o, al menos, un adulto, es un absoluto error. Me insistía en que el verdadero ideal consiste en vivir plenamente cada etapa de la vida como hacen allí en Japón.

      Después me preguntó:

      ─¿Cómo verías tú a un joven que anhelara vivir como un niño?