Bueno, hace que no escribo algunas semanas, resulta que estaba perdido en un mundo paralelo donde las palabras son atletas y necesitaban entrenamiento intensivo. Varias veces intenté convencerlas de regresar aquí, pero insistieron en hacer piruetas verbales. Finalmente, logré persuadirlas con promesas de café ilimitado y algún chiste malo. En definitiva, que aquí estoy, de vuelta, con las palabras ─creo que en buena forma─ y listas para escribir como si nada hubiera pasado. ¡La pluma está de vuelta del campo de entrenamiento literario!
Como ocurre con frecuencia, el tema para escribir me lo proporciona mi amigo japonés Kimura con el que suelo charlar a diario.
Esta mañana sacó a relucir un tema en el que ya es recurrente, el del envejecimiento y sus implicancias. Me decía que una de las grandes diferencias entre el mundo occidental y Japón es que aquí, la mayoría de las personas de edad ─más o menos─ avanzada, se resisten a aceptar el proceso natural del envejecimiento. Intentan por todos los medios reconocer sus limitaciones y el desgaste inherente. Juegan ─siempre con poca fortuna─ a demostrar que conservan su vitalidad y energía, esforzándose por persuadirse y convencer a otros de que aún son jóvenes y robustos. No quieren, en modo alguno, adaptarse a las actividades y al ritmo de vida propios de la vejez les resulta difícil con el paso del tiempo. Esta postura les genera una gran tensión tensión, y esas personas desahogan su amargura y mal humor en su entorno.
Añadía que subyace un error significativo en esta actitud. Estas personas perciben la vejez exclusivamente como algo negativo y temible. Considerar que el ideal para una persona mayor es vivir, trabajar y sentir como lo haría un joven o, al menos, un adulto, es un absoluto error. Me insistía en que el verdadero ideal consiste en vivir plenamente cada etapa de la vida como hacen allí en Japón.
Después me preguntó:
─¿Cómo verías tú a un joven que anhelara vivir como un niño?
Que bien tenerte escribiendo de nuevo! Fernando
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario.
EliminarUn cordial abrazo y felices fiestas.
Nos deberían enseñar a envejecer, nadie nos enseña y como el tiempo pasa tan rápido, enseguida, en nada nos hacemos mayores y una de las reacciones es negar la realidad de que nos hemos hecho mayores.
ResponderEliminarFeliz Navidad y que escriba usted más a menudo.
Muchas gracias, te deseo también una muy feliz Navidad.
EliminarIntentaré escribir con más frecuencia.
Un afectuoso abrazo.
Creo, firmemente, que toda etapa lleva su proceso de adaptación. Tal vez, por cuestión cultual, educan que cuando se llega a cierta edad uno tiene que apartarse, quedarse quieto, no participar. Yo, como buena rebelde ME NIEGO A ELLO. Estoy viva, quiero seguir sorprendiendome con la vida, jugar, bailar, pintar, crear y hacer todo aquello que me haga feliz. Lo haré más despacio, al ritmo que mi cuerpo lo permita, pero lo haré. FELIZ NAVIDAD 🎄⛄🎄⛄
ResponderEliminar¡Adelante valiente!
Eliminar¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!
Estoy totalmente de acuerdo con tu amigo Kimura: negar la evidencia hay veces que resulta incluso patético. Adaptarse a la situación y aceptarla no significa necesariamente claudicar. Cada etapa de la vida trae intereses nuevos o subraya los de siempre en muchos casos, y se pueden vivir con ilusión, así que no hay que añorar las energías del ayer.
ResponderEliminarMe gusta que vuelvas a escribir, porque siempre me haces pensar y reflexionar.
ResponderEliminarEs duro aceptar la vejez, me gustaría poder hacerlo como dice tu amigo Kimura, pero yo no puedo verlo así, añoro la juventud, y la forma de vivirla, aunque al ser un proceso permanente, me adapto perfectamente a ir envejeciendo. Y eso sí, acepto todo lo que vaya viniendo, es ley de vida, y no hay más remedio.
Aceptar la vejez es como morir un poco; en cambio, si vas haciendo pequeñas concesiones, unas impuestas y otras voluntarias, el proceso se va haciendo más gradual y levemente consentido, aunque no deje de ser una mentira disfrazada
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